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General: Reinaldo Arenas: 28 Aniversario de la muerte del escritor cubano
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Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 07/12/2018 16:20
 REINALDO ARENAS
CUBA SERÁ LIBRE, YO YA LO SOY
De momento el apartamento donde vivió y murió Reinaldo Arenas ha sobrevivido a la furia de demoliciones y reconstrucciones que parece ser la naturaleza de la ciudad. Ya Arenas hablaba, en su desengañado "Adios a Manhattan", de los "viejos y acogedores edificios del West Side" que "son demolidos rápidamente para dar paso a moles deshumanizadas e incosteables para quien no esté en las condiciones de desembolsillar cientos de miles de dólares". Y dicho proceso en la última década no ha hecho más que intensificarse.

 Reinaldo Arenas: 
Vida, pasión y muerte en dos apartamentos
Enrique Del Risco | diariodecuba
Cuando Reinaldo Arenas interrumpió los devastadores estragos del sarcoma kaposi atracándose con medicamentos y whiskey el 7 de diciembre de 1990 en su apartamento en el centro de Manhattan, no hacía más que dar fin a una escena interrumpida tres años antes.
 
"Yo pensaba morir en el invierno de 1987", son las primeras palabras del prólogo de su autobiografía. Hablaba del invierno en que una crisis de su enfermedad lo obligó a ingresar en un hospital de Nueva York. Al ser dado de alta regresó al apartamento con pocas intenciones de seguir viviendo. Pero de pronto tropieza con una revelación en forma de un matarratas: "Ya en casa, comencé a sacudir el polvo. De pronto sobre la mesa de noche me tropecé con un sobre que contenía un veneno para ratas llamado Troquemichel. Aquello me llenó de coraje, pues obviamente alguien había puesto aquel veneno para que yo me lo tomara. Allí mismo decidí que el suicidio que yo en silencio había planificado tenía que ser aplazado por el momento. No podía darle el gusto al que me había dejado en el cuarto aquel sobre".
 
Pero se trataba de algo más que de llevarle la contraria a un enemigo anónimo. La meta antes de que la muerte llegara era concluir con los proyectos que habían obsedido su carrera literaria: concluir el ciclo de cinco novelas que llamaba pentagonía y escribir su autobiografía. Según su recuento, ese mismo día "como no tenía fuerzas para sentarme en la máquina, comencé a dictar en una grabadora la historia de mi propia vida".
 
Al año siguiente, luego de otra recaída y otro ingreso de vuelta a su apartamento de la vez anterior, (también el de su muerte) tiene lugar la escena con la que cierra su dramático prólogo de Antes que anochezca: "Cuando yo llegué del hospital a mi apartamento, me arrastré hasta una foto que tengo en la pared de Virgilio Piñera, muerto en 1979, y le hablé de este modo: 'Óyeme lo que te voy a decir, necesito tres años más de vida para terminar mi obra, que es mi venganza contra casi todo el género humano'".
 
Menos de dos años bastaron para arribar a la meta que él mismo se había impuesto.
 
La ciudad prometida
Al salir de Cuba durante el éxodo del Mariel, Arenas había vivido en Miami poco más de tres meses. Fue entonces que, en agosto de 1980, recibió una invitación para asistir al Segundo Encuentro de Intelectuales Cubanos Disidentes en la Universidad de Columbia.
 
Al parecer la ciudad lo fascinó al punto de trocar una visita breve en el lugar que viviría el resto de su vida. "Y de pronto, yo que había llegado solamente por tres días a Nueva York, me vi con un pequeño apartamento en la calle 43 entre la Octava y la Novena Avenida, a tres cuadras de Times Square, en el centro más populoso del mundo".
 
El dramaturgo Iván Acosta escribe que cuando Arenas "llegó a Nueva York vivió 21 dias en mi apartamento del Manhattan Plaza. Luego mi mamá, que era amiga del súper del edificio 333 West calle 43, le consiguió un apartamento en el cuarto piso".
 
En su autobiografía, ya desencantado de la ciudad, Arenas explica aquella decisión como una mezcla de enamoramiento y autoengaño: "El desterrado es ese tipo de persona que ha perdido a su amante y busca en cada rostro nuevo el rostro querido y, siempre autoengañándose, piensa que lo ha encontrado. Ese rostro pensé hallarlo en Nueva York, cuando llegué aquí en 1980; la ciudad me envolvió. Pensé que había llegado a una Habana en todo su esplendor, con grandes aceras, con fabulosos teatros, con un sistema de transporte que funcionaba a las mil maravillas, con gente de todo tipo, con la mentalidad de un pueblo que vivía en la calle, que hablaba todos los idiomas; no me sentí un extranjero al llegar a Nueva York".
 
Al año siguiente de su llegada, Arenas seguía insistiendo en las virtudes de la ciudad: "Es una ciudad auténtica. Su autenticidad radica precisamente en el desinterés por esa palabra". Y en 1983 en Mariel, la revista que había fundado junto a otros compañeros de generación, define la relación con la ciudad en términos de tolerancia: "¿Qué otra ciudad fuera de Nueva York podría tolerarnos, podríamos tolerar?".
 
