Virgilio Piñera, el pensamiento cautivo
Ahora que Virgilio Piñera es útil…
Prueba del pataleo del Gobierno y sus instituciones
Con una breve nota anunció el diario Granma, en su edición del 21 de octubre de 1979, la muerte de Virgilio Piñera acaecida dos días antes. Cuarenta y ocho horas precisó el Partido Comunista para aprobar el anuncio de su deceso. Luego volvería sobre aquel hombre, ya muerto, el peso del silencio, el mismo que sufrió su obra mientras estuvo vivo.
Ahora, treinta y nueve años después de que sus declarados enemigos le dedicaran un tardío obituario, vuelve Virgilio a las páginas del Granma, esta vez de la mano de Pedro de la Hoz, jefe de la página cultural del diario que regenta el Comité Central; solo que en esta ocasión el escritor marginado, a quien le dedicaran tantas ojerizas, resulta útil al discurso del periódico de mayor circulación en la isla.
Creadores e instituciones culturales: diálogo y confianza, es el título del texto publicado hace solo unos días y que se inicia advirtiendo que “el 14 de abril de 1959, al comparecer en un panel de CMQ TV, Virgilio Piñera se preguntó qué significaba, antes del ‘triunfo revolucionario’, ser un escritor en Cuba…”, a lo que él mismo se responde con una enumeración de desgracias y desatenciones oficiales. Virgilio advirtió entonces que el pueblo “no nos lee”, que los criterios de quienes se dedicaban a la escritura literaria no pesaban “ni un adarme en la opinión pública”, “que vivían del aire, de la peseta que les regalaba algún amigo”.
Un mes antes de tal celebración, escribió Virgilio una carta “al señor Fidel Castro” en la que lo enteraba, como si tal cosa fuera posible, de aquel encuentro en la televisión, y en la que lo llamó “amigo Fidel”, asegurándole que los escritores podrían serle muy útiles. Sin dudas Fidel no le hizo mucho caso al homosexual que se dedicaba a la escritura, pero otra cosa pensaría Pedro de la Hoz, casi sesenta años después.
Y no sería el autor de Cuentos fríos el único de los panelistas en esa mesa redonda. Virgilio estuvo acompañado por José Rodríguez Feo, Severo Sarduy y Nivaria Tejera, pero Pedro de la Hoz escogió a Virgilio, sin dudas porque de entre los cuatro “panelistas” es él quien mantiene intacto su predicamento entre los artistas de esas generaciones que sucedieron a la suya, mientras que Rodríguez Feo, para el discurso oficial, no fue más que un mecenas inteligente y sensible, salido de una familia de la gran sacarocracia cubana. Sarduy y Tejera tampoco servían de mucho porque tuvieron “el mal gusto” de abandonar el país, una de las peores maneras de renunciar a la revolución y a las instituciones que ella creó luego.
Virgilio, el irreverente, el iconoclasta, continuó siendo un héroe, y nada mejor que demostrar esa sintonía que tuvo alguna vez con la “revolución”. Virgilio se convirtió entonces en el útil a la mano, aun cuando la revolución deslegitimara por años su obra y prohibiera su difusión, aun cuando esa misma revolución lo pusiera entre rejas por homosexual durante “la noche de las tres P”; aun cuando le dijera a Fidel Castro, a quien unos años antes llamara amigo, que tenía miedo, en la “revolución”, durante aquellas “palabras a los intelectuales”.
Aquel hombre preterido es usado hoy por un iracundo discurso oficial, cuando no encuentra otra manera de legitimar sus instituciones. “Reconsiderar” la figura del escritor, reciclarlo, es prueba del pataleo del Gobierno, y de esas instituciones, ante una realidad muy diferente a aquella en la que Virgilio Piñera se ofreció a la “revolución”. Han pasado muchos años y no son tantos los artistas dispuestos al acatamiento, ya no son los días de la censura de PM ni de las reverencias a las palabras a los intelectuales.
No son numerosos los que buscan “realización” dentro de las instituciones, porque no existe un dialogo respetuoso, porque esos organismos imponen, prohíben, obstaculizan y censuran. Esas instituciones a las que defiende Pedro de la Hoz no ven utilidad en aquello que se aleja de sus propios intereses. Esas entidades se comprometen con en ellas mismas, con sus juicios y deseos, y desprecian las singularidades que se alejan de sus edictos.
Sin dudas ese interés en destacar las buenas relaciones entre los creadores y el Estado es muestra del pataleo de esos organismos de la cultura, sobre todo en estos días en los que Quiero hacer una película puso en crisis al ICAIC y a su dirigencia, de la misma manera en la que antes lo hiciera la censura de Nadie, de Miguel Coyula, o Santa y Andrés de Carlos Lechuga.
Virgilio habría estado, sin dudas, al lado de los censurados, nunca de las instituciones calificadoras, y no dudo que al buscar entre los firmantes de la muy reciente “Declaración de Bogotá” encontraría yo su nombre. Piñera seguiría teniendo miedo, y por eso no iba a estar entre los escogidos para representar al “arte revolucionario” en el Kennedy Center.
No sé por qué supone de La Hoz a un Virgilio tan reconciliado con esas instituciones oficiales. Confieso que lo imagino más entusiasmado con la Bienal 00 y con la “Agenda por los derechos de lesbianas, gais, bisexuales, trans, intersexuales y queers en Cuba que con las ferias del libro o las congas de Mariela Castro. Me cuesta trabajo imaginarlo tan armonizado con esos que no le dejaron ni un huequito por donde respirar, como tampoco veo comulgar a Lezama con esa “revolución, aun cuando alguna vez escribiera “El 26 de julio: imagen y posibilidad”. Creo que Pedro de la Hoz —“y del martillo”, como lo llamaba el escritor Antonio José Ponte— debería empeñarse en buscar otros clavos que resultaran más útiles.