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General: ¿Quiénes abandonaron al Che Guevara en Bolivia?
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 18/03/2019 14:52
PRIMERA PARTE
Para cualquiera que haya leído algo los escritos, discursos y otros documentos que dejara atrás el Che Guevara, y que conozca a su vez a Fidel Castro, más que por haberlo sufrido, por haber indagado en su compleja personalidad, resulta evidente que ambos hombres tarde o temprano habrían terminado por enfrentarse.

 CON DERECHO A MATAR EN NOMBRE DE SU IDIOLOGÍA
¿Quiénes abandonaron al Che Guevara en Bolivia?
JOSÉ GABRIEL BARRENECHEA | CUBAENCUENTRO
Admitamos la creencia generalizada en Cuba, aun entre gente “integrada revolucionariamente”, de que hubo implicación gubernamental cubana en la muerte del Che Guevara en Bolivia. Más que nada por abandono.
 
Sin embargo, aunque en lo personal puedo admitir la hipotética implicación de cierto organismo gubernamental cubano en la muerte del Che Guevara, al supuestamente abandonarlo a su suerte en los páramos bolivianos, o incluso al escoger de manera malintencionada la localización del foco guerrillero, no creo que pueda sostenerse con argumentos racionales, más allá de los excesos de fantasía interesada a que tan dadas son las teorías conspirativas, que tras ello esté la mano de Fidel Castro. Ni directa, ni indirectamente.
 
Existe entre cubanos la práctica de convertir en un absoluto monstruo al enemigo; de la que, por cierto, el propio Fidel Castro era uno de los cultores más entusiastas. Práctica con la que no se logra más que caricaturizar a nuestro enemigo. Lo que es sin lugar a dudas el caso de la imagen de Fidel Castro construida por algunos de sus contrarios, esa monstruosa caricatura que cierto sector anticastrista ha pretendido imponerle a la opinión. Con lo cual, claro está, no ha conseguido más que un contraproducente resultado. A veces incluso la simpatía hacia el Comandante de algunos que para nada coincidían con sus ideas, pero a quienes sin embargo les resultaban y resultan chocantes las simplificaciones que esos enemigos acérrimos suyos han querido hacernos pasar.
 
Para cualquiera que haya leído algo los escritos, discursos y otros documentos que dejara atrás el Che Guevara, y que conozca a su vez a Fidel Castro, más que por haberlo sufrido, por haber indagado en su compleja personalidad, resulta evidente que ambos hombres tarde o temprano habrían terminado por enfrentarse. Fidel Castro era de ese tipo de hombre para el cual lo primero es la razón de Estado; y se entiende que así fuera, porque él ya había obtenido lo que más ansiaba en este mundo: un poder estatal sobre el cual treparse para intentar llevar adelante la transformación de su circunstancia, de acuerdo con sus criterios y voluntad, sin tener en cuenta la opinión de nadie más. Fidel Castro era un hombre de lo tangible, menos complejo, más basto que Guevara, alguien que ya había encontrado lo que buscaba y que por tanto nunca renunciaría a su inmenso poder sobre sus conciudadanos.
 
Guevara era por su parte un hombre que perseguía la Verdad, ese bien inasible, y que en su búsqueda sería capaz de renunciar a todo lo demás. Sobre todo al poder, que para él no era la capacidad de controlar a los demás, como para Fidel Castro, sino la de mantenerse por completo autónomo de ellos. Si en la consecución de su objetivo manipulador Fidel Castro alaga a las multitudes y devanea “politiqueramente” con poderes mayores que los de él, el Che Guevara es por el contrario de ese tipo de individuos que solo se ven a sí mismos parados a contracorriente en medio del mundo; mientras aguantan firmes la opinión o el poder que les fluyen en contra. Uno de esos individuos que siempre encontrará contrarios… o en su lugar los creará.
 
Eran por lo mismo dos hombres en esencia diferentes por lo que buscaban, pero que no obstante reconocían en el otro a un igual, a un individuo desmedido, más allá del adocenamiento general. Y un igual, para esos hombres que viven demasiado aislados en vidas demasiado centradas en sí mismas, es algo que no se está tan dispuesto a perder cuando se ha encontrado. Ese es el sentido último de esa amistad, enigmática para el hombre común, aquel que no vive obsesionado por la gloria, o el poder, o la verdad, sino aferrado al día a día, o a los pequeños problemas y detalles que la vida nos allega en frente. El raro sentido que la amistad tiene para este tipo de hombres, que por demasiado abocados a lo que está más allá de lo cotidiano están mil veces más solos que los demás mortales.
 