Seis  años más tarde esa tolerancia mutua pasa de ser ―a través de la inminencia de muerte que le trae la enfermedad que ha exterminado a decenas de amigos y conocidos― de Tierra Prometida a terreno baldío y hostil: "Manhattan es una de las pocas ciudades del mundo donde resulta imposible arraigarse a un recuerdo o tener un pasado. En un sitio donde todo está en constante derrumbe y remodelación, ¿qué se puede recordar?"
 
Dos apartamentos
Aparte de la estancia de las tres semanas iniciales en el apartamento del dramaturgo Iván Acosta, a Reinaldo Arenas se le conocen solo dos lugares de residencia en Nueva York: aquel inicial de 333 W 43rd Street, cuarto piso, donde vivió entre 1980 y 1983, y el del 328 W 44th Street, situado a una cuadra de distancia del anterior, "en un sexto piso sin ascensor", según describe el propio Arenas.
 
En esos lugares debió producir la mayor parte de su obra. Desde reescribir libros que le habían sido incautados por la Seguridad del Estado, como es el caso de Otra vez el mar, hasta producir la mayor parte de sus narraciones. A su estancia en el apartamento de la calle 43 corresponden la aparición de las novelas Cantando en el pozo (versión revisada de su ópera prima Celestino antes del alba), y Otra vez el mar y la colección de cuentos Termina el desfile. A su estancia en el apartamento de la calle 44 le corresponde la escritura de las novelas El portero, El asalto, La Loma del Ángel y El color del verano, además de colecciones de poemas, cuentos, artículos y su famosa autobiografía.
 
En esa autobiografía deja constar, entre tantas cosas, las causas de su salida del apartamento de la calle 43.  "[E]n 1983 el dueño el edificio en que vivía decidió echarnos del apartamento; quería recuperar el edificio y necesitaba tenerlo vacío, para repararlo y alquilarlo por una mensualidad mayor a la que nosotros pagábamos". El dueño, según Arenas "se las arregló para rompernos el techo de la casa y el agua y la nieve entraban en mi cuarto", de manera que "no me quedó más remedio que cargar mis bártulos y mudarme para el nuevo tugurio", el apartamento de la 44.
 
Entre el mar y la buhardilla
"El mar es nuestra selva y nuestra esperanza". Tal fue el título de la primera conferencia pronunciada por Arenas en EEUU. El mar, presencia constante en su obra, lo describe allí como algo que "nos hechiza, exalta y conmina". Se sobreentiende que a la búsqueda de la libertad.
 
Mucho se ha hablado del significado del mar para Arenas. Menos de esos recintos cerrados que le opuso en vida y obra: el "cuarto de criados de mi tía Orfelina", las múltiples celdas de fray Servando Teresa de Mier, el cuarto del hotel Monserrate, sus apartamentos neoyorquinos. Eran estos reductos la contraparte y punto de partida hacia esa infinitud que podía identificar con el mar o con la creación. Uno de los ejes de su vida que a su vez le servía de baluarte de resistencia frente a la corrupción de las palabras. "El escritor debe preferir la buhardilla al tráfico con las palabras", dijo en aquella misma conferencia en Florida International University (FIU). Allí también afirmó que "en última instancia la verdadera patria del escritor es la hoja en blanco". En los alrededores de su máquina de escribir, pudo añadir.
 
Todas las descripciones de su último apartamento en Nueva York coinciden en su aspecto austero, casi monástico, en contraste con alguien con tan poco de monje. Lugar de trabajo y refugio antes que de vida social.
 
El estudioso Enrico Mario Santí cuenta en una entrevista de próxima aparición: "Vivía en pleno Hell's Kitchen, en una época en que Times Square no era la sucursal de Disneylandia que es hoy… Su apartamento era un walkup, en un arduo quinto o sexto piso. Si años después se hablaría de la guarida en La Habana Vieja para el Diego de Fresa y chocolate, te aseguro que mucho antes Reinaldo Arenas ya tenía la suya en el exilio de Manhattan. Nunca, que yo recuerde, coincidí allí con nadie más, salvo con Lázaro Carriles, que según me dijo Reinaldo transitaba esporádicamente. El apartamento era pequeño, no recuerdo muebles ni cuadros; solo libros que, amontonados con papeles y prensa, forzaron a Arenas a alquilar el apartamento de enfrente, que funcionaba como archivo, o almacén".
 
El escritor colombiano Jaime Manrique cuenta de su única visita al apartamento de Arenas, un par de días antes de su suicidio: "Junto a una cadena de sonido anticuada y un televisor recuerdo un cuadro primitivo del campo cubano. Una mesa, dos sillas y un sofá gastado completaban la decoración".
 
Ese último Arenas que describe Manrique aparece además de destruido físicamente por la enfermedad, receloso y reclusivo: "Llamé a la puerta. Oí lo que me parecía un torpe accionar de cerraduras y cadenas, lo cual incluso en Times Square parecía excesivo".
 
