Una leve brisa fría se cuela por algunos tablones agujereados que sirven de pared en la destartalada casona de madera y techo a dos aguas con tejas de barro en la barriada de Lawton, al sur de La Habana.
En una repisa de la cocina cuelgan tres cazuelas tiznadas y un par de sartenes. Mientras hierve el café mezclado con chícharos que el Estado socialista otorga por la libreta de racionamiento, de un pomo plástico, Rubén vierte un poco de aceite, ajo y sal a un trozo de pan para acompañar su magro desayuno.
Cuando el reloj marca las siete y treinta de la mañana, luego que el jefe de brigada le entregó un machete amolado, Rubén se sube a una carreta tirada por un tractor que los va repartiendo por diferentes cuadras del municipio Diez de Octubre, el más poblado de la capital, donde además de amontonarse la basura en cualquier esquina, abundan árboles y vegetación desatendida que crece en pequeñas parcelas a la entrada de casas y edificios multifamiliares.
“Soy ex recluso. Cumplí una sanción de seis años por broncas callejeras y hurto. A los autos, sobre todos los que rentan los turistas, les robaba los neumáticos y el equipo de música. Estuve preso en Valle Grande, el Combinado del Este y Agüica, esta última en la provincia de Matanzas. Entré al tanque (cárcel) con 21 años y salí con 27. Todavía soy joven y pretendo rehacer mi vida, pero el sistema te la pone difícil. Las únicas opciones de trabajo que he encontrado son barrer calles, sepulturero o ayudante en la construcción”, cuenta Rubén y añade:
“Trabajo seis días a la semana en servicios comunales desyerbando canteros y recogiendo basura que la gente amontona en vertederos improvisados. De las tres opciones laborales, ésta es donde mejor pagan: unos 800 pesos mensuales, el equivalente a 35 dólares. Mi novia, también ex reclusa, estuvo presa por jinetear y ahora es dependienta en una cafetería estatal. Queremos hacer una familia, reparar la casa y vivir decentemente. Pero las circunstancias lo impiden. Si para un obrero o un profesional que nunca ha cumplido sanción penal le es difícil progresar, imagínate para un ex recluso. El gobierno te marca de por vida. Es muy difícil levantar cabeza”.
Hace ocho años, las autoridades reconocieron que el número de presos rondaba los 57 mil. Según organizaciones disidentes, esa cifra pudiera ser mayor, entre 70 y 100 mil reos comunes. De cualquier manera, Cuba es el sexto país del mundo con mayor cantidad de reclusos per cápita. Si antes de 1959 en la Isla había una veintena de cárceles, en la actualidad, entre prisiones, reclusorios y granjas hay alrededor de 200 centros penitenciarios.
Casimiro, ex oficial de prisiones, precisa que “el sistema de cárceles en Cuba se divide en prisiones de máxima seguridad, nivel medio, bajo y granjas de trabajo. Los delitos más graves van a parar a centros de mayor rigor”.
Una fuente confirma que “sea cual sea la clasificación de la prisión, la mayoría de la población penal trabaja y aporta al Estado. En muchos casos en faenas duras como la agricultura o la construcción, que a nadie le gusta, y en condiciones de semi esclavitud. Laboran doce o treces horas diarias con una paga de 200 a 300 pesos mensuales. El centro penitenciario le descuenta un por ciento de la alimentación y avituallamiento, pero lo peor es cuando salen en libertad. El jefe de sector (policía) de la zona donde va a residir, le abre un expediente y se le da un seguimiento. Los ex reclusos no tienen acceso a buenos empleos en el turismo ni en otras instituciones del Estado. Haber sido un preso común en Cuba es la última carta la baraja”.
Diferentes empresa militares tienen como mano de obra barata a los prisioneros. Provari, perteneciente al Ministerio del Interior, utiliza a presos comunes en la elaboración de productos de elevada toxicidad. En la preparación del carbón vegetal de marabú, que se exporta a Estados Unidos y otras naciones desarrolladas por 400 dólares la tonelada, habitualmente se utilizan reclusos.
Dunia, quien cumplió una sanción penal de cuatro años por prostitución, lleva dos años y tres meses en libertad. “Lo único que he conseguido es limpiar piso en un policlínico y fregar platos en una pizzería estatal. El salario es de 250 pesos (11 dólares). Si no trabajas, se te encarna el jefe de sector. Salí en libertad condicional y estoy obligada a trabajar”.
Camilo, un ex recluso consultado para este trabajo, asegura que “limpiar tu expediente es imposible en una sociedad como la nuestra. En todos los puestos quieren gente de confianza. Una vez que estuviste preso en Cuba, ya estás preso para toda tu vida. Es muy complicado que te puedas rehabilitar trabajando para el Estado”.
Quienes han cumplido sanción penal suelen optar por trabajar en negocios privados. Se paga cuatro veces más que en el sector estatal y no hay tantas exigencias sobre la trayectoria de sus vidas. Los que eligen insertarse en la sociedad recogiendo basura, como Rubén, sienten que el Estado lo trata como a un paria. Otros prefieren vivir al margen de la ley ejerciendo en negocios clandestinos como el juego ilegal, la prostitución o venta de drogas.
“Men, no hay más na. Lo que no se puede tener es miedo. La caliente pa’ arriba de mí, y yo pa’ arriba de la caliente. Si me cogen sé que voy a jalar un montón de años. Mientras, vivo la vida a lo grande”, confiesa un vendedor de marihuana. Para muchos cubanos, la prisión se ha convertido en su segunda casa.
Iván García, 14 de enero 2019