|
De: SOY LIBRE (Mensaje original) |
Enviado: 19/03/2017 16:26 |
Médico en el campamento cañero de Las 44
Este relato forma parte de la sección cuyo tema central es lo que se podría catalogar de “memorias de la revolución”
Fidel Castro durante un discurso en la época de la Zafra de los Diez Millones (Foto Martinoticias)
La Zafra de los 10 millones, ya fracasada, continuaba aun cuando el estratega mayor de aquella contienda había anunciado que sencillamente los 10 millones ya no iban. Había pasado unos 20 días y el regreso a La Habana parecía remoto.
Me albergaron en el campamento sede del Contingente Lenin, esto cerca del poblado del Yaguabo. Era un campamento muy grande que disponía de todos los recursos y donde estaba el Puesto de Mando y en estos “puestos de mando” no faltaba nada. “Aquí vas a estar hasta que te ubiquen”, me dijeron. Los colegas que estaban allí se mostraban recelosos considerando que su posición estaba en peligro…, nada de esto; al día siguiente me llevaron para un campamento cañero hacia el sur entre el Yaguabo y Cauto Cristo, comenzaba mi segunda experiencia en aquel acontecimiento desastroso que fue la Zafra del 70.
Arribamos por un angosto terraplén al campamento “Las 44” que en realidad era dos campamentos. Alrededor todo era campos de cañas y un canal de regadío. El campamento principal tenía unos 150 macheteros y el otro unos 80 macheteros; la mayoría de ellos cansados de meses de fatigosas jornadas de corte de caña y muchos de ellos enfermos. No disponía de un local para la enfermería ni de un enfermero y los medicamentos eran escasos.
El problema más serio era el número de trabajadores con sarna, desde las lesiones más sencillas de rascado hasta infecciones severas de la piel. Esto sobre todo en el campamento con menos trabajadores. En el otro campamento al problema de la sarna se sumaba la presencia en el campamento de ratas, en número tal, que daban cuenta de los escasos alimentos del almacén y mordían a los albergados sobre todo en los dedos de los pies. Esa misma noche hice un informe a la Dirección Municipal de Salud y al Puesto de Mando del contingente sobre estos problemas que entregué al jefe de servicios. Al día siguiente ya en la tarde tenía todo lo necesario para el control de la infestación por sarna y la infestación por ratones que, por razones que no podía explicar, solo estaban en un campamento. Me enviaron para esto un raticida anticoagulante muy conocido: walfarina; solo que debía de esperar al trabajador sanitario para emplearlo.
Los hombres fueron puestos en fila al regresar del trabajo, solo cubiertos con su toalla; toda la ropa de cama y su ropa pasaron a ser hervidas en grandes calderas preparadas para eso, cada uno era responsable de su ropa. A cada uno se le entrego un jabón de Lindano que debían usar para bañarse y guardar si les quedaba; cuando terminaban de bañarse recibían de mis ayudantes un apósito o algodón empapado en benzoato de bencillo con clorofenotano que pasaban por su cuerpo por debajo del cuello y debían esperar a que se secara. Se ponían las ropas recién lavadas, hervidas y secas; al día siguiente se repitió esto. A los trabajadores con graves lesiones de infecciones se les dio algunas dosis de oxitetraciclina, antibióticos tópicos y un permiso de 4 días para ir a sus casas con toda la ropa; sabía que la mayoría no regresaría y era lo mejor para ellos.
Para la plaga de ratas el sanitario me enseñó a preparar un cebo con maíz molido grueso y residuos de grasa de los calderos a lo que se añadía la walfarina en una proporción aproximada, se hacían bolas que se secaban. En dos noches poniendo estos manjares fue suficiente para terminar la plaga de ratas. En la mañana los trabajadores se levantaban sorprendidos al ver los cientos de ratas y ratones muertos.
El resto de los días pasaba en completo aburrimiento. Me contaban aquellos hombres que llevaban meses trabajando sin descanso y lo que significó la noticia de que no llegarían a cumplir la meta de los 10 millones de toneladas de azúcar. Estoy seguro que muchos se alegraron, pero algunos se fueron en las noches a los cañaverales donde trabajaban hasta el amanecer ayudado por las luces de los tractores y los camiones. El tractorista que me enseñó a manejar y pescaba conmigo en el canal fue uno de ellos, no se reponía del fracaso.
