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General: ¿POR QUÉ CALLÓ EL VATICANO ANTE EL HOLOCAUSTOS?
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From: CUBA ETERNA  (Original message) Sent: 13/04/2019 16:35
HISTORIA
¿Fue Pío XII un pontífice gélido sin voluntad alguna para ayudar a remediar siquiera un poco el inmenso desastre pese a tener todos los datos en su mano?. En la primavera de 1939 Europa contenía el aliento. La inminencia de una nueva guerra llenaba el aire y Alemania prefería tener a su amigo sedado. Según Saül Friedlander, autor de Pío XII y el Tercer Reich, recuperado hace pocos meses por Península, el pontífice justificó su escaso o nulo intervencionismo. 

                                                                                                                                                                                   Víctimas del Holocausto 
 El Papa y la esvástica:
¿Por qué calló el Vaticano ante el Holocausto?
JORDI COROMINAS I JULIÁN
Durante muchos años escribir sobre la relación de Pío XII con el régimen nazi parecía una segura condena para el patíbulo mental. En la edición italiana del libro 'Muerte en Roma', de Robert Katz, un epílogo ilustra sobre cómo reaccionaba la Santa Sede ante quien criticara al último pontífice principesco. En el caso del autor norteamericano la causa fue la mención al silencio vaticano cuando en marzo de 1944 Hitler se vengó de un atentado partisano ordenando la ejecución a sangre fría de más de trescientos ciudadanos de la Urbe en las Fosas Ardeatinas, a escasos pasos de las catacumbas paleocristianas.
 
Este episodio es uno de tantos que han consolidado en el imaginario popular la imagen de un Papa gélido sin voluntad alguna para ayudar a remediar siquiera un poco el inmenso desastre pese a tener todos los datos en su mano. A lo largo de este siglo, tan proclive a consolidar mentiras a base de repetirlas, su leyenda negra no ha dejado de aumentar. En 'Amén', magnífica película del siempre polémico Costa-Gavras, su figura deviene metáfora de impotencia, como si su papel de vicario de Dios en la tierra fuera insuficiente para frenar el vendaval totalitario, pero el recuerdo de la cinta potencia su ambigüedad para con la esvástica con el mutismo erigido en una losa de proporciones dantescas, y por una vez el adjetivo no sobra en la frase.
 
Un pasado repleto de suspicacias
Eugenio Pacelli (Roma,1876- Castel Gandolfo,1958) estaba predestinado a la tiara. Su familia pertenecía a la nobleza negra, esa facción de la aristocracia romana que vinculó su suerte a la de Pío IX cuando el ejército italiano entró en Roma y unificó en 1870 el país transalpino. Este origen patricio le facilitó subir en el escalafón clerical desde su juventud. En 1917 fue nombrado nuncio apostólico en Baviera y tres años más tarde se trasladó a Berlín, donde ejerció el cargo hasta 1929. Esta experiencia le introdujo a fondo en la cultura teutona y le generó una simpatía por Alemania de la que nunca renegó, elemento esencial para entender su papel clave en la firma del Concordato de 1933 y punto remarcado en un memorándum del departamento de asuntos vaticanos del Reich en marzo de 1939, momento de su acceso al trono de San Pedro.
 
Este escrito muestra la observación de Hitler para con la Iglesia Católica, quien en 1937 le había recriminado el culto casi divino a su persona en la encíclica 'Mit brennender sorge', Con viva preocupación en castellano, donde además se exhibía sumo malestar por la deriva pagana que pervertía y falsificaba el orden creado e impuesto por Dios. El texto fue leído en once mil templos. Goebbels, consciente del poder estatal para con los medios de comunicación, optó por ignorarla, si bien no obstaculizó un registro de la Gestapo para impedir y secuestrar la impresión del mensaje escrito de Pío XI.
 
En la primavera de 1939 Europa contenía el aliento. La inminencia de una nueva guerra llenaba el aire y Alemania prefería tener a su amigo sedado. Según Saül Friedlander, autor de Pío XII y el Tercer Reich, recuperado hace pocos meses por Península, el pontífice justificó su escaso o nulo intervencionismo a partir de cuatro premisas.
 
Un silencio múltiple
La primera estribaba en el desarrollo del conflicto. El máximo responsable del Estado vaticano contemplaba la contienda como la posibilidad esperanzadora de terminar con el bolchevismo soviético. En 1941 el panorama le propició reforzar su idea. Nada debía debilitar al único baluarte contra el mal en la tierra. La operación Barbarroja y el desmorone del frente ruso antes del general invierno supusieron un instante álgido de esas apreciaciones, desmentidas a medida que el curso de los acontecimientos viró a favor del ejército rojo, sobre todo a partir de la derrota nazi en Stalingrado. Cuando en julio de 1943 los norteamericanos desembarcaron en Sicilia su pensamiento caviló el sueño secreto de muchos, la unión de las democracias aliadas con la dictadura hitleriana para terminar con el comunismo.
 
