No hay adornos, no hay belleza, no hay frutos secos, ni húmedos, no hay panes de navidad, esos que se aprietan de frutas deshidratadas, de pasas —ese tesoro para los cubanos—, no hay almendras envueltas en una fina capa de caramelo, ni dátiles, ni higos, ni nada que recuerde que es humano el olvido de las penas ante un plato de alimentos.
AL PAN ¿PAN? Y AL VINO…
POR JULIO ANTONIO FERNÁNDEZ ESTRADA
¡Oh Ceres, escucha nuestras plegarias, nosotros que no podemos cultivar el trigo, que debemos otear el horizonte y esperar al barco que lo trae de parajes donde sí crece feliz con su color de sol!
Ceres, nuestro arroz no basta para alimentar al pueblo, hemos olvidado la técnica de pasar la yuca por un guayo, no hacemos nuestro pan más antiguo, las niñas y niños de los campos y ciudades no saben qué es el casabe.
¡Oh dioses que quitan el hambre y permiten que prosperen los surcos de la tierra sembrada, por qué nos han hecho olvidar el maíz, la costumbre divina de hacer juntos todos, los domingos, el tamal en hojas, o en cazuela!
Sin pan no hay patria, Ceres, sin cereales —palabrita bonita que te hemos dedicado— no hay pueblo alimentado. No gozamos en esta isla ardiente del Caribe con los cereales escondidos y mágicos de los Andes. Te pedimos que ilumines a los que nos dirigen para que no olviden pagar sus deudas, ellos se convierten en deudores morosos y nosotros pagamos con ayuno su culpa lata.
Ya llega la Navidad, los árboles que recuerdan el nacimiento del niño que se hizo carpintero, están adornados con guirnaldas que semejan la nieve que nunca cayó en Belén.
Nuestros dirigentes no han importado este año —productos para nosotros quiero decir—, para festejar con baratijas y dulcitos perecederos los días santos de la cristiandad.
No hay adornos, no hay belleza, no hay frutos secos, ni húmedos, no hay panes de navidad, esos que se aprietan de frutas deshidratadas, de pasas —ese tesoro para los cubanos—, no hay almendras envueltas en una fina capa de caramelo, ni dátiles, ni higos, ni nada que recuerde que es humano el olvido de las penas ante un plato de alimentos.
La navidad la festejamos sin pan, no digo el panetón italiano de sabor inolvidable, ni el pandoro suave que parece que disfruta avasallándote, sino el pan arrugado de todos los días, el que nos despierta con su sabor a vida y nos impulsa de la cama a la labor extenuante.
El pan, Ceres, el pan, querido funcionario que no pagó la deuda que nos dejó sin trigo o sin piezas de repuesto, el pan que en Cuba se come con tomate, con aguacate, con aceite de soya —nunca de olivos—, con azúcar prieta, con algo que dice ser tipo mantequilla, con mayonesa; como veis, jamás con jamón hecho de un cerdo de patas negras, ni con queso de cabra, y ahora tampoco con tortilla, porque hay que ahorrar los huevos.
Hemos ahorrado demasiado los huevos, a veces me parece que los huevos se perdieron en el 1878, después de Baraguá, o en el 1953, después del Moncada, o en el 1957, después de Palacio, o en el 1967, después de la Higuera, pero esas son pataletas mías, porque sé que los huevos de pronto pueden aparecer e inundarlo todo con su amarillo y blanco.
No hay pan, ni guaguas para salir a forrajearlo, ni taxis para ir lejos a buscarlo de todas, todas.
Los días de fiesta no los merecemos, no sé por qué alguien ha imaginado para nosotros este extraño regalo. Qué hemos hecho para merecer tiendas vacías, sin nada con qué brindar en Navidad, ni nada qué poner a asar, sin pavos, ni gallinas, ni pan para mojar la salsita y empujar el trocito que se escapa del plato.
Qué tienen estas fiestas que molestan tanto a nuestros dirigentes, será que el nacimiento de Belén los ofusca, o que no creen sano celebrar días que son más viejos que el Estado y que nuestra historia.
La felicidad no se alcanza solo con las metas cumplidas en el trabajo, ni con los méritos celebrados en las reuniones de los ministerios, también es necesario alegrar el alma simple que tenemos, nosotros, los seres que no asistimos a asambleas ni a matutinos.
Hay un pueblo que espera el pan, que no se contenta con la narración terrorífica sobre una deuda que no se pagó a tiempo, y que se ofende cada vez que alguien dice en la televisión que nosotros tenemos que entender y que confiar.
No nos vamos a ninguna parte, no hay en qué irse ni en qué venirse. Estamos a la espera del pan y el dulce, sabemos que pedimos poco, pero algunos no queremos solo tragar en seco y seguir. Sin pan no hay país, hemos aceptado el amargor de nuestro vino de plátano como un símbolo patrio de humilde dignidad, pero no aceptamos olvidarnos del pan ni del masarreal.
Queremos que el pan nos cubra, que venga pan de Francia y de China, que nos toquen a la puerta a darnos arepas venezolanas y tortillas mexicanas, que sea gratis el pan durante tres meses para indemnizarnos por su ausencia evitable.
Hace miles de años que el ser humano hace pan en un horno donde se ha cocido la civilización toda, por lo que pedimos algo tan simple como volver al camino antiquísimo de la vida. Es 2018, ya sabemos que tenemos en La Habana mil guaguas menos que en 1984, y no hay ni un camello de los 90 ni una bicicleta china, pero queremos pan, que venga con la azúcar desde Europa —qué vergüenza— pero que venga ya.
El pueblo no miente, al pan le dice pan, aunque hace años nos quejamos de que es pequeño y ácido, y ese mismo se ha ido ahora para que lo extrañemos, y al vino le hemos dicho… Soroa, porque no sabemos de viñedos y sus jugos, pero el pan lo merecemos, yo me atrevo a exigirlo, con permiso de Ceres y de los funcionarios.
JULIO ANTONIO FERNÁNDEZ ESTRADA, DICIEMBRE 2018, CUBA
LIBRETA PARA COMPRAR Y PODER COMER EN CUBA
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