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General: La ofensiva revolucionaria al trabajo privado comenzó en 1959
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 15/03/2018 17:29
LA GRAN ESTAFA COMENZÓ 1959
Hace cinco décadas, cuando Fidel Castro lanzó su Ofensiva Revolucionaria contra bodegas, carpinterías, bares y puestos de fritas. Antes que Fidel hablara el 13 de marzo de 1968, el periódico Granma y la revista Bohemia iniciaron una campaña contra los pequeños negocios, particularmente contra los bares.

                                                                                                                                       '             Entrada a La Habana del Caudillo Castro'
 Ofensiva ‘revolucionaria’ al trabajo privado comenzó en 1959     
       Por Iván García, desde La Habana - Martí Noticias
El 15 de marzo de 1968, dos días después que el autócrata Fidel Castro confiscara definitivamente las últimas 55.636 microempresas que todavía funcionaban en Cuba, Eusebio, 85 años, recuerda que caminaba junto a su padre y dos ayudantes de carpintería al negocio familiar en la barriada habanera de Santos Suárez.
 
“Dos cuadras antes de llegar a la carpintería, unos vecinos nos dijeron que la policía y los interventores habían armado tremendo aguaje. Como si fuera el negocio de un traficante de drogas, con una cizalla rompieron el candado, y cuando yo llegaba, ya estaban acomodando las herramientas de trabajo y la madera para cargarlas en un camión. Todo fue rápido. Firmé unos documentos que autorizaban el traspaso del local al Estado y regresé a la casa. Lo único que nos dejaron fue los encargos que aun no habíamos entregados”, afirma Eusebio y añade:
 
“Los interventores nos propusieron que seguiríamos trabajando en la carpintería. A mi padre aquello le pareció una propuesta de un cinismo increíble. Te quitan el negocio y después te quieren contratar como asalariado. El viejo se enfermó. Era el negocio familiar de toda la vida. Cualquier trabajo de carpintería de la zona lo hacíamos nosotros. A los diez años del despojo, en 1978, mi padre falleció”.
 
Bárbaro, un anciano que espera la muerte en un andrajoso asilo estatal de La Víbora, sentado en un sillón descolorido rememora su etapa de bar Jacksonville, situado en la esquina de Luz Caballero y Milagros, Santos Suárez.
 
“Aparte del bar, había una fonda que cocinaba la mejor ropa vieja de La Habana. El dueño, que hace tiempo se fue para Estados Unidos, tenía tres trabajadores. Dos cocinaban, uno repartía la cantina a las casas y yo era el barman. Santos Suárez era una zona agradable de la capital. Vivían personas de clase media y también había pobres, pero todos muy educados. En la mañana los jubilados solían ir a tomarse unos tragos. En la tarde la gente que llegaba del trabajo. Los fines de semana aquello se convertía en una peña donde hablábamos de política, negocios y deportes. Mientras, en una victrola se escuchaban”, cuenta Bárbaro, cerrando los ojos, como queriendo atrapar sus recuerdos.
 
Antes que Fidel hablara el 13 de marzo de 1968, el periódico Granma y la revista Bohemia iniciaron una campaña contra los pequeños negocios, particularmente contra los bares.
 
"Nos acusaban de ser nidos de borrachos, marihuaneros e individuos que no apoyaba la revolución. Ese discurso lo escuché en un radio que tenía en la barra. Fue larguísimo y anunció el cierre de todos los negocios privados, incluyendo los puestos de fritas. Dijo que los dueños de bares ganaban gran cantidad de dinero. No era cierto. Dejaba lo suficiente para vivir con desahogo. Esos negocitos eran familiares. El dueño era como mi segundo padre. Además de mí, allí trabajaron mi padre y un tío. Yo ganaba 300 pesos al mes, una fortuna entonces, además de las propinas. Después que intervinieran el bar, comencé a trabajar en un bar del Estado en la calle Heredia, donde para buscarte cuatro pesos tenías que echarle agua al ron y joder al cliente”, explica Bárbaro.
 
Guillermo, economista, considera que la empresa privada es la antítesis del marxismo. "En todas las sociedades comunistas de Europa, China y Vietnam, antes de iniciar su modelo de economía de mercado, se nacionalizaron las grandes empresas extranjeras y locales y los pequeños negocios. Pero los que llevaron las confiscaciones hasta el extremo de decomisar micro empresas fueron la antigua URSS y Cuba. Otras naciones de Europa del Este no llegaron a tanto. Desde luego que fue contraproducente. El Estado no pudo suplir al trabajador privado en gastronomía y servicios. Era un disparate mayúsculo suponer que el gobierno podía administrar con calidad una zapatería”.
 