Santí coincide en el recelo y da cuenta de su causa: "Uno de esos días que quedamos en vernos para comer y fui a recogerlo, toqué y noté que se demoraba mucho. Por fin abrió, y al entrar me di cuenta que la puerta ahora ostentaba varias cerraduras y una de esas enormes trancas de hierro que hacen presión entre puerta y suelo. Con angustia, me contó que habían entrado en el apartamento a robar, pero que extrañamente solo se habían llevado papeles. Había tenido que dejar el almacén de enfrente. Que yo sepa, nunca se aclararon esas circunstancias. Era señal que las cosas estaban cambiando. La guarida ya no era tal".
 
Agonía en la guarida
La sensación de indefensión que le provocó tal incidente reforzaría la paranoia que Manrique había notado desde sus primeros encuentros con Arenas tras su llegada a Nueva York y que vio como "una extensión de la paranoia que existe en el mundo de la emigración cubana. En la Cuba de Castro los disidentes tenían que diseñar unos elaborados sistemas de comunicación para evitar que los espiaran. Habían transplantado esas actitudes a este país, como si aquí también se sintieran bajo vigilancia constantemente".
 
Pero ni la enfermedad ni esa sensación de vulnerabilidad le impidieron enfrascarse en esa vorágine rabiosa de creación que debieron ser sus últimos años en aquel apartamento. De aquella visita que le hiciera Manrique observó: "Sobre la mesa descansaban montones de manuscritos, miles ymiles de hojas y Reinaldo parecía un naufragio en medio de un mar de papeles. Cuando pregunté si eran copias de un manuscrito que hubiera terminado recientemente, me contó que los tres manuscritos que había sobre la mesa eran una novela, un libro de poemas y su autobiografía, Antes que anochezca".
 
Manrique cuenta cómo en aquella visita Arenas fantaseó con la posibilidad de morir junto al mar. "Me gustaría irme de aquí antes de que venga el invierno. Mi sueño es ir a Puerto Rico y encontrar un sitio en la playa para morir cerca del mar".
 
Dos días después de la visita de Manrique el agente literario de Arenas, Thomas Colchie, lo "llamó para decir que Reinaldo se había suicidado la noche anterior, que había tomado pastillas tragándoselas con sorbos de Chivas Regal".
 
Iván Acosta rememora que la "primera persona que lo vio muerto fue una vecina de él, colombiana, que a veces le colaba café y le hacía sopas de pollo. Ella vio la puerta entrejunta y lo vio tendido sobre el sofá en la sala".
 
De momento el apartamento donde vivió, creó y murió Reinaldo Arenas ha sobrevivido a la furia de demoliciones y reconstrucciones que parece ser la naturaleza de la ciudad. Ya Arenas hablaba, en su desengañado "Adios a Manhattan", de los "viejos y acogedores edificios del West Side" que "son demolidos rápidamente para dar paso a moles deshumanizadas e incosteables para quien no esté en las condiciones de desembolsillar cientos de miles de dólares". Y dicho proceso en la última década no ha hecho más que intensificarse.
 
De puro milagro el edificio todavía se yergue el 328 W 44th Street, a unos 200 metros de la frenética Times Square, justo en la cuadra del famoso club de jazz Birdland. Es de temer que el raro milagro de su subsistencia no se prolongue mucho más tiempo.
 
Reinaldo Arenas en sus 12 libros reveló un mundo de rebeldía, desde aquel perseguido por la Inquisición, Fray Servando Teresa de Mier, en 'El Mundo Alucinante', hasta sus memorias escritas cuando era perseguido y se escondía entre la espesura del Bosque de La Habana, 'Antes que anochezca', porque después no había luz.
 
ENRIQUE DEL RISCO,  NUEVA JERSEY
El autor agradece el aporte para elaborar este artículo de los mencionados Iván Acosta, Enrico Mario Santí, Jaime Manrique y de Perla Rozencvaig y Miguel Correa.



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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 07/12/2018 16:35
LA CUBA MALA DE REINALDO ARENAS
Fue extranjero en todas partes. Desde que nació en la Cuba de Batista, hasta que salió de la isla huyendo de la Cuba de Fidel, Reinaldo Arenas pagó cara su condición gay.  Ahora tiene la nacionalidad de ciudadano del mundo.
 
 REINALDO ARENAS CIUDADANO DEL MUNDO
Por Oscar Guisoni
Reinaldo Arenas tenía apenas quince años cuando Fidel Castro y sus rebeldes se hicieron fuertes en la Sierra Maestra y derrocaron al dictador Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959. Tenía treinta años cuando fue internado en una prisión cubana por homosexual y escritor disidente. Treinta y siete cuando se fugó de la isla durante la crisis de los “marielitos”. Cuarenta y cuatro cuando le diagnosticaron el SIDA en Nueva York y cuarenta y siete cuando se suicidó el 7 de diciembre de 1990 al no poder soportar los estragos del dolor que le provocaba una enfermedad en aquel entonces devastadora y fuera de control. Su vida bien puede ser leída como la cara más oscura de la revolución, mientras que su obra se sigue leyendo como lo que es:un prodigio de desenfado caribeño, un mundo alucinante, plagado de aventuras carnavalescas, última muestra de lo que supo ser Cuba antes de precipitarse en el abismo gris que trajo consigo la exigencia realista del socialismo y la persecución a los intelectuales díscolos.
 