Dos semanas después ambos campamentos fueron trasladados para uno mejor, justo frente a la carretera central y con mejores condiciones. Los macheteros estaban contentos, aunque la comida era escasa; uno huesos nadando en un caldo negruzco y rancio era con frecuencia lo que se encontraban los macheteros cuando llegaban de los cañaverales cansados y hambrientos. Eso sí, trajeron desde Manzanillo un Órgano Oriental que garantizaba la música todas las noches acompañando la algazara con abundante ron, aguardiente o alcohol traído directo de las destilerías. Drogados se acostaban hasta el día siguiente que regresaban a los cortes. Teníamos el órgano cerca de la enfermería, lo que supone que aquello era una tortura.
Trabajaba conmigo un viejo enfermero que decía contar con muchos créditos pero que nunca vi. Era bastante diestro en las curaciones, pero disponía a su antojo de todo. Empezó a emplear un tratamiento que consistía en extraer sangre que mezclaba con antihistamínicos parenterales o corticoides y le inyectaba vía intramuscular al trabajador, lo vi hacer esto en dos ocasiones y le dije que no siguiera haciéndolo. Cuando se terminó la Poción Jaccoud y los anticatarrales orales, le dio por exprimir los tallos de las matas de plátano y mezclarlo con el alcohol de uso medicinal que teníamos. En las tardes cuando escaseaba el aguardiente y empezaba a sonar el órgano oriental hacían fila los macheteros, todos tenían “apretazón en el pecho”. Había allí una cantidad increíble de medicamentos a nuestra disposición que tal vez superaba lo de la farmacia más próxima.
En el periodo de la Zafra de los 10 millones se puso a disposición de esta meta, por aquellos días ya rematada por el fiasco, todos los recursos del país. Los organismos del nivel central “apadrinaban” centrales azucareros. Muy cerca de nuestro campamento organismos de turismo apadrinaron el Central Cristino Naranjo. Un día fueron allí los dirigentes, esos que pasean, hablan, andan con agendas, pero no cogen una mocha ni a jodía. En el batey del central con un público animado por el alcohol y las promesas el dirigente con voz jubilosa anunciaba “que pronto se construiría una pizzería en el batey”, en ese momento grita una vieja desde el público afirmando: “¡qué bueno, así no tienen que ir a hacerlo a los cañaverales!”. Es que eran tiempos de sacrificio, pero también de gozadera; que el cañaveral en Cuba siempre ha sido escenario del criollo himeneo.
Un día me sorprendió que nadie había salido para los cañaverales, había mucho contento en los macheteros, entonces Larramendi el jefe de servicios vino a darme la noticia de que regresaban todos ese mismo día para Manzanillo; “usted viene con nosotros médico”, así me dijo. “¡No me digas!, ¿qué voy a hacer a Manzanillo si mi brigada esta en Holguín?”, “pues nosotros si nos vamos…”, agregó. Dicho y hecho en pocas horas estaba solo con mi maleta y mi mochila en aquel campamento, cayendo la tarde y sin saber qué hacer. En la enfermería quedaban todos los medicamentos que tenía bien ordenado, quien sabe qué harían con ellos.
Caminé hasta un pobre bohío cercano y les pedí al campesino que me cuidara mi equipaje; cuando salí a la carretera tome un ómnibus que me llevó a Holguín donde estaban mis “jefes” que no eran otros que los mimos dirigentes de la FEU-UJC del curso. Al día siguiente regresé con ellos a buscar mis pertenencias y me dejaron en el policlínico de Cacocún; diez días después me entregaron un pasaje para regresar a La Habana. Había terminado para mí la Zafra del 70; significó 9 semanas que no me enriquecieron en nada.
De la zafra vi las desigualdades, el sacrificio, el desorden y la inopia colectiva. Vi pobres macheteros separados de sus familias, sufrientes, enfermos, mal alimentados y maldiciendo la hora en que se habían metido en aquello, o los habían metido. Vi también gentes creída de una revolución que comenzaba a dar cuenta de sus propios hijos, y aun así, ya empezaban a cantar aquella canción que decía que…, puede que algún machete/Se enrede en la maleza, /Puede que algunas noches/Las estrellas no quieran salir. /Puede que con los brazos/Haya que abrir la selva Pero a pesar de los pesares, /como sea Cuba va, ¡Cuba va! Sí tal vez Cuba VA…, pero los 10 millones no fueron.