Pero los gobiernos comunistas son el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Hagamos historia. La estocada mortal a los pequeños negocios privados fue el 13 de marzo de 1968. Pero la cruzada contra la libre empresa comenzó en enero de 1959. En octubre de 1960, el régimen estatizó prácticamente todas las industrias nacionales que tuvieran más de 25 trabajadores. Con las dos leyes de reforma agraria (1959 y 1963), en el Estado se concentró un volumen de tierra superior al de los grandes latifundios.
 
En la Cuba antes de los Castro, predominaron las microempresas de uno hasta 10 empleados, las pequeñas (de 10 a 49) y las medianas de 50 a 250. De 2.300 establecimientos industriales, la mitad eran microempresas, lo que demuestra su extensión. Aunque en la década de 1950 las compañías transnacionales llegaron a representar un tercio del total de inversiones realizadas, las microempresas constituían el 45% del tejido empresarial y se estima que los pequeños negocios constituían un 35.7%.
 
La mayoría de estos negocios eran regentados por personas honestas, visionarias y con espíritu empresarial. Pagaban sus impuestos y competían por ganarse, a base de calidad en sus ofertas, una cuota de mercado.
 
Por cada empresario corrupto, como el dictador Fulgencio Batista, que era propietario de nueve centrales azucareros, dos refinerías y otros negocios, además de cobrar una jugosa gabela de la mafia estadounidense enclavada en La Habana a través de Meyer Lansky, existían cientos de empresas virtuosas.
 
El pretexto de Fidel Castro para iniciar sus campañas interventoras era crucificar a los dueños de grandes, medianas y pequeños negocios como delincuentes de cuello blanco y codiciosos capitalistas que extorsionaban al pueblo.
 
La ineficacia del improductivo sistema socialista ha dejado en evidencia la pésima estrategia castrista. Las estadísticas actuales de producción de centrales, fábricas e industrias estatales son inferiores a la etapa en qué éstas eran privadas.
 
La propia autocracia, casi 60 años después, implora por una mayor inversión extranjera para poder catapultar la raquítica economía cubana. Existe una realidad contundente: hoy en día el Estado es un monopolio administrado por una junta militar con procedimientos del peor capitalismo africano.
 
Al igual que hace cinco décadas, cuando Fidel Castro lanzó su Ofensiva Revolucionaria contra bodegas, carpinterías, bares y puestos de fritas, entre otros, en la actualidad el régimen afila la cuchilla fiscal y aceita su maquinaria jurídica para impedir que los ‘cuentapropistas’ acumulen riquezas.
 
Es una estrategia de contención que la dictadura aplica cíclicamente. Da igual que sea en octubre de 1960, marzo de 1968 o abril de 2018. En el gen del comunismo, un negocio privado siempre será un enemigo. Ni más ni menos.
 
    ACERCA DEL AUTOR
Iván García - Nació en La Habana, el 15 de agosto de 1965. En 1995 se inicia como periodista independiente en la agencia Cuba Press. Ha sido colaborador de Encuentro en la Red, la Revista Hispano Cubana y la web de la Sociedad Interamericana de Prensa. A partir del 28 de enero de 2009 empezó a escribir en Desde La Habana, su primer blog. Desde octubre de 2009 es colaborador del periódico El Mundo/América y desde febrero de 2011 también publica en Diario de Cuba.

 


Artículo tomado del diario digital  Martí Noticias


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 15/03/2018 18:41
Irónicamente, medio siglo después, el régimen ha tenido que regresar, para no derrumbarse, a formas de gestión capitalista.  La Ofensiva Revolucionaria continúa vigente en el estancamiento de la mayoría de los negocios y la desaparición de muchos otros a causa del encarecimiento de las materias primas y los elevados impuestos. A ello habría que sumar la capacidad del régimen para reelaborar sus métodos de coerción.

Cuba: la Ofensiva Revolucionaria persiste
           Por  Ana León | Cubanet
En la calles de La Habana muy pocas personas recuerdan o han escuchado hablar de la Ofensiva Revolucionaria, declarada por Fidel Castro durante un discurso pronunciado el 13 de marzo de 1968. Aquel proceso nefasto que perseguía radicalizar al extremo la revolución cubana, pasó de la nacionalización de los latifundios a una arremetida contra los pequeños negocios y sus propietarios, definidos por Fidel como “…holgazanes, en perfectas condiciones físicas, que montan un timbiriche, un negocito cualquiera, para ganar 50 pesos todos los días, violando la ley, violando la higiene, violándolo todo”.
 
En su arenga terrible, concebida para exacerbar al límite el odio hacia las formas de gestión de la pequeña burguesía, Fidel se hizo eco de una “investigación” realizada por militantes del Partido Comunista con el apoyo de los vigilantes de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), en una muestra de 6452 negocios que operaban en la capital. De estos, 955 eran bares, establecimientos que devinieron objetivo central de la campaña de expropiación.
 
