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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 08/10/2018 19:29 |
HABEMUS JUEZ POR VIDA, LA FUMATA NEGRA HA INIZIATO
El amargo espectáculo del nombramiento de Brett Kavanaugh obliga a reflexionar sobre la designación de jueces en EE UU. Hay que erradicar la nefasta práctica de elegir a ciertos jueces como si fueran políticos, si continúa por esa senda es posible que Estados Unidos alcance la degradación total y acelere su decadencia
Kavanaugh en el Tribunal Suprema Corte- Caricatura Garrincha
EL CIRCO HA TERMINADO, LA JORNADA NEGRA SOLO HA COMENZADO
El pasado sábado Brett Kavanaugh rindió juramento como juez del Tribunal Supremo de EE UU
Todo comenzó con George Washington. Se edificaba la primera república moderna y era necesario nombrar un poder judicial independiente. Don George designó a los seis magistrados de la Corte Suprema (entonces eran seis) y fueron aprobados en dos días. En ese momento no existían izquierdas ni derechas. Ni siquiera había partidos políticos. La disputa era entre federalistas y sus adversarios. La discusión tenía que ver con el grado de autoridad que se le entregaba al poder central. Había, naturalmente, rencillas personales, malquerencias y choques de egos que alguna vez derivaron en duelos a muerte, como el que le costó la vida a Alexander Hamilton a manos de Aaron Burr.
El amargo espectáculo del nombramiento de Brett Kavanaugh y la mezquina riña partidista entre republicanos y demócratas, precedida por la de Merrick Garland en época de Obama, parecida pero de signo contrario, me lleva a pensar que el procedimiento de designar a los jueces en Estados Unidos es disparatado. No es posible que la nación más poderosa de la historia se comporte de esa vergonzosa manera en un asunto tan delicado como escoger a sus jueces principales.
El país no llega a los excesos del Cartel de la Toga en Colombia, Perú o Ecuador, donde algunos magistrados superiores han sido sorprendidos vendiendo las sentencias, o como en Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Cuba, donde los jueces están al obsecuente servicio del gobierno, pero si continúa por esa senda es posible que Estados Unidos alcance la degradación total y acelere su decadencia. Todo camino se puede andar.
El poder judicial es la pieza clave de cualquier estado de derecho fundado en la observancia de la ley, ya sea una república o una monarquía parlamentaria. No existe ningún elemento dentro del Estado que acerque más a los ciudadanos al modelo de gobierno que tener la seguridad de que no serán aplastados por los poderosos, ya sean o no funcionarios. Pero, por la otra punta del razonamiento, no hay un factor que aleje más a las personas del sistema en el que viven que saber que no todas las personas son iguales ante la ley, y que el discurso oficial es una soberana mentira. Ésa es la madre del cinismo generalizado y el factor que más pudre la convivencia.
No podemos olvidar que la legitimidad de los reyes medievales (antecesores de los gobernantes modernos) se fundamentaba en la capacidad para “decir derecho”. La jurisdicción era precisamente eso. Cuando los Reyes de Castilla ni siquiera tenían sede, deambulaban impartiendo justicia entre los campesinos con los códigos legales colocados en carretas. Los súbditos les llevaban sus queja y sus querellas. Ellos sentenciaban. A Alfonso X no le decían “el Sabio” por componer versos en gallego, sino por escribir en castellano Las siete partidas y juzgar con equidad a partir de esos textos.
¿Qué puede hacerse? La jurista Beatriz Bernal, hoy jubilada, catedrática en México y en Madrid, nacida y graduada en La Habana, supone y propone que se debe crear la carrera judicial. No hay duda de que ése es un buen paso que debe darse, porque impartir justicia es un complicado proceso en el que hay que conocer a fondo las leyes y las formas, y ser capaces de tamizar todo eso a través de la ética, pero probablemente no es suficiente. Hay que atraer a las mejores cabezas a la judicatura y eso se logra con buenos salarios y mucho reconocimiento. Mientras ser un buen juez carezca de peso social es probable que casi nadie con auténtico valor quiera serlo.
Hay que erradicar la nefasta práctica de elegir a ciertos jueces como si fueran políticos
Hay que erradicar la nefasta práctica de elegir a ciertos jueces como si fueran políticos. Eso exige contribuir con dinero a sus campañas y crea compromisos incómodos. La impartición de justicia es un componente ajeno a la democracia que a veces se lleva a cabo contra el criterio de la mayoría. También es preciso arrebatarles a los políticos la facultad de nombrar a los jueces. La tendencia natural de los políticos será siempre designar a personas que tengan sus mismas ideas y valores. Eso es fatal para el conjunto de la sociedad. Lo único realmente importante es que apliquen la ley sin favoritismos, con altura de miras, y, si ello es posible, compasivamente.
