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General: Así eran las fiestas y orgías en Hollywood
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Reply  Message 1 of 3 on the subject 
From: administrador2  (Original message) Sent: 31/08/2018 16:34
 HOLLYWOO
'MARILYN MONROE' EL SEXO FORMA PARTE
DE LA NATURALEZA Y YO ME LLEVO DE MARAVILLA CON LA NATURALEZA
Juerguistas, borrachos, pendencieros, ególatras, depresivos, camorristas y suicidas... La historia del cine está llena de amantes de la botella y de muchas otras mierdas. Marilyn Monroe, esa gran actriz escondida bajo una imagen angelical y voluptuosa, murió oficialmente a causa de una sobredosis de barbitúricos y alcohol. ¡Fue su leyenda lo que la mató!.
 
 'MARILYN MONROE' 
ASÍ ERAN LAS FIESTAS (Y ORGÍAS) EN HOLLYWOOD
       Por Belén Ester |  Esquire
“El sexo forma parte de la naturaleza, y yo me llevo de maravilla con la naturaleza”, solía decir Marilyn Monroe. No es ningún secreto que la rubia más famosa de Hollywood tenía una vida sexual de lo más ajetreada. Pero no supimos cuánto hasta el año 2010, cuando el FBI desclasificó un informe que revelaba que la actriz participó en “fiestas sexuales” con Frank Sinatra, Sammy Davis Jr. y los hermanos Ted, Robert y John F. Kennedy. Las orgías se celebraban en un lujoso hotel neoyorquino, y se dice que hasta existían fotografías de aquello, que nunca salieron a la luz porque los Kennedy pagaron a los chantajistas. En la imagen, Marilyn Monroe de fiesta con Frank Sinatra. Fue en julio de 1962, una semana antes de la muerte de la actriz.
 
Una de las más grandes patrañas de Hollywood, una de sus mayores victorias, una de sus más endiabladas miserias es habernos hecho creer que su impostura es real. La doble moral (sobre todo sexual) de la meca del cine siempre ha sido un secreto a voces. Hoy todavía se acallan y consienten comportamientos deplorables de algunos poderosos a los que se abandona cuando el escándalo sale a la luz, no sea que la maquinaria deje de fabricar millones. Hollywood es la cuna del exceso, del lenocinio, de las orgías, las drogas, el uso malévolo del cuerpo, del pecado –si se quiere–. Pero también la del dinero. Y Hollywood, la fábrica de los sueños, tiene, como tantos grandes mausoleos, mucha mierda.
 
Hace poco más de un siglo se formularon también unas reglas del juego, divertidas a veces; violentas otras; locas siempre y crueles, también. Con una única norma –el “todo vale”– en aquel nuevo universo las estrellas se erigían con tal poderío que mientras lo que ocurriera dentro y fuera de la pantalla estuviera perfectamente separado, no había límites. Fue el caso de Mary Pickford, novia de América de día y con fama de ninfómana bisexual de noche. Esa mujer de cara angelical que despertaba las ilusiones de las niñas y las fantasías sexuales de sus padres… Empezaba así un juego cruel y único, que perdura, que nos ha ganado a todos. Esa es su victoria: haber logrado que el Hollywood moral y el inmoral coexistan.
 
Vidas truncadas por el alcohol y las drogas
Actores, actrices, productores, directores, aspirantes, camellos, prostitutas, cantantes, sodomitas… se juntaban en una gran mansión y se perdían los límites. Los casoplones de Errol Flynn, de Douglas Fairbanks, del propio Chaplin eran el escenario del desparrame. En el podio de los casos más conocidos está aquel elegantísimo Flynn, rey de las orgías, alcohólico y de incansables apetitos sexuales. Simpático a rabiar, tocaba el piano en sus fiestas con su inmenso miembro mientras conminaba a las presentes a mantenerlo erguido. Sus excesos le pasaron factura cuando dos menores le denunciaron por violación. El caso no prosperó ni acabó con su carrera, murió prematuramente a los 50 años. De aquellos días diría: “El público siempre espera que me comporte como un playboy, y un hombre decente no defrauda a su público”.
 