Dicen los entendidos que alguien dijo que no iban, no fue el estratega en Jefe que dijo siempre lo contrario, para después decirnos que bueno…, convertiríamos el revés en victoria. Que pasó lo que pasó porque había cañas pero no había centrales, dicen los expertos. Que el concepto de Revolución que existía hasta ese momento, de haber logrado la victoria en todo, chocó con la realidad…, porque de repente los cubanos de aquella época nos encontramos con un machete en la mano en el proceso de la zafra. Se cerraron centros de diversión, de recreación, en cierta medida se dividió la familia cubana, porque si alguien estaba cortando caña un año no podía atender a su esposa. En algunas oportunidades ese proceso llevó a hechos heroicos, pero también a mucho oportunismo. Sufrimos demasiado tratando de conseguir una meta, pero nos la creímos. Todo esto dicen planificadores de ayer que sujetaron a todo un pueblo y los lazaron a un descalabro económico y social.
No regresé a mi pueblo de inmediato, caminé por una Habana marchitada y gris como nunca la había visto. La capital con la zafra había recibido una estocada de la que nunca se recuperaría. Pero se movilizaba el circo para aligerar el desánimo de tantos. Los carnavales como se venía anunciando serían como la zafra, los mejores y más jubilosos, que es como decir: si no tenemos los 10 millones, tenemos unos carnavales que le van a roncar…
Caminé toda la Rampa desde J hasta Malecón donde ya los carnavales comenzaban aquella tarde, fueron según supe unos carnavales de navajazos. La música de una conga pegajosa que sonaba por toda La Habana: “El perico está llorando”, de la autoría e interpretación de Tata Guiñes era el sonido distintivo; se asegura que esta fue proscrita porque hacía referencia al anuncio del dictador cuando no se logró la meta de los 10 millones…, entonces la conga le contestaba: “Tápale la boca a ese perico, que está llorando con la maraña que ha hecho y está gritando”.
Hubo, carnavales, Reina de belleza, congas, navajazos y enajenación para la isla en peso. Atrás quedaba el fracaso…, regrese a mi pueblo, aquello era mucho con demasiado.
Dónde fue a parar la magia de los muñecones. Dónde fueron a parar tantas canciones. Dónde las navajas y las bengalas estallando. Y Tata Güines y El Perico está llorando. Carnavales, Frank Delgado
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 6 de 6
Siguiente
Último
|
|
“MEMORIAS DE LA REVOLUCIÓN”
El «LILY» EN LA LIMPIA DE CAÑA
MEMORIAS DE LA REVOLUCIÓN , TRABAJO, ZAFRA
Por Félix Luis Viera | Miami | Cuba EncuentroDespués de aproximadamente 20 años sin verlo me encontré con el Lily, en julio de 1980. Seguía como cuando adolescente: la barriga tenue y arqueada echada hacia delante, los hombros caídos, los ojos como rayitas marrones. Sólo que ahora, un poco más grueso o menos flaco, llevaba un sombrero rojo de pachanguita bajo el sol del verano cubano. Estábamos en la limpia de caña, o para decirlo con más certeza: acabábamos de desembarcar, él en un camión, yo en otro, en el albergue destinado, en las remotidades de los campos villaclareños.
Era julio, ya lo dije, la tercera decena del mes, período en que ya recordarán los que recuerdan y deberían recordar los que no han vivido las glorias cubanas, se celebraban los carnavales revolucionarios para honrar la fecha insignia de Fidel Castro, el 26 de Julio.
Por segunda ocasión en fecha semejante, me habían mandado por una semana para la Limpia de Caña; para quienes no sepan lo que es: darle machete bajo un sol terrible y a expensas de las lluvias de verano a las yerbas que impiden la graduación final de unas cañas ya bastante desarrolladas.
Me había mandado para esta labor “voluntaria”, otra vez, la jefa económica de la sectorial de cultura de Villa Clara, quien era además la Secretaria del Núcleo del Partido Comunista. Pero quien me había comunicado que yo había sido elegido fue, como debía ser por ley, Lolita, la secretaria de la Sección Sindical, quien me aclaró por segundo año consecutivo: “Es que dice ella que debes ser tú...”.
