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General: Los cubanos; ¿estamos acorralados?
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 05/05/2018 15:51
 Los cubanos, ¿estamos acorralados?
  Verónica Vega – Havana Times
A raíz de la reciente “transición presidencial” en Cuba, por donde quiera que pasé y se tocó espontáneamente el tema, los comentarios eran de esta tónica:

“Esta gente lo arreglaron todo para seguir ahí, pero, ¿y nosotros? –decía un anciano en la cola del pollo–No va a mejorar nada. Ni subirán los salarios, ni bajarán los precios. El mundo entero se mueve y nosotros seguimos estáticos”.
 
El tono de su voz y la expresión de su rostro expresaban un profundo desaliento.
 
Otro asintió diciendo: “Seguir en la misma lucha, día tras día, corriendo, inventando cómo llenar el plato de comida”.
 
En la cola de Etecsa una joven musitó con sonrisa irónica: “¿El cambio? El de collar, ¿no? Porque es el mismo perro.”
 
“Esto va a seguir igualitico” –expresó un vecino– “Por eso ya yo resolví mi salida. De aquí hay que salir echando…”–añadió con gesto tajante.
 
Una amiga enfermera comentó con un suspiro: “Estamos cercados por todas partes. Los de aquí no van a arreglar nada, todo va seguir para peor. El de allá (Trump), cada vez cierra más. Tenemos un mar ahí, pero por gusto… Ahora sí estamos acorralados”.
 
Un familiar que la escuchaba, ratificaba, con un ademán de morbosa afirmación, cada palabra.
 
Tanta resignación revolvía algo en mi interior. Quise decirle, al menos, a mi amiga que el cambio está, latente y expedito, en cada uno de nosotros. Pero me detuvo saber que está muy enferma. Que conozco las bases de su estatismo: vivir en un medio básico, un apartamento asignado por el sector de Salud Pública, pagado con décadas de abnegado servicio, y de silencio.
 
Ese es un cerco peor que el impuesto por Trump, o por la reciente “transición”, que casi nadie cree sea hacia el progreso. La negociación tácita de la capacidad laboral, intelectual, más la capacidad de comprender, diferenciar lo que es y lo que no y, por supuesto, de expresarlo.
 
Pero, la capacidad de opinar y de actuar, ¿realmente nos la quitaron, o renunciamos a ejercerla?
 
Recuerdo que cuando el deceso de Fidel Castro y multitudes acudieron a firmar el libro de condolencias, oportunamente colocado en una entidad local, varios conocidos admitieron haberlo hecho coaccionados por su profesión, o por no perder su licencia de cuentapropistas o jóvenes porque estaban pasando el Servicio Militar y negarse en esa situación, era impensable. Una estudiante de preuniversitario comentó su desagrado por la forma en que fueron conducidos a través del Memorial José Martí, donde se celebraba el homenaje post mortem al líder:
 
“Me sentía como vaca que llevan al matadero. Los guardias nos decían de mala forma que apagáramos los celulares y que no podíamos reírnos”.
 
Otros simplemente firmaron por precaución. Evitar los problemas, “no señalarse” parece la decisión más sensata. Sin embargo, los problemas solo se aplazan. En algún punto del camino chocaremos con otros que comparten su esencia.
 
¿Cómo los cubanos han llegado a esta hipnosis, a esta convicción funesta de que solo podemos ser testigos pasivos del menoscabo de nuestra sociedad?
 
En parte por la dependencia estatal omnipresente, por la falta de opciones de prosperidad, de información, y por el tiempo que se emplea día tras día en mantener un estatus de mera sobrevivencia. En parte porque los intentos de cambiar algo se destrozaron contra la terquedad de los burócratas, contra la inoperancia del sistema, que no es causal. En parte porque hasta los más confiados descubren que las quejas se estancan, y los mecanismos represores dejan de ser sutiles y empiezan a ser muy perceptibles.
 
También porque incluso quienes se amparan en el discurso oficial van descubriendo el abismo entre las palabras y las opciones viables. Y los que siguen aferrados a su fidelidad a una utopía, (pensando que dejar de creer es traición), terminan atrapados en contradicciones insalvables, repitiendo respuestas incapaces de mutar con la dialéctica de las generaciones, de los acontecimientos, del mundo en marcha.
 
Por la soledad que implica protestar y asumir la carga de un Estado contra un puñado de individuos.
 
Pero si tan solo usamos la observación y la memoria, podemos darnos cuenta de que nada es estático, ni siquiera en un país que padece las consecuencias de una hermética, errada y obstinada administración; que enfrenta la inmadurez histórica, la banalidad del trópico, y la “maldita circunstancia del agua por todas partes”.
 
Hace dos décadas la tenencia de dólares era un delito. Los cuentapropistas tenían muchas menos oportunidades de invertir y desarrollarse. Apenas existía el periodismo independiente. La gente no se expresaba en la calle tan abiertamente. Las reuniones del CDR, las asambleas de rendición de cuentas eran masivas. Actualmente, el nivel de asistencia a esos eventos es un problema grave, la apatía no se disimula, los delegados no tienen cómo recuperar la confianza perdida. Las jóvenes generaciones no creen en la utopía socialista.
 
Ahora mismo, hay artistas organizando una bienal sin apoyo de ninguna institución estatal. Hay ambientalistas y protectores de animales uniéndose, diseñando estrategias para sanar nuestro entorno sin esperar (ni contar) con el auspicio de las entidades concebidas para esas funciones. Hay revistas alternativas que promueven proyectos culturales, empresariales, y circulan de forma independiente.
 
De haberle expresado todo eso a mi amiga, sé que me habría preguntado con sorna:
 
“Pero eso, ¿qué cambia?”
 
Porque para ella, como para la gran mayoría, cambiar implica aumento salarial relevante, pluralidad en la alimentación, engrosar el interior de su armario, disponibilidad para desplazarse confortablemente dentro de su ciudad, su país… Poder pagar un pasaporte, una visa, un pasaje al exterior y una estancia en un hotel nacional o extranjero con los ingresos de su profesión.
 
Ella, como la gran mayoría, no piensa en otras libertades como la de expresión, la de prensa, la de creación o asociación. No sabe, ni quiere saber que esas son las primeras que hay que defender, pues de ellas depende la posibilidad de poder exigir cualquier otra.
 
El resto de la conversación la formulé en mi mente y en este artículo. Me imaginé diciéndole:
 
“Actuar con libertad, aunque sea en esos proyectos que no cambian un país, cambia las vidas de esas personas. Uno puede sentirse acorralado, y todo puede parecer estático cuando no se hace nada por el cambio”.
 
    NOTA DE LA AUTORA
Creo que la verdad tiene poder y la palabra puede y debe ser extensión de la verdad. Creo que ese es también el papel del Arte, y de los medios de comunicación. Me considero una artista, pero ante nada, una buscadora y defensora de la Verdad como esencia, como lo que sustenta la existencia y la conciencia humana. Creo que Cuba puede y debe cambiar y que sitios como Havana Times contribuyen a ese necesario cambio, Verónica Vega.
 


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