Raúl Castro se replegó este jueves al Partido Comunista, columna vertebral de la nación, desde donde observará los pasos de su sucesor y podrá liquidarlo si se sale del guión.
Raúl Castro delega pero no entrega el poder en Cuba
CARLOS ALBERTO MONTANER - ABC En Cuba no hay presidente de la República. Formalmente, es un sistema parlamentario. En realidad, es una dictadura de partido único, hasta ahora dirigida con mano de hierro por los Castro. Díaz-Canel no tiene una palanca en que apoyar su autoridad, salvo la vigilante confianza que le quiera otorgar Raúl Castro, un anciano de 86 años al que secretamente le desea la muerte para poder gobernar. Toda la estructura de poder está en manos de los raulistas y él lo sabe.
Este jueves Raúl se replegó al Partido Comunista de Cuba, columna vertebral y única de la nación de acuerdo con el artículo quinto de la Constitución. Desde ahí observará cuidadosamente la actuación de su sucesor para liquidarlo de un zarpazo si se sale del guión. Es muy incómodo trabajar con los ojos del verdadero jefe instalados en el cogote.
No obstante, el Partido Comunista jamás ha tomado ninguna decisión importante. Es sólo una correa de transmisión de las órdenes y caprichos de los Castro. Como los tres monos de la fábula china: no ha visto, no ha oído, no ha opinado. Peor aún. Hay un cuarto mono: ni siquiera ha sabido.
Raúl también controla el Parlamento (Asamblea Nacional del Poder Popular) por medio de Esteban Lazo, su presidente. Mariela, su propia hija, es uno de los 605 asambleístas, conocidos en Cuba como «los niños cantores de La Habana» por su asombroso afinamiento. Nunca se les ha escuchado una nota discordante. De ellos, 31 integran el Consejo de Estado, supuestamente el sanedrín que ha nombrado a Díaz-Canel y que lo puede despedir fácilmente.
Sin embargo, la autoridad real del país está en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Ministerio del Interior (Minint), fagocitado por Raúl en 1989 por temor a una conspiración. Las FAR y el Minint han sido sembrados de raulistas. Raúl Castro fue ministro de Defensa de 1959 al 2006, cuando su hermano enfermó gravemente y él lo sustituyó.
Raúl ha formado y deformado los cuerpos armados. Ha nombrado a todos los oficiales con mando y los ha llenado de privilegios. Incluso ha cuidado el destino económico de los amigos jubilados asignándoles puestos en el área dólar, que es la única habitable.
Como suele ocurrir con los jefes, aunque todos digan amarlo, hay muchos que lo odian. Por eso existe una fotografía de Raúl dando una charla en un cuartel mientras lleva un chaleco blindado bajo la camisa. Siempre ha sido una persona desconfiada y cautelosa.
Raúl espera la cuadratura del círculo de su sucesor. Quiere que mantenga el sistema y arregle o alivie los problemas de la sociedad cubana. Eso es imposible. La miseria, la improductividad, la decadencia y la desesperanza de los cubanos se deben, precisamente, al sistema. No se puede arreglar nada si no se cancela ese manicomio.
Ansia de libertad Los cubanos quieren libertad para elegir el cine, los libros, las ideologías o los políticos que les satisfagan. Incluso, quieren ser libres para ser apolíticos y no tener que repetir las chácharas revolucionarias impuestas por unos tipos dogmáticos. Fue lo que precisó el escritor Reinaldo Arenas cuando logró escapar de Cuba y le preguntaron lo mejor de estar exiliado: «Estrenar mi propia cara», dijo con cierta melancolía.
Los cubanos desean estrenar sus verdaderas caras. Poder emprender actividades que les reporten beneficios para vivir mejor, para comer lo que les apetezca y no lo que deciden los comisarios, para viajar y ver mundo. Cuba es el único país del planeta en que los médicos, profesores, ingenieros, cualquier profesional, no viven al menos como clase media, salvo que formen parte del cogollo del poder.
Hoy, a medias, en el terreno económico, algo pueden lograr quienes reciben remesas en dólares. Quienes alquilan habitaciones a extranjeros en casas remodeladas. Las muchachas que se prostituyen. Algunos trabajadores por cuenta propia que trasladan turistas en sus viejos coches y quienes han conseguido licencia para operar ciertos restaurantes familiares o paladares.
Es decir, quienes viven y trabajan en el área dólar, pero cuántas personas tienen ese privilegio: ¿el 5 o el 10% de una población de 11 millones? El peso cubano carece de poder adquisitivo y el 90% del país recibe su salario o sus pensiones en ese signo monetario. Raúl Castro no se atrevió a enfrentarse al problema, dejándole a Díaz-Canel la herencia envenenada de unificar las monedas.
¿Cómo se hace eso? Dejando flotar el peso cubano y liberalizando los precios, lo que crearía una terrible inflación y un caos económico que duraría entre 18 y 24 meses. En ese punto, presumiblemente, Raúl habrá muerto y súbitamente habrá desaparecido la única fuente de autoridad real y de lealtad personal. Entonces pudiera suceder cualquier cosa. Incluso, que Díaz-Canel estrene su verdadera cara.
ACERCA DEL AUTOR:
Carlos Alberto Montaner nació en La Habana, Cuba, en 1943. Ha sido profesor universitario en diversas instituciones de América Latina y Estados Unidos. Es escritor y uno de los periodistas más leídos del mundo hispánico. Varias decenas de diarios de América Latina, España y Estados Unidos recogen desde hace más de treinta años su columna semanal.La revista Poder calculó en seis millones los lectores que semanalmente se asoman a sus columnas y artículos