Hasta esa fecha hay pruebas fehacientes de cómo el Papa sabía de la reclusión de sacerdotes en Dachau y de la liquidación de enfermos mentales, cancelada de modo temporal por la voluntad de Hitler, quien prefirió conciliar sus relaciones con la Iglesia mientras tronaran las armas.
 
La situación distaba de ser idílica. En los territorios ocupados por el Reich en el este de Europa se prohibió el acceso de sacerdotes católicos, medida reafirmada en 1943, cuando se proclamó sin ambages que el Concordato de 1933 no tenía vigor en las zonas anexadas después del acuerdo. A Pío XII le quedaba el recurso del verbo, esgrimido con demasiada poca fuerza ante la magnitud del sinfín de informes parapetados en su mesa, entre ellos algunos alertándole de la Solución Final para con el pueblo judío. Su única locución al respeto llegó en el discurso navideño de 1942 con su párrafo “Este voto lo Humanidad lo debe a centenares de millares de personas, que, sin ninguna culpa por su parte, por el único hecho de su nacionalidad o raza, se han visto abocadas a la muerte o una progresiva extinción”.
 
La alocución pasó desapercibida en la Wilhelmstrasse. Los análisis de su archivo no registran ningún apunte sobre este tramo del mensaje, algo que encaja con el segundo argumento de pasividad pontifica argüido por Friedlander: la imposibilidad de condenar las atrocidades germánicas, factor reforzado por la tercera tesis, consistente en callar para evitar males mayores.
 
Tal actitud se vio agravada una vez cayó Benito Mussolini y los nazis ocuparon el norte y el centro de la península itálica tras el armisticio del Mariscal Badoglio con los aliados en septiembre de 1943. Un mes después el gueto romano padeció el infierno en forma de peticiones de objetos áureos y el rastreo como preludio hacia la deportación a los campos de la muerte. San Pedro dista poco menos de un quilómetro de ese barrio donde, durante milenios, los hebreos de la ciudad eterna habían vivido y trabajado. Tras el paso de esas voces sarcásticas, coléricas e incomprensibles narradas por Giacomo Debenedetti en 16 Ottobre 1943 un tren partió hacia Auschwitz. Era 18 de octubre y Pío XII no movió un dedo para evitarlo, y el cuarto punto de la tetralogía de Friedlander baraja la posibilidad de un guardar silencio ante la inutilidad de todas las gestiones efectuadas, tal como el Papa alegó en una reunión del Sacro Colegio Cardenalicio.
 
El antisemitismo de la Iglesia
La cuestión judía planeó sobre la cúpula de Michelangelo hasta el cese de hostilidades en mayo de 1945. En marzo de 1944 el Reich invadió Hungría. Las alarmas se dispararon hasta un rojo enfermizo. La nunciatura apostólica de Budapest protestó con una nota al ministerio de Asuntos Exteriores húngaro; clamaba para la no continuación de la guerra contra los judíos más allá de los limites prescritos por las leyes de la naturaleza y los mandamientos divinos. Su esfuerzo quedó en agua de borrajas ante la reacción de Monseñor Seredi, cardenal primado de Hungría, quien el 29 de junio de 1944 publicó una carta pastoral en la que no se postulaba en contra de la nociva influencia de los judíos. Es más, deseaba que desapareciera al tiempo que recordaba el maléfico y destructivo ascendiente de los hebreos sobre la vida económica, social y moral de la nación magiar.
 
El único en esa zona que regateó esfuerzos para salvarlos de la persecución fue el delegado apostólico de la Santa Sede en Estambul, el futuro Papa Juan XXIII, quien pidió a los nuncios sitos en los Balcanes un esfuerzo para intentar evitar las deportaciones.
 
Pío XII murió en su residencia estival de Castel Gandolfo en octubre de 1958. Resulta paradójico que un hombre tan celoso de su intimidad, hasta extremos surrealistas, protagonizara su última anécdota vital por las fotos tomadas por su arquiatre en el lecho de su último suspiro. En la posguerra fue un firme defensor de la Democracia Cristiana e intervino sin tapujos en el juego electoral de la República Italiana, recordándose sus homilías durante los comicios de 1948, cuando las maletas más cuantiosas de la CIA determinaron la suerte de la bota y su apego al dogma capitalista con pasmosa estabilidad parlamentaria durante más de cuatro decenios.
 
