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General: "SOY ABAKUÁ Y PINGUERO" --
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 23/05/2018 14:40
 
CUBA NO MARCA LA DIFERENCIA, ESO EXISTE EN TODO EL MUNDO
En las Sociedades Secretas Abakuá sólo son admitidos hombres. “No se aceptan homosexuales, bugarrones, prostitutos ni tipos flojos”,  aunque siempre se cuelan algunos.
 
"SOY ABAKUÁ Y PINGUERO"
                      Iván García - HispanoPost
Dos horas diarias de gimnasio le han esculpido la silueta como si fuese un atleta. También gasta un dineral en manicure, tratamiento capilar con keratina, alisarse el pelo con una plancha caliente y comprando ropa en tiendas clandestinas o alguna boutique estatal de La Habana cuyos precios emulan con los de Nueva York.
 
Para Didier, 23 años, el físico es un imán poderoso. “No sé quien fue el que lo dijo, pero una imagen vale más que mil palabras”, apunta, conectado a internet vía wifi en el parque Córdoba, barrio de La Víbora, al sur de la capital.
 
Dejó los estudios en noveno grado y comenzó a ganarse la vida prostituyéndose. En Cuba, la legión de jineteras y pingueros se consolida cada año. Didier supone, y tiene razón, que mientras se mantenga la perenne crisis económica, y comer carne de res sea un lujo, vivir en un apartamento con televisor de pantalla plana, tener un ordenador moderno y aire acondicionado sea un sueño inalcanzable para muchos, “la putería, el pinguerismo y el travestismo aumentarán. Es normal. La gente inventa y trata de sobrevivir a como dé lugar”.
 
Comenzó a prostituirse con 15 años. “Tengo una pinga grande y gorda. Un día una jevita que estaba conmigo y era jinetera, me dijo que unos canadienses clientes suyos, me pagaban 150 dólares si me acostaba con ellos. Pa’luego es tarde, me dije, y los partí en dos como si fueran un lápiz”, cuenta con la típica jerga del bajo mundo habanero.
 
Didier, no cree que se demerite su hombría. “No men, esto es un negocio. Soy macho a toda, pero mi profesión es pinguero. También soy ñangué (abakuá), ¿hay algún problema con eso?”, se pregunta asombrado.
 
Orlando, gay y peluquero, que cada noche recorre la sucia Calzada de Diez de Octubre en busca de pareja, comenta: “Olvídate de la ética y el machismo. Yo todavía estoy con los hombres por amor. Pero ahora todo se vende, hasta el sexo. Los travestis cobran, las jineteras igual y los pingueros no se quedan atrás. Hace unos días, un muchachito, lindísimo y buenísimo, me dijo que me singaba por 10 fulas. Y era masón. Es que en las propias prisiones cubanas la tortilla y sodomia entre hombre se practica por arrobas. A mí no me pueden hacer cuentos. Soy una loca presidiaria, he estado recluido cuatro veces por escándalo público”, dice sonriendo y se pasa la mano por su pelo teñido de rubio.
 
Enrique, abakuá desde hace treinta años, asegura que “en nuestra secta, al igual que en la masonería, se están viendo cosas escandalosas. Patos (gays), bugarrones y tipos que son abakuá y se dedican a pinguear con extranjeros. Los admiten en los plantes por dinero. Ya lo dice la biblia, se verán horrores”, señala, abriendo los ojos.
 
La Sociedad Secreta Abakuá es la única de su tipo existente en el continente americano y en Cuba también es conocida por Ñañiguismo. Surgió en las primeras décadas del siglo XIX, en los momentos de mayor hostilidad hacia los esclavos negros, quienes, ante el acoso, el medio que hallaron para evadir la represión fue una agrupación mutualista bajo la expresión más desarrollada de su conciencia social, la religión.
 
Los antecedentes del Abakuá o Ñañiguismo se hallan en las sociedades secretas que existieron en la región nigeriana de Calabar, y tiene como base una leyenda que narra la historia de la violación de un secreto por una mujer: la princesa Sikán encuentra al pez sagrado Tanze y reproduce su bramido en el tambor sagrado Eku.
 
Las actividades de culto se realizan todas en templos y se practica sólo en La Habana y Matanzas. En estas dos provincias se localizan 40 plantes, distribuidos en los municipios de Guanabacoa (14), Marianao (11), Regla (6), San Miguel (4), Cárdenas (4) y uno en la ciudad de Matanzas.
 
Las Firmas o Anaforuanas representan a cada una de las jerarquías que integran la estructura de los abakuá y cumplen una función consagratoria cuando se trazan sobre determinados elementos del ritual. Los sellos son la representación o identificación de cada juego o potencia abakuá, de los cuales existen 123 en toda Cuba.
 
En las Sociedades Secretas Abakuá sólo son admitidos hombres. “No se aceptan homosexuales, bugarrones, prostitutos ni tipos flojos”, aclara Enrique. Aunque siempre se cuelan algunos. Como es el caso de Didier.
Iván García                     
Fuente: HispanoPost
 
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad Enviado: 23/05/2018 14:48
La Cuba actual no es la Cuba de los 80
Según va cayendo la noche, la multitud de chicos crece y además la competencia. Si se acerca un grupo de turistas, se preparan a la conquista, se arreglan las ropas, sacan cigarrillos, piden fuego, sonríen, se insinúan. Están dispuestos a hacer cuanto les pidan.

MUCHACHOS DE ALQUILER EN LA HABANA
                Ernesto Pérez Chang — Havana Times
Cae la tarde en La Habana y la acera del cine Payret comienza a llenarse de jóvenes que alquilan sus cuerpos. Muchachos y muchachas que se venden por casi nada. Una hora de placer, tal vez una noche o todo el tiempo de lujuria que demande el que paga.
 
