La ventana de Overton
“Los problemas son solo oportunidades con espinas”
Hugh Miller
«Erradiquemos la esclavitud». «Eliminemos el derecho de pernada». «Permitamos que las mujeres voten y que su voto valga igual que el de un hombre». «Hagamos que el poder civil predomine sobre el poder militar». «Sostengamos y defendamos que todos los hombres son creados iguales y que todos tengan el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad».
Hemos señalado más arriba cinco planteamientos que hoy nos parecen justos, sabios, razonables, de sentido común y que en general son válidos, se sostienen por sí mismos y se encuentran en vigor, tanto legalmente como de hecho en las sociedades más libres, desarrolladas y prósperas del planeta.
Pero esos cinco planteamientos no siempre fueron sólidos pilares de la sociedad y, de hecho, durante milenios, hasta el otro día como aquel que dice, parecían de aplicación imposible, impensable y se enfrentaban a la oposición, en muchas ocasiones feroz y sangrienta, de una gran mayoría de la población. Es más, y esto es perfectamente demostrable, esos planteamientos eran atacados, vilipendiados o incomprendidos por muchos de los que serían favorecidos por ellos: esclavos, mujeres, civiles, desiguales por defecto e infelices de toda laya.
Quiero creer que hasta aquí no nos enfrentaremos a desacuerdos de importancia. Hagamos ahora un breve ejercicio intelectual.
Enunciemos otros cinco planteamientos igual de asertivos pero que para muchos, hoy, repito, hoy, no parecen tan válidos, ni razonables, ni sabios ni de mucho sentido común: «La Tierra es plana y si llegamos a su borde nos caemos al vacío». «La raza aria es superior a todas las otras y debe gobernar el mundo». «La esclavitud es el estado natural de las razas y grupos humanos inferiores». «Las mujeres están hechas para ser violadas y deben agradecerlo si el hombre que las viola es superior en fuerza, riqueza o inteligencia». «Dios no creó a todos los hombres iguales y el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad es un regalo, optativo, de los seres superiores a los inferiores».
Puede que estos cinco últimos planteamientos nos resulten, cuando menos, inconsistentes y chocantes. Pero… hace menos de ochenta años las democracias occidentales estaban perdiendo a miles y miles de sus mejores y más jóvenes hijos luchando contra ideas como estas. Ideas que, además, eran sostenidas, con las armas en la mano, por millones de seres humanos (alemanes, austriacos, italianos, franceses de Vichy, japoneses, españoles (no olvidemos la División Azul), rumanos, búlgaros, etc. que no podían catalogarse fácilmente de incivilizados, por lo menos en el sentido tecnológico de civilización, y mucho menos de trastornados mentales o locos.
Lo tremendo aquí es que tanto las ideas más sensatas como las más insensatas —la sensatez o no suelen traerla la evolución histórica y la experiencia acumulada— son defendidas, en determinados momentos, por millones y millones de personas por demás completamente normales. Es más, hay millones de personas comunes y corrientes que defienden una idea por un tiempo y luego defienden la contraria. Y las dos veces, por supuesto, con emotividad y un extraño sentimiento de verdad revelada. Una emotividad y un sentimiento de verdad revelada que pueden alcanzar cotas inimaginables de violencia
Y puede que lleguen, y muchas veces llegan, claro que sí, al fanatismo, pero no están locos, o por lo menos no están orates en el sentido médico de la palabra.
Ya que estamos en ello, demos otra vuelta a la tuerca buscando cinco ejemplos menos amplios, más específicos, más personales de comportamientos irracionales que en algún momento de la historia han sido justificados y apoyados por mucha gente catalogada como cuerda:
Los kamikazes japoneses eran, en general, pilotos de combate de gran habilidad y destreza técnica, muchachos sanos, coherentes, de buenas familias, nivel cultural alto y un valor personal enorme. Practicaban un código de honor estricto (el Bushido) y de ninguna manera puede decirse que estaban enfermos o tenían deficiencias mentales.
Los 19 terroristas suicidas del 11 de septiembre (15 de Arabia Saudita, dos de los Emiratos Árabes Unidos, uno egipcio y otro libanés) tenían, en general, un alto nivel de preparación técnica, provenían casi todos de familias acomodadas, incluso ricas y les gustaba la buena vida. Aunque fanatizados religiosamente (ni tan siquiera todos ellos) para nada encajan en el diagnóstico de subnormales o tarados.
El terrorista norteamericano Timothy James McVeigh, de ascendencia irlandesa y practicante de la religión católica, había combatido en la Operación Tormenta del Desierto, mantenía una actitud social pública adecuada y se expresaba correctamente, incluso por escrito. Nadie pudo probar que estuviera demente o en estado delirante y su carta de despedida a una periodista es un documento político (con el que podemos estar en absoluto desacuerdo) perfectamente razonado.
