SOS: EL MORRO DE LA HABANA CORRE PELIGRO
ERNESTO PÉREZ CHANGEs, por sobre todas las demás construcciones, el símbolo de la ciudad, y su icónica silueta ha sido integrada en centenares de marcas comerciales en todo el mundo, mucho más que el Capitolio o el Castillo de la Real Fuerza con su Giraldilla, otras dos edificaciones consideradas también como parte de ese imaginario de La Habana de todos los tiempos.
Comenzada su construcción a finales del siglo XVI, por orden de los reyes de España, el castillo de los Tres Reyes Magos del Morro y su legendario faro, se alzan a la entrada de la bahía habanera y se cuentan entre las mejores vistas de una urbe donde el deterioro, las miserias y los abandonos forman parte del día a día.
Sus imponentes muros de piedra, así como su difícil acceso por mar o por tierra, quizás lo mantuvieron durante centurias al resguardo de la indolencia y, en el último medio siglo, resistente a la voluble atención de las autoridades cubanas, a pesar de que en 1982 la fortaleza defensiva fue incluida en la Lista de Patrimonio de la Humanidad elaborada por la UNESCO.
Aunque fue objeto de cuidados y acciones de conservación por la Oficina del Historiador ‒durante la etapa en que este organismo estatal gozaba de cierta autonomía y su aparato económico no había pasado a ser administrado por militares‒, hoy en día el lugar se encuentra amenazado por la desprotección de sus áreas exteriores donde abundan las acciones vandálicas sobre los muros, así como los basurales que han llegado a invadir las edificaciones anexas a la fortificación colonial.
Durante el día, el Morro aparenta ser un lugar apacible. Mucho más al mediodía cuando apenas es visitado por turistas que huyen del sol abrasador, sin embargo, al caer la tarde-noche, el área comienza a llenarse de jóvenes y adolescentes que usan los rincones y la oscuridad de los fosos más profundos para encuentros amorosos o, simplemente, para fumar algo más que cigarrillos y beber más que refrescos.
La ausencia de iluminación exterior, de cámaras de vigilancia así como de rondas policiales disuasorias, han propiciado el aumento de las acciones vandálicas y, lo que es peor, el número de casos criminales en la zona.
Uno de los pocos custodios del lugar admite que, debido a los escasos recursos de protección individual con que cuentan, así como lo reducido del personal disponible para combatir el vandalismo, el trabajo se ve limitado a intentar evitar que los daños alcancen el interior de la fortaleza o que se produzcan robos en las áreas de exhibición donde hay objetos de valor, así como que se vulnere el acceso al faro.
“Es un área muy extensa y un terreno muy irregular. Es difícil poder controlar con la vista espacios muy grandes, para eso es necesario poner cámaras, iluminación, eso debería hacerlo la policía (…). Nosotros ya tenemos bastante con cuidar de los muros para adentro”, comenta el empleado.
Aunque existen varias unidades militares y policiales en las cercanías, ninguna instancia ha asumido el cuidado nocturno de los exteriores del Morro como rutina de su trabajo.
Un oficial de policía, cuya misión principal es recorrer el área de artesanos para evitar robos a los turistas, acepta que luego de la puesta de sol la zona queda totalmente desprotegida, a pesar de haberse reportado varios casos de violaciones y asaltos o del notable incremento de las agresiones al patrimonio histórico y cultural.
“Por las noches, sobre todo los fines de semana, esto se pone caliente. Pero eso es responsabilidad de cada cual, no es asunto de la policía”, comenta imperturbable el oficial en servicio, aun cuando ha visto que apenas cae la noche y han comenzado a llegar adolescentes portando botellas de bebidas alcohólicas, camino a los rincones más oscuros.
Algunos de ellos, estudiantes a juzgar por los uniformes que visten, aceptan que acuden para buscar un espacio donde hacer cuanto se les ocurra y, aunque reconocen que suele ser peligroso en ocasiones y hasta alguno de ellos ha pasado por situaciones difíciles, persisten en la aventura.
“No hay muchos lugares a donde ir y sobre todo donde te dejen ser tú, sin que te digan esto es malo, no fumes, no tomes pero aquí nadie viene a destruir nada, es un lugar donde estar bien, solo o acompañados, ni estás muy lejos ni muy cerca”, dice Yunior, un estudiante de tecnológico que ha ido acompañado de su novia.
En cambio, otros jóvenes, a pesar de no considerarlo un acto de vandalismo, admiten que han usado los muros exteriores del Morro para enviar mensajes a sus parejas.
“A veces uno se entusiasma y el alcohol te hace escribir cosas pero sin ninguna mala intención, estás con tu jevita o sabes que ella vendrá y le mandas un mensajito, eso no es malo, al contrario, es lindo, al final eso no le importa a nadie. ¿Qué tiene de malo escribir en un muro?”, comenta Antuán y su pregunta, aunque ingenua, pudiera desencadenar una avalancha de interrogantes entre las cuales sobresale una cruel paradoja:
En la misma ciudad, incluso a unos escasos metros del lugar, la policía y demás órganos represivos del gobierno cubano gastan grandes volúmenes de recursos financieros y humanos en acosar, vigilar, amenazar, imponer multas y encarcelar artistas urbanos solo por el “delito” de realizar sus obras en espacios no patrimoniales, abandonados o destruidos.
De modo que es fácil adivinar que la paulatina destrucción del emblemático Morro habanero no es una cuestión de crisis económica sino de prioridades políticas y absurdos ideológicos.