REVERENDOS CABRONES
Después de Trump
POR DANIEL MORCATE
No sé el lector pero yo tengo curiosidad por saber si, cuando concluya el período de Donald Trump, dure lo que dure y salga como salga, lo que dejará atrás será todavía la presidencia de Estados Unidos. Trump ha convertido la Casa Blanca donde despachaban Lincoln, Roosevelt y Reagan, y sobre todo la dignidad del cargo que ocuparan, en una olla de grillos de donde salen los chanchullos, mentiras, amenazas y bravatas que han transformado a nuestro ejecutivo en un palenque tercermundista que envidiarían Trujillo, Chávez, Noriega, Fujimori y otros adefesios morales cuyas graves payasadas sufrieron sus afligidos pueblos, energúmenos que mezclaron la prepotencia y la vesania con una crónica falta del sentido del ridículo. La pregunta es si el sainete político será lo normal y previsible para la presidencia de Estados Unidos después de Trump.
Son tantos los escándalos, destituciones, renuncias y crisis del gobierno de Trump que sería imposible llevar la cuenta o resumirlos aunque les dedicáramos libros enteros. No queda otro remedio que referirnos a las de los últimos días. Por ejemplo, la saga de la actriz porno Stephanie Clifford, mejor conocida por su nombre de combate sexual, Stormy Daniels.
En un reciente capítulo, el nuevo abogado macarra de Trump, Rudolph Giuliani, confesó que su cliente había reembolsado los $130,000 que le pagó a Daniels otro abogado maleante, Michael Cohen, para silenciarla sobre el amorío que ella y Trump sostuvieron hace una década. El presidente descarriado, quien había negado haber hecho ese pago, intentó subsanar el daño legal que le hizo Giuliani diciendo que este aún no domina “todos los hechos del caso”. El affair Daniels involucra infidelidad. Pero también posible uso ilegal de fondos de campaña para sobornar. E ilustra las charranadas que caracterizan al gobierno de Trump y el turbio legado que éste dejará.
Otro posible legado trumpista será la exaltación de los delincuentes. Por un lado están aquellos que le rodean quienes son investigados y podrían ir a la cárcel. Algunos, como Michael Flynn, Robert Gates y George Papadopolous se han declarado culpables de delitos. Por otro lado están aquellos delincuentes convictos a los que Trump ensalza y perdona porque con ellos ha forjado taimadas alianzas.
Trump hizo campaña como candidato de “la ley y el orden”. Amenazó con encarcelar a su rival Hillary Clinton. Pero desde la Casa Blanca ha perdonado a notables transgresores de la ley como Scooter Libby y Joe Arpaio. Con ello envía el mensaje a encausados en la trama rusa de que podría perdonarles si no revelan lo que saben sobre la conspiración entre su campaña y el régimen de Putin, sus turbias finanzas, su obstrucción de la justicia. Una corte de Arizona condenó a Arpaio por desacato criminal porque ignoró su orden de dejar de perseguir en forma discriminatoria a los hispanos como parte de sus maniobras antiinmigrantes. Pero la semana pasada Trump le envió al vicepresidente Mike Pence para apoyarle en un acto de su campaña por el Senado. Con cinismo Pence lo calificó de “campeón infatigable…del estado de derecho”. La conducta del mandatario también alienta a delincuentes recién salidos de prisión, quienes tienen la desfachatez de postularse al Congreso por el Partido Republicano, como Michael Grimm en Nueva York y Don Blankenship en West Virginia.
Quien suceda a Trump podría heredar asimismo el uso de las mentiras constantes como arma perversa y poderosa. El Washington Post le ha contado más de tres mil desde que llegó a la presidencia. Las utiliza para encubrir su oscuro pasado, sus errores y sus fracasos como gobernante; también para descalificar a sus adversarios políticos, intimidar a gobernantes democráticos que necesitan la alianza política y comercial con Estados Unidos y para satanizar a la prensa independiente, como siempre hacen los autócratas.
Su sistemática degradación de la presidencia le funciona lo suficiente como para que lo apoye el 40 por ciento de los estadounidenses, según encuestas. De ahí que no sea infundado el temor de que, tras el mal ejemplo de Trump, muchos votantes dejen de apreciar la diferencia entre líderes motivados por su bienestar y el bienestar de la nación y líderes que se comportan como mafiosos, a quienes solo les importan sus ambiciones personales.
Daniel Morcate, periodista cubano.