Desde principios del siglo XXI el comercio de cuerpos jóvenes masculinos ha sido más visible y floreciente en Cuba que el jineterismo femenino.
En La Habana se les puede distinguir por su juventud; sus cuerpos esbeltos, atléticos, cultivados a diario en algún insospechado gimnasio; su ajustada indumentaria, a menudo ropa de diseñador; sus teléfonos móviles de última generación; su perfume caro; y una apariencia metrosexual que incluye piernas, axilas y cejas depiladas, cabello bien cortado y laqueado, piercings, aretes, manicure y hasta algún maquillaje.
Los cubanos se refieren a ellos con una palabra soez derivada de la que identifica en el argot popular a su herramienta de trabajo, el miembro viril. A diferencia de sus similares femeninas, ejercen el comercio sexual por igual para clientes hembras y varones.
Principalmente, extranjeros de visita en Cuba: italianos, españoles, alemanes; más recientemente, canadienses y mexicanos. Gente con la codiciada moneda dura.
Para satisfacer al cliente, si es necesario, “apuntan y banquean”, como se dice del bisexual en las calles de la isla. Pero están lejos de considerarse bisexuales u homosexuales. Terminada la faena pueden ser hasta guapos de barrio. Desde su punto de vista, sólo están “luchando”. Una lucha que comenzó en el apogeo de la crisis extrema eufemísticamente llamada “período especial en tiempos de paz”.
De todas las variedades del mercado clandestino que medraron en Cuba a partir de aquella debacle económica de los años 90, la prostitución o jineterismo, enfocada principalmente en el turismo extranjero, ha sido una de las más lucrativas, y desde luego, más al alcance de jóvenes y adolescentes. Sobre todo, después de que la crisis desvalorizó la importancia de hacer una carrera profesional o tener un empleo con el Estado.
También ha sido de las menos perseguidas. Observe este párrafo del testimonio dejado en un llamado “Forum degli amanti di Cuba” (Foro de los amantes de Cuba) por Roy, un joven cubano que llegó a Italia a través del comercio sexual:
“A veces me inventaba algo diferente. Vendía ron (“guarfarina” de un alambique clandestino), carne de puerco y muchas cosas más, pero siempre regresaba a lo mío. Me puse a recoger apuntes para la lotería clandestina, la de Venezuela que se oye bien en la radio. Esta sí daba resultados, pero qué va, ¡si la policía me agarraba!… así que mejor volver a jinetear”.
Si bien periódicamente --presionado por la Federación de Mujeres Cubanas que presidía Vilma Espín, la esposa de Raúl Castro-- el gobierno ha lanzado redadas policiales de jineteras –las más amplias en los años 1998 y 2002-- la política predominante hacia la prostitución surgida del período especial ha sido hacer la vista gorda. ¿Por qué?
El turismo que el poder castrista aceptó promover como mal menor y tabla de salvación, tras la pérdida de su “souteneur” soviético, ha sido fundamentalmente uno de paquetes baratos y sistema todo incluido, una manera de abrirse espacio en medio del experimentado y lujoso mercado del resto del Caribe.
Los vacacionistas que compran estos paquetes suelen ser de clase baja o media baja, y van con la intención de gastar lo menos posible. Tolerar el jineterismo –recordemos que Fidel Castro no las condenó, sino que las llamó “las prostitutas más cultas del mundo”-- era una forma de obligar a los visitantes a dejar también en Cuba las pocas divisas que llevaban en el bolsillo.
La carne de cañón para esta nueva "batalla de la revolución" no escaseó. Vea como se prostituyó la familia de Roy:
“Me puse a jinetear a los 20 años, estábamos en periodo especial y cada día era más duro. El hambre apretaba mucho y todo el mundo estaba hasta los c… de comer arroz y frijoles, frijoles y arroz todo los santos días. Yo tenía 20 años, mi hermano Raulito tenía 17, y la Muñeca (así le decíamos a mi hermana) acababa de llegar al mundo. El "puro" era médico (50 años) y mi mamá era maestra (37 años)".
"Yo empecé a inventarme un trabajo con una camarita que me había regalado un alemán. Tomaba fotos a las jineteras para después promocionarlas con los yumas. Cobraba dos "fulas" por cada foto, y en un mes me volví el fotógrafo de las putas… (así me decían). Mi hermano revelaba las fotos y el negocio salió bien”.
Pero qué va, no alcanzaba y mi mamá también se puso a jinetear. Mi papá se fue con su revolución de mierda en la cabeza. Yo me peleé duro con él. Creo que siempre me ha echado la culpa de que mi mamá estaba jineteando. Decía que yo había llevado la perdición a la casa. En realidad, creo que dentro de él sabía que lo que nos estaba matando eran la mismas ideas que él iba sosteniendo a toda costa”.
