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General: La Masacre de Tiateloico en México y el silencio del gobierno cubano
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet20  (Mensaje original) Enviado: 02/10/2018 18:30
HONRAR EL ESPÍRITU DEL 68
1968 fue un año de sacudidas en Cuba. A la Ofensiva Revolucionaria que había barrido con los últimos vestigios de la empresa privada, le sucedió el apoyo de Fidel Castro a la entrada de los tanques soviéticos en Praga y el silencio cómplice de la Plaza de la Revolución ante la masacre de Tlatelolco en México, que este 2 de octubre cumple medio siglo.

 “LA MASACRE DE TIATELOICO EN MÉXICO, NO SE OLVIDA” 
            Por Guadalupe Nettel —The New York Times
El 2 de octubre, día de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, constituye la fecha más funesta del calendario político mexicano. Cada año, durante cinco décadas, todas las generaciones han salido a marchar con la consigna “2 de octubre, no se olvida” para recordarles a los distintos gobiernos en turno que no hemos perdonado el abuso de poder cometido por el expresidente Gustavo Díaz Ordaz en 1968.
 
Una tía materna, de la que yo era muy cercana, participó en el movimiento. Estudiaba Etnografía y Artes Plásticas, simpatizaba con el Partido Comunista, aunque nunca se afilió a él, y apoyaba activamente la lucha campesina. Fue ella quien me contó con detalles la masacre de los estudiantes, el terror de las persecuciones que vinieron después, y la mañana en que encontraron el cuerpo del hombre al que amaba, colgado de un árbol en el estado de Morelos. A partir del 2 de octubre, el inmenso movimiento estudiantil fue silenciado. Si bien las movilizaciones ciudadanas siguieron existiendo de manera clandestina, para quien no estuviera involucrado en ellas daba la impresión de que se habían extinguido por completo. Al inicio de la década de los setenta llegaron al país militantes chilenos, argentinos y uruguayos, que venían exiliados tras los golpes militares que habían tenido lugar en sus países. Sus testimonios de tortura y desapariciones contribuyeron a propagar el sentimiento de derrota.
 
Pero el espíritu del 68 no se limitaba a la idea de derrocar al régimen autoritario que había en nuestro país e instaurar un gobierno socialista. Estaba vinculado a un movimiento de insurrección más amplio que abarcaba las protestas francesas del Mayo del 68, en las que estudiantes y obreros habían salido a la calle para exigir justicia social, libertad de expresión, equidad de género; a la Primavera de Praga, a las protestas antisegregación y por el asesinato de Martin Luther King, al hipismo y al rock and roll que llegaban del otro lado de la frontera exigiendo más igualdad, y que otorgaron nuevos contenidos a la palabra “libertad”.
 
A pesar de las represiones, ese espíritu prevaleció en las parejas y en las familias y fue ahí, en el ámbito de la vida privada y cotidiana, donde obtuvo sus victorias más inmediatas: una mayor igualdad entre hombres y mujeres, entre padres e hijos, entre maestros y alumnos. Se reinventaron las relaciones de pareja, y las familias se convirtieron en laboratorios sociales.
 
Quienes nacimos durante la década de los setenta constituimos la primera generación tras este cambio de paradigma. Fuimos, por decirlo de algún modo, conejillos de indias en un país mayoritariamente conservador y católico, que nos veía como anómalos, por no decir aberrantes. Muchos de mis contemporáneos no se repusieron nunca de las tragedias que incluían el encarcelamiento o la muerte de un padre o una madre guerrillera, así como diversos experimentos polígamos, inspirados por el “verano del amor”. Al crecer, fuimos duros con ellos. Los culpábamos de haber arriesgado demasiado.
 
