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من: CUBA ETERNA (الرسالة الأصلية) |
مبعوث: 11/10/2018 17:02 |
PERIODISTA, DRAMATURGO, ESCRITOR Y GAY
Varias reediciones y una nueva generación de lectores recuperan la obra del inclasificable autor Caio Fernando Abreu. Crítico con la dictadura militar (1964-1985) y abiertamente gay en el Brasil de los setenta y ochenta; enfermo de sida en los noventa. Murió en 1996, a los 47 años de edad.
Caio Abreu, héroe gay póstumo en el Brasil de Bolsonaro
La obra de Caio Fernando Abreu, escrita en un estilo bien personal, habla de sexo, de miedo, de muerte y principalmente, de angustiante soledad, apuntando como uno de los exponentes de su generación. Presenta una visión dramática del mundo moderno y es considerado un "fotógrafo de la fragmentación contemporánea".
Era delgado, llevaba gafas de metal sobre unos ojos inquisidores hundidos en la cara. Solía ser lo que no se debía en cada momento. Crítico con la dictadura militar (1964-1985) y abiertamente gay en el Brasil de los setenta y ochenta; enfermo de sida en los noventa. Ese es el mito de Caio Fernando Abreu, el escritor brasileño de cuyo nacimiento se han cumplido 70 años. Murió en 1996, a los 47, dejando tras de sí seis libros de relatos, cuatro novelas y tres obras de teatro. Al menos la primera parte del mito. Una segunda parte nos traería al Brasil del líder ultraderechista Jair Bolsonaro, que acaba de ganar la primera vuelta de las elecciones presidenciales. En ese clima de homofobia, racismo y machismo, la obra de Abreu, que en su día fue underground, se consagra en el canon literario nacional, reeditada por las grandes editoriales, como en su día ocurrió con Clarice Lispector o João Guimarães Rosa. Detrás de este milagro, hay otra generación de lectores con nuevas sensibilidades que han encontrado en este hombre un inesperado icono de la vida en 2018 y, además, uno de los grandes escritores brasileños del siglo XX.
“Son días de repensar la relación de la literatura con la dictadura, un trauma que está presente en todos los libros de Caio, si bien no siempre explícitamente. Y también podemos apreciar mejor los matices queer, los toques de locaza irónica con los que escribía”, opina Schneider Carpeggiani, editor de la revista cultural Pernambuco y de la editorial Cesárea.
Nacido en la ciudad de Santiago (Rio Grande do Sul), también conocida como tierra de los poetas, Caio Abreu escribió prácticamente a lo largo de toda su vida. Escribió sobre abuelas, putas, gais, niños, pueblos, travestis, playas, ciudades y ricos. Era gracioso, hedonista y melancólico. Tenía sensibilidad para el costumbrismo cerrado pero también para el camp y el pop, y podía mezclar los tres a la vez. En tiempos del punk fue tierno; en mundos militares fue queer.
Finalmente, enfermó en tiempos de euforia. En 1994, durante un viaje a Francia, descubrió que tenía VIH. Eso también lo contó. Y hoy el arranque de su Carta desde más allá del muro es una de sus frases más célebres: “Me ha ocurrido una cosa, tan extraña que aún no he aprendido la forma de hablar de ella”. Volvió a casa de sus padres y murió en febrero de 1996. No era ni de lejos un desconocido, pero buena parte de la crítica no sabía muy bien qué hacer con él.
Pero, vista desde 2018, su obra ha sido capaz de llegar a mucha más gente. Su tono irónico resulta ahora menos alienante y su estilo de ficción biográficaahora es mucho más común en las redes sociales. Su falta de tapujos para hablar sobre el sida le ha convertido también en un activista póstumo. “Y cuando lees sus crónicas, te parece que te está hablando de ahora, que el mundo que está describiendo es el de 2018”, defiende Nunes Mello, uno de los escritores actuales más influenciados por él.
“Caio es muy visceral, habla de la angustia, el miedo y a lo largo de los años esa característica le ha dejado marcado entre los lectores jóvenes”, añade la editora Alice Sant’Anna, responsable de revisar todos los relatos de Abreu para el compendio de más de 750 páginas con el que la Companhia das Letras celebra ahora su 70º aniversario. “El contexto ha cambiado pero su forma de hablar desde la contracultura no. Sigue siendo actual. Y merece un lugar entre nuestros escritores más grandes”.