Luego de algunos años de persecución, la “actividad” se ha "normalizado": no se oye hablar de batidas contra el jineterismo; la Primera Hija Mariela Castro afirma que ese es un trabajo como cualquier otro; y hace un par de años el semanario Primavera Digital reportó –y lo apoyó con un facsímil-- que con el nuevo impulso al trabajo por cuenta propia las autoridades estaban expidiendo a las jineteras licencias de “acompañante al extranjero”, las que les eximirían de ir presas, acusadas de acoso al turista.
Sin embargo, aunque la prostitución masculina renació en Cuba desde los 90 paralelamente a la femenina, nunca se oyó hablar de una recogida o encarcelamiento masivo de “prostitutos”, sólo de casos individuales.
Juan Antonio Madrazo --el coordinador del independiente Comité Ciudadano por la Integración Racial—escribió hace unos días que la prostitución masculina es desde hace años una cruda e incómoda realidad que el narcisista machismo revolucionario trata de ocultar.
En conversación, Madrazo señaló que desde principios del siglo XXI este comercio de cuerpos jóvenes masculinos ha sido más visible en los circuitos turísticos de la isla, y ha tomado más fuerza que el de cuerpos femeninos. Entre otras razones --opina el colaborador de Cubanet-- porque todo el mundo se aprovecha de él. Asegura que muchos policías reciben sobornos para mirar al otro lado, y que algunos actúan como verdaderos proxenetas de los jóvenes prostituídos.
Destaca que los medios oficiales, que han abordado al menos tímidamente el problema de las jineteras, han pasado por alto hasta ahora su floreciente versión masculina. Y afirma que éste es uno de los negocios más rentables del mercado negro hoy por hoy, al punto de que parte de las ganancias se está reinvirtiendo en una incipiente industria pornográfica hecha en Cuba.
Otro conocedor de la Cuba profunda, el periodista y blogger independiente Iván García, ubica a la mayoría de quienes ejercen la prostitución masculina en la emergente clase media surgida tras el abandono oficial del igualitarismo.
Suelen tener educación preuniversitaria o universitaria, muchos hablan inglés, o han aprendido italiano u otros idiomas. Son solventes: se pueden dar el lujo de comprar camarones, carne de res y licores de marcas famosas en las tiendas por divisas; de frecuentar buenas discotecas; de tener transporte propio, generalmente una moto; y de hospedarse un par de veces al año en polos turísticos como Varadero, no sólo por placer, sino para conseguir clientes sin mucho sigil.
Pero a cambio no sólo venden sus cuerpos: también su dignidad, su autoestima, su estabilidad mental. Vea por ejemplo el testimonio que le dio a Madrazo un camagüeyano de 22 años, graduado en informática, llamado Tristán:
“Me es difícil acostarme con ancianos que huelen mal. Para nada es fácil seducir a un extraño, pero la necesidad me obliga. Para mí, los europeos son mejores clientes que los latinos, respetan a los hombres y no se ponen con eso de querer besarlo a uno y cogerle la mano en público; hacen lo suyo y ya”.
El autor escribe que “muchos de estos chicos viven en barrios marginales de La Habana, que el turista que los contrata no ve, y para ellos la exagerada masculinidad es a la vez camisa de fuerza y coraza que les permite sobrevivir en ese medio. Muchachos viriles, musculosos, pero muy frágiles simultáneamente”.
Añade Tristán:
"Nadie imagina las bajezas que los clientes pueden pedir, pero al menos esto me permite pagar deudas, y darme gustos que van desde enviarle dinero a mi madre, enferma de leucemia en Nuevitas, hasta comprarme un perfume, o invitar a una chica a comer o a bailar en una discoteca. Esto es muy duro para la autoestima, pero hay que vencer las dificultades que son muchas, hasta que pueda salir de esta asfixiante isla”.
Y es que el sueño dorado de un jinetero varón, como el de una hembra, es conseguir un novio o novia –para el caso da igual-- que se enamore lo suficiente como para sacarle de Cuba.
Roy lo consiguió. En Milán, su suegra italiana le dice que es “un ser inútil, sin un peso partido por la mitad, ni cultura, ni perspectivas”. Según ella --dice Roy-- los cubanos “sirven solamente 'para el relajo y para formar la gozadera'”.
El joven de Centro Habana cree que vivir en el extranjero ha sido una gran experiencia, pero termina su testimonio así:
“Yo sé que aquí en Italia no puedo vivir, a veces me falta el aire, me siento mal. Necesito mi Cuba. Mi mujer no lo puede creer, solamente dice que me quiero ir porque no la quiero, y hace unos días que no para de llorar. Me da tremenda pena pero creo que si me quedo aquí seria peor todavía. Mejor que me vaya”.