LOS GAYS TAMBIÉN “SE PREPARAN PARA LA DEFENZA”
En un país signado por la homofobia oficial, el Jiu Jitsu podría ser la salvación de algunos. Así lo asegura “Esteban”, un exmilitar que fue excluido de las filas castrenses por ser homosexual y que luego de graduarse de médico, decidió recibir clases de defensa personal junto a su novio para sentirse menos expuesto a los constantes ataques y humillaciones de los que son víctimas en la Isla.
Esteban nació en un país en el que, desde hace casi sesenta años, se habla demasiado de la defensa y de un enemigo poderoso y arrogante. Por eso aparecieron con frecuencia en su imaginario las batallas, y soñó convertirse en un militar de alta graduación, estar al frente de un ejército. Sobre el suelo de su casa fue estratega y enfrentó con destreza a “soldaditos” de tropas contrarias. Quizá fuera ese el primero de sus ejercicios tácticos, su habilidad inicial.
Alguna vez comenzó a vivir su sueño en la realidad; cuando matriculó en una escuela militar que estrenara la “revolución” y creara Raúl Castro, a las que dio el nombre de “Camilitos”. Esteban se creyó en la gloria el día que vistió el uniforme verde olivo para servir a la patria en su defensa.
Esteban estrenó el nuevo milenio vestido de verde, y fue feliz hasta el día en el que lo descubrieron “recibiendo ofrenda de varón”, esa noche en la que se dejó amar por otro joven…, y eso bastó. Esteban fue amonestado, humillado y expulsado de los “Camilitos”. “¿Cómo crees que te vamos a perdonar esa degeneración?”, así recuerda que le preguntaron.
Este hombre no olvida esos días en los que no sabía de Alejandro Magno ni de sus amantes Bagoas y Hefestión; mucho menos de la admiración que le dedicara Fidel Castro al héroe homosexual. Esteban no entiende las discordancias del discurso oficial. Ya pasaron algunos años desde su expulsión, pero no olvida los primeros sueños, ni al ejército que dirigió Alejandro, el ídolo al que todavía dedica reverencias, y me cuenta que le habría gustado llamarse como el macedonio, que sería “su única coincidencia” con Fidel Castro.
Este hombre que ahora es médico soñó con ser militar: “Ahora no mato, ahora curo, y sigo siendo homosexual”, y se prepara para la defensa, pero no la de la patria. Ahora está más interesado en su vida, y culpa al Gobierno de que, después de asistir a tantos enfermos, tenga que ocuparse de su supervivencia.
Resulta que una noche, hace seis meses, cuando acompañaba al novio hasta su casa fueron asaltados, golpeados, y hasta despojados de sus ropas por unos delincuentes. Esteban intentó defenderse, y también al novio, pero los otros eran mayoría y consiguieron neutralizarlos, dejarlos desnudos y golpeados. “Gocen ahora que están encueros, “maricones”, gritaron los ladrones cuando se marchaban…
Y peor fue lo que vino después, cuando intentaron llegar en calzoncillos a la casa del novio. Dice que no olvidará el desamparo, tan grande como el de aquel día que lo expulsaron de los “Camilitos”. Esa noche terminaron en una unidad donde los policías los humillaron más que los agresores. Por eso decidieron prepararse para la defensa, la de ellos. Ahora se entrenan en el arte del Jiu Jitsu, aunque en los entrenamientos también deben esconder sus orientaciones sexuales.
Aunque ya muestren sus destrezas, aunque sean voluntariosos y paguen por sus clases, serían expulsados si les descubren alguna “pluma”. Según cuentan, ni siquiera llegaron juntos a la hora de hacer sus matrículas. “Cada uno por su lado”, dice el novio de Estaban, un bailarín de veintidós años. Ambos estuvieron dispuestos a mentir, al menos por un tiempo, hasta que aprendan a disipar los impulsos de esos agresores que abundan en La Habana.
Ambos tienen claro que las Fuerzas Armadas, las mismas que expulsaron a Esteban de los “Camilitos”, propician la enseñanza de esas prácticas aunque el INDER ponga la cara. Ambos reconocen el empeño del Ejército en dotar a sus Tropas especiales del conocimiento y la práctica de esas artes defensivas, y reconocen que ellas “no son para blandengues homosexuales”. Ellos mienten para aprender a defenderse, porque conocen de la homofobia cubana, esa que llegó a los extremos tras el “triunfo del 59”.
Ambos conocen de odios y parametraciones, y saben que cualquier cambio en el discurso es puro cosmético, incluso ahora que los homosexuales pueden cumplir con el servicio militar, y que fueron solo las críticas, las circunstancias, quienes los llevaron a tal coqueteo”.
“No creo que les importen las muertes de dos maricones”, asegura Esteban, quien no se llama así, pero cambié su nombre para no echarle a perder sus prácticas de Jiu Jitsu; mucho menos ahora que crecieron las habilidades que les permiten neutralizar al agresor. “El Jiu Jitsu es nuestro camino, es armonía y conservación, la supervivencia de nuestro amor”.
Ellos preferirían una vida tranquila y sin sobresaltos, sin tener que pensar en defenderse, y los alienta el hecho de que escogieron un estilo que pretende, más que todo, absorber la energía de sus agresores y fluir con ella, para defenderse luego. Ellos no buscan el sometimiento, ellos buscan la salvación, esa que la policía no está interesada en ofrecerles.
Esteban asegura que ya no cree en esa “revolución” a la que quiso servir. “No si esa revolución no cree en nosotros”, así dice el bailarín, a quien el novio contagió con su deseo de recordar la historia. Entonces menciona a Marquitos y los sucesos de Humboldt 7, asegura que la homosexualidad de Marcos fue su mayor culpa. “Les resultó fácil a los comunistas encontrar al culpable de esas muertes, no había mejor opción que un homosexual”.
Este joven bailarín que se mueve como gacela recuerda una de nuestras más oscuras historias para explicar que en Cuba la defensa de un amor homosexual, de su amor, es su responsabilidad, y que para el Gobierno en nada se diferencian él y su novio de un “homosexual traidor”; que él y su novio, como Marquitos, son “carne de traición en el seno de nuestra juventud”, como dijera Faure Chomón reclamando para los homosexuales el desprecio.
Y es por eso que son tantos los gais que ahora se preparan para enfrentar a un enemigo que está en cualquier sitio, presto a robarles, a vejarlos, e incluso a quitarles la vida. Y para que no me queden dudas, Esteban, el médico, con las manos relajadas, me pide que levante el brazo, que intente agredirlo, pero no lo consigo, él responde a mis amagos de patadas, al puño que intenta alcanzarlo en la cara.
No me quedan muchas dudas de que consiguieron la energía de mi “posible golpe”, que conseguirán atrapar la patada de otros con sus bloqueos, que si es preciso provocaran una luxación o una fractura para defender sus integridades, esa que no está dispuesta a ofrecerles la policía. De esta, y de otras maneras, se defienden los jóvenes homosexuales cubanos, y de ello me gustaría seguir contando.