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General: "Cuba, la gran estafa,engaño de América toda "
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De: SOY LIBRE  (Mensaje original) Enviado: 03/03/2018 20:47
El producto de "marketing" creado por Fidel Castro: la revolución comunista tropical, de mulatas y hombretones "machistas-leninistas", plena de aversión y rencor a todo lo que no dictara el odio como forma de existencia y resistencia llegó y triunfó allá a donde se predicara de ella.


 "Cuba, engaño de América toda"
      Por Zoé Valdés - Diario Las Américas
Algún día debiéramos estudiar los proyectos del nacional-socialismo que rondaron por la mente de Fidel Castro durante su juventud, proyectos que por supuesto tuvo a bien llevar para Cuba; en aquella época era un asiduo lector de ‘Mi Lucha’, escrito y firmado por un tal Adolf Hitler, lo que ocurrió antes de virarse para los textos más leninistas que marxistas de sus años de casado con una burguesa cuyo hermano le conseguía ‘botellas’ (puestos ficticios y muy bien remunerados) en el gobierno de Fulgencio Batista y Zaldívar, el llamado “dictador” al que el gordito pesado de Birán dejaría chiquito.
 
Esos mismos sueños del “Novio de la patria” –como el propio Fidel Castro se hizo llamar a inicios del tumbe castrocomunista-, sueños cumplidos ya para entonces –cuando empezó a autodenominarse “el Papá de todos los cubanos”-, cundieron en la febril mente del joven Hugo Chávez antes de ser entrenado ideológica y militarmente en Cuba y de convertirse en un militar golpista, cuando años más tarde, devenido entonces presidente bajo una dictadura constitucional (el sueño truncado del castrismo con Salvador Allende en Chile, antes anhelaron una guerrilla), declaraba su socialismo nacionalista del siglo XXI, revivido por el bolchevique leninista Raúl Castro, hermano de la Bestia de Birán, y tan bestia y sanguinario como él, o más. Pero todo eso acontecería más tarde.
 
Las relaciones entre Cuba y Venezuela no siempre fueron tan retorcidas y tensas y bajo el tan evidente carácter tiránico como las que desde hace 18 años hasta hoy venimos observando.
 
La bandera cubana fue concebida en 1849 por el militar venezolano Narciso López, en Nueva York. La Asamblea Constituyente de Guáimaro reunida en 1868 la adoptó, y en 1902 se convirtió en el símbolo esencial de la Cuba independiente. Es la misma bandera que, probablemente sin conocer su origen, hemos visto quemar recientemente por furiosos opositores venezolanos en las calles de ese país como muestra de su odio a los invasores castristas. Una pena, porque si bien es cierto que los invasores castrocomunistas se han adjudicado esa bandera como se han apropiado de toda una isla, esa bandera no simboliza de ningún modo la violenta dominación de una tiranía sobre un pueblo indefenso. La bandera cubana es la bandera de todos los cubanos amantes de la libertad. Puedo comprender el furor de los venezolanos, aunque me duele profundamente que emprendan su desprecio y su ira en contra de un emblema que no lo merece.
 
Simón Bolívar, El Libertador (y ya con eso se dice todo) tuvo también a bien liberar a Cuba del yugo español, lo que muy poco cuenta en la reciente historia cubana (una historia, como todos sabemos, más bien castrista, de borrones y bajezas) desde los últimos 58 años, y hasta cuando menciona a Bolívar lo hace con boca apretada; -como hizo con otras tierras americanas. Sin embargo, al parecer la negritud, a la que comparó con la de Haití, entre otros “detalles”, se lo impidieron. Lo que también ha obviado la historia.
 
Con el tiempo y un ganchito, Venezuela y Cuba siempre se mantuvieron aliadas, empero más por la música que por el resto de otras artes, y mucho menos por la política. A pesar de que un Alejo Carpentier viviera y escribiera desde Caracas durante un buen tiempo (republicano), y que su mejor novela, a mi juicio, se titule ‘Los pasos perdidos’ y tenga como escenario a una intrincada selva venezolana a orillas del Orinoco, lo que más conocieron los venezolanos de Cuba –antes de la fatalidad que les cayera en 1998- fueron los danzones de Barbarito Diez y los sones de Celia Cruz. Barbarito Diez era un ídolo de masas en la tierra del Puma, y a Celia Cruz –prohibida en su tierra natal- la oí cantar por primera vez, fuera de la isla, en la casa de unos amigos venezolanos en París. Para ellos era la diosa de la voz de ébano, la fuerza y el élan vital de toda una raza y de una inmensa cultura.
 
