Llevo las manos cansadas de mentirse… De responder llamadas mirando fijamente, de estos años poblados de bucólicas arpías, pobrecitos con camisas desteñidas, presidentes de una nación en huída. Tengo desgraciadamente olor a animal fuera de su selva. Sólo busco cantar, dejar de aprender a defenderme, de coleccionar motivos para atacar…
Mándame mandarinas de la China, pedazos lunares de queso, mándame cola de dragón… El condón usado por Dios cuando follaba borracho el séptimo día, creyendo haber inventado perfectamente el silencio, suponiendo no ser escuchado… ¡No mandes mentiras!
Este estruendoso inventario, recuerda penes rosas hermosos, cargados por hombres útiles como el gas dentro de un globo. Hombres pétalos de la flor bisexual, hombres tatuados por obligación. Hombres rencorosos recorriendo su falsa carretera, besando mi piel, buscando hacerme oro o rubí, nunca yo. Hombres durmiendo en mi ombligo, dejando fantásticas huellas de brillantes caracoles, infinitamente lentos, a pesar de su espermatozoide razón.
Las mentiras han dejado hinchados peces coloridos, panza arriba, en ciertas pesadillas. Algas en los sueños, enturbiando cierta parte del paisaje habitado por la poesía. Aun así, la fugaz felicidad acudió cuando logré entregarme con la fascinación del miedo, a la alegría de dar, sin esperar. A despertar oliendo a café, mendrugos de un amor falso, pero válido, cuando la transformación extraña del dolor hacia el placer, nos hacía creer en la libertad de apostar al caballo tristemente flaco, al conejo más lento, al canguro menos azul…
Este recuento debiera tener menos muertos, ninguna muñeca desfigurada, ningún “Dislokis” (DJ.) destrozando música con su bisturí de bytes. Tampoco mujeres dirigiendo naves falsas, preguntando socarronamente: “Dime ¿Qué necesitas?” Para luego enumerarte el millón de razones por las cuales nunca estarán, cuando verdaderamente las necesites… Abogados con axilas abominables…
Ningún fascista disfrazado de centro y su ¡Re-Puta Madre! Ningún Franco embalsamado como un cubito de caldo de carne… Asesinatos premeditados orquestados entre inciensos, collares de perlas impagos, el aura con la que los culpables quieren remediar su antigua maldad.
Me niego a una falsa familia, familia falsa… A niños chantajistas, a seguir entendiendo ignorancias, royendo mi inteligencia, comprendiendo “venenositas” pequeñeces. A amigos esperando estrene antena para este televisor, donde muestro su futuro, calmando su realidad anclada. Me niego a ser feliz destrozando mi verdadera ilusión. Estoy cansado de mentiras, principalmente las propias, aplazando mandar a la mierda a quien no merece ni un beso de utilería, ni una amabilidad pata coja, ni un pastel de cumpleaños comprado en Mercadona.
Recopilar armarios, palabras destartaladas en una mudanza devuelve restos de planetas caducados. Sé que mis pasos generarán rumbos y epitafios, estoy harto de complacer, ponerme en los zapatos de otros con la resignación disfrazada de optimismo ciego.
Es una pena comparecer a la caída inevitable de ciertos amigos, verlos enredarse en promesas y patrañas. Recibir regalos caducados, la llave opaca de su nada… Agradecer su morbosa satisfacción suponiendo un engaño insospechado. Dándome cuenta de su estructura perniciosa, el hecho consumado buscando engañarme, el olor de su detergente barato, la falta da suavizante en la prenda delicada, su mano sin temblor al mentirme y la rabia llenándome el buche, el dolor de parir… Sin parida.
Estoy sucio de estas gentes, harto de sus planes delirantes, comiendo comida congelada por la avariciosa razón de una ayuda publicitada.
Harto de esponjas, de seres repitiendo frases de autoayuda, libros atroces revelando falsas salidas. Conversaciones versadas en best-seller, el remedo burgués cargándome de odio, la sinrazón servida en buffet. La paradoja mojando un mantel, mientras se recurre a la verdad manipulada para causar heridas.
Este universo quiero desplazarlo, prefiero la soledad merecida a la compañía de maniquíes en un absurdo carnaval. Prefiero este búho mirando desde el patio, el ruido del agua que nunca llega a tiempo, una culebra haciéndose querer … Prefiero eso, a una cuñada tejiendo su telaraña, hablando con señales crípticas de la inmensidad de un pueblo en una mesita pequeña, como su maleducado corazón, endurecido, plano por no aprender a amar.
Prefiero rememorar airoso al mar del egoísmo, lejos de su mentirosa orilla, desde mi taza de té morada, presagiando a José María por muchos siglos. Bailando con su fuerza interior un tema lleno de castillos abiertos, a mil años luz de un wifi, tocado por el mismo tenaz y vengativo, Flautista de Hamelín. Con su guerrera forma de mirar este presente, donde varados seguimos riendo, viendo incendiarse otros barcos. Sabiendo que una vez llegada a la estación, seremos bienvenidos, acabando de comprender por qué pasaron tantos trenes y los dejamos pasar…