Que Fidel Castro, ya convertido en el Júpiter Revolucionario cubano, solo condescendía con los criterios opuestos del Che Guevara, es obvio. Los dos hombres no pensaban exactamente lo mismo, pero solo a Guevara se le permitía el privilegio de exteriorizarlo en la Cuba de Fidel.
 
Que solo a Guevara se le permitía funcionar independiente en aquel entramado de poderes que se tejía alrededor del Caballo, fundamentalmente porque no había otra forma de tratar con él, lo demuestra un discurso suyo de 15 de agosto de 1964, recogido después como Una actitud nueva ante el trabajo. A su pregunta retórica, en medio del discurso, de quién merecía con más derecho ostentar el certificado por un determinado mérito revolucionario, con lo que buscaba que el público le recitará las virtudes del asceta revolucionario, este, sin embargo, grita que “Fidel”. Ante lo cual el Che Guevara muestra sin remilgos su evidente fastidio frente a una audiencia caudillista más que convertida al ascetismo revolucionario, y solo suelta en respuesta un ríspido y tajante “entre los que estamos aquí”, para de inmediato enumerar esos méritos imprescindibles para obtener el certificado de Trabajo Comunista.
 
Téngase en cuenta que ante una situación semejante incluso Raúl Castro habría detenido su discurso para dedicarle al Fidel Castro al menos media hora de ditirambos. Por su parte Dorticós, Almeida, Faustino, o cualquier otro de la cúpula revolucionaria, el resto de uno que entonces alcanzaría a llegar a las cuatro o cinco horas, y que habría dejado brillantes las botas del Comandante en Jefe, y muy sucia de fango la lengua del susodicho.
 
Es indudable que en 1965, después de su discurso de Argel, en que se atrevió a dictarle normas de conducta al campo socialista desde el Tercer Mundo, pero sobre todo a proponer que el trato favorable que se le daba a la Isla se extendiera por igual a todo él, ya Guevara no cabía en Cuba. Según Gleijeses, en Misiones en Conflicto, libro publicado en Cuba castrista, entre la papelería de la Stasi se han descubierto informes de sus espías en La Habana en que se reportan, a posteriori de ese discurso, agrias discusiones entre Guevara y Raúl, en presencia de su hermano Fidel Castro.
 
Tras el claro ataque al papel rector moral de la URSS en el movimiento antiimperialista mundial, pero sobre todo al exponer públicamente las favorables relaciones de Cuba con el Campo Socialista, lo cual no debe de haberle sabido muy bien a gentes que como Castro el Menor eran más proclives a tapiñarse esos privilegios, Guevara debía marchar. En ello seguramente Fidel Castro concordaba con quienes desde posiciones de menor rango planteaban esa salida, ya que su permanencia en Cuba, y sobre todo esa lengua suya sin pelos, imprevisible y que no se detenía ante criterios de conveniencia, ponían en riesgo la vital ayuda soviética.
 
La molesta consecuencia de Guevara, mucho más para nosotros los cubanos, que siempre hemos vivido en el polo opuesto de esa virtud, obligaba a Fidel Castro a estar de acuerdo en la necesidad de sacarlo de Cuba, dado su estado de dependencia creciente a la economía de la URSS.
 
Mas pensar que ya para entonces hubiese ocurrido la ruptura entre los dos hombres es un poco apresurado:
 
En primer lugar, Guevara marcha a África, a hacer precisamente la política africanista que Fidel Castro mantendrá y llevará a su cúspide luego de su muerte; casi siempre en contra de la voluntad soviética.
 
A poco de marcharse al Congo Belga, Fidel Castro impone la variante económica que defendía Guevara frente a la de sus contrarios pro-soviéticos (Carlos Rafael Rodríguez). Con ello el Estado bajo su poder funcionaría en esencia en base a las ideas de otro, todavía muy vivo; ideas las cuales, por cierto, no cabía hacer pasar a su haber intelectual, porque estaban firmemente confirmadas como de la autoría de Guevara en toda una serie de debates todavía muy vivos en el recuerdo público. Es esto algo que no hace ningún político, mucho menos si es un megalómano obseso por el poder, cual sin dudas lo era Fidel Castro, cuando se está en abierta contradicción con el autor de las tales ideas.
 