Donde aún no ha merecido un lugar es en librerías de otros idiomas. En español se publicó una de las novelas, ¿Dónde andará Dulce Veiga?, por la editorial argentina Adriana Hidalgo, pero el volumen está ahora descatalogado y las copias que quedan alcanzan precios desorbitados en Internet.
Tom C. Avendaño, São Paulo, Brasil 2018
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BREVE BIOGRAFIA DE CAIO FERNANDO ABREU
Caio Fernando Loureiro de Abreu fue un periodista y escritor brasileño, nació un 12 de septiembre de 1948, en Santiago, Brasil. Su fallecimiento por Sida ocurrio el 25 de febrero de 1996 en Porto Alegre, a la edad de 47 años.
Caio Fernando Loureiro de Abreu, nombrado como uno de los exponentes de su generación, su obra, escrita con un estilo muy personal, habla de sexo, miedo, muerte y principalmente, de angustiante soledad. En sus obras presenta una visión dramática del mundo moderno y es considerado un "fotógrafo de la fragmentación contemporánea".
Cursó Letras y artes escénicas en la Universidad Federal de Río Grande do Sul, pero abandonó ambos para escribir para revistas de entretenimento, como Nova, Manchete, Veja y Pop. En 1968, fue perseguido por el DOPS, y se refugió en la casa de la escritora Hilda Hilst, en Campinas. Al comienzo de los años setenta se exilió por un año en Europa, donde estuvo en diferentes países, como Inglaterra, Suecia, Francia, Países Bajos y España.
En 1983, se mudó de Porto Alegre a Río de Janeiro y en 1985, a São Paulo. Regresó a Francia en 1994 y volvió a su país en el mismo año, al descubrir que era portador del Virus de la inmunodeficiencia humana, Sida. Falleció dos años después, en Porto Alegre, donde vivía con sus padres y se dedicaba a tareas como la jardinería. Abreu era homosexual asumido.
Al morir dejó inédita la obra Ovelhas negras.
Su obra Onde andará Dulce Veiga? (¿Dónde andará Dulce Veiga?) fue publicada y traducida en Francia, Argentina, Italia, Alemania y Países Bajos. Se realizó una película basada en la misma en el año 2008.
Una Historia Confusa – Cuento de Caio Fernando Abreu, traducción
Era jueves. Como en los últimos jueves, él estaba nervioso y traía un sobre en la mano. Tiró el sobre encima de la mesa, y comenzó a caminar por el cuarto.
– ¿Otra carta? –pregunté.
No respondió. Sólo hizo un movimiento impaciente con los hombros, que podía significar demasiadas cosas. Pero no dije nada. Yo, entonces, abrí y leí las palabras escritas con cuidado:
Te vi a través de las rosas y había en tus ojos una ansiedad muda. Algo así como si quisieras hablar conmigo. Juro que a la salida intenté acercarme, pero tuve miedo. Sé que igual vamos a ser amigos. No quiero forzar nada. Hoy día es Domingo antes del almuerzo. La casa está vacía. Me gustaría haberte escrito después de esa noche. Es increíble, pero hace dos décadas, ese mismo día de la semana, a esa misma hora, yo estaba naciendo.
– Es bonito –me arriesgué a decir.- Un poco juvenil, tal vez. Pero bonito. Al final, la adolescencia siempre es bonita.
-¿Él? ¿Cómo sabes que es él y no ella?
– Yo creo, lo siento así. Una mujer no escribiría esas cosas. No sé, la forma de escribir, algo.
– Y había otra cosa, creo que no te la mostré. Él decía que estaba cansado, eso mismo, cansado y no cansada.
– No me acuerdo –mentí. – Él puede estar mintiendo. Esa fecha, por ejemplo, esa fecha puede ser inventada.
Él evitó mirarme mientras me contaba:
– Fui a preguntarle a un astrólogo. Él nació el 22 de Septiembre de 1954. Entre las diez y el medio día. Es virgo, dice el astrólogo, del último día de Virgo. Por los cálculos, su ascendente debe ser Escorpión.