La breve e intensa vida de Arenas coincidió de manera trágica con la revolución que sacudió los cimientos de la sociedad de su Cuba natal desde que era un niño campesino pobre en Holguín.
 
San Isidoro de Holguín era la pequeña ciudad de provincias a la que su madre se había mudado intentando huir del hambre y la miseria en la que la había dejado su marido, un aventurero que la abandonó tres meses después de casarse con ella cuando ya estaba encinta de Reinaldo. En su autobiografía, Antes que anochezca(Tusquets, 1992), llevada al cine por el director Julian Schnabel y protagonizada por Javier Bardem, Arenas habla de una infancia pobre en la que los abuelos le enseñaron a odiar a un padre ausente y en la que tuvo que convivir con una madre frustrada que había decidido enterrar su sexualidad a los veinte años, asumiendo una “castidad peor que la de una virgen”.
 
Apenas se oyeron los rumores de la revolución, Arenas que por ese entonces era aún un adolescente, dejó la casa natal y la barahúnda de mujeres que lo habían criado y se fue a la sierra en busca de acción. Era tan niño que ni los guerrilleros dejaron que combatiera. Cuando volvió a la casa se había armado un gran alboroto. “Cometí la imprudencia de dejar un papel sobre la cama donde decía que me iba con los rebeldes, pero que no dijeran nada a nadie. Dando gritos, las diez mujeres que había en la casa divulgaron la noticia por todo el barrio. Ahora la policía de Batista me buscaba”, recuerda en Antes que anochezca. Por fortuna, unos días después triunfó la revolución y Arenas pudo volver a su casa, donde fue recibido como un pequeño héroe.
 
Junto al incipiente socialismo el futuro novelista descubrió también las inclinaciones de su sexualidad. El ambiente machista en el que se había criado lo forzó durante un tiempo a mantener pseudo enamoradas, pero luego de su primera experiencia con un hombre en un lugar tan poco íntimo como un bus público, Arenas se sacó las máscaras para siempre en una sociedad que no estaba preparada para enfrentarse a ese tipo de desnudez.
 
Sus simpatías por la revolución duraron lo que duró la algarabía de los primeros meses. Nunca se había visto, recuerda en su biografía, tanto erotismo en las calles como en esos días de 1960. Pero cuando el régimen castrista comenzó a perseguir a los homosexuales con saña, Reinaldo comprendió que el socialismo era apenas una cáscara de libertad, y si acaso había alguna, se trataba de una libertad que a él le negaba la suya.
 
La prisión y las letras
Instalado en La Habana durante los primeros años del gobierno de Castro, Arenas da rienda suelta a su pasión por la literatura. Escribe poemas, cuentos, y gracias a un amante influyente entra a trabajar en el Instituto del libro. Escribe Celestino antes del alba (Tusquets, 1996), su primera novela, que no tarda en ser reconocida por el todavía efervescente mundillo literario cubano. Protagonizada por un niño que no deja de escribir por todas partes para exasperación de su familia y que vive en un territorio de alegorías, la novela es una “defensa de la libertad y de la imaginación en un mundo contaminado por la barbarie, la persecución y la ignorancia”, según el propio Arenas.
 
Fruto de esos años es también El mundo alucinante (Tusquets, 1997), una barroca novela de aventuras caribeña que le valió un amargo enfrentamiento con el establishment socialista. Presentó el libro a un concurso en el que se encontraban entre los miembros del jurado Alejo Carpentier, incondicional de la Revolución, y Virgilio Piñera, poeta, homosexual y anticomunista que no tardaría en ser perseguido por el castrismo. El premio fue declarado desierto. “Te lo quitaron” le diría Piñera más tarde. A Arenas el disgusto se le quedó atragantado. En esos años comenzaron también las redadas de los policías del régimen en los lugares frecuentados por homosexuales. En esos años agitados conoce a José Lezama Lima, que comparte con él el gusto por los hombres y una erudición interminable, capaz de alimentar largas horas de insólitas tertulias. Lezama era ya la bestia negra de la Revolución y se encontraba bajo perpetua vigilancia. “En cierta ocasión -relata con ácido humor- Lezama y Virgilio coincidieron en una especie de prostíbulo para hombres que había en La Habana Vieja y Lezama le dijo a Virgilio: “Así que vienes tras la caza del jabalí”. Y Virgilio le contestó: “No, he venido, simplemente, a singar con un negro”.
 
La doble persecución a la que se ve sometido, por homosexual y escritor crítico con el gobierno, hace que Arenas termine en la cárcel, más precisamente en el Castillo del Morro, “una fortaleza colonial que fue construida por los españoles para defenderse de los ataques corsarios y piratas”, “un lugar húmedo enclavado en una roca”, un infierno medieval. Durante esos años su escritura languidece. Ya en libertad sale a la luz su tercer libro, El palacio de las blanquísimas mofetas (Tusquets, 2001), un recuerdo desaforado de sus breves días en la guerrilla, un catálogo de lo que pudo ser la revolución y no fue, otro personal ajuste de cuentas de Arenas con el régimen.
 