Pero sobre todo, en 1965, en el Buró Político del recién creado PCC, Fidel Castro no permite más pro-soviéticos que los de la facción de Raúl, a quienes por razones obvias no cabía dejar afuera, mientras al viejo PSP lo excluye por completo. ¿Cómo pensar que Fidel Castro no concordara con la posición general de Guevara en Argel, de mantener la independencia no solo con respecto a Washington sino también a Moscú, si de hecho se ha cuidado de sacar del poder a los partidarios incondicionales de la URSS dentro del proceso revolucionario?
 
Recordemos que Fidel Castro es un hombre de infinitamente más amplias ambiciones que su hermano, en general un guajirito jefe de finca al que las relaciones familiares han colocado de repente en planos que no son los de él. Fidel Castro por lo tanto es alguien sugestionable por los sueños guevarianos de provocar el colapso del Capitalismo en unos pocos años, con el consiguiente triunfo del Socialismo en un Tercer Mundo desde el que entonces, fortalecido por esa victoria, se le puedan imponer las condiciones también a Moscú. Obsérvese que en la práctica la Tricontinental no nace con el discurso inaugural de Fidel Castro, un 12 de enero de 1966, sino con el del Che, once meses antes desde Argel; y que por tanto la OSPAAAL en esencia es un empeño común de ambos.
 
Resulta poco serio sostener que el plan de hacer colapsar al Capitalismo mediante la promoción de uno, dos, muchos Vietnams, no fuera una idea conjunta de ambos; que semejante quijotada no alborotara a alguien como Fidel Castro, que por entonces deliraba con zafras de 10 millones para 1970, y de 20 para diez años después, o cordones cafetaleros de La Habana que harían colapsar los precios del grano a nivel mundial…
 
Destaquemos que la idea de usar para ello a Bolivia no era tampoco una idea tan disparatada, cual muchos han sostenido después, en base a lo que sucedió que no tuvo por qué ser lo que pudo haber ocurrido: no hay razones válidas para afirmar que un realista Fidel Castro, conocedor de lo disparatado del plan, aprovechara la circunstancia para deshacerse del irrealista Guevara. En primer lugar el grado de irrealidad delirante siempre fue mayor precisamente en Castro que en Guevara (el primero soñaba con zafras monstruosas que de lograrse pondrían el precio del azúcar por los suelos; el segundo con convertir a la industria azucarera en un complejo sucro-químico, en que el azúcar solo fuera un producto más). En segundo, usar a ese país mediterráneo como un foco guerrillero desde el cual hacer cruzar columnas guerrilleras hacía Brasil, Perú, Chile, Paraguay y Argentina, no era una idea tan loca, dado el espíritu de la época, la absoluta debilidad de las instituciones bolivianas, y la situación política de Bolivia tras el golpe militar que había acabado con la revolución de 1952-1964.
 
Lo que hizo definitivamente inviable la propuesta de desestabilizar a Suramérica desde Bolivia fue la rapidez con que fue localizado el foco e identificada en él la presencia de Guevara; el error de ubicación de la finca que se compró para dar comienzo al foco: la casa de calamina, en una zona guaraní políticamente apática, incluso cabe decirse que hasta en contradicción cultural con los aimaras que necesariamente habrían de completar el núcleo guerrillero en sus inicios, a la vez muy lejos de todas las posibles vías de suministros externas; y por sobre todo la actitud del partido comunista boliviano, a indicación del PCUS, de no sumarse a la lucha.
 
Evidencia final de que no ha ocurrido la ruptura entre ambos hombres, y que mucho menos Fidel Castro ha tenido que ver con el abandono de Guevara en Bolivia, es su inmediata actitud hacia la URSS tras conocerse los detalles de la muerte del Che; en lo cual Moscú tuvo el muy oscuro y conocido papel: envía entonces a la delegación de más bajo rango de los últimos 7 años a unos festejos en la URSS, nada menos que a los que se dan por el cincuentenario de la Revolución de Octubre (el gris Machado Ventura la encabeza), y emprende hacia fines de año una campaña contra los elementos más abiertamente prosoviéticos: los microfraccionales, a los cuales acusa de que no salen de la Embajada Soviética.
 