El lunes, a las 6 de la mañana, cuando estábamos tomando los camiones para partir, allí en Tristá y Parque, vi, casi escondida diría, detrás de un poste de la luz, a Juanita, la secretaria del Sindicato Municipal de Trabajadores de la Cultura; la vi en el momento en que miraba hacia el camión, justamente hacia mí, y anotaba en una carpeta. Estaba comprobando-anotando mi asistencia.
El Lily, amigo de aquel barrio de la infancia, me contó que trabajaba en un hotel de paso (en La Habana, una “posada”), y me instruyó muchísimo sobre las artes, los trucos de su oficio.
Al mediodía el jefe de brigada —siempre había un jefe de brigada— dio un discurso sobre lo imprescindible que resultaba limpiar de malas yerbas esos campos de cañas aun dentro del feroz calor de julio y se lamentó de que los allí presentes no pudieran disfrutar del fin de semana del carnaval (el tiro sería de lunes a lunes), pero la patria...
—¿Te acuerdas del viejo Urbano, de allá del barrio...?
Me preguntó el Lily caminando hacia al albergue.
—No...
—Ah bueno... pues mira ese cotorrero que estaba hablando es hijo de él... Sé que le encanta ser jefe de brigada pa’ no pinchar duro.
El hijo del viejo Urbano había anunciado que empezaríamos a trabajar por la tarde.
—Te veo un poco apendejado —me dijo el Lily ya en el camión, con destino al primer campo de caña. Yo más bien estaba deprimido: me habían mandado para la limpia de caña en el momento en que estaba puliendo un libro de cuentos.
Cuando bajamos del camión el Lily fue hacia un árbol cercano y cortó dos ramas para hacer su “garabato” y el mío, aclaró. Para los que afortunadamente no saben lo que es un garabato: un utensilio de palo, con la punta en forma de gancho con la cual se agarra la yerba con la mano no diestra, tratando de que forme un mazo, para enseguida cortar ese mazo de uno o varios machetazos con la mano diestra.
Por mucho afán que ponía jornada tras jornada, no lograba yo terminar mi surco junto con los primeros que llegaban al otro lado, el Lily incluido. Me resultaba muy difícil avanzar, sobre todo porque en uno y otro sitio del surco había agua acumulada de las lluvias constantes y las botas se encharcaban, me hacían resbalar, amén de que las cañas estaban muy altas y el calor sacaba chorros de sudor en medio de la soledad asfixiante del surco.
El jueves por la mañana, mientras nos tomábamos la leche evaporada del desayuno, comenté lo anterior con el Lily. Pareció asombrarse.
—No, no, no... —me dijo–. Eso no es así...
Me llevó afuera del comedor.
—Tú sabes que tú y yo somos ekobios desde chamacos... Mira...
En eso pasó muy cerca el hijo de Urbano y el Lily se quitó el sombrerito rojo de pachanga e hizo como si me lo estuviera enseñando.
—Tremendo singaíto... —dijo cuando ya el jefe de brigada no lo podía escuchar. Y retomó el tema interrumpido.
—Eso no es así... Mira..., cuando tú llegas a las partes del surco donde están los charcos de agua, caminas por la orillita y cuando llegas adonde ya no hay agua sigues cortando la yerba... ¿Comprendes?
—Pero Lily... entonces se quedan con la yerba todos esos plantones de caña que están en el agua y cerca de ella...
—Bueno... ¿pero tú te imaginas el catarro que puede coger uno si anda metiendo lo pies en esos charcos de agua?
—Pero Lily... ¿No te parece que eso es un fraude, un engaño?... Ah, mi socio... y ahora de paso comprendo porque tú y la mayoría logran “terminar” su surco sin problemas... ¿Te imaginas la cantidad de plantones de caña que dejan sin desyerbar?
—Ah, no me digas... ¿Un fraude, un engaño? —exclamó el Lily mirándome a los ojos como con cierto encabronamiento.
—Sí, eso mismo, mi hermano, eso mismo.
—Bueno, chico... eso depende de con qué ojos tú miras el mundo —me quitó la vista de la cara y le enfocó hacia arriba—. Así que haz lo que te salga de los cojones... Yo cumplí con enseñarte...
|
|
|
|
“Memorias de la revolución”... En los brazos del imperialismo
Por Félix Luis Viera | Cuba Encuentro
Hace algo más de 15 años, en el hasta ahora último viaje que realizara a Cuba, me topé con unos niños que hacían un raro juego en el pasillo de tierra entre dos edificios, allá donde yo vivía, en el reparto Santa Catalina, en Santa Clara. Jugaban a brincar sobre un charco de agua; es decir, librar la distancia de un extremo a otro del charco. Les pregunté cómo era el asunto. Me explicaron que quien brincara con éxito resultaba el ganador: llegaba a la Yuma.