La historia de Hollywood está plagada de historias tristes de seres que sucumbieron a unas vidas extravagantes y dañinas, de egos y resacas descomunales. De vidas truncadas y carreras tiradas por la borda… La caída en desgracia de estrellas del cine mudo como Wallace Reid o W. C. Fields, adictos a la morfina y al alcohol, millonarios y perdidos, fueron el punto de inflexión para que en 1923 Will Hays, elegido presidente de la Motion Picture Producers and Distributors of America, encendiera las luces de la fiesta. A partir de ese momento, los contratos de las estrellas se llenaron de cláusulas morales y nacía el famoso código Hays, por el cual ninguna película podía exhibir un tipo de vida moralmente reprobable. Pero mientras el cine mostraba personajes admirables, en los sets de rodaje Chaplin se iba acostando con todas sus coprotagonistas. ¿Abusaba de su poder? Todo se le consentía, se le perdonaba… Decían que había llegado a las dos mil amantes. ¡Qué demonios! ¡Era Chaplin! Hasta que llegó la actriz Joan Barry con una demanda de paternidad (hoy probada como falsa) y América le empezó a odiar: por mujeriego, por depravado, por bobo, por inglés… El fin. El exilio. El olvido.
 
Lo que le pasó a Veronica Lake no fue a causa de drogas y alcohol, pero en eso terminó su triste historia. La chica del peek-a-boo bang, famoso peinado que ocultaba uno de sus ojos, subió tan alto que su caída fue demasiado terrible. Una orden del Ministerio de la Guerra para que la Paramount le prohibiese peinarse así fue suficiente para hundirla. Se tuvo que cortar el pelo y su carrera se desplomó, empezó a empinar el codo sin límite y años después acabaría trabajando como dependienta en unos grandes almacenes y sirviendo mesas en un motel. Alcoholizada, demacrada, rota.
 
A muchos ha destrozado la botella. Su víctima cinematográfica más legendaria no es, sin embargo, alguien a quien la industria abandonase a su suerte. Montgomery Clift estaba en la cumbre. Era moderado en sus juergas, en sus borracheras y en sus amoríos hasta que un accidente de coche le desfiguró la cara. El que ha sido descrito como el suicidio más largo de la historia del cine empezó aquel día de 1956, y duró diez años. A partir de ahí, la desproporción. El alcohol a litros, el pasar jornadas en la cama, la incapacidad de trabajar y de hablar, la autodestrucción más absoluta. El horror.
 
Como él, el bello, apacible, viril y fatuo William Holden, que sufrió de un mal endémico de la meca del cine: la inseguridad total sobre su propio talento. Fue un actor electrizante, víctima de su propio deseo de convertirse en leyenda. Algo que no logró. A principios de los 50, en la época de Sabrina, ya estaba totalmente alcoholizado. En El puente sobre el río Kwai, con apenas 39 años, ya estaba demacrado. Y a partir de ahí, pese a grandes papeles aún por llegar, su estado físico le torturó hasta morir solo, borracho y enfermo de cáncer, de un golpe en la cabeza en su casa de Santa Mónica.
 
Los excesos con la botella de Spencer Tracy eran mucho más viscerales. El que fue, seguramente, el mejor actor de su generación era un hombre gris, triste, amargado… Incapaz de divorciarse de su mujer para poder vivir con su amada Katharine Hepburn, beber le consolaba. Era sentimental y entrañable rodando, pero en cuanto decían “corten” se mostraba capaz de acabar con el set a golpes. Cuando estaba ebrio (se) castigaba y flagelaba de todas las formas posibles. Todo lo contrario que el afectuoso Humphrey Bogart, prisionero de su propia imagen de tipo duro, que decía “no confío en un cabrón que no beba”. Él se pimplaba media botella de Martini antes de salir de su camerino y su magia fluía. Sus excesos y su vaguería se le perdonaban porque nunca fueron demasiado lejos.
 