– Es el signo que. –Él levantó los ojos, irritado. – Escucha: tú no vas a querer ahora que te dé una clase de astrología, ¿no?
– No, no. Sólo quería saber lo que quiere decir eso.
– Quiere decir que él debe ser inteligente. Muy inteligente. Y secreto, misterioso, intenso. Sólo por las cartas uno ya percibe que él tiene cierta…estructura. Las cartas están bien escritas, la gramática es siempre correcta.
– Es verdad –dije.- Correctísima.
Él se sentó al borde de la cama.
– No aguanto más. Esto lleva casi dos meses. Necesito saber quién es esa persona.
Sentado a los pies de la cama, yo no sabía qué decir.
– Él sabe todo sobre mí, mis horarios, todo. A veces habla de personas que conozco, de lugares a los que voy. Debe estar siempre cerca, debe conocer mucha gente que conozco.
– Claro. ¿Cómo quieres que esté? Cada vez que recibo una carta de éstas quedo así. Me da una sensación extraña, salgo a la calle con la impresión de que estoy siendo observado. Alguien que no sé quién es, me acompaña en todos mis movimientos.
Él encendió un cigarro y siguió el humo hasta el techo:
– ¿Amor? No sé. Es medio paranóico. Parece que quiere enloquecerme de a poco.
– O para que te intereses en él.
Se levantó, de improviso, y se acostó en la mesa. De espaldas, yo sólo podía ver sus hombros curvos y sus dos manos sujetando la cabeza.
– Me imagino las historias más increíbles. A veces creo que es alguien que sólo quiere divertirse conmigo.
– No. –Y dije por segunda vez: – Eso es amor.
– ¿Será? Hay cosas, hay algunas cosas que escribe que lo parecen. No sé, parecen verdades, ¿entiendes? Él me toca, se mueve conmigo. Tal vez yo esté todo acomplejado porque alguien está dispuesto a prestarme atención.
– Eso es amor- repetí por tercera vez. Él caminó hasta la ventana. Noté que miraba las hojas de las palmeras de calle moviéndose por el viento norte.
– A veces tengo ganas de pagarle a un detective. Pero las pistas son pocas. Sellos comunes, sobre común, cada día una firma de una agencia diferente. Y ese tipo de máquina es de lo más común.
– Tiró la colilla del cigarro por la ventana, y se dio vuelta de repente mirándome a los ojos.
– Bueno, cualquiera que usa una máquina de escribir reconoce el logo. Es inconfundible –afirmé. Y cambié de asunto: – Pero no deja de ser bonito.
– Cartas anónimas. Parece cosa de romance del siglo pasado. Romance epistolar. Platónico. – Suspiró profundamente. – Pero es necesario saber luego quién es este muchacho. Nunca nadie se interesó tanto en mí.
Volvió a sentarse en la mesa, y encendió otro cigarro. Le acerqué el cenicero:
– Tú siempre fumas más los jueves.
– Ahora los miércoles también. Me quedo pensando si al día siguiente va a llegar otra carta – Aspiró profundo, cerrando los ojos. Y prosiguió, soltando el humo: – Tengo algo escrito para él.
– Que tengo algo escrito para él, escondido.
– ¿Tú no le contaste nada a Martha?
– ¿Estás loco? Tú sabes lo celosa que es, sólo te he contado a ti. Me tengo que esconder para escribir.
Encerrado en el escritorio, me quedo pensando que debe haber una especie de espíritu que sale por la ventana cuando estoy escribiendo. Siempre dejo la ventana abierta cuando escribo para él, después vuela por los tejados, atraviesa las calles de la ciudad y las paredes para llegar hasta donde él está, ¿entiendes?
– ¿Y qué haces con las cartas que escribes?
– Las guardo bajo siete llaves. Tal vez un día pueda entregárselas personalmente.
Yo también encendí un cigarro
– Y…¿qué le dices en tus cartas?