El punto culminante de ese alejamiento es su discurso del 13 de marzo de 1968, en que hace pública su decisión anterior de que el PCC no asista a la Conferencia de Partidos Comunistas, deja entrever la posibilidad real de que en los próximos meses ya no entre más combustible soviético a la Isla, satiriza a esas biblias de la teocracia moscovita: los manuales de Marxismo-Leninismo soviéticos, y la emprende sin piedad con aquellos que se la pasan soñando con la sombrilla protectora de los cohetes de Moscú.
 
Debo aquí, no obstante, hacer una digresión y suministrar un dato de difícil explicación dentro de mi idea de la no implicación de Fidel Castro en lo sucedido a Guevara en Bolivia: hace dos años Vanguardia, semanario del PCC en Santa Clara, entrevistó a un señor que trabajaba en el Ministerio de Industrias a la salida de Guevara del mismo. Según le confesó este al publicista Luís Machado Ordext, en junio de 1965, a la salida del Ministro el Ministerio se vio inundado de comisiones del Partido que “estudiaron” a todos los militantes de la sede central del mismo, y de hecho, según él, ninguno logró pasar la prueba y mantenerse en el Partido. La mayoría de ellos optaron por irse al campo, “de propia voluntad”.
 
Es difícil creer que la facción del PSP, tan relegada por entonces, tuviera poder para semejante pase de cuentas a aquellos que por su cercanía a Guevara pudieran haberse contagiado del peligroso espíritu del Ministro. Recordemos que pocos meses después, en octubre de 1965, ninguno de los Pescados Grandes del Socialista Popular logró colarse en el Buró Político del recién creado PCC.
 
Es más probable que esa limpieza política fuera obra de la facción de Raúl Castro. ¿Con el conocimiento y hasta la tácita aprobación de Fidel Castro…? No perdamos de vista que aunque no puede librarse a Fidel Castro de la responsabilidad por lo sucedido bajo su dictadura, no era él ese ser omnipotente y omnisapiente que sin lugar a dudas hubiera querido ser, o que muchos de sus enemigos y partidarios dan por sentado era. Sobre todo durante estos años es evidente que hay otras facciones toleradas, además de la fidelista pura, las cuales cuentan con un programa propio y una gran libertad de acción, sobre todo porque el Gran Líder anda por lo general subido en un jeep en la promoción de disparates económicos o expediciones guerrilleras a medio mundo, mientras deja la parte rutinaria y aburrida de la administración en manos de otros.
José Gabriel Barrenechea, Santa Clara, Cuba-Marzo 2019                                      
FUENTE: CUBAENCUENTRO 



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: SOY LIBRE Enviado: 20/03/2019 19:35
 Segunda y última parte de este texto
¿Quiénes abandonaron al Che Guevara en Bolivia?
 
José Gabriel Barrenechea | Cubaencuentro
Si bien la mayor parte de lo que sabemos de cierto nos lleva a insistir en el supuesto de la no implicación de Fidel Castro en el abandono al Che en Bolivia, y tampoco contamos con datos para acusar directamente a su hermano, Raúl Castro, sí nos resulta evidente que, en caso de haber habido abandono, en ello tuvo que estar involucrada una tenebrosa institución cubana: la Seguridad del Estado. Tal vez como instrumento de algunos poderosos intereses que deseaban quitarse de en medio a un tipo tan incontrastable como el Che Guevara, pero también por alguna que otra cuenta que en lo personal le guardaban los segurosos.
 
Hace pocos meses la compañera del perro que hablaba entrevistó en la Mesa Redonda a Ramiro Valdés. Al escuchar al Comandante de la Revolución entendimos de inmediato porque Fidel Castro nunca le había permitido hablar en público a un individuo que, por su no muy gran inteligencia, de abrir la boca seguramente “iba a embarcar a un pueblo”. Por ejemplo, allí el organizador de la Seguridad del Estado reveló importantes detalles del proceso de reclutamiento de los “compañeros” que integrarían la policía política cubana.
 