Luego de unos años de horror, en los que se fugó y volvió a entrar en prisión, soportando cuando no estaba entre rejas la inmensa cárcel a cielo abierto en la que se había vuelto la isla, la llamada “crisis de los Marielitos” en 1980 le dio la oportunidad que esperaba para abandonar definitivamente Cuba. Se introdujo entre los candidatos a abandonar el país por su condición de homosexual, pero antes de pasar el último control fronterizo temió –con razón– que su nombre estuviera en la lista de los que no podían marcharse y falsificó el pasaporte cambiando la “e” de Arenas por una esperpéntica “i”. Así fue como convertido en Reinaldo Arinas llegó a Estados Unidos.
 
Ya célebre, el exilio en Estados Unidos no le sentó bien. Aquella era una sociedad demasiado fría para su alma caribeña. En medio de esa desolación vuelve a la escritura. Su última década es la más fructífera. En 1982 sorprende con Otra vez el mar (Tusquets, 2002), una novela sobre una pareja vencida, escrita a dos voces. Ella, una mujer temerosa de perder a su marido; él, un poeta y ex revolucionario frustrado. En esos años publica también Arturo, la estrella más brillante, una obra menor y El Portero (Tusquets, 2004), la historia de un exiliado cubano en Manhattan, portero de un gran edificio de apartamentos con grandes dificultades para adaptarse al american way of life. En esa década publicó también El Asalto, una historia atroz de un hombre que busca a su madre para matarla con sus propias manos y termina transformado en un agente de la seguridad del Estado y El color del verano(Tusquets, 1999), su última novela, que transcurre en una Cuba gobernada por un esperpéntico dictador de nombre Fifo en la que todas las ilusiones se han desvanecido y el horror se ha instalado como único mundo posible.
 
Esas obras sombrías las redactó en Nueva York, donde se instaló y en la que en 1987 le diagnosticaron SIDA, “un mal perfecto —escribe en el prólogo de Antes que anochezca— porque está fuera de la naturaleza humana y su función es acabar con el ser humano de la manera más cruel y sistemática posible”. La peste que golpea a los homosexuales en aquellos años no tiene cura, por lo que las enfermedades más terribles se ceban con su indefenso organismo. De su regreso de una de las tantas excursiones al hospital durante el año en que le hicieron el diagnóstico, cuenta: “me arrastré hasta una foto que tengo en la pared de Virgilio Piñera, muerto en 1979, y le hablé de este modo: ‘Óyeme lo que te voy a decir, necesito tres años más de vida para terminar mi obra, que es mi venganza contra casi todo el género humano’”. El 7 de diciembre de 1990, harto de soportar la humillación de la enfermedad y el dolor, Reinaldo se suicidó. “Me voy sin tener que pasar primero por el insulto de la vejez”, escribió en sus últimas páginas de extrema lucidez.
OSCAR GUISONI     

Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 07/12/2018 16:37
 


Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 07/12/2018 17:03
ARTE Y CULTURA
"LAS ARENAS REVUELTAS DE REINALDO"
Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país.

"CUBA SERÁ LIBRE. YO YA LO SOY"
El autor Reinaldo Arenas rompe en vendabal cualquiera de los moldes en que se le quiera encasillar, incluyendo el de la homosexualidad.  En un mundo de machos, donde algunos se hicieron guerreros y llegaron a generales para ocultar su homosexualidad, Reinaldo Arenas deviene homosexual, cuando menos, raro. Nada que ver con el estereotipo implantado en la isla del hombre apocado, disminuido por el ejercicio pasivo de su sexualidad.
 
Porque si de valor personal hablamos, y no sólo cívico, habría que ver si Arenas no resulta más macho que muchísimos de los intelectuales cubanos que se las han dado de muy dotados de testosterona, incluyendo uno arribado a ministro, y más macho también, por supuesto, que esos durísimos altos oficiales del Ejército y el Ministerio del Interior que ante la sola presencia del Macho en Jefe tiemblan como hojas azotadas por el terral; terral como terror en este caso.
 
Y es que con Reinaldo las arenas suelen estar revueltas y producir espejismos que nublan, y muchas veces pierden, al curioso viajero u observador no avisado, efecto óptico desprendido del desierto tormentoso y atormentado de su paradójica personalidad; paradójica como ha de ser la personalidad de todo hombre, del hombre en tanto alma y en tanto arma, que por destino o elección, nunca se sabe, se ve obligado a transgredir las normas, y provocar a los guardianes de la norma, para dejar un obra trascendente, de la índole que ésta sea, en el desarrollo del bicho humano como entidad civilizada. Arenas, entre los más grandes escritores cubanos de todos lo tiempos, y posiblemente el más grande del último medio siglo, no podía, ni por asomo, escapar a ese sino.
 
Para empezar, y en palabras de ese otro grande, Guillermo Cabrera Infante, Premio Cervantes de las Letras 1997, el escritor holguinero, 1943, se inicia en la vida adulta como un revolucionario y termina como lo que siempre fue, un rebelde con varias causas, y agrega: "Tres pasiones rigieron la vida y la muerte de Reinaldo Arenas: la literatura no como juego, sino como fuego que consume; el sexo pasivo y la política activa"... "De las tres, la pasión dominante era, es evidente, el sexo. No sólo en su vida sino en su obra".
 