En Estados Unidos se suele consultar los nombramientos judiciales al Colegio de Abogados, pero sus opiniones no son vinculantes. Tal vez debieran serlo. Acaso las mejores facultades de leyes pudieran seleccionar a los candidatos a jueces. Incluso, es concebible un sistema mixto donde las sociedades profesionales propongan una terna y el Presidente y el Comité Judicial del Senado elijan al juez definitivo. Pero, por Dios, no repitan el espantoso espectáculo de Garland o de Kavanaugh. La sociedad norteamericana no se lo merece.
ACERCA DEL AUTOR:
Carlos Albero Montaner, es un Orgullo de los cubanos en el exilio, escritor y periodista, uno de los más leídos del mundo hispánico. La revista Poder calculó en seis millones los lectores que semanalmente se asoman a sus columnas y artículos, los cuáles al igual que sus libros son traduccidos en diferentes idiomas por el mundo.
Artículo tomado del Blog de Montaner
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La farsa del nombramiento de Kavanaugh al Supremo tendrá consecuencias
Por Jill Abramson- The Guardian
La mancha quedará para siempre. El desempeño de Brett Kavanaugh como miembro del Tribunal Supremo de Estados Unidos se verá siempre empañado por el proceso partidista, forzado y poco ético de confirmación en el Senado de Estados Unidos celebrado la semana pasada.
Lo cierto es que el resultado nunca estuvo en duda. Donald Trump y Mitch McConnell estaban decididos a ganar desde que se mencionó por primera vez el nombre de la académica Christine Blasey Ford. Nunca se consideraron en su totalidad las graves acusaciones que Ford presentó contra Kavanaugh por unos comportamientos sexuales inadmisibles (corroborados de forma muy convincente, incluso con la acusación de una segunda mujer, Deborah Ramírez).
A Ford le dieron la oportunidad de presentar su testimonio, pero la audiencia estaba en su contra antes de que empezara. Todo fue diseñado para que terminara en una guerra de declaraciones y lo de la investigación del FBI fue una broma. No solo el presidente Trump la menospreció cuando se burló de ella durante un mitin en Mississippi, sino que todo el proceso de confirmación de Kavanaugh fue una forma de degradación para Ford.
Los republicanos hablaban de la necesidad de “escucharla”, pero dejaron que las preguntas las hiciera una fiscal especializada en crímenes sexuales que, como era de esperar, llegó a la conclusión de que las acusaciones de Ford no habían sido probadas.
La apresurada jura del cargo del juez Kavanaugh el sábado fue otro movimiento, claramente partidista, que exacerbó el resentimiento creado con el viciado proceso de confirmación. Después de la votación más reñida para un juez elegido miembro del máximo tribunal estadounidense, la rabia de las multitudes que esperaban fuera del Capitolio y del Tribunal Supremo se convirtió en un símbolo de la indignación que está naciendo en todo el país.
El presidente Trump y los republicanos se jactan de que la lucha por Kavanaugh ha servido para motivar a los votantes republicanos de cara a las elecciones legislativas de noviembre, pero ese es un efecto de corto plazo y pasará pronto. Grandes sectores del país están indignados por la confirmación forzada de un candidato conservador que inclinará la balanza del tribunal aún más a la derecha. Y no solo en las zonas urbanas y costeras: también entre las mujeres de los estados del interior y tradicionalmente republicanos. Esa reacción va a crecer hasta convertirse en una fuerza política relevante de cara a las elecciones presidenciales de 2020.
En la última semana hubo muchos momentos de mezquindad. Como cuando Trump, en la cima de su victoria, tuvo el descaro de elogiar a su denostado FBI ahora que había servido para limpiar la imagen de Kavanaugh. O el de la senadora republicana Susan Collins, que pronunció un grandilocuente discurso para anunciar su voto por Kavanaugh y sugerir que la profesora Ford había pecado precisamente de grandilocuencia al preferir hablar en público en Washington y no en privado en California. De todos modos, siempre estuvo claro que Collins iba a votar por Kavanaugh.
