POR JESÚS ARIAS / GRANADA
Guste o no, las letras de sus canciones marcaron toda una época, un estilo, una cultura. Lo hizo sin grandes pretensiones. Escribía sobre pasiones, amores desdeñosos o desencantados, crímenes por celos o por venganza. Las suyas fueron las canciones de la España de los años cuarenta y cincuenta. El sello Quintero, León y Quiroga es el sello de la copla, del folclorismo. Ahora, tras una etapa de olvido, su nombre vuelve a ser recuperado de nuevo.
Rafael de León, nació el 6 de febrero de 1908 en Sevilla, fue criado en el Puerto de Santa María, compañero de colegio de Rafael Alberti, estuvo muy relacionado con Granada y con Federico García Lorca. En un instituto del Sacromonte hizo su curso preparatorio para estudiar Derecho en la Universidad. Pronto surgió su amistad con el poeta granadino, quien influiría enormemente en la obra de Rafael de León, de quien muchas veces se dijo que sufría de "garcíalorquismo" por su forma de escribir poemas. De alguna u otra forma, el mismo franquismo que asesinó a Lorca luego se tuvo que alimentar de él durante la dictadura a través de las letras de Rafael de León.
Hijo de una familia aristocrática, los condes de Gómara, Rafael de León y Arias de Saavedra nunca tuvo una marcada opción política, pero sí una vida de holganza, salas de fiestas y noches en blanco.
En Sevilla era frecuente su presencia en los cafés cantantes y en los teatros de variedades, donde comenzó a despertarse su interés por la poesía y el mundo de las canciones. De la mano de Antonio García Padilla, 'Kola' -padre de Carmen Sevilla-, Rafael de León comenzó a hacer sus primeros pinitos como autor de letras de canciones. Entre algunos de los temas de aquella época se encontraba La deseada.
Con la llegada de la II República, Rafael de León, que vivía de las rentas de sus padres y carecía de un oficio conocido, decidió embarcarse en la aventura de dedicarse exclusivamente a la poesía y la escritura de letras de canciones. Comenzó a tener relaciones profesiones con letristas como Xandro Valerio (de ahí surgieron coplas como Tatuaje y La parrala) y Ochaíta y, posteriormente, con Salvador Valverde, con quien co-firmaría alguna de sus grandes canciones. Comienza el esplendor de De León con canciones que pronto se harían inolvidables, como Ojos verdes, Triniá y María de la O.
Durante el periodo en que realizaba el servicio militar, Rafael de León conoció a la cantante Conchita Piquer, con quien mantuvo una estrecha relación que, posteriormente, la llevaría a ella a interpretar muchos de los temas salidos de la pluma de Rafael de León. Pero no sería hasta 1932 cuando el letrista da un salto espectacular en su carrera: el compositor sevillano Manuel Quintero, que entonces trabajaba con el dramaturgo teatral Antonio Quintero, convence a De León para que se instale en Madrid y trabaje con ellos. El letrista accede y pronto se crea el trío Quintero, León y Quiroga, que firmaría casi 5.000 canciones.
El estallido de la Guerra Civil sorprendió a Rafael de León en Barcelona, en donde fue encarcelado por su linaje aristocrático. Para defenderse, el letrista invocaba su amistad con Federico García Lorca y Antonio Machado, lo que le salvaría de dos condenas a muerte. Finalmente, tras la caída de la ciudad en manos franquistas, es puesto en libertad.
Es en la post-guerra cuando el éxito de Quintero, León y Quiroga alcanza unos límites insospechados. El régimen franquista necesitaba una música propia, basada en el folclore de las diferentes regiones españolas o procedente de Latinoamérica debido a la lengua. Las canciones del trío -Quiroga era el autor de la música mientras que Quintero y De León co-escribían las letras- comienzan a sonar en la radio de forma ininterrumpida y todos los cantantes de éxito, desde Concha Piquer a Raquel Meyer, se disputan grabar los discos con sus canciones.
También es el momento en el que el trío se embarca en películas musicales (ya había tenido un enorme éxito De León en 1936 cuando María de la O se llevó a la gran pantalla) amparadas por el franquismo. Se trata de filmes ideológicamente muy marcados que retratan una España de baile y pandereta, con personales muy raciales y forzado acento andaluz. Las coplas sirven para reforzar la imagen de una España rural, pobre, apasionada. Canciones como Mi marío, en los que una mujer se niega a ver las continuas infidelidades de su esposo porque ese debe ser el papel de la mujer, que lo aguarda sumisa en la puerta de casa cuando regresa de sus borracheras y sus amantes, retrataban perfectamente la mentalidad del régimen franquista. Rafael de León había captado el ambiente del periodo histórico que le había tocado vivir y se limitó a reflejarlo.
Las suyas eran historias de amores imposibles, de salvajes crímenes pasionales por amor, de nostalgias inquebrantables. La irrupción del bolero y otros géneros procedentes de Latinoamérica también influyó bastante en el pesimismo amoroso del letrista sevillano y su forma de escribir.
Durante los años cuarenta y cincuenta, el trío Quintero, León y Quiroga fue el auténtico amo de la producción musical española. Sus canciones estaban en todas partes y todo el mundo las tarareaba. El letrista había sabido absorber el estilo del Romancero gitano de Federico García Lorca, que mezclaba imágenes abstractas e incluso surrealistas con la más pura tradición oral, y darle una nueva vuelta de tuerca en su propia producción literaria.
Llegados los años sesenta y con el aperturismo del franquismo, la música anglosajona barrió literalmente de las emisoras a la copla tradicional y Quintero, León y Quiroga fueron engullidos por los nuevos tiempos. No obstante, el letrista siguió firmando canciones como Te quiero, te quiero, de Nino Bravo o coplas para Rocío Jurado.
Rafael de León murió en Madrid el 9de diciembre de 1982 en el más completo olvido. Hoy, sin embargo, despojadas sus canciones de la caspa del régimen franquista a las que estaban irremediablemente asociadas como la banda sonora de esa época, muchos nuevos artistas comienzan a reivindicarlas y a volverlas a interpretar. Otros les buscan connotaciones ocultas, como es el caso de Ojos verdes o La zarzamora. El caso es que las canciones están ahí, la gente las recuerda y muchos las aprecian. Vuelve a recuperarse un patrimonio cultural manchado por los tiempos.
Vivió, como había querido, en libertad, y murió —no podía ser de otro modo— de un ataque fulminante al corazón, en su casa de Madrid. Quiso descansar solo en el cementerio de la Almudena junto a unos rosales sevillanos.