Según Ramiro Valdés, Raúl Castro le puso una condición necesaria: los reclutados no deberían “tenerle miedo a la palabra socialismo”. O sea, que ya que para el 26 de marzo de 1959, fecha de creación de la Seguridad del Estado, los únicos que carecían de ese miedo eran los miembros del PSP (Partido Socialista Popular, el viejo Partido comunista pre 1959), fue con ellos que se nutrió sus filas. O lo que es lo mismo, que la institución de control total más importante del Estado cubano, la que pronto tendría en sus manos todos los hilos del poder y la vida en Cuba, quedó desde un inicio bajo una enorme influencia del PSP.
 
Partido de dónde procedía la mayoría de sus cuadros y agentes, a consecuencia de la disposición de Raúl (siempre según Ramiro Valdés). Partido, el PSP, al que es seguro obedecerían con la ciega disciplina que este había sabido inculcarles desde su fundación. La cual disciplina, por cierto, no solo se la debían al Buró Político de la organización política comunista cubana, sino también a las ordenanzas de Moscú.
 
Por tanto, la Seguridad del Estado, repleta de viejos pistoleros del PSP, como en sus trabajos históricos sobre la muerte de Jesús Menéndez nos ha revela tangencialmente Newton Briones Montoto (sabe lo que escribe: perteneció a la institución desde sus mismos inicios), lo que la hacía muy cercana al Viejo Partido, sus Pescados Grandes y Moscú, debió de ser una fuerza cardinal en el proceso llevado adelante por Aníbal Escalante para intentar copar la dirección de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). Quizás con el fin de repetir la táctica de Stalin, que al adueñarse de la administración burocrática del PCUS logró poner las bases para después de la muerte de Lenin desplazar del poder a figuras con mayor trayectoria y capacidad política. Supuesto plan para el que es muy probable que Escalante contara con la complacencia de Moscú y hasta el apoyo discreto del KGB o la Stasi, las organizaciones de inteligencia, “hermanas”, que por entonces se ocupaban de instruir al flamante G-2, y que en consecuencia andaban como perros por su casa por los pasillos y rincones de la tenebrosa Villa Marista (la Lubianka cubana).
 
Llama mucho la atención que la organización que sustituyó a las ORI, el PURSC (Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba), fuera creada nada más y nada menos que un 26 de marzo de 1962. Una fecha harto simbólica, la del tercer aniversario de la Seguridad del Estado. Fecha escogida (en política las fechas se escogen, no salen “de casualidad”) como a propósito para dejarles claro a los miembros de esa institución quién realmente mandaba en Cuba, o como para por el contrario congraciarse con tan peligrosos e imprescindibles camaradas, al concederles el privilegio de que el nuevo Partido fuera creado nada menos que en el día de su cumpleaños, o quizás con ambas intenciones a un tiempo.
 
De lo que sucedió entre el 13 y el 26 de marzo de 1963 se conoce muy poco, por la casi absoluta opacidad del castrismo, pero sería muy poco probable, increíble más bien, que a los casos más conocidos de represaliados como Aníbal Escalante no haya que sumar no pocos oficiales del G-2. Gentes que como nos reveló Ramiro Valdés estaban fuertemente relacionados por lazos de disciplina partidista al PSP, y por ende a uno de sus más importantes cuadros desde los cuarenta: Aníbal Escalante, líder de la juventud socialista popular en los cuarenta, representante a la Cámara y muy cercano a los grupos de autodefensa del viejo Partido (muchos entrarían en el G-2); quien cuando hacia los finales de la dictadura de Batista Blas Roca echó un pie para China se hizo cargo del Partido, y cambió su hasta entonces postura neutral respecto a la atmosfera insurreccional que vivía la Isla.
 
Oficiales del G-2 escalantistas a quienes si no se los expulsó, en razón de que no convenía enfrentar a la tan poderosa institución segurosa, por lo menos se los llamó “a contar”, “a lo cortico”.
 
Uno de esos llamados “a contar” parece haber sido cierto discurso que el Che Guevara, con su habitual falta de tacto, les tronara a los agentes de la Seguridad del Estado: el 18 de mayo de 1962, significativamente a solo 50 días después de los sucesos. Un discurso que de manera evidente, en los fragmentos que se han hecho públicos, es “una llamada a contar”, un regaño por la participación segurosa en las actividades de Escalante.
 