Tras los años 40 y 50 llegaron nuevos aires. Y llegaban de Europa. Auspiciados por los Hellraisers británicos, Richard Harris, Peter O’Toole, Oliver Reed y Richard Burton, Hollywood se quitaba el velo ñoño de inocencia impostada. El público europeo adoraba los excesos de sus estrellas, que hablaban de ellos sin reparo. Bebedores de resistencia pavorosa, iban a pubs, se emborrachaban, se enzarzaban en una pelea, echaban unos cuantos polvos, iban al rodaje beodos o escandalosamente resacosos, y vuelta a empezar. “Jamás he sido más feliz”, diría Harris. Más excesivo sería el feroz y dramático Oliver Reed, borracho incorregible, provocador, airado y violento. Era tan de la cogorza que se inventó un cóctel llamado gunk consistente en mezclar todas las bebidas del bar. Era fan de beber, beber hasta reventar. Incluso emborrachó a los niños actores en la fiesta de fin de rodaje de Oliver! poniendo vodka en sus cocacolas... Una joya, vamos.
 
El rey de la subcultura Bond, por su parte, Sean Connery, no era tan dado al champán y los vinos como su personaje. Irreprochable rostro del mito pop y del nuevo machirulo, con casi 60 años la revista People le declaró “el hombre más sexy del mundo”. Entre medias, 30 años de jarana nocturna con Marbella como testigo de excepción.
 
Mujeres y hombres bestiales
Si hay una versión americana de estos formidables pendencieros fueron el Rat Pack capitaneado por Frank Sinatra y todo el halo de leyenda que existe hoy todavía en torno a él. Los reyes de lo cool bebieron, amaron y vivieron como si no hubiera un mañana. Junto a él, Sammy Davis Jr., Dean Martin, Joey Bishop y Peter Lawford iban sobrados de juerga y borracheras sin caer en la violencia exagerada y conocida de Lee Marvin o Robert Mitchum.
 
Y qué sería del sueño americano del lujo, la fama y el talento sin citar a Elvis Presley, cuya religiosidad extrema chocaba de bruces con sus desmelenes nocturnos. La llamada Memphis Mafia le montaba unas orgías dignas de Babilonia con más drogas y alcohol de lo que se pueda imaginar. Con connivencia o presencia de Priscilla (hay teorías para todo) parece que él solía quedarse a un lado, rollo voyeur onanista, rechazando a casadas o divorciadas, y siempre a las madres. Decían que lo que le volvía loco eran las adolescentes. Y así diez años. Hasta que en los 70, inmenso, pantagruélico, se convirtió en la viva imagen del exceso.
 
Si la desolación en torno al alcohol, la depresión, la fama, la desproporción, los hombres, los abortos, los abusos y las drogas tiene nombre de mujer, ese es Marilyn Monroe. Aquella gran actriz escondida bajo una imagen angelical y unas voluptuosas curvas murió, oficialmente, a causa de una sobredosis de barbitúricos y alcohol. ¡Ja! Fue su leyenda lo que la mató.
 
En el otro extremo, Ava. Siempre Ava. Le gustaba jugar con los hombres, la noche, la bebida, el catre, los juegos raritos y el sexo oral. Y solo aceptaba amantes que se plegaran a sus premisas. Era tan temperamental y única, estaba tan desinhibida y era tan hermosa, que se le perdonaron sus excesos. Se enamoró de España lo mismo que España de ella, así que encontró en el ‘living la vida loca’ el perfecto revulsivo a su frustración como actriz pocas veces tomada en serio.
 
Otras actrices, como Clara Bow, no tuvieron tanta suerte. La madre de todas las flappers (chicas desinhibidas de los años 20) fue víctima de su propia leyenda en cuanto saltó a la palestra que había sido amante de Gary Cooper, John Wayne y John Gilbert. Empezaron a considerarla vulgar, indeseable, a defenestrarla hasta de sus propios estrenos, la acusaban de drogadicta, ninfómana, lesbiana, y toda clase de bulos, casi todos falsos. Ello la hundió en una terrible depresión, la trataron con electroshock e intentó suicidarse varias veces.
 
En el ojo del huracán de los escándalos sin parangón estuvieron los rumores de lesbianismo de Marlene Dietrich, Greta Garbo, de la mismísima Katharine Hepburn, de Tallulah Bankhead y de Joan Crawford, de la que decían que adoraba acostarse con varias mujeres a la vez y que fue la única que, con el tiempo, habló libremente de sexualidad. Parece que estuvo enamorada de Garbo y de Marilyn. Pero… ¿quién no?
 