Haciéndome el inocente les pregunté qué era la Yuma. Yhosvany se llamaba el que respondió: “La Yuma es los países”. ¿Los países?, pregunté de nuevo fingiendo desconocimiento. “Los países, socio, allá, allá…”, respondió otro apuntando con el brazo todo hacia cualquier punto a lo lejos. Tenía la mirada lacerante, los ojos azules. Me contestó que se llamaba Maiquel.
Aquellos niños deben tener hoy de 22 a 26 años de edad, calculo. Quién sabe si ya alguno, fuera del juego, pudo llegar a la Yuma, allá, a “los países”.
Lo del extinto gobernante cubano Fidel Castro contra el “imperialismo yanqui” se trataba de un asunto personal. Y hasta hoy, él, Castro, tal vez resulte el único mandatario en la historia que a partir de un asunto personal ha tenido a un pueblo de rehén; cautivo.
Sin embargo, paradoja, a Castro le cabe el mérito de ser el gobernante cubano que más ha obrado en favor del “imperialismo yanqui”. No solo por lo que en su inocencia jugaban aquellos niños con los que me encontré —juegos que, igual o parecidos seguramente llevan a cabo allá, hoy, otros niños—, sino porque tantos de los “grandes”, los adultos digo, sueñan también con irse a “los países”; lo cual, según el parte, lo hacen saber por todas las vías confidenciales posibles; lo expresan con sus ojos, su tono al admirar algo que les lleva —material, inmaterial— algún amigo o familiar que los visita llegado de “los países”. Lo proclaman su tono y sus ojos cuando, por cualquier vía, pueden apreciar algo que existe allá, en la Yuma. Sobran ejemplos.
También plantó el récord el Comandante Castro de ser el único gobernante que ha estirado la agonía de un sistema, de un pueblo, durante 26 años.
Él, Fidel Castro, sabía que todo había terminado en 1991, cuando estallaron la Unión Soviética y el llamado “campo socialista”. Pero él no se iba a rendir, ya lo sabemos. Su impiedad para su pueblo no tuvo límites. De modo que debía continuar su lucha antiimperialista por encima de todas las cosas; era su asunto particular, repito.
Y así, el desconcierto, la miseria agudizada en la Isla a partir de 1991, ha logrado que la población, por diferencia, como dicen los matemáticos, jale, más que nunca antes, hacia la banda contraria, hacia “los países”, la Yuma.
Es comprensible. Y no es aventurado afirmar que hoy la mayoría de los cubanos residentes en Cuba sobredimensione las bondades espirituales y materiales del modo de vida estadounidense.
Es comprensible, repito, que deseen estar en los brazos del “imperialismo yanqui”.
Y aun en cualquier sitio que no sea la Nada Castrista.
|
|
|
|
CUBA 2019
Desde 1959, el gobierno cubano ha sustentado insurgencias y regímenes revolucionarios en toda América Latina. El costo ha sido muy alto: el retraso de la modernización de la izquierda regional y miles de muertes de jóvenes revolucionarios.
SEIS DÉCADAS DE EXPORTAR TERRORISMO Y REVOLUCIONES
POR JORGE G. CASTAÑEDA | NYT
La Revolución cubana lanzó su campaña de proyección en el extranjero casi inmediatamente después de que Fidel Castro llegó a La Habana el 8 de enero de 1959. Desde entonces, este esfuerzo no ha cesado. En abril de ese año, una pequeña invasión por parte de insurgentes panameños entrenados por cubanos y sus asesores en la isla llegaron a Panamá con la intención de derrocar al gobierno del presidente Ernesto de la Guardia. En junio de 1959, otra fuerza expedicionaria, que se transportó por mar y aire desde Cuba, llegó a la República Dominicana, cerca de Puerto Plata, con el propósito de derrocar al dictador Leónidas Trujillo. Ambos intentos fracasaron.