Ese discurso, que el Che les dedicara en exclusiva a los compañeros segurosos, sin lugar a dudas levantó ronchas entre gentes tan creídas de sí. En él se atreve a afirmar que “Hoy creo poder decir, con mucha razón, que los CDR son antipáticos al pueblo”, que los CDR se fueron “convirtiendo en una organización antipática al pueblo”; y esto es importante porque al dar a entender que la tarea de organizarlos había quedado en manos de la Seguridad del Estado, en consecuencia el que hayan terminado por ser copados de “garruchos”, como sostiene, es por lo tanto responsabilidad de la institución segurosa.
 
Afirma después que todo lo sucedido con los CDR y su hada madrina, la Seguridad del Estado, “establece una lección que tenemos que aprender y establece además una gran verdad, y es que los cuerpos de seguridad de cualquier tipo que sean, tienen que estar bajo el control del pueblo”. La cual enseñanza no debió de saberle muy bien a ninguno de los segurosos en la sala, porque es de sobra conocido que si algo no les gusta a los citados especímenes es que los controlen extraños a su “hermandad”, mucho menos esa caterva de gusanos potenciales: la ciudadanía.
 
Luego pasa el Che Guevara a referirse expresamente a la Seguridad del Estado, y aclara, “así como los CDR se han convertido en organismos antipáticos, o por lo menos han perdido una gran parte del prestigio que tenían y del cariño que tenían, los cuerpos de la seguridad se pueden convertir en lo mismo”, a lo que adiciona sin embargo, “de hecho han cometido errores de ese tipo”. Con lo que aunque no ha admitido en sus palabras que para el caso del G-2 se haya dado el proceso de pérdida de prestigio, admite la existencia de las condiciones necesarias para que ocurra en cualquier momento.
 
Más adelante, en su habitual tendencia a lanzar patadas de mulo, tan propia de él, a quien le daba lo mismo Malanga que su puesto de viandas, les deja bien sentado a tan susceptibles “compañeros” que “ustedes (los segurosos) tienen un papel importantísimo en la defensa del país”, pero no obstante “menos importante que el desarrollo de la economía, acuérdense de eso, menos importante. Para nosotros es mucho más importante tener malanga que tenerlos a ustedes”.
 
Comparación que no debió ser recibida para nada con agrado por unos individuos que por su poder sobre vidas y haciendas tienden a sobredimensionar su papel en el orden del Mundo. Imagínese usted seguroso la reacción que tendría si tras arribar, henchido del engreimiento propio de todo policía político, a reunirse con un político al que sabe lo mantiene en su puesto con su para nada presentable actividad diaria, este de repente lo comparara con una malanga… No habría nada de extraordinario en que se hiciera de la vista gorda si llegara a enterarse de que el KGB acaba de regalarle al susodicho un reloj cargado de cesio radiactivo, o incluso si en la menor oportunidad no lo dejara botado en medio de los páramos y selvas bolivianas.
 
Seguidamente el Che Guevara se acusa a sí mismo, como miembro de la dirección de la Revolución, de la promoción de un terror que quiso parecerse al soviético del verano-otoño de 1918: “Eso es como el ejemplo del llamado terror rojo que se quiso imponer en matanzas contra el terror blanco, sin darse cuenta que el terror blanco no existía nada más que en la mente de algunos extraviados; el terror blanco lo desatamos nosotros con nuestras medidas absurdas y después metimos el terror rojo”.
 
Pero obsérvese que la auto-acusación es más bien retórica, y consiste por sobre todo en el que no hayan sido capaces de ni él, ni los demás dirigentes, de controlar a la Seguridad del Estado, a quien en última instancia responsabiliza de ese terror.
 
Finalmente, en los fragmentos que han llegado a nosotros de ese trascendental discurso, Guevara expresa:
 