La conversación de Jeff Flake en el ascensor fue otra pieza de teatro Kabuki. Las valientes mujeres que lo enfrentaron lograron intimidarlo momentáneamente, pero su voto también fue siempre para Kavanaugh. Cuando pidió una investigación del FBI ya era demasiado tarde, y posteriormente no hizo nada para asegurar su integridad y su imparcialidad.
El proceso de confirmación de Kavanaugh apestaba a hipocresía desde el primer momento. El mismo Partido Republicano que en 2016 bloqueó al moderado Merrick Garland, nominado para el Tribunal Supremo por el expresidente Barack Obama, ahora tenía el descaro de afirmar que los demócratas hacían política partidista orquestando un golpe de última hora contra su candidato. No hay ni una pizca de evidencia de que la profesora Ford tuviera motivos partidistas.
Al principio, el presidente Trump dio la impresión de estar preocupado de verdad por las acusaciones de Ford y mantuvo una cuidadosa distancia con su candidato. A los abogados de la Casa Blanca también les preocupaba el creíble testimonio de la profesora. Hasta que el emotivo rechazo de los cargos de un juez Kavanaugh indignado y las encuestas del día siguiente los tranquilizaron. En cuestión de horas, y ya desatado, el presidente se burlaba de los lapsus de memoria de Ford, una señal que en verdad demostraba su honestidad.
Pero el auténtico triunfo en el voto de confirmación de Kavanaugh se lo apuntó Donald McGahn, el abogado de la Casa Blanca cuya única misión es lograr la confirmación de jueces de derechas. Su memoria también se verá manchada por la brutalidad de este proceso de confirmación. McGahn aprendió a manejarse en la política partidista gracias a su trabajo como representante de los hermanos Koch.
La candidatura de Kavanaugh debería haber sido retirada justo después de su histriónico testimonio ante el Senado, lleno de afirmaciones en las que decía ser una víctima sin demostrarlo. La escandalosa representación dejó en evidencia que su temperamento era todo lo contrario a la ecuanimidad que debe tener un juez. Dijo sin ningún rodeo que los demócratas andaban buscando venganza en nombre de los Clinton, ¿cómo puede nadie pensar, después de eso, que su veredicto será justo cuando se enfrente a un caso político? Su cólera evidente desmintió automáticamente lo que había dicho poco antes sobre la necesidad de que los jueces se comporten como árbitros imparciales. Fue una actuación tan vergonzosa (y preocupante para algunos columnistas) que Kavanaugh tuvo que admitir después su error en las páginas editoriales de The Wall Street Journal.
Una vez más, Washington ha demostrado ser un lugar indecente. Hubo pocos aspectos positivos. Uno de ellos fue el momento en que los políticos pensantes, entre ellos la republicana Lisa Murkowski (Alaska), decidieron oponerse a Kavanaugh. Pero la oportunidad que de verdad debería haber hecho reconsiderar su decisión a los republicanos fue la intervención de John Paul Stevens. En comentarios muy poco comunes, el exjuez de el Tribunal Supremo de 98 años dijo que los prejuicios que Kavanaugh había expresado públicamente lo descalificaban como miembro del máximo tribunal. A pesar de lo extraordinario que es escuchar a un exmiembro de la Corte hablar contra un candidato, en el estruendo de la batalla partidista su reprimenda pasó desapercibida.
De alguna manera, el proceso de confirmación de Kavanaugh fue peor que el que protagonizó en 1991 el juez Clarence Thomas, acusado de acoso sexual. Pero el resentimiento que generará será similar. Igual que ahora, la pelea de entonces motivó a los conservadores a apoyar a Thomas. Si bien es cierto que las pasiones políticas del momento favorecieron su confirmación, un año después la opinión pública dio media vuelta y en 1992 muchas mujeres hicieron sentir su enfado en las urnas.
Es más que triste que el Tribunal Supremo de Estados Unidos tenga ahora a dos jueces sobre los que penden sospechas de perjurio y de conductas sexuales impropias. Antes se consideraba que el máximo tribunal estaba por encima de la política, pero hoy se justifica no verlo así. ¿Quién puede negarlo, cuando el Presidente Trump escoge a sus candidatos dentro de listas aprobas y bendecidas previamente por las conservadoras Federalist Society y Heritage Foundation?
No debería sorprender a nadie que Washington haya demostrado ser inmune al movimiento #MeToo o que la Casa Blanca y el Senado se hayan deshecho tan cruelmente de la profesora Ford. Los republicanos juegan para ganar ejerciendo el poder a lo bruto y han encontrado en Brett Kavanaugh su nuevo héroe.
