“Era un terrorista internacional de primera”, dijo Peter Kornbluh, director del Proyecto de Documentación sobre Cuba en el Archivo de Seguridad Nacional estadounidense y quien pasó décadas recopilando documentos desclasificados sobre las andanzas del cubano.
Posada Carriles nació el 15 de febrero de 1928 en Cienfuegos. Era uno de cuatro hijos del dueño de una librería e imprenta. Estudió en la Universidad de La Habana algunos años después de que Fidel Castro estuvo ahí. Trabajó por algún tiempo en la empresa de neumáticos Firestone, primero en La Habana y después en Ohio.
Para 1960, Posada Carriles ya tenía un antecedente penal en Cuba por actividades anticastristas. Poco después comenzó a trabajar para la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Estuvo cerca de participar en la invasión de la bahía de Cochinos en 1961, pero esa misión ya había fracasado de manera espectacular antes de que despegara el avión en el que viajaría para encontrarse con otros exiliados cubanos que formaron guerrillas. Se sumó después al servicio de inteligencia venezolano, donde la prensa estatal cubana lo acusó de que cumplía funciones como “mercenario de la CIA”.
Uno de los eventos más mortíferos vinculados a la labor de Posada Carriles sucedió en 1976, cuando estalló un avión de Cubana de Aviación cerca de la costa de Barbados. Murieron las 73 personas a bordo, incluidos adolescentes del equipo de esgrima nacional cubano.
Un reporte del FBI fechado en noviembre de 1976 y obtenido por el Archivo de Seguridad Nacional indica que una fuente fidedigna avisó que Posada Carriles había estado en las dos reuniones en las que se planeó el atentado.
Posada Carriles vivía en Venezuela cuando sucedió el ataque; fue sometido a un juicio, pero finalmente exonerado. Se quedó en prisión en lo que los fiscales apelaban el fallo en busca de llevarlo ante un tribunal civil. Sin embargo, escapó, disfrazado como sacerdote. El cubano-venezolano siempre insistió que era inocente respecto al bombardeo del avión, que calificó de una “fechoría abominable”. Estuvo nueve años en una prisión venezolana.
“Lo que recuerdo de él es, cuando tenía 5 o 6 años, de ir a visitarlo en la cárcel”, dijo Argüello, su hija, quien indicó que prácticamente no vio a su padre en las décadas siguientes. “Esa es la vida que él eligió”.
La siguiente parada de Posada Carriles fue en El Salvador, donde participó en el escándalo de los contras e Irán, un esquema encubierto del gobierno de Ronald Reagan en el que se vendieron armas a Irán en secreto y ese dinero se usó para ayudar a las fuerzas rebeldes nicaragüenses que se oponían al sandinismo. Posada Carriles fungió como intendente para los contras.
En 1990, en Guatemala, recibió un disparo, aparentemente por parte de operativos de inteligencia cubana; las balas rozaron su corazón y su lengua, lo que lo dejó con un problema severo del habla.
En una entrevista con The New York Times en 1998, Posada Carriles habría admitido que organizó varios bombardeos a hoteles en La Habana; estos resultaron en la muerte de un turista italiano y doce personas heridas. Después dijo que no había sido citado fielmente y que lo único que hizo en la entrevista fue publicitar esos atentados.
Posada Carriles se mantuvo en fuga hasta el 2000, cuando reapareció en Panamá. Fidel Castro se encontraba ahí para una cumbre presidencial y fue quien anunció públicamente que sabía que su rival estaba en el sitio, presuntamente con la intención de matarlo. Poco después Posada Carriles y algunos colegas suyos, con antecedentes de terrorismo y en posesión de explosivos, fueron arrestados en Ciudad de Panamá.
El funcionario de la CIA fue condenado a ocho años de cárcel pero la entonces presidenta panameña Mireya Moscoso, en su última semana en el cargo en 2004, lo perdonó. Posada Carriles fue visto en Estados Unidos unos meses después.
“Tenía una calidad magnética que estoy seguro es lo que explica que sobreviviera tanto tiempo”, dijo el abogado de Posada Carriles, Arturo Hernández. “Pudo establecer alianzas para salvaguardarse. No puedes hacer eso si todos te odian”.
Los exiliados cubanos le enviaban dinero y compraban sus pinturas para ayudarlo a sobrevivir (aprendió a pintar durante uno de sus periodos encarcelado). Pagaban sobornos para que fuera escabullido y dejara la prisión o saliera de un país para ingresar a otro.
“Era encantador”, dijo Santiago Álvarez, activista en Miami que también estuvo en prisión por actividades anticastristas. “Tenía una anécdota sobre todo. Te hacía reír. Era muy buena compañía”.
Los procuradores federales estadounidenses dijeron que fue Álvarez quien metió de incógnito a Posada Carriles a Estados Unidos en 2005, aunque ambos hombres negaron que fuera así.
Posada Carriles fue acusado de haberle mentido a las autoridades migratorias sobre su papel en los bombardeos y sobre cómo ingresó a Estados Unidos, aunque en 2011 recibió una exoneración.
Un juez estableció que Posada Carriles no podía ser expulsado hacia Cuba o Venezuela —las dos nacionalidades que tenía—, que ansiaban su retorno para posiblemente presentarle cargos. Posada Carriles se quedó en el sur de Florida, donde también vivían sus familiares con quienes apenas tenía contacto: su esposa, Nieves, y sus hijos, Janet y Jorge.
“Creo que hice lo que tuve que hacer”, mencionó Posada Carriles en la entrevista con el Miami Herald de 2003, en la que dijo haber renunciado al terrorismo aunque declaró que aún quería aplastar a Castro “como una cucaracha”.
“Estoy haciendo lo que tengo, como patriota cubano”, aseguró.
Sus últimos años los dedicó a la pintura, mayormente paisajes campestres y escenas de la historia de Cuba, de la que realizó varias exhibiciones públicas.
A la muerte de Fidel Castro, en noviembre de 2016, el anticastrista exiliado dijo que consideraba "injusto" que su enemigo jurado muriese en el "mejor hospital" de la isla y "tan tarde", aunque aun así veía su muerte como un "triunfo". Reconoció entonces que quiso matar al líder cubano varias veces, pero el "destino" no quiso ayudarle.
"Castro buscaba la oportunidad para matarme a mí y yo para matarlo a él", sentenció Luis Posada Carriles.