El oportunismo es un enemigo de la Revolución y florece en todos los lugares donde no hay control popular (el G-2), por eso es que es tan importante controlarlo en los cuerpos de seguridad. En los cuerpos en donde el control se ejerce desde muy arriba, donde no puede haber por el mismo trabajo del cuerpo, un control de cada uno de los pasos, de cada uno de los miembros, allí sí hay que ser inflexibles por las mismas dos razones: porque es de justicia y nosotros hemos hecho una Revolución contra la injusticia y porque es de política, el hacerlo, porque todos aquellos que, hablando de revolución violan la moral revolucionaria, no solamente son traidores potenciales a la Revolución, sino que además son los peores detractores de la Revolución, porque la gente los ve y conoce lo que se hace, aun cuando nosotros mismos no conociéramos las cosas o no quisiéramos conocerlas, las gentes las conocían y así nuestra Revolución, caminando por ese sendero erróneo, por el que caminó unos cuantos meses, fue dilapidando la cosa más sagrada que tiene, que es la fe que tiene en ella, y ahora tendremos que volver a trabajar juntos con más entusiasmo que nunca, con más austeridad que nunca, para recuperar lo que dilapidamos.
 
Lo que en definitiva no puede ser interpretado más que como una de las desafiantes explicaciones de Guevara, enrostrada sin muchos remilgos a la peligrosa institución, del porqué de las represalias que hubo que aplicarles durante el Affaire Escalante; o en todo caso una advertencia razonada, según los principios revolucionarios más elementales, del porqué será necesario aplicarlas en caso de que lo ocurrido hace poco, que no puede ser más que lo del intento de Aníbal Escalante por copar las ORI, volviera a suceder.
 
De que hubo personal dentro de la Seguridad del Estado no muy afín a las posiciones y hasta a la persona del Che Guevara, e incluso para nada incondicionales de Fidel Castro, da buena cuenta el dato citado más arriba, aquel de que según Gleijeses la Stasi tenía espías muy próximos a la dirección revolucionaria: es poco creíble que la Seguridad del Estado no estuviera al tanto de ello, en razón de su estrecha vigilancia al primer anillo alrededor del poder. Pero incluso que más que hacerse de la vista gorda ante esos reclutamientos por una agencia de espionaje extranjera, ciertos individuos o grupos a su interior no hayan ayudado en los mismos. Sobre todo porque hablamos de un país en que hasta 1960 la Stasi no tenía ninguna penetración, y por lo tanto el que cinco años después llegara a situar espías en las oficinas de los principales dirigentes de la Revolución solo se explica con el haber contado con la ayuda de un poderoso aliado interno.
 
Es un hecho: la muy importante penetración que el órgano de inteligencia germano oriental logró después de 1960, sobre todo antes de diciembre de 1967, no pudo provenir de la ayuda de la facción de PSP, de los veterocomunistas, al menos no directamente. Esta solo pudo conseguirla gracias a su muy fluida relación con los segurosos cubanos, a los que se ocupó de instruir en los métodos más modernos de espionaje, y con muchos de los cuales, viejos comunistas, compartía la visión de un campo socialista cuyos intereses estaban muy por encima de los nacionales, y también de la fidelidad a un caudillo local.
 
Lo incuestionable de lo hasta aquí sostenido por mí es que si alguien tenía el poder para abandonar al Che Guevara en Bolivia, esa era Seguridad del Estado. Fue ella la concreta responsable de la más arriba mencionada errónea (o malintencionada) elección de la zona boliviana en que se estableció el núcleo guerrillero inicial. Pero además, dada la procedencia de la mayoría de los segurosos en el veterocomunismo cubano, la institución había heredado muchas de las redes de relaciones del viejo Partido con los soviéticos, lo que sumado a la relación que estableció con su maestro el KGB a partir de 1960, nos deja ver que existían los contactos cercanos entre la Seguridad del Estado y al menos uno de los interesados en sacar del camino al Che Guevara: Moscú.
 
En cuanto a los motivos para prestarse a cooperar en el abandono, o quizás hasta en la malintencionada selección de la zona de introducción de la guerrilla, abundaban: para la mayoría de aquellos hombres que habían sido disciplinados en la obediencia a la URSS y su partido, que entendían que el socialismo que realmente conduciría al comunismo era el soviético, el Che Guevara era alguien que inadvertidamente le hacía el juego al Capitalismo, incluso algo mucho peor, un trotskista. Y precisamente por aquellos días, a pedido de la URSS, y con el pleno conocimiento de la Seguridad del Estado, quizás gracias a gestiones que ante esta hizo el KGB, se había residenciado en Cuba Ramón Mercader, el asesino de Trotsky. Alguien que por incrustarle un piolet al líder revolucionario había merecido el honor de recibir en secreto el título de Héroe de la Unión Soviética, ese honor proletario supremo con el que seguramente muchos de los viejos comunistas cubanos habían soñado alguna que otra vez.
 
