Parce, ¿usted es gay?
Aún recuerdo mi primer semestre universitario. Todo era a un ritmo diferente comparado con el colegio: las lecturas, los trabajos, los parciales, los cortes y toda esa jerga a la que uno termina por acostumbrarse.
Tampoco me olvidaré de lo importante que fue para mí aceptar abiertamente que era gay y de lo que esto trajo a mi vida.
Vamos al principio.
Estudié en un colegio estatal. Algunos de mis compañeros tenían padres adictos, se decía que la madre de alguna de mis amigas era trabajadora sexual y algunos de los chicos con los que estudié ya fallecieron “por andar en malos pasos”, como decían los profesores.
A la salida del colegio, los “chicos malos” del barrio llegaban en bicicleta, con su infaltable cigarrillo en la mano, a recoger a las niñas más bonitas. Esa escena era el pan de cada día. Como imaginarán, en ese contexto era muy difícil para mí salir del clóset.
A algunas amigas con las que compartía, les alcancé a hablar de mi orientación sexual, aunque pasó mucho tiempo para poder decirlo. Aún recuerdo sus caras de “no lo creo”, sus bocas a medio cerrar y sus ojos muy abiertos. No exagero.
Por fortuna, ellas guardaron bien el secreto y me defendieron cuando mi comportamiento –en ocasiones amanerado– les incomodaba a los “machos” del salón y me hacían comentarios homofóbicos.
Nunca me defendí. Siempre intenté poner mi voz gruesa, encorvar mi postura y caminar rápido para evitarlos y seguir en lo mío.
En algún momento pensé que la mejor estrategia para quitármelos de encima era teniendo novias. Pero ya se podrán imaginar a un chico que no le gustan las mujeres, conquistando a una. Parecíamos comadres más que cualquier otra cosa.
Quizás ellas percibían que yo era gay pero simplemente disfrutaban de mi compañía. Posiblemente el único que no aceptaba la realidad era yo y, lo peor, solo lo hacía para agradar a los demás. Hoy me río y no tengo la menor duda de que amo a las mujeres, pero de la manera más respetuosa y fraterna posible.
En el último año del colegio los chicos que me hacían bullying y comentarios ofensivos se dieron cuenta de que yo estaba “cayéndoles” a algunas chicas o que, en últimas, me estaba comportando como “uno de ellos”, así que comenzaron a incluirme en sus planes.
Uno más
Aprendí a jugar fútbol –hoy reconozco que soy un desastre–, a jugar billar e incluso con ellos tuve mi primera experiencia de llegar pasado de copas a mi casa.
Quizás ellos no eran tan rudos como querían mostrarlo. En todo caso, yo sabía que no podía ser sincero con ellos. Detrás de todo estaba el qué dirán. Y así me negaba la oportunidad de compartir con los demás siendo realmente quien era.
Me acuerdo muy bien cuando llegó el momento de hablar de sexo, de contarnos cómo habíamos empezado nuestra vida sexual. Empezaron los chistes, los consejos y creencias propias de un grupo de adolescentes de 17 años.
Yo ya había tenido mi primera relación sexual, pero sentía que debía negarlo. Y con “negarlo” me refiero a ocultar que en realidad quería sentir los labios de otro hombre y callar que cuando ese momento pasó fue con el mayor cariño y placer posible.
El día del grado de bachiller, luego de lanzar mi birrete al techo, de recibir el diploma y de despedirme de todos, sentí que había llegado el momento de vivir lo que por tanto tiempo había aplazado.
No volví a hablar con los chicos que fueron mis amigos ese último año de colegio, quienes se llevaron una imagen mía que no se ajustaba a la realidad. Una imagen que incluso yo me estaba creyendo.
Después llegaron tiempos difíciles al punto que decidí viajar a Argentina para comenzar una nueva vida. Tomé fuerza y estando allá a la primera persona que me lo preguntó le respondí orgullosamente: “sí, soy gay”. No pasó nada. Y yo llevaba años escuchando que era “un afeminado”, “un maricón” o “una mujercita”.
Tiempo después lloré, viví situaciones difíciles y me enfrenté a la discriminación laboral. No es fácil olvidar la sensación de quedarme dormido después de horas de llorar.
Aun así, me llené de valor y renuncié a mi trabajo. Esta etapa había llegado a su fin. En Argentina había conocido personas de diferentes nacionalidades quienes al ritmo de guitarras y copas de vino me enseñaron que lo importante es ser quien uno es y que la orientación sexual está en un segundo plano.
Me devolví a Colombia.
Era otro. Era como si en esa etapa en Argentina me hubieran inyectado una dosis de orgullo. Quería informarme, saber cómo reaccionar frente a cualquier caso de discriminación y orientar a quienes tuvieran dudas.
Pero primero lo primero. Era hora de entrar a la universidad. Así, me convertí en un primíparo que llevaba un poco de base en la cara y pestañas encrespadas. Era otro, muy distinto a quien sentía que debía ser durante mi etapa escolar.
Semanas después, no olvidaré la pregunta que hacía tanto tiempo esperaba. Era clase de matemáticas 1, salón 103. Un par de chicos me llamaron a un lado y, con tono jocoso, me dijeron: “parce, ¿usted es gay?“.
Sí, soy gay
Nunca estuve tan seguro de responder afirmativamente una pregunta y de sostener la mirada cuando lo hacía. Quería decirles que yo también amo, sueño y lloro, que soy tan humano como cualquier otro.
Hoy estoy en tercer semestre y lo que puedo decirles a quienes van a ingresar a una universidad es que no les oculten a los demás quiénes son. Seamos sinceros desde el comienzo. No sirve de nada tener una vida doble, negándonos a nosotros mismos la oportunidad de disfrutar nuestra propia vida.
Gracias a mi sinceridad y a mi manera de ser hoy cuento con un grupo de amigos increíbles en la universidad. Hago chistes y estoy abierto a responder las dudas que tengan para ayudarles a dejar atrás cualquier signo de homofobia.
En ocasiones pienso en dos cosas: la primera, qué hubiera pasado si a la pregunta de esos dos compañeros hubiera dicho “no soy gay”. Seguramente, una vez más estaría rodeado de personas que tendrían una idea falsa de mí. Afortunadamente toda la gente con la que hoy me hablo sabe que soy gay. Y me respetan y me defienden.
La segunda es: qué pasaría si después de haber dicho, como en efecto pasó, “sí soy gay” me hubiera sentido discriminado. Este es, de hecho, el punto al que quería llegar.
Si usted siente que este podría ser su caso, créame por experiencia propia que una vez usted reconoce abiertamente quién es, se liberará de personas que no le aportarán a su vida y que poco importa no tenerlas cerca. Las que valen la pena se quedarán ahí.
Por otro lado, no olviden que en las universidades uno cambia de manera permanente de clases y de compañeros y siempre se encuentran personas de mente abierta, que nos están esperando.
Por último, en la mayoría de universidades hay grupos de estudiantes dispuestos a prestarnos apoyo en temas relacionados con nuestra sexualidad.
Y si en la universidad donde usted estudia no hay iniciativas así, busque a otros estudiantes homosexuales que se sientan tranquilos de ser quienes son, propóngales, empodérense de la bandera LGBT y siembren allá las semillas del activismo.
Hoy son cada vez más las personas con las que hablo abiertamente de mi orientación sexual. Y para quienes se preguntan qué pasó con mis amigos del colegio, les cuento que tiempo después tuve un “cuento” con uno de ellos, tema de una próxima columna. Hasta entonces.
ACERCA DEL AUTOR
Giovanny Steven Suelto; Estudiante de Administración Pública en la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP), Bogotá.