La doble moral americana es lo que ha hecho que esta industria esté llena de tantos juguetes rotos forzados a llenar la distancia entre la vida real y la felicidad de chupitos de bourbon. Porque la actualidad no se queda corta. Desde Roman Polanski a Kevin Spacey hay un largo historial de escándalos sexuales, borracheras, violencia y drogas que parecen no tener fin. Llena de nombres propios y de vidas rotas. Una evidencia más de que las estrellas tienen, y mucho, los pies manchados de barro.
 
BELÉN ESTER     

Rock Hudson y Marilyn Monroe
Fuente: Esquire



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Reply  Message 2 of 3 on the subject 
From: administrador2 Sent: 31/08/2018 16:49
 


Reply  Message 3 of 3 on the subject 
From: cubanet201 Sent: 07/01/2019 17:56
HOLLYWOOD, DOBLE MORAL AMERICANA
Juerguistas, borrachos, pendencieros, ególatras, depresivos, camorristas y suicidas... La historia del cine está llena de amantes de la botella y de muchas otras mierdas. La doble moral americana es lo que ha hecho que esta industria esté llena de tantos juguetes rotos forzados a llenar la distancia entre la vida real y la felicidad de chupitos de bourbon. Porque la actualidad no se queda corta. Desde Roman Polanski a Kevin Spacey hay un largo historial de escándalos sexuales, borracheras, violencia y drogas que parecen no tener fin.

 El actor Errol Flynn, tocaba el piano con su inmensa polla 
ASÍ ERAN LAS FIESTAS Y ORGÍAS EN HOLLYWOOD
POR BELÉN ESTER
Una de las más grandes patrañas de Hollywood, una de sus mayores victorias, una de sus más endiabladas miserias es habernos hecho creer que su impostura es real. La doble moral (sobre todo sexual) de la meca del cine siempre ha sido un secreto a voces. Hoy todavía se acallan y consienten comportamientos deplorables de algunos poderosos a los que se abandona cuando el escándalo sale a la luz, no sea que la maquinaria deje de fabricar millones. Hollywood es la cuna del exceso, del lenocinio, de las orgías, las drogas, el uso malévolo del cuerpo, del pecado –si se quiere–. Pero también la del dinero. Y Hollywood, la fábrica de los sueños, tiene, como tantos grandes mausoleos, mucha mierda.
 
Hace poco más de un siglo se formularon también unas reglas del juego, divertidas a veces; violentas otras; locas siempre y crueles, también. Con una única norma –el “todo vale”– en aquel nuevo universo las estrellas se erigían con tal poderío que mientras lo que ocurriera dentro y fuera de la pantalla estuviera perfectamente separado, no había límites. Fue el caso de Mary Pickford, novia de América de día y con fama de ninfómana bisexual de noche. Esa mujer de cara angelical que despertaba las ilusiones de las niñas y las fantasías sexuales de sus padres… Empezaba así un juego cruel y único, que perdura, que nos ha ganado a todos. Esa es su victoria: haber logrado que el Hollywood moral y el inmoral coexistan.
 
Vidas truncadas por el alcohol y las drogas
Actores, actrices, productores, directores, aspirantes, camellos, prostitutas, cantantes, sodomitas… se juntaban en una gran mansión y se perdían los límites. Los casoplones de Errol Flynn, de Douglas Fairbanks, del propio Chaplin eran el escenario del desparrame. En el podio de los casos más conocidos está aquel elegantísimo Flynn, rey de las orgías, alcohólico y de incansables apetitos sexuales. Simpático a rabiar, tocaba el piano en sus fiestas con su inmenso miembro mientras conminaba a las presentes a mantenerlo erguido. Sus excesos le pasaron factura cuando dos menores le denunciaron por violación. El caso no prosperó ni acabó con su carrera, murió prematuramente a los 50 años. De aquellos días diría: “El público siempre espera que me comporte como un playboy, y un hombre decente no defrauda a su público”.
 