Y no es para menos que así fuese porque los hombres terminan por creer, tan pretenciosos, que poseen, hacen sexo, cuando la verdad podría ser que el sexo posee, hace a los hombres, de ahí que los antiguos griegos, tan sabios en todo, descubrieran y denominaran a los dioses y demonios del sexo. Luego, como dijera el psiquiatra, filósofo y brujo de Zúrich, Carlos Gustavo Jung, uno no tiene un deseo, uno está poseído por un deseo; uno no tiene un vicio, uno esta poseído por un vicio. Quizá a esa posesión, dominio de los dioses y demonios del sexo, debamos el poder contar al presente en la patria de las letras con obras de la altura de Otra vez el mar, 1982, El color del verano, 1991, y su biografía novelada Antes que anochezca, 1992, llevada póstumamente al cine por el director estadounidense Julian Schnabel.
 
El narrador y periodista Luis de la Paz, amigo del autor de El mundo alucinante desde los tiempos de persecución en La Habana y más tarde en el exilo, declaró en exclusiva para este trabajo: "Creo que es necesario tener presente que Reinaldo Arenas vivía como sus propios personajes, aunque no siempre le era posible diferenciar entre la literatura y la realidad cotidiana; habían choques, confrontaciones, extraños y hasta curiosos razonamientos para asumir una actitud en un momento determinado. Para mí asombro, Reinaldo, un hombre capaz de afirmar (y escribir) que había tenido sexo con miles de personas a lo largo de su agitada existencia, me dijo (también lo escribió) que durante los dos años que estuvo preso en El Morro nunca tuvo relaciones sexuales con otros reclusos. Argumentaba un elemento supremo, admirable, que el sexo, como todo en la vida, había que hacerlo en plena libertad.
 
Ese comportamiento, en un sentido más amplio y abarcador, contrasta con el de personas que hacen ostentación de su virilidad (incluso atacando con vehemencia a los homosexuales) y bajo presión, quizás por debilidad, son capaces de sucumbir, denunciar y hasta trabajar para los servicios de inteligencia, renunciando a eso que Reinaldo Arenas defendió con asombrosa lucidez durante toda su vida (y en la totalidad de su obra): la libertad.
 
Muchos, sobre todo aquellos que no lo conocieron, piensan en Reinaldo como un homosexual muy afectado, y no lo era. Él nunca ocultó su manera de ser, pero no podía apartar de sí su condición de campesino, de hombre rudo, que vivió en condiciones muy difíciles. Físicamente era macizo, puro músculo".
 
De hecho, siguiendo en la onda de lo contradictorio, de las arenas movedizas, revueltas, vemos por otro lado que en ninguna de las novelas de Reinaldo su alter ego literario, Gabriel, Rey o la Tétrica Mofeta, tiene sexo tras las rejas, tras los árboles o sobre los árboles sí, pero no tras las rejas. Nos topamos entonces con que, extrañamente, el más desembozado homosexual de las letras isleñas no pone a sus personajes al desempeño sodomítico mientras en prisión permanecen, sin piedad los condena doblemente, a la pena carcelaria y a la abstinencia erótica, en tanto que uno de los más machos de las letras isleñas, acorde con el estereotipo establecido, Carlos Montenegro, quien estuvo en la cárcel por haber dado muerte a navajazos a un hombre en el puerto de La Habana, y que fue duro de pelar en vida, en prosa y presidio, por demás amigo juramentado del temido ganster y mejor escritor Rolando Masferrer, vino a escribir nada menos que la novela Hombres sin mujer, 1938, cuyo tema no es otro que el del amor y la muerte entre presidiarios, o la muerte por amor entre presidiarios; un escándalo sin dudas en los pacatos predios literarios de su tiempo.
 
Arenas no era para nada un ser físicamente débil, como ha apuntado más arriba su amigo de la Paz, era más bien puro músculo, pero había más, esa solidez sobre el esqueleto respondía a un espíritu aventurero que supo y pudo no sólo escapar de la cárcel, sino sobrevivir fugitivo durante meses, en los que medió un intento de fuga del país a través de los terrenos minados que rodean la Base Naval Norteamericana en Guantánamo, y varias otras peripecias, hasta su estadía final en el Parque Lenin de La Habana en complicidad con los hermanos Abreu (los escritores José, Juan y Nicolás, a quienes por otro lado agradeció la riesgosa asistencia inmortalizándolos con el mote de las Hermanas Bronté), antes de ser nuevamente arrestado por las alardosas y bien entrenadas fuerzas de seguridad del régimen marxista isleño. Para decirlo claro, no son muchos los opositores, por no hablar de escritores, que cuentan con el aval de fuga y posterior sobrevivencia de las cárceles castristas pues, para decirlo también claro, bajo un sistema totalitario, sea nazi o sea comunista, hay que tener valor hasta para escapar.
 
Por lo que se da el extraño caso de que Arenas tiene más que ver, en vida pero también en obra, con el escritor e impenitente aventurero norteamericano, Ernest Hemingway, que con sus pares insulares en la incorporación sodomítica, José Lezama Lima y Virgilio Piñera.
 