Traducido por Francisco de Zárate
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HABEMUS JUEZ VITALICIO, OTRO PUNTO DE VER LAS COSAS
CASO KAVANAUGH: EL CIRCO NO HA TERMINADO, FALTA TODAVÍA
Pretender cuestionar la legitimidad de la Corte Suprema porque fue nominado un magistrado que no simpatiza a ciertos grupos no es una acción inteligente. No creo que haya terminado el circo con la confirmación por el Senado del juez Brett Kavanaugh y su juramento ante la Corte Suprema.
EN UNA DEMOCRACIA TODOS SOMOS LIBRES DE NUESTRA VERDAD
EL SHOW DEBE CONTINUAR - THE SHOW MUST GO ON
ESTADOS UNIDOS.- No creo que haya terminado el circo con la confirmación por el Senado del juez Brett Kavanaugh y su juramento ante la Corte Suprema. Podría durar como mínimo hasta las elecciones de medio término dentro de menos de un mes, o tal vez mucho más, en dependencia de los resultados de tales elecciones.
Mi comentario no va dirigido contra Carlos Alberto Montaner, de quien me considero amigo y admirador, por su reciente artículo sobre el tema: me interesa plantear una percepción diferente del asunto. No pretendo dictaminar desde una virtual torre de marfil cuál partido tiene razón y cuál no. Busco analizar qué sería lo razonable y cómo evitar que tales circos se repitan innecesariamente.
Coincido con Carlos Alberto en que el espectáculo que hemos vivido en los últimos días alrededor de la nominación y confirmación del juez es inaceptable en una democracia sólida y respetable, y que tal vez se podrían revisar en general algunos procedimientos y protocolos para seleccionar jueces, pero lo que no podemos permitir bajo ninguna circunstancia es que el Senado de esta gran nación se conduzca como un parlamento tercermundista.
Coincido con quienes consideran que cualquier denuncia de una mujer que alegue haber sido sexualmente maltratada de cualquier manera requiere que se tome en serio y se investigue consecuentemente. Lo que no implica que el simple hecho de que se denuncie establezca automáticamente culpabilidad del denunciado, ni que podamos renunciar a la presunción de inocencia, principio capital del derecho en un país libre. Toda persona es inocente hasta demostrar su culpabilidad, aunque eso disguste a algunos “compañeros”, que comenzaron desde el primer momento del espectáculo a acusar al denunciado de “violador” y “borracho” sin necesidad siquiera de pruebas. De borracho lo presentó el domingo una caricatura de un órgano de prensa en Miami.
Tampoco es aceptable decir que la revisión de un candidato a la Corte Suprema no es un juicio criminal sino una “entrevista de trabajo”, y por lo tanto puede valer todo lo que se haga. Se está analizando a alguien para ocupar un cargo vitalicio en el más alto tribunal del país, no para ocupar un puesto de trabajo de auxiliar de ventas en una tienda durante la temporada navideña, y es necesario profundizar, pero en todos los casos el respeto a la persona que se entrevista es fundamental y obligatorio.
Por otra parte, nos simpaticen o no quienes ostentan cargos electivos en este país, hay cosas que nadie tiene derecho a cuestionar o a poner en duda: Estados Unidos se rige por la Constitución y las leyes. Y la Constitución y las leyes establecen que la designación de magistrados de la Corte Suprema es facultad del Senado, que decide por mayoría absoluta de sus miembros a partir de la propuesta presentada por el Presidente de Estados Unidos.
En ningún momento esas facultades están conferidas a la prensa o a turbas vociferantes. La prensa debe ser libre para expresar todos sus criterios sin temores ni coacciones, aunque en ocasiones se parcialice demasiado hacia un lado del espectro político. En cierto sentido, ese es el precio de la verdadera libertad de prensa, que solamente debe regularse por la ética profesional y personal de cada periodista.
Eso lo ignora, por ejemplo, la comisaria de la Mesa Redonda de la TV cubana, quien disgustada porque Miguel Díaz-Canel no recibió durante su visita a la ONU y New York la cobertura que ella considera que merecía, se preguntaba si alguien habría mandado a callar a The New York Times o The Wall Street Journal, como si alguien en Estados Unidos pudiera ordenar silencio a esos órganos de prensa, o a cualquiera. Esta dama no entiende de ética profesional. Además de que tales cosas no ocurren aquí, con los niveles actuales de relaciones entre The New York Times y el Presidente Trump, cualquier intento gubernamental para intentar callar a ese periódico suscitaría un escándalo de proporciones bíblicas en Estados Unidos.