Hoy en día, sesenta años después, decenas de miles de elementos del personal de inteligencia y seguridad de Cuba, así como médicos e instructores de educación física se encuentran apostados en Venezuela, Nicaragua, El Salvador y Bolivia. Contribuyen poderosamente a la supervivencia del régimen autoritario de Daniel Ortega en Managua y, especialmente, al régimen de Nicolás Maduro en Caracas. Sin esos cubanos, sospechan muchos expertos, Maduro sería derrocado por un golpe militar, una insurrección popular o ambos. Exportar y consolidar la revolución ha sido una característica congénita del régimen de Castro durante más de medio siglo.
Este esfuerzo —una cuestión de política de Estado en La Habana— es parte del legado de la Revolución cubana. La sincera admiración que la lucha de Cuba despertó en toda América Latina no puede entenderse sin él. Fidel Castro apoyaba la revolución más allá de sus fronteras por una cuestión de principios (correctos o incorrectos). Sin embargo, lo hacía también como defensa en contra de la realidad y la percepción de agresión estadounidense, desde Eisenhower hasta Obama. Los gobiernos de Kennedy y Reagan fueron especialmente responsables de esta agresión, los de Carter y Clinton no tanto.
Entre 1959 y el día de hoy, Cuba patrocinó fuerzas guerrilleras, movimientos políticos o personalidades revolucionarias prácticamente en todos los países de América Latina, a excepción de México. Si el esfuerzo más famoso de Cuba fue el comandado por el Che Guevara en Bolivia en 1966-67, ciertamente no fue el único. La Habana respaldó regímenes progresistas o revolucionarios, con apoyo público, armas, personal o todas las anteriores, en Chile con el presidente Salvador Allende, en Nicaragua con los sandinistas, en Granada durante los años ochenta y ahora nuevamente en los países antes mencionados.
Los revolucionarios de Cuba rompieron con la estrategia tradicional soviética en dos formas. Primero, se basaron en textos escritos por Guevara, el intelectual francés Régis Debray y Castro mismo, los cuales enfatizaban la lucha armada, preferentemente desde la provincia montañosa, como un medio para que los revolucionarios se hicieran del poder. Desecharon la postura burguesa pasiva de los viejos partidos comunistas en Chile, Uruguay, Brasil y Argentina, que limitaba sus actividades al ámbito electoral.
Segundo, pusieron la revolución socialista en la agenda inmediata, a diferencia de la visión tradicional, que hacía énfasis en la necesidad de que se implementaran primero las reformas que denominaron nacional-burguesas.
Estas dos rupturas fueron un error, puesto que estaban basadas en una comprensión falsa de la experiencia cubana. La relación virtual neocolonial de Cuba con Estados Unidos hizo que fuera un país muy distinto de otras naciones latinoamericanas. Además, los “barbudos” en la Sierra Maestra de Cuba no derrocaron al presidente Fulgencio Batista por sí solos. La rebelión de una extensa red de sindicatos, estudiantes, profesionistas de clase media e incluso empresarios citadinos contribuyó enormemente. Asimismo, Batista nunca fue derrocado militarmente; su ejército sencillamente se dispersó ante la presión de la fuerza combinada de sus opositores.
Todos los esfuerzos de Cuba por diseminar la revolución en las décadas de los sesenta y principios de los setenta acabaron en tragedia. Puede que la campaña fallida de Guevara en Bolivia y la destitución de Allende en Chile sean las derrotas más conocidas, pero hubo otras. Debido a estos reveses —y al colapso de la economía cubana después de 1970— Cuba abandonó sus esfuerzos en América Latina y se concentró en África. En 1975, La Habana envió a un importante número de soldados a Angola, y posteriormente a Etiopía. El apoyo militar de Cuba resultó ser crucial en la derrota del ejército de Sudáfrica al sudoeste de África y para sentar las bases para la destrucción del apartheid.
Luego, en 1978, el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, que había hibernado en las montañas y las selvas durante años, repentinamente despertó para amenazar a uno de los viejos némesis de Castro, el dictador Anastasio Somoza. Los cubanos estaban metidos hasta las narices. Entrenaron a los combatientes sandinistas en la frontera con Costa Rica, armándolos con viejos rifles automáticos FAL hechos en Bélgica y enviaron a un número reducido pero determinante de exoficiales del ejército revolucionario desde Chile para combatir junto con ellos. En julio de 1979, Somoza huyó, los sandinistas entraron a Managua, seguidos de un contingente importante de asesores y mentores cubanos. El legendario Manuel Piñeiro (conocido como Barba Roja) los encabezaba; él fue el responsable de construir el aparato de seguridad cubano y el famoso Departamento América del Partido Comunista, dedicado a exportar la revolución.