Y es que entre Arenas y Hemingway había, más allá de las diferencias evidentes, y de las semejanzas evidentes (las del último acto y las de la pluma y la página como premisa primera) una comunión en la manera de enfrentar, vivir, la vida hasta el precio postrero, en la perenne pelea, en la perenne huida de algo o de alguien hacia cualquier parte, en el ofrendar y ofender de las vísceras como materia prima literaria y, sobre todo, en la manera de asumir el sexo (¿En la manera de asumir el sexo, está usted seguro o está usted borracho?, preguntarían azorados al articulista lo mismo Arenas que Hemingway). Pues en el desenfreno por amar varones de Arenas probablemente no había más que el inconfeso deseo de manifestar su varonía, de ser varón total; y en el desenfreno por amar féminas de Hemingway probablemente no había más que el inconfeso deseo de manifestar su feminidad, de ser fémina total (pero lo de Hemingway es harina de otra costal, es decir, de otro artículo). Había, quizá, mucho de femenino en Hemingway. Había, quizá, mucho de masculino en Arenas. Ambos demasiado inconformes, rebeldes con el rol, la vida que les tocó en suerte. 0Ambos disfrutaron, Hemingway más que Arenas, de los placeres en la misma isla, pero terminan escapando, no ya de la isla, sino de la vida vía el suicidio cometido en el mismo país norteño, que era el de Hemingway y terminó siendo, a su pesar, el de Arenas. Arenas en Nueva York, Hemingway en Ketchum, Idaho. Arenas por asfixia, Hemingway por disparo de escopeta calibre 12 en el cielo de la boca. Hemingway ya tiene museo en La Habana, Arenas tendrá un día museo en La Habana. Ambos almas permanecen penando, asegura gente de crédito, en las calles y recovecos de La Habana.
 
Reinaldo, para colmo, termina por virar al revés las arenas, tembladeras más bien, de los machistas códigos de la historia nacional cuando, genio y figura hasta la sepultura, hasta los pasos previos a la sepultura, escoge para su último acto no ya la fecha del 19 de mayo, muerte de Martí (a quien le uniría el ejercicio extremo de la pluma y, también, la vida extrema hasta el punto de no ser eso que denominan una persona decente, precisamente por no encajar en los tópicos de las manidas normativas de la masa diligente), sino el 7 de diciembre, muerte de Maceo, arquetipo donde los haya del macho nacional, incrustado hasta los tuétanos del inconsciente isleño en alarde de testosterona, bala, machete, espuelas y polainas. Y no silenciosamente, como a muchos hubiera gustado, sino que ese día del año 1990 mandó una misiva, misiva como un misil, a sus amigos en todo el mundo, publicada en el Diario Las Américas de Miami, en la que culpa de su muerte a Fidel Castro y concluye con el ineluctable decreto, "Cuba será libre. Yo ya lo soy"; decreto que lo sitúa más cerca de Maceo que de Lezama.


Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 09/12/2018 15:43
El mundo alucinante de Reinaldo Arenas  (Fragmentos y algo más)
"El mundo alucinante", del escritor cubano Reinaldo Arenas (1943-1990), es una de las novelas hispanoamericanas más conocidas y formalmente mas audaces del llamado "boom" de la década de los sesenta. Esta novela lanzó a Arenas al ruedo internacional, aunque, paradójicamente, fue la que durante años le ocasionó persecución y prisión en su propio país. A medio camino entre la biografía imaginaria y la novela picaresca, y debido a su experimentación formal, posición histórica e ideológica, "El mundo alucinante" es un claro ejemplo de novela posmoderna. Esta versión libre, burlesca y paródica de las "Memorias" de Fray Servando Teresa de Mier y Noriega, fraile dominico y prócer de la independencia, un clásico de las letras, la cultura y la política hispanoamericanas, es una crítica de toda ideología represiva.
 
Reinaldo Arenas, era de origen campesino y culturalmente autodidacto, pinta a sus compatriotas según los ve, sin despreciarlos ni mitificarlos; unas personas contradictorias, arbitrarias, desaforadas y asustadas, dispuestas a cualquier vileza para sobrevivir y, al mismo tiempo, con un asombroso sentido artístico. Prostitutas que pintan cuadros bellísimos, jóvenes semianalfabetos que escriben poemas y novelas interminables, en medio de las condiciones más hostiles que se puedan imaginar, como si esa afortunada capacidad adjetivadora, esa predisposición a la metáfora, fuera otro fruto más de esa tierra extraña e inexplicable.
 
Poseedor también de una increíble capacidad narrativa, de un entusiasmo y una vitalidad rayanas en la temeridad, Arenas fue el enfant terrible del anticastrismo. Cuando en 1980 escapó con los demás exiliados del Mariel, Miami le pareció “la caricatura de Cuba” e hizo unas declaraciones que no le granjearon la simpatía de sus compañeros de fatigas: “Si Cuba es el infierno, Miami es el purgatorio”. Por eso se refugió en el anonimato salvaje y asfaltado de Nueva York. Mientras vivió, Arenas resultó incómodo para todos. No siempre comprendido y a veces incomprensible, tal vez en estas páginas atropelladas y dramáticas encontremos la clave de esa fuerza que le llevó a escribir y reescribir, en condiciones penosas y peligrosas, novelas que contenían toda la paranoia de aquel mundo alucinante.
 