La historia de Hollywood está plagada de historias tristes de seres que sucumbieron a unas vidas extravagantes y dañinas, de egos y resacas descomunales. De vidas truncadas y carreras tiradas por la borda… La caída en desgracia de estrellas del cine mudo como Wallace Reid o W. C. Fields, adictos a la morfina y al alcohol, millonarios y perdidos, fueron el punto de inflexión para que en 1923 Will Hays, elegido presidente de la Motion Picture Producers and Distributors of America, encendiera las luces de la fiesta. A partir de ese momento, los contratos de las estrellas se llenaron de cláusulas morales y nacía el famoso código Hays, por el cual ninguna película podía exhibir un tipo de vida moralmente reprobable. Pero mientras el cine mostraba personajes admirables, en los sets de rodaje Chaplin se iba acostando con todas sus coprotagonistas. ¿Abusaba de su poder? Todo se le consentía, se le perdonaba… Decían que había llegado a las dos mil amantes. ¡Qué demonios! ¡Era Chaplin! Hasta que llegó la actriz Joan Barry con una demanda de paternidad (hoy probada como falsa) y América le empezó a odiar: por mujeriego, por depravado, por bobo, por inglés… El fin. El exilio. El olvido.
 
Lo que le pasó a Veronica Lake no fue a causa de drogas y alcohol, pero en eso terminó su triste historia. La chica del peek-a-boo bang, famoso peinado que ocultaba uno de sus ojos, subió tan alto que su caída fue demasiado terrible. Una orden del Ministerio de la Guerra para que la Paramount le prohibiese peinarse así fue suficiente para hundirla. Se tuvo que cortar el pelo y su carrera se desplomó, empezó a empinar el codo sin límite y años después acabaría trabajando como dependienta en unos grandes almacenes y sirviendo mesas en un motel. Alcoholizada, demacrada, rota.
 
A muchos ha destrozado la botella. Su víctima cinematográfica más legendaria no es, sin embargo, alguien a quien la industria abandonase a su suerte. Montgomery Clift estaba en la cumbre. Era moderado en sus juergas, en sus borracheras y en sus amoríos hasta que un accidente de coche le desfiguró la cara. El que ha sido descrito como el suicidio más largo de la historia del cine empezó aquel día de 1956, y duró diez años. A partir de ahí, la desproporción. El alcohol a litros, el pasar jornadas en la cama, la incapacidad de trabajar y de hablar, la autodestrucción más absoluta. El horror.
 
Como él, el bello, apacible, viril y fatuo William Holden, que sufrió de un mal endémico de la meca del cine: la inseguridad total sobre su propio talento. Fue un actor electrizante, víctima de su propio deseo de convertirse en leyenda. Algo que no logró. A principios de los 50, en la época de Sabrina, ya estaba totalmente alcoholizado. En El puente sobre el río Kwai, con apenas 39 años, ya estaba demacrado. Y a partir de ahí, pese a grandes papeles aún por llegar, su estado físico le torturó hasta morir solo, borracho y enfermo de cáncer, de un golpe en la cabeza en su casa de Santa Mónica.
 
Los excesos con la botella de Spencer Tracy eran mucho más viscerales. El que fue, seguramente, el mejor actor de su generación era un hombre gris, triste, amargado… Incapaz de divorciarse de su mujer para poder vivir con su amada Katharine Hepburn, beber le consolaba. Era sentimental y entrañable rodando, pero en cuanto decían “corten” se mostraba capaz de acabar con el set a golpes. Cuando estaba ebrio (se) castigaba y flagelaba de todas las formas posibles. Todo lo contrario que el afectuoso Humphrey Bogart, prisionero de su propia imagen de tipo duro, que decía “no confío en un cabrón que no beba”. Él se pimplaba media botella de Martini antes de salir de su camerino y su magia fluía. Sus excesos y su vaguería se le perdonaban porque nunca fueron demasiado lejos.
 
Tras los años 40 y 50 llegaron nuevos aires. Y llegaban de Europa. Auspiciados por los Hellraisers británicos, Richard Harris, Peter O’Toole, Oliver Reed y Richard Burton, Hollywood se quitaba el velo ñoño de inocencia impostada. El público europeo adoraba los excesos de sus estrellas, que hablaban de ellos sin reparo. Bebedores de resistencia pavorosa, iban a pubs, se emborrachaban, se enzarzaban en una pelea, echaban unos cuantos polvos, iban al rodaje beodos o escandalosamente resacosos, y vuelta a empezar. “Jamás he sido más feliz”, diría Harris. Más excesivo sería el feroz y dramático Oliver Reed, borracho incorregible, provocador, airado y violento. Era tan de la cogorza que se inventó un cóctel llamado gunk consistente en mezclar todas las bebidas del bar. Era fan de beber, beber hasta reventar. Incluso emborrachó a los niños actores en la fiesta de fin de rodaje de Oliver! poniendo vodka en sus cocacolas... Una joya, vamos.
 
