Mi perra ocupa un recuerdo eterno en mi corazón
Perder a tu perro puede ser más doloroso que perder a una persona
Por Frank T. McAndrew - Vice
Hace poco, mi mujer y yo sufrimos la experiencia más dura de nuestras vidas: la eutanasia de nuestra querida perra, Murphy. Recuerdo que nos miramos momentos antes de que exhalara su último aliento. En sus ojos vi reflejada una entrañable mezcla de confusión y tranquilidad al saber que los dos estábamos a su lado.
La gente que nunca ha tenido un perro y ve a sus amigos llorar la pérdida del suyo muchas veces lo ve como una exageración; a fin de cuentas, piensan, “es solo un perro”.
Sin embargo, quienes han querido a un perro saben perfectamente que nunca es “solo un perro”.
Muchas veces he hablado con amigos que me han confesado, con gran sentimiento de culpa, que han lamentado más la pérdida de su perro que la de algún amigo o pariente. Los estudios han demostrado que, para la mayoría, la pérdida de un perro es comparable, casi en todos los sentidos, a la de una persona querida. Lamentablemente, en nuestra cultura no abundan precisamente las expresiones de duelo por la muerte de un perro, lo que no ayuda a normalizar las muestras públicas de dolor por la pérdida de nuestros queridos seres peludos.
Quizá si la gente supiera lo intenso y fuerte que es el vínculo entre un perro y su dueño, comprendería mejor el dolor que se siente; esto ayudaría a los dueños a asimilar mejor la muerte de sus mascotas y a pasar página.
¿Qué tienen de especial los perros para que se generen unos lazos tan fuertes entre ellos y los humanos?
Para empezar, el perro lleva 10.000 años adaptando su forma de vida a la nuestra, y lo ha hecho muy bien: es el único animal que ha evolucionado específicamente para ser nuestro amigo y compañero. El antropólogo Brian Hare ha desarrollado la “hipótesis de la domesticación” para explicar cómo el perro evolucionó desde su ancestro, el lobo gris, hasta convertirse en un animal con capacidades sociales con el que interactuamos casi del mismo modo que lo hacemos con otros humanos.
Quizá una de las razones por las que las relaciones con los perros nos resultan incluso más satisfactorias que con humanos es que los perros nos ofrecen su afecto de forma incondicional, sin juzgarnos. Como dicen: “Ojalá me convirtiera en la persona que mi perro cree que soy”.
No se trata de algo fortuito. Durante generaciones, el perro ha evolucionado para prestar atención al ser humano, y las imágenes por resonancia magnética de su cerebro muestran que estos responden a los halagos de sus dueños con la misma intensidad que cuando se les da comida. De hecho, para algunos perros, los halagos son un incentivo mayor que la comida. Los perros son capaces de reconocer a las personas y de aprender a interpretar sus estados de ánimo simplemente a partir de sus expresiones faciales. Los estudios científicos también demuestran que los perros pueden entender las intenciones de los humanos, intentan ayudar a sus dueños e incluso evitan a las personas que no colaboran con sus dueños o que no los tratan bien.
Como cabría esperar, los humanos reaccionamos positivamente a estas muestras de afecto, ayuda y lealtad incondicionales. El simple hecho de mirar a un perro puede hacernos sonreír. Los dueños de perros muestran un mayor nivel de bienestar y felicidad, de media, que las personas que tienen gatos o que no tienen mascotas.
Un estudio reciente sobre el fenómeno de llamar a las personas por el nombre equivocada ya dejó entrever los fuertes lazos que unen a perros y humanos. En este estudio se reveló que muchas veces los miembros de una familia se equivocan y llaman por el nombre del perro a otras personas, lo que indica que el nombre del perro se extrae del mismo grupo cognitivo que el de los otros miembros humanos de la familia. Curiosamente, raras veces ocurre lo mismo con los nombres de gatos.
Por todo ello, no es de extrañar que una persona eche tanto de menos a su perro cuando fallece.
perdiendo al animal, sino a una fuente de amor incondicional, un compañero esencial que ofrece seguridad y tranquilidad e incluso un protegido al que se ha tutelado como a un niño.
La pérdida de un perro también podría alterar la rutina diaria de su dueño de forma más significativa que si se perdiera un amigo o familiar. Muchas veces, los dueños de perros organizan sus horarios en torno a las necesidades de sus mascotas. Esos cambios en la rutina y el estilo de vida a menudo son la principal fuente de estrés.
Según un estudio reciente, muchas personas que han perdido a su perro incluso llegan a confundir cosas ambiguas que oyen y ven con los ruidos que hacían sus mascotas fallecidas. Esto suele ocurrir sobre todo poco después de la muerte del perro en personas que estaban muy unidas a ellos.
Pese a la durísima experiencia que supone perder a un perro, los dueños se han acostumbrado tanto a la reconfortante e incondicional compañía de estos compañeros caninos que la mayoría de veces acaban adoptando a otro.
Yo también echo mucho de menos a mi perro, pero estoy seguro de que con el tiempo superaré su pérdida.
Traductor Mario Abad
ACERCA DEL AUTOR
Frank T. McAndrew es profesor de Psicología del Knox College. Este artículo se publicó originalmente en The Conversation. Aquí puedes leer el artículo original.