A mis ojos y a los de muchos de sus hijos, sus expectativas eran tan ambiciosas que resultaban ingenuas. Nosotros, en cambio, crecimos con desencanto y escepticismo en las venas. Ninguna revolución nos parecía viable. Más que a Mercedes Sosa y a John Lennon, escuchábamos a Sex Pistols y a The Cure. Más que identificarnos con El diario del Ché en Bolivia leíamos El extranjero de Albert Camus. Nuestro escepticismo fue tan global como el entusiasmo de ellos.
 
Ya fuera en Francia, en Dinamarca o en Argentina, a los hijos de los sesentayocheros no nos importaban tanto los cambios sociales como enderezar nuestras vidas, ser padres irreprochables, tener parejas sólidas y quizás fue por eso que nos olvidamos por completo de ser ciudadanos.
 
Durante las cinco décadas que siguieron a la matanza de Tlatelolco, el Estado mexicano adquirió la costumbre de recurrir a la violencia para acallar los movimientos ciudadanos y campesinos. Después del 2 de octubre vinieron represiones como las de Chiapas, Acteal y Ayotzinapa, sin mencionar a las autodefensas de Michoacán o las muertes cotidianas de periodistas y líderes comunitarios. Ni en sus peores pesadillas los jóvenes del 68 imaginaron la cantidad de muertos y de desaparecidos que hoy llevamos a cuestas. Duele admitirlo, pero todo eso ha ocurrido durante nuestra vida adulta sin que hayamos hecho gran cosa por evitarlo.
 
El cincuenta aniversario de 1968 es una buena fecha para reconocer y honrar los logros de aquella generación que luchó, y en algunos casos perdió la vida, por construir un país mejor. Le debemos, entre otras cosas, la alternancia democrática, el matrimonio igualitario y la legalización del aborto en Ciudad de México. La ola actual de feminismo y la lucha LGBT, el interés por las identidades y las minorías étnicas, la pugna por la legalización de las drogas; las conversaciones más interesantes de esta época son su herencia.
 
Pero en 2018 reconocer esos logros no es suficiente. Más allá de las marchas y las películas de homenaje, honrar el 68 sería asumir por fin nuestra responsabilidad ciudadana, retomar el espíritu que animó a nuestros padres y asegurarnos de que en este país se ponga un fin a la violencia, no solo la del crimen organizado, sino la de su cómplice e inversionista perpetuo, el Estado.
 
Honrar el 68 implica juzgar a los expresidentes Gustavo Díaz Ordaz (póstumamente) y Luis Echeverría, como se hizo con los golpistas de Chile y Argentina, pero también a los que más adelante cometieron abusos de poder, en especial a Felipe Calderón y a Enrique Peña Nieto. Para ejercer nuestra responsabilidad ciudadana debemos estar atentos y vigilantes a todas las acciones del gobierno, exigirle que actúe de acuerdo con las necesidades del país y no conforme a su conveniencia.
 
Si una lección nos dejó el 68 fue justamente esta: los derechos no se obtienen gratuitamente, se ganan centímetro a centímetro y, para no perderlos, hace falta defenderlos todos los días.

   ACERCA DEL AUTOR:
Guadalupe Nettel es escritora. Ha escrito "El matrimonio de los peces rojos" y "Después del invierno", entre otros libros. Dirige la Revista de la Universidad de México.

México, octubre 2 del 2018
EL SILENCIO DEL GOBIERNO CUBANO ANTE LA MASACRE DE TIATELOICO EN MEXICO


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet20 Enviado: 02/10/2018 18:44
El silencio del Gobierno cubano ante la masacre
Con la censura informativa y el mutismo diplomático sobre la tragedia, la Isla pagaba la mano tendida por el Ejecutivo del PRI. No se publicó un solo reporte sobre las personas ametralladas, detenidas o desaparecidas bajo la violencia de la policía y del ejército mexicano.  El aniversario de la matanza es una buena fecha para reconocer y honrar los logros de aquella generación que luchó, y en algunos casos perdió la vida, por construir un país mejor. Le debemos, entre otras cosas, la alternancia democrática, el matrimonio igualitario y la legalización del aborto en Ciudad de México.