La evocación de los ambientes literarios a los que Arenas accedió gracias a su talento natural, recuerda –calor y orgías aparte– a los de tantos escritores soviéticos, obligados a arrastrar su don por la más plana y aberrante oficialidad. Encontramos a Heberto Padilla, convertido en un pelele; a Lezama Lima, despreciado y privado de todo respeto; a Virgilio Piñera, reducido a la condición de no persona, y a mucha gente humilde –no precisamente intelectuales– muerta de hambre y humillada, cuya vida se limita a una interminable lucha por la supervivencia, mientras que los “tontos útiles” y los desaprensivos celebran los “logros” de la revolución en una isla convertida para los turistas en una verdadera “aldea Potemkim”.
 
Hoy, como siempre, con la extravagancia, según ellos. Con la voz de la diferencia, según otros. Con los pocos a quienes muchos tratan de traidores, les acusan, les acosan. Y les borran el nombre. Les persiguen, les torturan, les violan. Les tiran los versos a su hoguera de la justicia. Les encierran,  les desaparecen, les ahogan. Les niegan el pan y el aire, el amor y el vino. Les destierran, les fusilan o les matan en vida, después de haber pretendido, infructuosamente, que también ellos participen de una celosa farsa y vivan sumisos en la mentira. Primero fue la cárcel, la persecución, el destierro. Después el suicidio, la enfermedad, la locura.)

El verano. Los pájaros derretidos en pleno vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de los arriesgados transeúntes, matándolos al momento.
El verano. La isla, como un pez de metal alargado, centellea y lanza destellos y vapores ígneos que fulminan.
El verano. El mar ha comenzado a evaporarse, y una nube azulosa y candente cubre toda la ciudad.
El verano. La gente, dando voces estentóreas, corre hasta la laguna central, zambulléndose entre sus aguas caldeadas y empastándose con fango toda la piel, para que no se le desprenda el cuerpo.
El verano. Las mujeres, en el centro de la calle, empiezan a desnudarse, y echan a correr sobre los adoquines que sueltan chispas y espejean.
El verano. Yo, dentro del morro, brinco de un lado a otro. Me asomo entre la reja y miro al puerto hirviendo. Y me pongo a gritar que me lancen de cabeza al mar.
El verano. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los carceleros que, molestos por mis gritos, entran a mi celda y me muelen a golpes. Pido a Dios que me conceda una prueba de su existencia mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se hubiera vuelto loco.
El verano. Las paredes de mi celda van cambiando de color, y de rosado pasan a rojo, y de rojo al rojo vino, y de rojo vino a negro brillante… el suelo empieza también a brillar como un espejo, y del techo se desprenden las primeras chispas. Solo dándole brincos me puedo sostener, pero en cuanto vuelvo a apoyar los pies siento que se me achicharran. Doy brincos. Doy brincos. Doy brincos.
El verano. Al fin el calor derrite los barrotes de mi celda, y salgo de este horno al rojo, dejando parte de mi cuerpo chamuscado entre los bordes de la ventana, donde el aceite derretido aun reverbera.

Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles, si bien es cierto que generalmente allí es donde se engendran. Se necesita tanta acumulación de odio, tantos golpes de cimitarra y redobles de bofetadas, para al fin iniciar este interminable y ascendente proceso de derrumbe.
 
  Las manos son lo mejor que indica el avance del tiempo.
  Las manos, que antes de los veinte años empiezan a envejecer.
  Las manos, que no se cansan de investigar ni darse por vencidas.
  Las manos, que se alzan triunfantes y luego descienden derrotadas.
  Las manos, que tocan las transparencias de la tierra.
 
  Que se posan tímidas y breves.
  Que no saben y presienten que no saben.
  Que indican el límite del sueño.
  Que planean la dimensión del futuro.
 
  Estas manos, que conozco y sin embargo me confunden.
  Estas manos, que me dijeron una vez: -tienta y escapa-.
  Estas manos, que ya vuelven presurosas a la infancia.
  Estas manos, que no se cansan de abofetear a las tinieblas.
  Estas manos, que solamente han palpado cosas reales.
  Estas manos, que ya casi no puedo dominar.
  Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores.
  Estas manos, que marcan los límites del tiempo.
 
  Que se levantan y de nuevo buscan el sitio.
  Que señalan y quedan temblorosas.
  Que saben que hay música aun entre sus dedos.
 
  Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse.
  Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro.
  Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera.
 
(Reinaldo Arenas Fuentes. Tres fragmentos --la disposición de los textos es nuestra-- de El mundo alucinante. Madrid, Editorial Montesinos, 1981)
“En El mundo alucinante yo hablaba de un fraile que había pasado por varias prisiones sórdidas. Yo al entrar allí (el Morro), decidí que en lo adelante tendría más cuidado con lo que escribiera, porque parecía estar condenado a vivir en mi propio cuerpo lo que escribía.”
         ―Reinaldo Arenas
                                                  Artículo tomado del blog fernandonombela


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