El rey de la subcultura Bond, por su parte, Sean Connery, no era tan dado al champán y los vinos como su personaje. Irreprochable rostro del mito pop y del nuevo machirulo, con casi 60 años la revista People le declaró “el hombre más sexy del mundo”. Entre medias, 30 años de jarana nocturna con Marbella como testigo de excepción.
 
Mujeres y hombres bestiales
Si hay una versión americana de estos formidables pendencieros fueron el Rat Pack capitaneado por Frank Sinatra y todo el halo de leyenda que existe hoy todavía en torno a él. Los reyes de lo cool bebieron, amaron y vivieron como si no hubiera un mañana. Junto a él, Sammy Davis Jr., Dean Martin, Joey Bishop y Peter Lawford iban sobrados de juerga y borracheras sin caer en la violencia exagerada y conocida de Lee Marvin o Robert Mitchum.
 
Y qué sería del sueño americano del lujo, la fama y el talento sin citar a Elvis Presley, cuya religiosidad extrema chocaba de bruces con sus desmelenes nocturnos. La llamada Memphis Mafia le montaba unas orgías dignas de Babilonia con más drogas y alcohol de lo que se pueda imaginar. Con connivencia o presencia de Priscilla (hay teorías para todo) parece que él solía quedarse a un lado, rollo voyeur onanista, rechazando a casadas o divorciadas, y siempre a las madres. Decían que lo que le volvía loco eran las adolescentes. Y así diez años. Hasta que en los 70, inmenso, pantagruélico, se convirtió en la viva imagen del exceso.
 
Si la desolación en torno al alcohol, la depresión, la fama, la desproporción, los hombres, los abortos, los abusos y las drogas tiene nombre de mujer, ese es Marilyn Monroe. Aquella gran actriz escondida bajo una imagen angelical y unas voluptuosas curvas murió, oficialmente, a causa de una sobredosis de barbitúricos y alcohol. ¡Ja! Fue su leyenda lo que la mató.
 
En el otro extremo, Ava. Siempre Ava. Le gustaba jugar con los hombres, la noche, la bebida, el catre, los juegos raritos y el sexo oral. Y solo aceptaba amantes que se plegaran a sus premisas. Era tan temperamental y única, estaba tan desinhibida y era tan hermosa, que se le perdonaron sus excesos. Se enamoró de España lo mismo que España de ella, así que encontró en el ‘living la vida loca’ el perfecto revulsivo a su frustración como actriz pocas veces tomada en serio.
 
Otras actrices, como Clara Bow, no tuvieron tanta suerte. La madre de todas las flappers (chicas desinhibidas de los años 20) fue víctima de su propia leyenda en cuanto saltó a la palestra que había sido amante de Gary Cooper, John Wayne y John Gilbert. Empezaron a considerarla vulgar, indeseable, a defenestrarla hasta de sus propios estrenos, la acusaban de drogadicta, ninfómana, lesbiana, y toda clase de bulos, casi todos falsos. Ello la hundió en una terrible depresión, la trataron con electroshock e intentó suicidarse varias veces.
 
En el ojo del huracán de los escándalos sin parangón estuvieron los rumores de lesbianismo de Marlene Dietrich, Greta Garbo, de la mismísima Katharine Hepburn, de Tallulah Bankhead y de Joan Crawford, de la que decían que adoraba acostarse con varias mujeres a la vez y que fue la única que, con el tiempo, habló libremente de sexualidad. Parece que estuvo enamorada de Garbo y de Marilyn. Pero… ¿quién no?
 
La doble moral americana es lo que ha hecho que esta industria esté llena de tantos juguetes rotos forzados a llenar la distancia entre la vida real y la felicidad de chupitos de bourbon. Porque la actualidad no se queda corta. Desde Roman Polanski a Kevin Spacey hay un largo historial de escándalos sexuales, borracheras, violencia y drogas que parecen no tener fin. Llena de nombres propios y de vidas rotas. Una evidencia más de que las estrellas tienen, y mucho, los pies manchados de barro.



 
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