Una política de mala fe y la confirmación de Kavanaugh
En Maine, los activistas que se oponen a la nominación de Brett Kavanaugh como juez de la Corte Suprema intentan presionar a Susan Collins, la senadora republicana de ese estado. Dicen que si Collins vota por Kavanaugh donarán importantes sumas de dinero a su rival en las próximas elecciones de noviembre.
Sin importar la opinión que tengan de Kavanaugh, esta, sin duda, es una táctica legítima: los donantes y los activistas tratan de influir en los votos de los políticos todo el tiempo, a menudo mediante advertencias sobre consecuencias electorales adversas si los funcionarios toman lo que los activistas consideran una mala elección. El año pasado, por ejemplo, importantes donadores republicanos amenazaron con retirar sus contribuciones salvo que el partido les diera un enorme recorte fiscal.
No obstante, ahora Collins, junto con otros republicanos y activistas conservadores, describen la presión electoral relacionada con Kavanaugh como “cohecho”, “extorsión” y “chantaje”. Además, algunos de los que afirman que el activismo político normal es ilegítimo en este caso incluyen a los grandes donadores que advirtieron a los republicanos que aprobaran los recortes fiscales o se atuvieran a las consecuencias.
Decir que esto es hipocresía es justo, pero parece insuficiente. Estamos ante algo mucho más grande y más generalizado que la sola hipocresía: se trata de mala fe a una escala épica.
La “mala fe” es, por cierto, un término legal que hace referencia a “celebrar un acuerdo sin la intención ni los medios para cumplirlo o violar normas básicas de honestidad”. En la política, por lo general significa fingir estar comprometido con principios que se abandonan en cuanto se vuelven inconvenientes. En este sentido, la mala fe permea en casi todo lo que el Partido Republicano moderno dice y hace.
Y el proceso que pone a Kavanaugh al borde de un puesto para el resto de su vida en la Corte Suprema estuvo saturado de mala fe.
Recuerden, los republicanos ni siquiera le concedieron una sesión de audiencia a la persona que nominó el presidente Barack Obama cuando había una vacante; dijeron que, debido a que Obama ya estaba a punto de terminar su segundo mandato presidencial, el proceso debía esperar. Esa magistratura no estuvo ocupada durante más de un año, supuestamente para dejar que los electores opinaran a quién querrían según a qué legisladores votaban. Ahora, los republicanos están tratando de hacer que se apruebe a Kavanaugh en cuestión de semanas, a pesar de que sus antecedentes legales no se han revisado por completo y hay preguntas importantes sobre su historia personal (además de las explosivas acusaciones de abuso sexual, ¿alguien le va a preguntar sobre sus inmensas deudas personales?).
¿Por qué la prisa? Porque existe la posibilidad de que el Partido Republicano pierda su mayoría en el Senado. Todo eso de dejar que los electores manifestaran su opinión fue deshonesto desde el comienzo.
Como este hay muchos ejemplos más. ¿Recuerdan cuando Paul Ryan, presidente de la Cámara de Diputados, se hizo pasar por el guardián máximo de la responsabilidad fiscal, y divulgó manifiestos que advertían con un tono calamitoso sobre “la carga aplastante de la deuda”? En cuanto los republicanos consiguieron el control de la Casa Blanca con Donald Trump, Ryan ayudó a que se aprobara un enorme recorte fiscal que agregará 1,5 billones de dólares al déficit.
El ataque de pánico de Ryan a causa del déficit básicamente se centró en los programas sociales; en específico, propuso enormes recortes a Medicare, el programa de cobertura médica para jubilados, para convertirlo en un programa de cupones que a fin de cuentas recibiría mucho menos dinero que el programa existente. Algunos analistas alabaron su valentía por hacer una propuesta como esa. Sin embargo, ahora un comité de acción política vinculado a Ryan está lanzando anuncios que acusan falsamente a los demócratas de… planear un recorte a Medicare.
Momento, hay más. Durante años, los republicanos mancharon la reputación de sus opositores, tachándolos de antipatriotas. ¿Recuerdan todo aquello de que Obama supuestamente tenía que disculparse por los actos de Estados Unidos? Ahora tenemos a un presidente que alaba a dictadores extranjeros brutales y cuyo asesor de seguridad nacional y presidente de campaña eran agentes extranjeros encubiertos, lo cual no parece molestar en absoluto al Partido Republicano.
Ah, y no olvidemos que el expresidente demócrata Bill Clinton sí fue sometido a un juicio político, por un amorío consensuado, porque los republicanos insistieron en que el comportamiento personal del presidente debe ser irreprochable. ¿Necesito decir más?
Cuesta trabajo pensar en áreas significativas de la política o las políticas públicas en las que los republicanos estén actuando de buena fe, en las que sus actos en verdad correspondan con los principios que afirman tener. De verdad no se me ocurren ejemplos.
¿Por qué el Partido Republicano se ha vuelto el partido de la mala fe? Principalmente, sospecho, porque su agenda política de fondo, que consiste en recortar impuestos a los ricos mientras elimina de tajo programas sociales, es profundamente impopular. Así que para ganar elecciones debe oscurecer sus políticas verdaderas —como ahora que los republicanos afirman, falsamente, que quieren proteger a los estadounidenses con enfermedades preexistentes— y todo el tiempo fingir que defienden cosas que en realidad no les importan, desde la probidad fiscal hasta la responsabilidad personal.
El punto clave que se debe entender acerca del compromiso casi absoluto del Partido Republicano con la mala fe es que los electores no son las únicas víctimas.
Es cierto que muchos seguidores de Donald Trump recibirán un duro golpe si los republicanos mantienen el control del Congreso, ya que se imaginan que están ayudando a hacer a Estados Unidos grandioso de nuevo cuando en realidad se quedarán sin cobertura médica. No obstante, la mala fe también tiene un costo moral para los políticos. Seguimos viendo gente que alguna vez pareció tener algún sentido de decencia convertirse en esbirros abyectos. ¿Recuerdan cuando el senador Lindsey Graham parecía tener algo de conciencia independiente?
¿Sigue Susan Collins? En lugar de atacar a esos activistas de Maine, debió agradecerles, por darle una última oportunidad de salvar su alma política.