Nicaragua fue la primera victoria de Cuba en América Latina. Ese esfuerzo acabó mal, en 1990, con la elección de Violeta Barrios de Chamorro, y la partida de soldados, instructores y funcionarios de seguridad e inteligencia cubanos. No obstante, la década que los sandinistas permanecieron en el poder permitió a los cubanos ayudar con otra insurgencia regional —el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, el FMLN— en su lucha contra el régimen militar respaldado por Estados Unidos en El Salvador, que resultó infructuoso. Ese estancamiento condujo a una paz negociada, que a su vez permitió al FMLN en última instancia ganar dos elecciones presidenciales consecutivas. En cierto sentido, Nicaragua fue el mayor triunfo de La Habana en más de medio siglo de proselitismo revolucionario, aunado a la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, fueron los principales logros de Cuba para encontrar aliados en el extranjero que apoyaran a la nación insular a combatir la agresión estadounidense.
La enorme atracción que la Revolución cubana y el régimen de Castro tuvieron entre decenas de miles de activistas, estudiantes, intelectuales, líderes laborales y periodistas en toda la región hizo posible la política de La Habana de exportar la revolución. Su fascinación fue comprensible y corta de miras. Sectores importantes de élites progresistas creyeron que Cuba era el mejor ejemplo de una nación capaz de enfrentarse a Estados Unidos, mientras erradicaba el analfabetismo, proveía servicios médicos gratuitos para todos y trabajaba para eliminar la pobreza y la desigualdad.
Lo que los defensores de la revolución latinoamericana no vieron fue que sin la asistencia (o solidaridad, el término aquí es irrelevante) soviética, en primera instancia, y después venezolana, el régimen de Castro nunca habría logrado sus metas. Tampoco entendieron que su naturaleza brutalmente autoritaria, así como el tamaño y la población reducidos de Cuba fueron ingredientes indispensables en la receta que esperaban reproducir en sus propios países. La revolución de Cuba nunca se repitió. Sin embargo, los mitos son difíciles de desbancar. Incluso hoy, por ejemplo, el nuevo gobierno de México venera a los hermanos Castro y el régimen cubano y le encantaría reproducir muchas de sus características dentro del país si pudiera (pero no puede).
¿Qué conclusiones podemos sacar de los sesenta años de tragedia, heroísmo y aventurerismo revolucionario de Cuba? Me vienen a la mente tres. La primera es que, al inmiscuirse en los asuntos de casi todos en la región, Cuba paradójicamente legitimó la interferencia extranjera de su propio enemigo, Estados Unidos, que había venido entrometiéndose en América Latina desde 1836.
La segunda es la culpabilidad de Cuba por los numerosos jóvenes latinoamericanos que murieron durante esos años. Esos jóvenes fueron asesinados en combate como guerrilleros en las montañas o torturados hasta la muerte o ejecutados; son víctimas inocentes de las dictaduras que surgieron en respuesta a las insurrecciones de izquierda. Varias generaciones de estudiantes, intelectuales, sacerdotes y activistas sociales latinoamericanos perdieron la vida de esta forma, y la responsabilidad de Cuba es ineludible.
Por último, la gran huella regional de La Habana muy probablemente retrasó la modernización de la izquierda latinoamericana y su ascenso a los cargos políticos. No fue sino hasta principios del siglo XXI que los partidos, los líderes y los movimientos progresistas comenzaron a ganar elecciones. El fin de la Guerra Fría fue un factor importante en este avance, pero esa guerra había terminado más de una década antes. Fue necesaria la desaparición de la resaca roja y una espera demasiado prolongada para que la marea rosada de América Latina por fin llegara al poder.
La única virtud aparentemente redentora del legado de aventurerismo exterior de Cuba es su contribución a la propia supervivencia del régimen. ¿Valió la pena? El pueblo cubano nunca pudo dar su opinión.
Acerca del autor:
Jorge G. Castañeda es profesor de la Universidad de Nueva York, miembro del consejo de Human Rights Watch y columnista de opinión de The New York Times. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003.
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 6 de 6
Siguiente
Último
|