Si la víspera de abrir el acceso a internet desde los móviles, el oficialismo hubiera escrito en un papel sus cinco mayores miedos por dar mayor conectividad a los cubanos, aquellos pánicos se hubieran quedado muy por debajo de lo que ha ocurrido. En menos de un semestre, en esta Isla hemos vivido hechos inéditos potenciado por las redes sociales, sucesos que desafían los estrictos controles en los que ha estado enmarcada nuestra sociedad por demasiado tiempo.
Este sábado, el llamado a una marcha LGBT mostró la fuerza de convocatoria que se logra en los espacios digitales. El régimen, nervioso y con la intención de dar una prueba de fuerza, hizo lo que mejor sabe hacer: reprimir, lo que multiplicó el alcance del evento y dejó una estela de repudio incluso entre algunos de los partidarios del oficialismo. El rechazo ha sido casi unánime a la arremetida policial contra esta peregrinación, organizada a partir de la cancelación de la que tradicionalmente se realiza bajo la supervisión del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX).
La marcha que estaba planificada para transcurrir de manera pacífica, se vio empañada por un desproporcionado cerco policial, decenas de agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil y el arresto de al menos siete activistas que participaban. Los represores no se cortaron a pesar de la amplia presencia de prensa extranjera y los numerosos turistas que tradicionalmente merodean por el Parque Central de La Habana. Para ellos se trataba de mandar un mensaje: en las redes sociales sí, pero en las calles no.
A pesar de esa “mentalidad siglo XX” de creer que lo que pasa en internet se queda en internet, quienes trazan la política cubana y la actuación de los cuerpos policiales cometieron ayer uno de sus peores errores en décadas. No hay manera de defender su actuación desde ningún ángulo, ni siquiera desde los grupos evangélicos que rechazan la agenda LGBT, porque en este caso no se trata solo de preferencias sexuales o exigencia de legalización del matrimonio igualitario. Estamos ante una violación del derecho a reunirse y manifestarse, algo que atañe a cada ciudadano más allá de la bandera que defienda.
Con antelación a los sucesos del Parque Central, ya las redes sociales habían sacado músculo. En menos de dos semanas arruinaron la reputación del comandante Guillermo García Frías, a quien la Plaza de la Revolución había encumbrado por más de medio siglo. Bastó la viralidad de las bromas sobre sus desafortunadas declaraciones relacionadas con el “cultivo” (sic) de avestruces, jutías y cocodrilos para la alimentación de la población, para que en internet no pararán de llover las bromas y memes.
García no tiene tiempo para revertir el estigma de “comandante avestruz” que le colgaron en Facebook y Twitter, ni la más poderosa maquinaria de propaganda oficial logrará ya limpiar su nombre. Como tampoco puede borrar la imagen de la caravana de Miguel Díaz-Canel acelerando el paso ante los gritos de exigencia de los damnificados por el tornado en el municipio de Regla, La Habana, aunque después de eso publiquen cada día en la prensa nacional foto del gobernante rodeado de pueblo. Con un clic, todo el andamiaje ideológico que lo encumbró a la presidencia recibió un golpe demoledor.
La pasada semana, el arresto de una reportera también sirvió para mostrar la capacidad de las redes sociales para unir en una campaña a diferentes y muy variados grupos de la sociedad civil. Desde opositores políticos, pasando por periodistas independientes, ciudadanos comunes y hasta llegar a gente que hasta entonces no había dicho en público una sola crítica contra las autoridades, las presiones por la liberación de Luz Escobar, la reportera de 14ymedio, fueron asumidas por una sorprendente diversidad de individuos y organizaciones.
¿Qué vendrá ahora? Muchas más convocatorias nacidas en ese mundo virtual que la policía política ha tratado de mantener alejado de la realidad por más de una década, desde que nacieron los primeros blogs independientes y un puñado de cubanos abrieron sus cuentas en Twitter y Facebook, etiquetados por entonces en los medios oficiales como “herramientas creadas por la CIA”.
Cada vez se acorta más el tiempo entre los casos en que los internautas de esta Isla confluyen en una iniciativa común, lanzan una etiqueta de demanda y obligan a las autoridades a responder. Cada día es más breve el tiempo en que nace una propuesta a partir de un clic y que se materializa en nuestras calles. También cada vez involucra a más personas y a sectores más variados de la sociedad. Así que en las próximas semanas los smartphones y las porras policiales volverán a medirse.
YOANI SÁNCHEZ, MAYO 2019