EL DERECHO DE NACER:
LA RADIONOVELA QUE CAUTIVÓ A TODOS LOS CUBANOS
El primero de abril de 1948, a través de CMQ Radio, salió al aire la radionovela El Derecho de Nacer, del escritor cubano Félix Benjamín Caignet. Setenta años después, varias generaciones de cubanos la recuerdan y hacen suya la presencia de la radionovela, como parte del diario hogareño, antes de ser sustituida por la telenovela.
Caignet devino el escritor de ficción mediática más famoso de Iberoamérica; rápidamente se generalizó su estilo tan peculiar de narrar. Por ello, no asombra que, cuando investigamos la historia de las telenovelas nacidas décadas después en nuestra área geográfica, reencontremos su argumento desde su primera década en Cuba y, poco después, en Puerto Rico.
Una trama, urdida de la resistente bondad de Mamá Dolores, la pertinaz intolerancia de Don Rafael del Junco y los amores contrariados de Isabel Cristina y Albertico Limonta, quedó atrapada en el éter y acompañó el chorro lacrimógeno, como algo novedoso.
La obra es un alegato a la vida, con una postura firme y humana, que arrasa con prejuicios sociales de la época y con la doble moral de las apariencias. Caignet no admite el aborto, aunque el hijo haya sido gestado fuera del matrimonio, y ello pulveriza los códigos éticos imperantes entonces.
Con 314 capítulos y un año completo en el aire, gozó de rápida acogida; su audiencia creció por día, el rating dejaba atrás, semana tras semana, el hasta entonces fabuloso puntaje que mantuvo durante los ocho años anteriores La novela del aire, que ostentaba el más alto porcentaje de radio audiencia entre las escuchadas en Cuba. Se le propuso por el Circuito CMQ escribir una radionovela para competir, a la misma hora: 8:30 p.m.
El derecho de nacer impuso récords de sintonía; de su éxito se hicieron eco las agencias internacionales de noticias, y trascendió el nombre de la novela por todo el mundo.
Las principales emisoras y cadenas radiales solicitaban, desde distintos países, los derechos de transmisión. Contó con la más amplia aceptación popular en cada país donde se difundió.
Caignet no tenía idea de que su nombre llegaría a trascender las fronteras cubanas y quizás tampoco que, con aquella radionovela, llorarían millones de personas en el mundo. Para algunos estudiosos, llorar se convertiría en un placer.
En una de sus últimas entrevistas, relató: “Aquella era una época en que no había cine, radio, televisión. Los niños apenas teníamos otro entretenimiento que jugar a las canicas, empinar papalotes, la quimbumbia y, de cuando en cuando, ver una función de circo.
“Aquellos cuenteros de mi infancia ejercieron en mí una influencia extraordinaria, fueron la fuente de donde surgieron mis primeros programas radiales. Lo primero que hice para la radio fue aquel programa de niños, en Santiago de Cuba, cuando se iniciaba ese medio. Durante muchos años, me rondaba una idea que pude concretar después que me trasladé a La Habana. Esa idea era la de escribir obras por capítulos o episodios para la radio, algo así como lo que se hacía, antiguamente, en los llamados folletines de periódicos y revistas; esto lo imaginaba pensando en la magia de la radio, para explotar todas las posibilidades de ese, entonces, medio nuevo. Por esa época, aquí se escuchaban adaptaciones de obras teatrales que interpretaban lo que se llamaba cuadros de comedias o de radioteatros, todos integrados por figuras provenientes del teatro.
“La radio sigue siendo insustituible, pese a la televisión. Yo quiero, prefiero, a la radio. La radio se mantendrá siempre porque es el espectáculo donde el creador, en una u otra especialidad, siempre en complicidad con el oyente, logra un clímax ideal.”
Más adelante, confiesa Félix B Caignet: “Tenía que escribir prosa comercial para vender jabones, cremas dentales, cigarrillos, pero lo que escribía lo hacía con sinceridad; aprovechaba el surco abonado que era la emoción popular para sembrar siempre un mensaje, una semilla de bien, de moral, de bondad, algo que estimulara la mejor convivencia de mis oyentes, de la humanidad. Que supieran quererse unos a otros, que si había malos en esas radionovelas era para que resaltara la bondad del bueno”.
A una interrogación sobre si era un autor de lágrimas infinitas respondió:
“No le diré que me achacaban como un defecto que en mis novelas había siempre mucha lágrima, yo lo hacía ex profeso, y lo seguiré haciendo, si recobro la vista y vuelvo a escribir. Mis personajes serán siempre gentes que lloren porque me di cuenta que mucha pobre gente que había nacido con el dolor y la miseria.”
Siete décadas se cumplen del relato de ficción de mayor circulación del pasado siglo, dentro y fuera de las Américas.