Esa sólida y genuina cultura cubana que tanto admiraban y querían los venezolanos, así como numerosos latinoamericanos, era lo que menos interesaba a los que ya se habían adueñado del destino de Cuba y habían expulsado a sus artistas y escritores al exilio, fusilado a los defensores de la libertad, y perseguido y apresado a otros tantos inocentes por el mero hecho de pensar y opinar distinto, en contra de lo que se avecinaba: el castrocomunismo. Y lo que se avecinaba con el castrocomunismo era el odio. El odio comunista disfrazado de cordero barbudo, al cuello collares y cruces.
 
El producto de "marketing" creado por Fidel Castro: la revolución comunista tropical, de mulatas y hombretones "machistas-leninistas", plena de aversión y rencor a todo lo que no dictara el odio como forma de existencia y resistencia llegó y triunfó allá a donde se predicara de ella. Por el contrario, su revolución interna fracasó estruendosamente. Una resistencia inventada frente a un enemigo también inventado: el imperialismo yanqui, no podía llegar a nada.
 
Durante más de 58 años, reitero, el gran lobo feroz se ha llamado “el imperialismo yanqui” en todas sus variantes. Con el odio a ese ogro supuestamente apabullante y destructor los Castro se ganaron el fervor de América Latina y del resto del mundo. Esa ha sido su baza de favor incuestionable.
 
Sin embargo, treinta años de verdadera y férrea invasión soviética en la Cuba de los Castro, no surtieron el menor de los efectos en los latinoamericanos ni en los libertarios del mundo. A nadie le importó esa desastrosa invasión que acabó con aquella música y con la cultura de un pueblo. Todos, eso sí, deploraron en masa aquella otra invasión traicionada por J. F. Kennedy, llevada por un grupo de cubanos patriotas que intentaron en vano -abandonados por el gobierno norteamericano- defender la isla del comunismo y de la tiranía, de recuperar su país. Como tampoco apoyaron la guerra de guerrillas que emprendieron miles de cubanos en las lomas del Escambray en contra de los Castro y sus secuaces; muchos de esos cubanos a los que les asistían la verdad y el coraje habían luchado junto a Fidel y a Raúl con la intención de derribar el gobierno de Batista. Nadie los apoyó, los ignoraron, los dejaron solos.
 
La soledad de Cuba es épica. Así y todo pocos escriben sobre ella. Muy pocos, ni antes ni ahora, reconocen que los cubanos llevan mucho más de medio siglo batallando contra un monstruo que finalmente ha conseguido extender sus tentáculos a través de América Latina y del mundo, comprendiendo también a Estados Unidos, sus universidades, sus instituciones, ciudades importantes y al mismísimo gobierno estadounidense. Los tentáculos del castrismo se apoderaron de Nicaragua, de El Salvador, de Argentina, de Bolivia, del Perú, de Ecuador, también de buena parte de México, y por fin de Venezuela entera, que era, es, y fue siempre la niña de sus ojos.
 
Fidel Castro quiso apoderarse de Venezuela desde los años 60, allá mandó a la guerrilla y a sus guerrilleros, allá murió Antonio Briones Montoto, un guerrillero castrista muy cercano a Alfredo Guevara. Hoy sus sobrinos viven como pachás en Miami, y hasta son dueños de restaurantes y clubes de moda, en lo que ha sido la invasión castrista de Miami más onerosa con la anuencia y el apoyo del gobierno de Barack Obama. Su tan cacareado intercambio cultural unilateral sólo ha servido para eso, para que los hijos, nietos y sobrinos de los militares castristas se asienten con sus millones, y multipliquen esos millones, en la ciudad “odiada” por sus padres, tíos y abuelos, en el corazón de la “mafia” del exilio cubano.
 
Volviendo a Venezuela. Castro la quería a todo coste, primero que a los demás países de América Latina. La perdió entonces: su guerrilla fracasó en los años 60. Entretanto se metió en Chile, y allí consiguió a su Salvador Allende y lo mantuvo hasta que le dio la gana –a pesar de que Allende ganara bajo comicios y no bajo los embates de una guerrilla a Castro no le cuadró-. Su plan era otro, cual un Napoleón, más que un Bolívar, apoderarse (más que liberar) del continente. Sí, ya para entonces citaba a Napoleón y a Romain Rolland en sus cartas a Celia Sánchez Manduley, antes de autocontemplarse y sentirse descubierto en su pasión hitleriana-leninista.
 
Tras Chile con su Allende y su MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), Argentina y los terroristas montoneros hoy devenidos millonarios en su gran mayoría, vinieron Nicaragua y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (desde el ICAIC y el ICAP de Cuba se les enviaba armamento para derrocar aquellos gobiernos corruptos), después El Salvador y su Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, el Uruguay de los tupamaros, el Perú y su Sendero Luminoso, Colombia y las FARC, y así sucesivamente, hasta Angola, Etiopía, Granada, Panamá, y todas las guerras y movimientos injerencistas y batallones de narcoguerrillas terroristas que hoy conocemos. De todo ese circo espantoso, los Castro han sido los creadores y productores.
 