– Le pido socorro. Le digo que mi matrimonio es un horror, que ya llevo 3 años de ese horror que no termina. ¿Sabes que a la Martha, ahora, le dio por llamarme fofo? ¿Hay algo más odioso? Los domingos me pide parte del diario y me dice “mira, fofo, necesitamos aprovechar esta liquidación, fofo, dura sólo hasta el día 15, fofo”.
– Pero la Martha es una mujer tan…especial.
– Antes de casarse. Después, todas las mujeres se transforman en débiles mentales. Haces bien en no entrar en eso.
– ¿Y qué más dicen las cartas?
El se apoyó en la mesa. Una de las manos apoyaba la cabeza, y la otra pasaba, lenta, por el borde de la madera. Como acariciándola.
– Le digo que a veces tengo ganas de tener un amigo como esos que teníamos en nuestra adolescencia. Esos a los que les contabas todo, absolutamente todo. Y que, en realidad, uno no sabe si es tu amigo o tu hermano.
– O amante – él repitió. Se tiró otra vez sobre la cama, sacó una hoja arrugada del bolso y leyó: – Yo digo que estoy dispuesto a cualquier cosa, y lo digo así: “Quédate cerca mío. Mírame, tócame, dime cualquier cosa. O no digas nada, pero quédate cerca. No seas idiota, no dejes que esto se pierda, que se convierta en polvo, que se convierta en nada. De aquí a poco vas a crecer y encontrar todo esto ridículo. Antes que todo se pierda, mientras todavía pueda decir sí, acércate”.
Dobló la hoja y volvió a meterla en el bolso, más arrugada. Nos miramos. Yo no sabía qué decir. El se hundió en la cama, se dio vuelta hacia la pared. Me quedé escuchando:
– Te hablo a ti como si fueras él. Si tú puedes ayudarme, si él pudiera ayudarme. Es tan difícil. Salgo a la calle y me quedo mirando a todos los niños de 20 años, como si cualquiera de ellos pudiese ser él. Siento cosas que no entiendo del todo. No me gusta no entender lo que siento. No me gusta pelear contra lo que no conozco. Nunca viví nada similar. Un viento fuerte abrió la ventana, haciendo que las cenizas del cenicero se desparramaran en la mesa. Él pareció un niño, encogido sobre la cama. Seguí escuchándolo:
– Ya tengo 34 años, no puedo sentir las cosas como si tuviera 15. Tú lo sabes, tenemos casi la misma edad. ¿Cuántos tienes ahora?
– Pues eso, tú lo sabes bien. No estamos en edad para enredarnos en esos delirios.
– ¿Crees que no? –pregunté. Pero él continuó hablando sin escucharme.
– Es tan extraño saber que hay alguien pensando en mí todo el tiempo. Alguien que no conozco. Y que tiene 20 años. Me quedo pensando cosas locas, no puedo parar.
– ¿Qué cosas? –pregunté en voz baja. – ¿Qué cosas piensas?
Él pasó su mano por la pared blanca:
– Acostarme a su lado. Sin ropa. Abrazarlo con fuerza. Besarlo. En la boca. – Retiró su mano de la pared y la puso junto a su cuerpo, en el medio de las piernas. – Debe ser el viento norte, ese exceso de luz, la primavera llegando, la luna casi llena. No sé, discúlpame. Estoy muy confundido.
Se quedó callado. Miraba por la ventana como si estuviera viendo algo, más allá de las palmeras, algo que yo no conseguía ver. Seguía sin saber qué decir. Me acerqué para estar más cerca, para poder extender mi mano y tocar su pelo desordenado. ¿Y si no tuviera 20 años, ese muchacho -pensé en preguntar-, te seguiría gustando? Resolví no decir nada. Detuve mi mano en el aire, y la traje de vuelta para tomar otro cigarro. Seguí cerca de él. Cerca, muy cerca. Era otro jueves, de septiembre, y desde el inicio de Agosto andábamos muy confundidos los dos.
Traducción, Roberto Santander
yo me levantaré cantando,
con mi cuerpo de caballo joven.
Y en una alocada carrera
yo entrego mi ser al ser del tiempo
y mi voz a la dulce voz del viento.
Despojado de lo que ya no hay
en el vacío de lo que aún no ha venido,
los cantos de alivio por lo que se fue,
cantos de espera por lo que ha de venir.
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