Según va cayendo la noche, la multitud de chicos crece y además la competencia. Si se acerca un grupo de turistas, se preparan a la conquista, se arreglan las ropas, sacan cigarrillos, piden fuego, sonríen, se insinúan. Están dispuestos a hacer cuanto les pidan.
 
A los cubanos se les cobra menos, a los “yumas” un poco más pero practican el regateo si han pasado muchos días sin ganar lo suficiente. Deben comer y pagar el alquiler. Tienen que comprar los documentos que les permitan permanecer seis meses en La Habana, además de sobornar al policía para que no los detenga por acosar al turista, han de pagar por estar allí, “luchando”, si no los regresan a sus provincias y estando tan lejos no hay mucho qué hacer para soñar que algún día dejarán de alquilar o vender sus cuerpos.
 
A diferencia de La Rampa, en el corazón de El Vedado, o de las discotecas de Miramar, la acera del Payret y las del Parque Central son las zonas de prostitución más baratas de La Habana.
 
Allí confluyen todos: los turistas, que se retratan frente al edificio del Capitolio, donde alguna vez funcionó el Senado de la República; los cubanos de a pie que esperan largas horas la llegada de un autobús que los regrese a casa después de una jornada de trabajo tan extenuante como la espera; otros, los que tienen algún dinero, entran y salen de las tiendas o hacen filas a las puertas de algún restaurante de moda.
 
Parece una multitud homogénea pero son grupos bien definidos: los que tienen, los que tienen poco y los que esperan tener suerte esa tarde o bien entrada la noche.
 
Para venderse o alquilarse, en las cercanías del cine Payret no es necesario ser sofisticado como los taxiboy que abundan en los alrededores de los hoteles de lujo. Con un pantalón de mezclilla y una camisa bien ajustados a un cuerpo definido por el ejercicio, se consigue lo necesario para sobrevivir. También para sostener una familia.
 
“Es un trabajo como cualquier otro”, me ha dicho Daynier, un joven que intenta explicarme la diferencia entre un prostituto y él, que tampoco acepta la palabra “pinguero”, que así es como les llaman en Cuba a los que truecan sexo por dinero.
 
Daynier tiene veintiséis años y nació en el oriente de Cuba, en Niquero. Debía mantener a su familia y no encontraba opciones para ganar lo suficiente, lo mínimo para comer, vestir y alquilar una casa pequeña donde ver crecer a sus hijos. Desesperado, decidió emigrar a la capital y aunque consiguió empleo en la agricultura —a espaldas de la ley que regula las migraciones internas en el país—, no le alcanzaba el dinero.
 
Fue el hermano —“pinguero” como él— quien le habló del “oficio”. En una noche, tan solo con su cuerpo, podía llegar a ganar mucho más que en una jornada de trabajo para el Estado. Solo tenía que pararse en una esquina, exhibirse, y esperar por alguien.
 
Hay días en que Daynier no hace ni un centavo pero después llegan rachas, sobre todo en las temporadas altas del turismo, en las que se lleva a casa las ropas y los objetos que nunca pudo comprarse con el salario de sus ocupaciones anteriores.
 
“Tal vez un día alguno de los que me alquilan por una hora decida sacarme del país”, me dice con otras palabras y comienza a describirme cómo sería su vida en otro lugar. Habla del futuro que sueña para su mujer y sus hijos. Algo parecido le sucedió al hermano y muestra las fotos de un muchacho hermoso retratado junto a un auto nuevo, en un país lejano, y sonríe porque se ha soñado así miles de veces. No es “un prostituto”, solo es un “tipo que lucha bien duro para salir adelante”, me advierte con un raro orgullo mucho más parecido a una justificación, a una pueril maniobra de resguardo.
 
Durante nuestra conversación, otros chicos como él pasean de una esquina a la otra. Unos permanecen solos, recorriendo la acera, dando la vuelta al Parque Central; otros ya han encontrado compañía y se dirigen a los comercios cercanos, compran cigarrillos caros, perfumes, cervezas, algún objeto que han deseado. Mientras escuchan las promesas de los clientes, se dejan tocar, coquetean, seducen, complacen porque tal vez el precio inicial acordado se multiplique. Quizás esa noche han encontrado la puerta de escape, el premio gordo.
 
Pasan las horas y el ir y venir no se detiene. Los bancos del Parque Central se llenan de chicos que miran hacia todos lados buscando un cliente. Beben alcohol abundantemente, fuman, se alistan, nadie sabe qué les espera esa noche.
 
“Todos están en lo mismo… Nadie se acerca a este lugar si no es en busca de sexo barato…”, me dice Daynier y después pasa unos minutos sin hablar, recorre el entorno con la vista, se ha convencido de que no soy un cliente. Solo soy un tipo raro que le hace preguntas molestas, un curioso al que no vale la pena revelarle mucho más. Ha descubierto que no deseo alquilarlo.
 
Sin embargo, al parecer lo apena decirme que debe regresar a su trabajo, que la noche avanza y las posibilidades de ganar un dinerito disminuyen. Ha visto pasar a un grupo de turistas del cual intuye una probabilidad de éxito.
 
Un señor viejo, obeso, se ha detenido a mirarlo y le hace una foto, otras más. Daynier le sonríe, ya sabe lo que busca aquel que se ha separado del grupo. Se despide de mí con una simple palmada en mi hombro. Camina con algo de prisa en dirección al señor obeso, saca un cigarrillo y le pide fuego.
 
Fuente: Havana Times
 


 
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