Venezuela no terminaba de caer en el jamo de sus intereses. Venezuela, con sus gobiernos difíciles, se resistía. No por esa razón perdieron tiempo. Tanto Hugo Chávez como Nicolás Maduro se formaron en Cuba, fueron entrenados para que un día no muy lejano tomaran el poder y convirtieran a su país en el horror que es la Cuba actual. Con el tiempo, gran paciencia, y sus entretejidos tentáculos lo lograron. ¡Y cómo!
 
Ya lo decía aquel himno comunista escrito y compuesto por el esbirro castrista Agustín Díaz Cartaya a inicios de 1959, autor del himno del ’26 de julio’, el primer movimiento guerrillero dirigido por Fidel Castro; en el peor estilo soviético titulado ‘Marcha de América Latina’, y en la que se resume claramente el papel hegemonista de la isla caribeña: “De pie, América Latina… Marchemos junto al socialismo… Cuba, faro de América toda… América revolución” (
). No por gusto China y Corea del Norte siempre han llamado a Cuba: “El pequeño hegemonista”. El grande era la URSS.
 
Desde el primer día en que Hugo Chávez tomó el poder, se notó el carácter de marioneta de los Castro en sus decretos y bajas intenciones. Pero los venezolanos no quisieron oír a los cubanos que tanto les advertimos de que lo que se avecinaba era los mismo que existía en Cuba: hambre, desolación, odio, división de las familias, exilio, represión, persecuciones. Comunismo, en una palabra.
 
Muerto Hugo Chávez, el mejor discípulo de los Castro, tomaron el poder Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, designados por Chávez, entrenado el primero también en la isla, y todavía más adocenado y súbdito del máximo poder del Comité Central del Partido Comunista cubano, dirigido por los temibles hermanos y por generales tan asesinos como ellos, como es el caso de Ramiro Valdés (el que verdaderamente manda en Venezuela), y toda su cohorte, que a través del nuevo gobierno narco-castrista venezolano pudieron y pueden hacer y deshacer a su antojo.
 
Han pasado 18 años de dictadura. En Cuba tenemos una tiranía de 58 años. Hoy todos vuelcan su mirada hacia la Venezuela del terror. Pocos reconocen que el verdadero foco de esa atrocidad se encuentra en La Habana, que Cuba ha sido el engaño de América toda, parodiando al himno. Y que ese foco de oprobio seguirá extendiéndose por el mundo, como ya lo están haciendo desde hace casi seis décadas. Venezuela es la provincia de ultramar castrista, la provincia rica de Cuba, bajo la coacción y sometimiento de cientos de miles de militares cubanos.
 
De qué vale que la Unión Europea tome medidas en contra de Venezuela si a Cuba, el origen del horror, la dejan intacta y le facilitan todo. De qué vale que la ONU opine esto o lo otro sobre Nicolás Maduro si ensalza a los Castro y reconozca y nombre como mediadores entre la narcoguerrilla de las FARC y el gobierno colombiano. ¡Mediadores a los mismísimos creadores de las FARC!
 
Sacar a los Castro y a toda su casta del poder significaría acabar con al actual régimen de Venezuela, y liberar a Cuba y a Venezuela, pero sobre todo, se terminaría de una vez y por todas con esa maldición que lleva más de medio siglo acechando y destruyendo por donde quiera que pasa y se instala cómodamente, sin resistencia alguna, ahora con su nueva máscara de falsa y destructiva democracia.
 
  ACERCA DEL AUTOR:
Zoé Valdés (La Habana, Cuba, 2 de mayo de 1959). Escritora cubana de poesía, novela y guiones cinematográficos,  adquirió la ciudadanía española en 1997. También es ciudadana francesa. En la actualidad vive en París, España y Miami. Es una de las autoras más conocidas de la isla de Cuba .  Colabora en la prensa española y francesa como Revista ARS, Le Monde, Libération, Le Nouvel Observateur, Beaux Arts, Les Inrockuptibles, Elle, Vogue, Qué Leer, en los diarios El País y El Mundo, El Semanal Digital y El economista, entre otras publicaciones. Sus libros han sido traducido a inglés, francés, alemán, flamenco, polaco, portugués, italiano, serbio, checo, eslovaco, entre otras lenguas.

              Fuente: Diario Las Américas
UNA VERSIÓN REDUCIDA DE ESTE TEXTO APARECIÓ EN EL DIARIO EL MUNDO.

 


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