El teniente coronel SS (Obersturmbannführer) Otto Adolf Eichman, organizador técnico del Holocausto, condenado a la horca y ejecutado en Israel (1962) fue estudiado extensivamente por psicólogos y psiquiatras y las conclusiones afirmaron que era una persona completamente normal, incluso de aspiraciones personales bastante mediocres y de sentimientos y comportamiento socialmente ajustados. De hecho, la periodista y filósofa judía Hannah Arendt escribió, reportando directamente este proceso, su famoso libro (Eichman en Israel) que contiene la frase, muy polémica, sobre «la banalidad del mal».
El autor de este artículo tuvo la oportunidad de trabajar como sanitario (alumno de medicina), alrededor del año 1969, con una unidad militar cubana dislocada al norte de la provincia de Camagüey perteneciente a la denominada “Brigada Ché Guevara”. La misión de estos oficiales y soldados de tropas blindadas, todos cubanazos comunes y corrientes, era destruir, despiadada y acuciosamente (motoniveladoras, enormes tanques SAU-100, explosivos, cañones, ametralladoras calibre 50, cadenas) cuánto algarrobo, cedro, ceiba, roble, ácana, caguairán, ébano, mango, pino, palma real y todo lo que levantara un milímetro del suelo para aplanar el terreno y sembrar caña para la luego famosa Zafra de los Diez Millones. Resumiré toda aquella desagradable experiencia con la frase que me dijo un capitán de tanques, un guajiro buena persona y de obvia inteligencia natural, al observar un cedro centenario hecho virutas y ardiendo en el suelo: «Carajo, si no fuera porque lo estamos haciendo por una buena razón, ¡nos deberían meter a todos en Mazorra!». Cierto, todos estábamos para Mazorra (baste decir que solo con aquel bellísimo cedro que ardía en el fango producto del C-4 empleado para volarlo se hubieran amueblado varias casas en un país donde ya no había muebles) pero… pero lo cierto es que ninguno de nosotros estaba realmente loco.
¿Adónde quiero llegar con todo esto?
Primero lo que todos sabemos, que las ideas generales que crecen y arropan las sociedades humanas terminan por permear las actitudes personales, incluso aunque esas personas particulares no lleguen siempre a tomar plena conciencia de las razones por las que actúan.
Y luego quiero llegar a explicarme, sabiendo de entrada que no lo lograré, o que me quedaré a medias, los mecanismos sociológicos de las corrientes de ideas que se apoderan de los grupos humanos —todos sin excepción— por determinados períodos de tiempo, unos muy largos y otros más cortos, y con diferentes niveles de furia, incluso de furia homicida y autodestructiva, para luego pasar al olvido o al desván de las cosas de las que no queremos ni acordarnos.
El intento de encontrar explicaciones al comportamiento, sensato o insensato, de grupos humanos comenzó, formalmente, con Sócrates (y en parte eso le costó la vida), Platón y Aristóteles y no ha parado desde entonces. Pero no vamos a relatar esa larga, siempre interesante y a veces trágica historia aquí.
Demos un gran salto en el tiempo y aterricemos en los años 90 del siglo XX.
Poco antes del inicio del nuevo siglo un joven abogado y politólogo norteamericano, Joseph P. Overton (1960-2003), vicepresidente del “think tank” Mackinac Center for Public Policy, con sede en Michigan, y dedicado por varios años al estudio y promoción del libre mercado y específicamente de la enseñanza privada, un hombre con ideas muy cercanas a los libertarios, decidió dedicar una parte de su atención a un planteamiento que parecía a todas luces irracional: ¿Qué pasaría si yo decidiera promover, por ejemplo, el canibalismo entre la población norteamericana y mundial?
Claro que la primera impresión a que nos mueve la susodicha pregunta es a pensar que Overton estaba loco o que nos quería jugar una broma de mal gusto. Pero no.
Ni que decir que el profesor Overton no era caníbal, no estaba loco ni nos quería tomar por tontos. Su pregunta no era más que una especie de provocación intelectual con fines de investigación social. Pero esa pregunta, aparentemente absurda para cualquier persona equilibrada, llevó a Overton a estudiar el nacimiento, brillo y ocaso de otras ideas que SÍ habían gozado en algún momento del favor popular y que con el andar del tiempo se habían convertido también en irracionales.
En pocas palabras: Overton quería saber por qué lo absurdo, lo irracional, lo retrógrado, puede llegar a convertirse, en un momento dado, en racional. Mencionó el canibalismo como un ejemplo extremo pero su meta no estaba en la antropofagia sino en las ideas políticas extremas, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político. O como se dice en los Estados Unidos, lo demasiado liberal y lo demasiado conservador.
Lamentablemente, Overton no era caníbal, pero si piloto aficionado de avionetas y el 30 de junio del año 2003 se estrelló cuando intentaba despegar con la de su propiedad en un pequeño aeropuerto y murió instantáneamente.