Preparados de antemano, los militantes-investigadores detectaron en la mayoría de estos negocios algún tipo de irregularidad; entiéndase permisos mal habidos, falta de higiene y tendencias apátridas, comprobadas estas últimas en las 499 solicitudes de permiso de salida del país, consignadas por algunos propietarios de dichos locales.
 
A juzgar por las conclusiones que divulgó Fidel Castro, los dueños de pequeños negocios habían adquirido, espontáneamente, la condición de ladrones, contrarrevolucionarios y traidores a la patria; seres indignos de compartir la nación con los verdaderos revolucionarios “…que iban en camiones a recoger tomates al cinturón de La Habana”.
 
Aquel discurso fue el golpe de gracia al sector privado cubano, y no solo los odiados bares fueron clausurados para sepultar todo vestigio de alegría, porque tal sentimiento era propio de gente débil, con rezagos pseudoburgueses. También fueron intervenidas farmacias, barberías, panaderías, lavanderías, carnicerías, talleres de mecánica automotriz e incontables establecimientos que familias de clase media habían hecho florecer con trabajo duro.
 
Aún hoy se aprecia el lento desmoronamiento de inmuebles que albergaron negocios prósperos durante el período republicano. Un total de 55 636 microempresas fueron expropiadas, como colofón a una cruzada delirante que llevó el fanatismo, el abandono y la ineficiencia a cada rincón de la Isla. Cincuenta años después de aquella ola de confiscaciones que dejó el poder en manos de la familia Castro, Cuba es un país destruido y su economía la peor de América Latina.
 
Irónicamente, esa revolución radical que nació enferma de odio, ha tenido que regresar, para no derrumbarse, a formas de gestión capitalista que a estas alturas podrían considerarse rudimentarias.
 
A contracorriente, con mil penurias y bajo abusivas exigencias fiscales, pequeños negocios —y otros no tanto—, se (sub) desarrollan por todo el país. Esos “timbiriches” otrora acusados de promover la contrarrevolución, se han convertido en fuente de subsistencia para familias y generadora de empleos para las decenas de miles de cubanos que fueron declarados como personal prescindible durante el proceso eufemísticamente denominado “de perfeccionamiento empresarial”.
 
A su conveniencia, el Gobierno permitió la apertura de microempresas —entre ellas un número considerable de bares— para evitar un posible estallido popular, provocado por el súbito crecimiento del desempleo y el descontento de la ciudadanía, que no ha dejado de agudizarse en las últimas tres décadas.
 
Pero a diferencia de aquellos establecimientos que florecían antes de 1959, los timbiriches aportan más preocupación que beneficios a sus propietarios; los cuales deben pagar impuestos excesivos a una cúpula que, sin previa consulta popular, suspende la concesión de licencias y eleva las contribuciones fiscales.
 
Del mismo modo que el trabajo por cuenta propia se perfila como un medio de supervivencia para muchos cubanos, otros lo utilizan para cubrir actividades ilegales en un contexto donde la corrupción, los sobornos y el contrabando de absolutamente cualquier cosa marcan pauta en la vida diaria de los insulares.
 
Los supuestos males que denunció Fidel como inherentes a estos pequeños negocios, hoy se han multiplicado. Si en la actualidad se realizara una investigación similar a la que “justificó” la Ofensiva, aplicando idénticos parámetros, probablemente no quedaría un local en pie. Insalubridad, irregularidad en las licencias, lavado de dinero, bienes de dudosa procedencia y, sobre todo, “apátridas”, saldrían a la luz.
 
Por otro lado, la implementación de esta plataforma económica no garantiza la autonomía social de que gozaban los pequeños propietarios antes de 1959. En un país donde el derecho a la riqueza fue repartido hace medio siglo y con carácter perpetuo, varios dueños de microempresas consideran su propia gestión como una alternativa preferible —por muy poco margen— a los magros salarios que paga el Estado.
 
La Ofensiva Revolucionaria continúa vigente en el estancamiento de la mayoría de los negocios y la desaparición de muchos otros a causa del encarecimiento de las materias primas y los elevados impuestos. A ello habría que sumar la capacidad del régimen para reelaborar sus métodos de coerción.
 
En otros tiempos la corrupción estaba ligada a la abundancia de bienes de consumo. En la Cuba de hoy, la corrupción forma parte del juego macabro que el propio gobierno ha diseñado para garantizarse la obediencia de sus ciudadanos.
 
La mejor manera de controlar ha sido permitir, asegurando que todo emprendedor entienda que el día que se atreva a cruzar la línea, ese inspector flexible y campechano que cada mes toca a su puerta, será reemplazado por un agente de la Seguridad del Estado.
 
          Fuente: Cubanet
           Noticias de Cuba – Prensa Independiente desde 1994

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 15/03/2018 19:00



 
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