Volvamos al circo. Si la facultad de designar miembros de la Corte Suprema no corresponde a la prensa, mucho menos a turbas vociferantes. El derecho a la protesta es sagrado en Estados Unidos, pero no existe derecho al vandalismo, la amenaza, la difamación, el acoso, ni a dañar edificios públicos. Para eso existen los mítines de repudio, como los estableció Fidel Castro en Cuba copiando modelos nazis y fascistas y allá se mantienen hasta nuestros días, con variantes locales en Venezuela y Nicaragua, pero eso no puede suceder en Estados Unidos.
Esas mujeres y hombres que con sus absurdos comportamientos en estos días se ganaban limpiamente el derecho a que la policía los detuviera, levantaban orgullosamente el brazo con el puño cerrado cuando les llevaban a la cárcel. Quién sabe por qué, además de para salir en la televisión. A mí personalmente cualquier brazo levantado con el puño cerrado me recuerda cualquier cosa menos la libertad y la democracia que supuestamente esos detenidos estarían defendiendo con su reprochable conducta.
Lo más preocupante, sin embargo, han sido algunas posiciones públicas anteriores y posteriores a la aprobación del Juez por parte del Senado. La credibilidad profesional del FBI fue cuestionada a causa de las opiniones de un partido sobre la investigación complementaria que se desarrolló en los últimos días por parte del Buró. Inmediatamente tras la nominación, una cadena de televisión citaba a un órgano de prensa escrita que señalaba que los senadores que votaron a favor del ya en ese momento magistrado Kavanaugh representaban estados con menos habitantes que los que votaron en contra. No importa si eso fuese verdad o mentira: lo grave es que se pretende ignorar la Constitución de los Estados Unidos con ese bodrio. La Constitución establece que la aprobación depende de la mayoría absoluta de los senadores, no de cuántos habitantes representa cada senador.
Peor aun, tras la votación aprobatoria, altos funcionarios de la anterior administración y senadores en ejercicio dicen que con la elección del Juez la Corte Suprema pierde su legitimidad. Eso no es un ataque contra el nominado, contra los senadores que votaron a su favor, ni contra la Corte Suprema. ¡Eso es un ataque contra el mismo corazón de Estados Unidos!
¿Qué hubiera sucedido si con esa supuesta “ilegitimidad” que se pretende ahora achacar a la Corte Suprema, ese alto tribunal hubiera tenido que decidir, como lo hizo, en la controversia para definir al ganador presidencial del año 2000 entre George W Bush y Al Gore?
Pretender cuestionar ahora la legitimidad de la Corte Suprema porque fue nominado un magistrado que no simpatiza a determinados grupos no es una acción inteligente, ni forma parte de las tradiciones democráticas de Estados Unidos.
Cuando comenzó el proceso, se cuestionaba al propuesto. Ahora se cuestiona al nominado, al Senado, y a la Corte Suprema. Así no va a terminar el circo. Más bien podría convertirse en circo de tres pistas.
Hay que romper este círculo vicioso. No se necesitan líderes iluminados. Estados Unidos conoce de sobra, desde hace más de doscientos años, la solución: simplemente, hacer funcionar plenamente el Estado de derecho, por encima de personas, grupos o partidos. Eso es lo que ha convertido a Estados Unidos en el país más poderoso del mundo y de la historia.
Doctor en Economía y Licenciado en Ciencias Políticas. 1962-1993 analista, consultor e investigador científico. Profesor, Universidad de La Habana, profesor invitado en México, Brasil, Venezuela, Nicaragua, España, Francia, Bulgaria, Mozambique y Angola. Experiencia profesional en análisis estratégicos y formación gerencial ejecutiva. Autor del “Diccionario del Castrismo Cotidiano”. Coautor de “Secreto de Estado. Las primeras 12 horas tras la muerte de Fidel Castro” (2005); “Jaque al Rey, la Muerte de Fidel Castro (con carácter provisional)” (2006). Desde noviembre 2006 edita “Cubanálisis-El Think-Tank”, sitio digital de análisis de la realidad cubana, actualizado diariamente, y ha escrito regularmente en “Cubaencuentro” y “Diario de Cuba”. Participa en programas de televisión como “Sevcec a Fondo” y “A Mano Limpia” (América TV), “Prohibido Callarse” (Mira TV), así como en entrevistas sobre temas cubanos en Radio y TV Martí y en medios de prensa en América Latina.
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