Aunque incompleta, la investigación de Overton estaba lo suficientemente adelantada como para definir que las ideas solían seguir un esquema de desplazamiento que podía ser observado a través de una ventana imaginaria que iba iluminando las diferentes fases del proceso:
Primero la idea es impensable (el canibalismo es un buen ejemplo).
La idea se vuelve “pensable” pero es considerada radical.
La idea pasa a ser aceptable, aunque con mucha oposición.
La idea se hace sensible, aceptable a muchas personas (con reticencias) aunque aún no a la mayoría.
La idea se hace popular.
La idea triunfa y se convierte en política pública.
Si le parece extraño el proceso que describe Overton olvídese (por ahora) del canibalismo y piense en el Holocausto judío llevado a cabo, sin oposición apreciable, por los nazis. O en la implantación, con mínima oposición, del desastroso militarismo japonés en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial. O en las salvajes purgas de Stalin que liquidaron al viejo Partido Bolchevique y a la cúpula militar soviética. O si es cubano y lo prefiere piense en la implantación del comunismo en Cuba en menos de tres años.
Overton no le puso su nombre al esquema ideado por él. El nombre se lo pusieron los investigadores y politólogos que retomaron sus trabajos y lo continuaron y desarrollaron, sobre todo los compañeros de Overton en el Mackinac Center, sectores de análisis de votación en los partidos Republicano y Demócrata, algunos comentaristas como el conservador Glenn Beck, que escribió incluso una novela con ese nombre y… el entorno político teórico del gobernante ruso Vladimir Putin.
La idea de investigación académica de un politólogo muy joven y de provincias se había convertido, sin que él llegara a saberlo, en una importante herramienta teórica de la política práctica, la que de verdad cuenta.
Citemos algunas razones de por qué ocurrió esto:
Tiene la virtud de la simplicidad.
Ofrece una teoría universal del proceso político en épocas de cambio y fractura.
Es aplicable tanto a la izquierda como a la derecha —Vale tanto para Corbyn y Sanders como para Trump y Marine LePen—, o sea, sugiere algo que de cierta manera ya sospechábamos, que el mecanismo de cambio es el mismo.
Y tiene un corolario que creo no hace falta traducir: “If you ask for a lot, you will likely get more than if you ask for a little”.
Ahora bien, debe quedar claro que la Ventana de Overton no es más que una imagen de desplazamiento, con fines didácticos, de un proceso mucho más complejo que incluye una enorme cantidad de variables que van desde los recursos económicos puestos en función de una idea cualquiera, pasando por el carisma (o su ausencia) de los proponentes, los medios de divulgación, las instituciones implicadas en el asunto y su poder real, las ideas científicas en boga, el alcance de la libertad de expresión, el movimiento de las redes sociales, la satisfacción inmediata de necesidades (o no) que cumpla esa idea, la idiosincrasia de las masas, la religión predominante y su verdadera fuerza en un momento dado y muchas otras cosas hasta terminar en el imponderable, ese fenómeno imprevisible que puede adelantar o torcer una política cualquiera.
Quien iba a decir, por ejemplo, que una matanza más, ni tan siquiera la mayor, en una escuela norteamericana, iba a desencadenar (que logre resultados es otra cosa) un movimiento nacional contra viejas políticas representadas por la omnipresente y temida NRA. Eso es el imponderable y esa es la Ventana de Overton moviéndose.
Lo que si se desprende claramente de la hipotética Ventana de Overton es que los que apuestan fuerte tienen muy buenas oportunidades de ganar, aunque eso no sea una regla absoluta.
El politólogo y columnista ruso Evgueni Gorzhaltsan, un hombre muy cercano a Putin y uno de los teóricos rusos que más ha investigado esta teoría, define así la Ventana de Overton:
Es una técnica que consiste en una secuencia concreta de acciones con el fin de conseguir el resultado deseado y que puede ser, si se usa mal (en el sentido de maldad, no de eficacia), más eficaz que una carga nuclear para destruir comunidades humanas.
Los politólogos rusos han simplificado (y tecnificado) el esquema de Overton de la siguiente forma: 1- De lo impensable a lo radical. 2- De lo radical a lo aceptable. 3- De lo aceptable a lo sensato. 4- De lo sensato a lo popular. 5- De lo popular a lo político.
Lo sorprendente del estudio de Overton es que demuestra que cualquier idea, por ilógica y bárbara que parezca, puede llegar a introducirse en el tejido social de un grupo humano, un país o incluso el planeta entero y contaminarlo a extremos inicialmente impensables. Por supuesto que al final la sensatez y el sentido común terminan por vencer en ese pulso, pero, y ese, que es muy importante, a qué costo.
Pasar con cierto detenimiento la ventana de Overton sobre los acontecimientos más relevantes de la historia humana resulta muy instructivo y también puede resultar aterrador. Es como un microscopio de alta resolución que puede mostrarnos bellas imágenes de células invisibles al ojo humano o… pequeños y devastadores seres vivos que pueden convertirse rápidamente en armas de destrucción masiva. Inténtelo.