Nueva York, capital americana de la soledad
Argemino Barro — Nueva York
“Soy el hombre solitario de Dios”, decía Robert de Niro en 'Taxi Driver', mientras se deslizaba hacia un agujero de insomnio crónico, paranoia, y, al final, una explosión de violencia. La bruma nocturna envolvía su taxi y Nueva York encarnaba, una vez más, como en las pinturas de Edward Hopper, o en las fotos de Vivian Maier, una postal icónica de la soledad urbana. El lado estético de algo muy real. Una “epidemia creciente” que ha disparado la curiosidad científica y movilizado a los terapeutas de la Gran Manzana.
“Es una ciudad dominada por la ambición profesional”, dice Kerrie Mohr, trabajadora social y terapeuta, en su consulta del distrito financiero. “La gente se muda aquí para conseguir sus objetivos profesionales. Cuando priorizas tu carrera, lo que estás haciendo es no priorizar el estar con la familia, o los amigos, ese tipo de apoyo orgánico. Por lo que veo en mi trabajo, en Nueva York mucha gente está aislada de diferentes maneras porque no tiene esas conexiones. Y las conexiones aquí requieren un mayor esfuerzo”.
Mohr se refiere a que la vida social en Nueva York es como un trabajo: los horarios son duros, la ciudad grande, el tiempo limitado, y quedar con alguien implica organizar con días de antelación un plan específico y bueno. Este mundo laboral aparte usa su propia jerga. “Quality time”, o tiempo de calidad, es la presión de hacer siempre algo significativo, memorable, diferente. El FOMO (“fear of missing out”: el miedo a perderse algo) es la asistencia compulsiva a estrenos, conciertos, bares nuevos, por miedo a no estar al tanto de las novedades. Un estado mental que impide cultivar relaciones sólidas.
Para hacer y mantener amigos, dice Mohr, “hay que trabajar con intención. No hay esa facilidad automática de alguien que se presenta en la puerta de tu casa, como ocurre en los pueblos”. Es el precio del dinamismo de una ciudad superpoblada, disparada económicamente y con niveles de empleo récord. Una ciudad donde más de la mitad de los residentes viven solos, casi el doble que la media estadounidense del 27% y un récord nacional. En algunos barrios de Manhattan unas siete de cada diez personas viven por su cuenta.
El resultado es que la soledad enseña a menudo su horrible pezuña. En el forastero que acaba de llegar y se agarra a cualquier plan con avidez desesperada. En la dificultad que experimentan las mujeres profesionales, estadísticamente, en encontrar pareja estable. En los hombres mal afeitados que pasan los días leyendo pilas de revistas en las bibliotecas públicas.
Un problema de salud
El pasado otoño Kerrie Mohr se unió a Sidewalk Talk, “charla de acera”, una iniciativa sin ánimo de lucro que desde 2014 intenta concienciar sobre el exceso de soledad y educar a los ciudadanos en cómo mantenerla a raya. De vez en cuando Mohr y media docena de voluntarios se establecen en un lugar concurrido, como Central Park, o la estación de Columbus Circle, y se ofrecen a escuchar los problemas de los peatones que necesiten hablar.
Sidewalk Talk fue fundado por varias terapeutas de San Francisco, entre ellas su actual directora, Traci Ruble. La especialista en terapia de pareja explica que tuvo la idea después de la matanza de Sandy Hook, la escuela primaria de Connecticut donde un joven mató a 20 niños de entre seis y siete años y a seis trabajadores del centro. “No quería hacer más análisis. Así que me senté en una acera y empecé a escuchar a la gente”, dice por teléfono.
A día de hoy su proyecto, financiado con pequeñas donaciones, cuenta con alrededor de 1.200 voluntarios en 40 ciudades de doce países. “Una de las razones por las que hemos tenido tanto éxito es que no preguntamos por la información personal. A la gente le encanta”. El peatón que quiera se detiene, habla durante un tiempo indeterminado, y se va sin más. Los voluntarios reciben previamente unas pautas sobre cómo escuchar, sin opinar ni dar consejos. Según Ruble, que ha practicado esta actividad en diferentes lugares y contextos socioeconómicos, se acercan todo tipo de perfiles.
“El animal humano está programado para vivir en grupo”, continúa. “El sentido de pertenencia no sólo tiene un impacto psicológico, sino físico. La soledad hace más daño que la obesidad, el alcoholismo, la adicción al tabaco o la falta de ejercicio”.
Un estudio conjunto de la Universidad de Carolina del Norte y la de Bringham Young, en Utah, demostró que las personas solitarias tienen el doble de posibilidades de morir prematuramente. Otra investigación estimó que los individuos aislados padecen un 29% más de enfermedades cardíacas y un 32% más de apoplejía, además de muchas otras dolencias. “Personas con menos conexiones sociales tienen trastornos de sueño, sistemas inmunitarios alterados, más inflamación y niveles más altos de hormonas del estrés”, escribió el doctor Dhruv Khullar en The New York Times.
Programados para vivir en grupo
La soledad simplemente no es natural para la mayoría de las personas, como explica el director del Centro de Neurociencia Cognitiva y Social de la Universidad de Chicago, John Cacioppo: “Hemos sobrevivido como especie no porque seamos rápidos o fuertes o tengamos armas naturales en la punta de los dedos, sino por la protección social”, declaró a The Atlantic. “Nuestra fuerza es nuestra habilidad para comunicarnos y trabajar juntos”.
Su teoría ha sido reforzada por un hallazgo reciente. Según científicos de la universidad MIT, una parte del cerebro humano, el núcleo dorsal del rafe, contiene unas neuronas que reaccionan a la soledad y nos hacen buscar instintivamente la protección del grupo. Un mecanismo evolutivo que nos fuerza a ser gregarios para aumentar nuestras posibilidades de sobrevivir.
Las redes sociales también juegan su papel. Ese muro de atardeceres, piernas estiradas en la arena, honores y momentos inolvidables pueden ser un aguijón más en la carne del solitario. La depresión o la muerte prematura están al final del túnel en los casos extremos, como les ocurre a muchas personas ancianas en Nueva York, donde la mitad de los mayores de 85 viven solos y son más vulnerables, si se sienten aislados, al declive cognitivo. Pero las primeras fases tienen un sabor familiar para muchas personas.
“Con el tiempo, la soledad se convierte en inseguridad”, dice Kerrie Mohr. “La persona se encierra en sí misma, no quiere arriesgarse a ser rechazada. Y siente negativamente interacciones neutrales. Se siente mal, tiene ansiedad, y su tendencia es a aislarse aún más y a no a hacer el esfuerzo de llamar a un amigo o de invitar a un colega a tomar algo después del trabajo. No quiero que la gente se deje llevar por su miedo a ser rechazada y no haga cosas”.
Sidewalk Talk es una entre muchas iniciativas para combatir la soledad, algunas del ayuntamiento, otras de voluntarios. YouCaring se centra en acercar la música a los mayores neoyorquinos; Little Brothers, Dorot y Visiting Neighbors les organizan visitas de gente joven con la que conversar. “Siempre digo que no hay suficientes terapeutas en el mundo para arreglar lo que está roto dentro de nosotros”, dice Ruble. “Tenemos que implicarnos todos”.
ARGEMINO BARRO — NUEVA YORK