HONRAR EL ESPÍRITU DEL 68
                    POR YOANI SÁNCHEZ |

 14 Y MEDIO

1968 fue un año de sacudidas en Cuba. A la Ofensiva Revolucionaria que había barrido con los últimos vestigios de la empresa privada, le sucedió el apoyo de Fidel Castro a la entrada de los tanques soviéticos en Praga y el silencio cómplice de la Plaza de la Revolución ante la masacre de Tlatelolco en México, que este 2 de octubre cumple medio siglo.
 
A muchos mexicanos que militaban en la izquierda ese silencio los llevó a distanciarse del modelo cubano. La decepción fue más fuerte entre aquellos a los que la admiración que sentían hacia la joven Revolución les había impedido ver los estrechos vínculos que conectaban al Gobierno cubano con el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
 
Tras la matanza, la prensa oficial cubana evitó cualquier titular que incomodara a los priistas y ninguna condena diplomática salió de los labios de los dirigentes. No se publicó un solo reporte sobre las personas ametralladas, detenidas o desaparecidas bajo la violencia de la policía y del ejército mexicano. Tuvieron que pasar largos años antes de que en las universidades de la Isla se pudiera hablar de lo sucedido.
 
La omisión estaba cargada de ironía si se tiene en cuenta que muchos de aquellos estudiantes universitarios tenían como referente durante sus movilizaciones juveniles no solo lo que estaba ocurriendo en Francia, Checoslovaquia, Italia o EE UU, sino también en Cuba. Incluso en su ideario destacaban figuras como Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, fallecido en Bolivia un año antes.
 
Con la censura informativa y el mutismo diplomático, la Isla pagaba la mano tendida por el Gobierno mexicano, que había denunciado en repetidas ocasiones la expulsión de Cuba de la Organización de los Estados Americanos (OEA). El país azteca también había utilizado los foros internacionales para reclamar el fin del embargo estadounidense y mantuvo los vínculos comerciales con La Habana.
 
A finales de la década de los 60 el castrismo ya había entrado en una etapa de radicalización ideológica, en la que muchos de los movimientos de izquierda que ganaban terreno en Europa y Latinoamérica eran vistos como revisionistas y apartados de los manuales del marxismo más estricto. La consolidación de esa etapa estuvo marcada por la represión, con mayor control y vigilancia sobre la sociedad.
 
Fue justo en el año 1968 en que se apretaron las clavijas del autoritarismo cubano. El Estado ganó en hegemonía y la figura de Fidel Castro acumuló mucho más poder, barriendo a contrincantes dentro de las propias filas del partido y encarcelando a todo el que pareciera un disidente. Los matices terminaron y solo se podía ser "revolucionario" o "contrarrevolucionario".
 
El modelo soviético, marcado por el estalinismo, ganó terreno en la Isla. En medio de aquel escenario, mostrar solidaridad por miles de jóvenes estudiantes que se lanzaban a la calle en México exigiendo mayores libertades, hubiera sido para el régimen castrista como dispararse en un pie. Para ese entonces ya se había desarticulado en la Isla cualquier autonomía universitaria y las protestas callejeras habían sido prohibidas.
 
Aquel movimiento, que culminó con una sangrienta embestida y en el que también participaron profesores, intelectuales, obreros y amas de casa, era un pésimo ejemplo para la dócil sociedad que Castro buscaba tener en la Isla.
 
Todavía hoy, en Ecured, la versión oficialista de Wikipedia, aparece vacía la ficha que debía explicar la matanza de Tlatelolco, un suceso que solo es mencionado de pasada en las entradas dedicadas a personalidades relacionadas con el hecho y en la descripción general sobre México. Doce palabras sellan lo ocurrido e intentan reparar con su escueta presencia un silencio de medio siglo.
 
YOANI SÁNCHEZ, 2 DE OCTUBRE 2018


 
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