Muchas veces me pregunté por qué el dictador cubano Fidel Castro y su hermano Raúl se mostraron tan reacios a darles cabida a las masas homosexuales en su gobierno, a pesar de que varias de sus figuras revolucionarias, como Pastorita Núñez, Alfredo Guevara y Mirta Aguirre, integraban lo que hoy llamaríamos colectivo LGBT.
Durante los primeros meses de 1960 y a lo largo de 1961, por orden de Fidel, Raúl y Ernesto Che Guevara, se llevó a cabo la primera redada contra los homosexuales, dirigida por el comandante Ramiro Valdés, entonces jefe del Ministerio del Interior. Primeramente, las personas que no se ajustaban al canon heterosexual fueron alejadas de cargos públicos. Más tarde, muchos hombres fueron secuestrados y enviados en camiones hacia la una zona desértica de la Península de Guanahacabibes, para ser rehabilitados.
Eran los tiempos donde nadie escuchaba, los tiempos en que la palabra de Fidel daba paso al sol, como una luz que se anticipaba al alba y que estaba libre de sombras, según aseguró hace poco un joven periodista en Granma, uno de los periódicos de Fidel y Raúl.
Fueron cuatro mil las víctimas en total, en su mayoría jóvenes, sacados de sus casas y obligados a arrepentirse de su condición no heterosexual. No obstante, se mantuvieron rebeldes, seguros de sí mismos. El proyecto terminó en enfermedades, muertes y en denuncias internacionales a cargo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el 17 de mayo de 1963.
En la prensa, Raúl dijo: “Se trató de jóvenes que no habían tenido la mejor conducta ante la vida, jóvenes que por la mala formación e influencia del medio habían tomado una senda equivocada ante la sociedad y fueron incorporados con el fin de ayudarlos para que se incorporen a la sociedad plenamente”.
Una vez fracasado este primer plan maquiavélico, la dictadura comenzó a fraguar otro con los mismos propósitos: En los dos últimos meses de 1964, llamado Año de la Economía, se crearon las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), en zonas “protegidas” con fuertes alambradas en la provincia de Camagüey. En aquellas granjas los que trabajaban de forma obligatoria no eran militares, sino homosexuales y Testigos de Jehová, considerados desafectos políticos.
El objetivo del nuevo plan del régimen era reformarlos hasta convertirlos en militares, lo mismo que se pretendió hacer con las masas en general. Según datos que se conocen bien, por las UMAP pasaron más de 25 mil jóvenes. Aquí también hubo muertes, enfermedades e incluso suicidios, y denuncias internacionales que se hicieron eco de este holocausto tropical, hasta que desapareció.
La parte curiosa de esta historia es que Fidel, un hombre al que le gustaba leer, conoció la existencia de Alejandro Magno. A sus quince años de edad, cuando su padre lo inscribió legalmente, se quitó el segundo nombre (Hipólito), y adoptó el de Alejandro.
Fidel admiraba a Alejandro Magno, aquel aguerrido macedonio del año 356 antes de Cristo, cruel militar, rey de Macedonia. Seguramente conoció también la historia del Batallón Homosexual Sagrado de Tebas, un grupo militar formado por hombres gais en el año 375 antes de Cristo.
El Batallón Sagrado existió durante más de 33 años y fue considerado por su valentía y arrojo como una de las tropas más temidas de la antigüedad. Estaba formado por 150 parejas de amantes varones. El historiador clásico griego Plutarco dijo que “la unión entre amantes aumentaba su capacidad combativa, puesto que luchaban con una convicción casi suicida y al final para proteger el cadáver de su amante y vengarle”.
Se trata de una historia muy parecida a la de los samuráis –guerreros del antiguo Japón–, una élite militar que gobernó el país asiático durante cientos de años, cuyo Código aceptaba la homosexualidad. Muchas historias dan fe de la valentía y amores de los samuráis.
Casualmente, escuché una anécdota en labios del viejo General español Alberto Bayo, quien en México enseñó a Fidel las tácticas de la llamada guerra de guerrillas. Un día Bayo le dijo a Fidel: “Mira, los homosexuales no son cobardes. Para deshacerse de ellos, debemos ponerlos a la vanguardia de los batallones en la guerra. Así serán los primeros en morir”.
Si Fidel siguió los consejos de su tuerto amigo de la Guerra Civil española, no lo sé. Solo recuerdo una extraña historia de Girón, que se comentaba entre periodistas por aquellos años, sobre dos batallones de cubanos que, confundidos en la oscuridad de la noche, lucharon entre sí hasta que murió gran parte del batallón No. 111. ¿Estaría este batallón compuesto por homosexuales?
Muchas cosas que Fidel se llevó a la tumba nos faltan por saber. Sobre todo si fue idea suya –seguramente con malas intenciones– nombrar a su sobrina Mariela Castro Espín como madrina de los homosexuales cubanos.