Para un pueblo que tararea y aun se cree que hasta la reina Isabel baila el danzón, un príncipe inglés alborota más las calles de La Habana que las Damas de Blanco (per)seguidas al instante por mayor número de compañera(o)s con encargo de atenderlas. Y como en Cuba no pasa nada fuera de lo normalizado por un año tras otro, cabría contar peripecias que al menos ilustren la presente falta de garantías, siquiera metafísicas, de que vayan a ocurrir.
Por ejemplo, el 4 de abril de 1956 salió en primera plana del Diario de la Marina: “Anuncia el general Tabernilla haber sido frustrado un complot”. Articulado dentro de las fuerzas armadas para dar golpe de Estado al general presidente Fulgencio Batista, la vox populi denominaría este complot de rebelión antidictatorial como “la conspiración de los puros”.
Oficiales y doctores
Dizque el comandante Enrique Borbonet, jefe de una compañía de paracaidistas, venía forjando el golpe con unos 120 oficiales por entre la Ciudad Militar de Columbia, La Cabaña, la Escuela de Artillería de Atarés, la Escuela de Cadetes de Managua e incluso la aviación. En movimiento más bien espontáneo, todos coincidían en tumbar a Batista y depurar las fuerzas armadas.
La jefatura de la conspiración recayó en el coronel Ramón Barquín López, agregado militar de la embajada de Cuba en Washington y vicepresidente de la Junta Interamericana de Defensa, quien regresaba a la Isla con la perspectiva de ascenso a brigadier para desempeñarse como Cuartel Maestre General del Ejército. Los principales complotados acordaron que, tras el golpe, el rector de la Universidad de La Habana, doctor Clemente Inclán, sería presidente provisional y el doctor Herminio Portel Vilá, Fiscal General. Para desmarcarse de la tradición golpista batistiana, ninguno de los oficiales de la conspiración sería ascendido y una vez que el gobierno provisional convocara a elecciones, pasarían a retiro.
¿Traición o imprudencia?
Según el coronel Orlando Piedra, la conspiración de los puros “era un secreto a voces” en el Buró de Investigaciones (BI). Los complotados dan otra versión, centrada en que los detalles del golpe se ultimaron en casa de Barquín, el domingo primero de abril por la noche, y allí estuvo el comandante Enrique Ríos Morejón, quien tenía la misión de ocupar La Cabaña.
Resulta que Ríos Morejón se alteró tanto que no pudo conciliar el sueño y terminó yendo a la enfermería por un sedante. Al salir se topó con el primer teniente Bienvenido Fuentes y soltó que andaba en trámites de tumbar a Batista. Fuentes avisó al lugarteniente en jefe de La Cabaña, teniente coronel José de la Campa, quien a su vez avisó al general Eulogio Cantillo en Columbia. Ríos Morejón fue citado al Estado Mayor y los oficiales del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) tendrían que mandarlo a callar durante los interrogatorios.
Al día siguiente fue detenido Barquín. Ya en su celda escuchó las voces de Borbonet y del teniente coronel Manuel Varela Castro, jefe del regimiento mixto de tanques en Columbia, quien se había negado a sacarlos al ser exhortado por Borbonet tras conocerse la detención de Ríos Morejón. Borbonet obtuvo permiso del SIM, bajo palabra de honor, para ir a su casa y regresar en dos horas. Así pudo quemar el escalafón militar donde tenía marcados los 120 oficiales complotados. A la postre sólo 13 serían enjuiciados.
Consejo de Guerra
El 11 abril se abrió la causa penal militar por delito de conspiración para rebelión. El tribunal fue presidido por el coronel Dámaso Sogo, quien siendo capitán había franqueado el acceso de Batista a Columbia la madrugada del 10 de marzo de 1952. El coronel Barquín declaró en su turno: “Queríamos restituir la democracia”. Y uno de los abogados defensores, José Miró Cardona, más tarde primer ministro del gobierno emergente de la revolución de Fidel Castro, precisó que los militares encausados querían “una Cuba amorosa para todos sus hijos. El pueblo cree en estos momentos que Cuba está en el banquillo de los acusados”.
El tribunal repartió condenas de seis y cuatro años y dos meses, con accesorias de privación del grado militar y expulsión de las filas. Ríos Morejón sería indultado. Tras breve estancia en el Castillo del Príncipe, los sancionados fueron trasladados al Reclusorio Nacional de Isla de Pinos. Al paso del tiempo serían ubicados incluso en circular con presos comunes.
En el reclusorio los militantes del MR-26-7 se organizaron en batallón y uno de los puros, el primer teniente José Ramón Fernández, sirvió de instructor militar. A través de la familia del reo Jesús Montané, este batallón de reclusos recibiría una carta de Fidel Castro y cinco mil pesos para ir tirando.
Impurezas de la realidad
Ninguna de las alternativas de la conspiración de los puros —embarcar, juzgar o ajusticiar al dictador— cuajó a la hora del triunfo de Castro. Tras huir Batista, el sucesor del general Pancho Tabernilla en la jefatura de las fuerzas armadas, Eulogio Cantillo, ordenó que los puros fueran excarcelados. Unos 300 reos comunes aprovecharon para escapar del reclusorio.
Barquín asumió el mando militar y Borbonet, la jefatura de Columbia, pero ya había entrado Aldo Vera, jefe del MR-26-7 de Castro en La Habana, y al día siguiente entró Camilo Cienfuegos. Ninguno de los puros nombrados por Barquín para tales o cuales jefaturas pudieron tomar posesión. Lo que sí tomarían fueron diversos caminos.
Fernández y Borbonet seguirían sus carreras a la sombra de Castro. Aquel llegó a vicepresidente y este, a viceministro. Un polígono de tiro deportivo en El Cotorro se llama “Comandante Enrique Borbonet”. Barquín fue designado por Castro Director General de Academias Militares, pero sería relegado a misión diplomática en España. A mediados de 1960 se asiló en USA y anunciaría no se sabe qué insurrección popular del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), que lideraba Manuel Ray, exministro de Obras Públicas de Castro. Barquín acabó yéndose con su música a Puerto Rico. Igual suerte diplomática y exiliar corrió Varela Castro, tras asumir el mando de La Cabaña por un día y dárselo al Che Guevara.