Tampoco debe de despreciarse como probable motivo, al menos en algunos individuos específicos, los habituales desplantes del Che Guevara. Desplantes que tan mal deben de haber sabido a unos subordinados tan creídos de sí como lo es siempre todo policía político, sobre todo si el desplante procede de una fuente ajena a la “hermandad”. Porque de seguro no fue solo en el citado discurso que el Che Guevara pusiera a los segurosos por debajo de las malangas.
 
Por su temperamento y personalidad, el Che Guevara no podía más que sentir cierta reticencia ante los que desempeñaban la función segurosa, incluso hasta un sordo desprecio por ellos. El Che Guevara era en el fondo un aristoi, uno de esos individuos obsesionados con el auto perfeccionamiento personal, y no debe de olvidarse que precisamente cuando la guerra era asunto de tales tipos humanos a los espías se los ahorcaba sin clemencia; por el general desprecio que inspiraban incluso a quienes se servían de estos personajes llenos de dobleces e inconsecuencias (los tiempos en que el espía se convierte en un héroe coinciden con los de la rebelión de las masas; solo en esos tiempos en que la plebe se acepta como es, no pretende perfeccionarse, y hasta trata de imponer sus burdas maneras como la norma, la novela de espionaje se convierte en un género literario: Dumas nunca habría creado al Agente 007).
 
En todo caso estas son solo elucubraciones en que a una serie no continua de hechos confirmados la hemos unido en un relato coherente, pero que de ninguna manera podemos demostrar sea lo que verdaderamente ocurrió.
 
Es un relato que nos sirve, sin embargo, para destacar el que el poder político revolucionario cubano nunca ha sido homogéneo, que tras bambalinas múltiples tendencias se han enfrentado en la Cuba en apariencias incondicional a Fidel Castro, y sobre todo que la Seguridad del Estado no ha sido el perro fiel que solemos creer. Esta tenebrosa institución ha tenido una vida propia, otras fidelidades.
 
Fueron determinadas decisiones iniciales de la dirección revolucionaria las que provocaron que esta institución tendiera, hasta 1989-1990, a dividir su fidelidad entre la dirigencia de la Revolución y los intereses no siempre coincidentes del movimiento comunista mundial dirigido desde Moscú. Lo cual, por ejemplo, explicaría ese famoso e inusitado discurso que el ministro del Interior se apareció a dar en la UNEAC el 26 de marzo de 1989, pocos días antes de la visita de Gorbachov. Sabedor de lo que vendría para Cuba en caso de romperse las relaciones con la URSS, un sector dentro de la inteligencia cubana intentó buscar el apoyo de la intelectualidad al tratar de promover una glasnost al interior del país. Ello quizás para comenzar a conformar un frente pro-Gorbachov que los ayudara a obligar a Fidel Castro a no apartarse del camino que tomaba la URSS por entonces (que no sabían por entonces que conduciría a la desaparición de la URSS y el colapso del Socialismo Real), incluso a apartarlo del poder con el apoyo del Kremlin.
 
Intento que terminaría en el extraño infarto que sufrió luego en prisión el ministro Abrantes, alguien de quien todos señalan su buen estado físico, manifiesto en los ejercicios físicos, muy violentos, a los que a diario se dedicaba en compañía de una conocida monitora de gimnasia aeróbica de nuestra televisión nacional. O en la supuesta purga que sufrió la Seguridad del Estado a principios de la década de los noventa, y que según muchas fuentes habría quedado en las manos de los órganos de contrainteligencia del Ejército, bajo control total de Raúl Castro (esto podría explicar la facilidad con que Raúl dio su cuasi-golpe de Estado en 2008).
 
La verdad sobre estos asuntos solo la alcanzaremos el día en que logremos tener acceso a los archivos del G-2, y a la papelería personal de Fidel Castro. Entonces la realidad de lo sucedido seguramente superara a lo que hasta ahora han elucubrado las más calenturientas, y afines a las teorías conspirativas, mentes nuestras.
 
Hasta entonces solo cabe elucubrar…
José Gabriel Barrenechea, Santa Clara, Marzo de 2019                        
FUENTE  CUBAENCUENTRO


 
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