En diciembre de 2009 fue beatificado junto a Juan Pablo II. Muchos rabinos israelíes juzgaron el hecho como un acto de profunda insensibilidad. El de Roma se opuso al verla como un impedimento al diálogo. Coleaba, y colea, su silencio durante la Segunda Guerra Mundial. El tema durará mientras el mundo sea mundo. Sin embargo, en 2011 Mordechai Lewy, reconoció la labor de Pío XII en el salvamento de judíos al abrir durante octubre de 1943 las puertas de monasterios y orfelinatos para socorrer a los damnificados de la redada nazi, añadiendo que Castel Gandolfo acogió a millares de hebreos. Esta loa concordaría con las investigaciones del teólogo Pinchas Lapide, quien sitúa la cifra de rescatados por la Iglesia Católica en más de setecientas mil personas.
 
En 1964 Pablo VI dijo en 'Ecclesiam suam' que nadie es extraño al corazón de la iglesia porque todo lo que es humano 'Nos', en mayúscula en el original, nos afecta. Las preguntas agarradas a la piel durante casi un siglo no se desvanecen por arte de magia. El mutismo papal entronca con la simpatía manifiesta por la victoria hitleriana y la anómala complicidad con la naturaleza de un régimen sanguinario, y aquí el adjetivo pierde comba ante lo superlativo del mal. Lo espiritual cedió ante lo terrenal desde postulados estratégicos al son de la época, una apisonadora sin frenos. El resto es Historia, hasta que en marzo de 2020 se abran los archivos secretos relativos a su pontificado por expresa disposición de Jorge Bergoglio.

Historia de la Esvastica
La esvástica tiene una larga historia. Se usaba al menos 5.000 años antes de que Adolf Hitler diseñara la bandera nazi. La palabra “esvástica” proviene del sánscrito svastika, que significa “buena fortuna” o “bienestar”. El motivo (una cruz en forma de gancho) aparentemente se utilizó por primera vez en la Eurasia del Neolítico, quizás para representar el desplazamiento del sol en el cielo. En nuestros días es un símbolo sagrado para el hinduismo, el budismo, el jainismo y el odinismo. Es común verla en templos o casas en India o Indonesia. Las esvásticas también tienen una historia antigua en Europa, ya que aparecen en artefactos de culturas europeas anteriores al cristianismo.
 
El símbolo resurgió a fines del siglo XIX, después del extenso trabajo del famoso arqueólogo Heinrich Schliemann, quien descubrió la cruz en forma de gancho donde estaba la antigua Troya. Schliemann la relacionó con formas similares halladas en piezas de cerámica en Alemania y su teoría fue que era un “importante símbolo religioso de nuestros antepasados remotos”.
 
A principios del siglo XX, la esvástica se usaba mucho en Europa. Tenía numerosos significados. El más común era un símbolo de buena suerte y augurios. Sin embargo, al trabajo de Schliemann pronto lo continuaron movimientos völkisch, para quienes la esvástica era un símbolo de “identidad aria” y orgullo nacionalista alemán.
 
Esta conjetura de la ascendencia cultural aria del pueblo alemán probablemente sea uno de los motivos principales por los que el partido nazi adoptó formalmente la esvástica o Hakenkreuz (en alemán, cruz en forma de gancho) como su símbolo en 1920.
 
No obstante, el partido nazi no fue el único en usar la esvástica en Alemania. Después de la Primera Guerra Mundial, varios movimientos nacionalistas de extrema derecha adoptaron la esvástica como símbolo. La asociaron a la idea de un estado racialmente “puro”. Cuando los nazis obtuvieron el control de Alemania, las connotaciones de la esvástica habían cambiado para siempre.
 
En Mein Kampf, Adolf Hitler escribió: “Yo mismo, entre tanto, después de innumerables intentos, establecí la forma final; una bandera con fondo rojo, un disco blanco y una esvástica negra en el centro. Después de prolongadas pruebas, también hallé la proporción definitiva entre el tamaño de la bandera y el tamaño del disco blanco, así como la forma y el grosor de la esvástica”.
 
La esvástica se convertiría en el icono más reconocible de la propaganda nazi, y aparecería en la bandera a la que Hitler hace referencia en Mein Kampf, así como también en pósteres para las elecciones, bandas para el brazo, medallones y distintivos para organizaciones militares y de otra naturaleza. La esvástica fue un símbolo poderoso usado para provocar orgullo entre los arios, pero también causó terror a los judíos y otros grupos considerados enemigos de la Alemania nazi.
 
A pesar de sus orígenes, la esvástica se ha relacionado tanto con la Alemania nazi que los usos actuales frecuentemente generan controversia.
 
GAYS VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO 
FUENTE:  EL CONFIDENCIAL


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