Hay guerras peores que Vietnam. En el siglo XX tenemos unas cuantas. No sólo en términos de muerte y destrucción, sino de consecuencias a largo plazo, caída de imperios y finales de eras caducas. Pero hay aspectos del conflicto en Indochina que resultaron novedosos.
El impacto emocional de un conflicto tangencial de Guerra Fría en el patio trasero de Asia fue, para Estados Unidos, mayor que cualquier otro. El recuerdo de la derrota, aún sangrante, ha determinado todas las guerras que vinieron después, aunque Washington haya repetido los mismos errores en Irak o Afganistán. El papel de los medios, las mentiras de los políticos, el rentable bazar armamentístico, el poder de las fotografías, la revolución ideológica juvenil como reacción a lo que sucedía en el campo de batalla y los muertos en sus ataúdes metálicos muriendo por una causa difícil de entender desnivelaron la balanza hacia un enemigo representado por el ideal del campesino con un salacot y un AK47 defendiendo un arrozal, en contraposición a los cazas arrojando napalm sobre las aldeas como los dragones de 'Juego de Tronos', los B52 tirando toneladas de bombas sobre la selva y las avionetas rociando los cultivos con el terrorífico pesticida 'agente naranja', responsable, todavía décadas después, de miles de muertes y deformaciones en recién nacidos.
Max Hastings, uno de los historiadores más leídos de todo el mundo, aborda en su nuevo libro, 'La guerra de Vietnam, historia de una tragedia épica' (Crítica), un conflicto que, a diferencia de otros de los que ha escrito, como la Gran Guerra o la Segunda Guerra Mundial, sí que conoció. Hastings fue corresponsal de guerra de la BBC y el diario 'Evening Standard' durante los años más convulsos de la Guerra Fría. Sus viajes a Vietnam del Sur fueron continuos, igual que a las Malvinas, el Canal de Suez, Israel, Argelia y otros escenarios bélicos. Como otros historiadores, como Antony Beevor o John Keegan, sabe que las balas en la vida real no suenan igual que en las películas. Bueno, nada en la guerra es como en las películas.
"Ha sido una gran ayuda que haya visto gran parte de la parte peligrosa cuando era joven. Sólo por esa experiencia se puede aprender a escribir de manera convincente sobre la difícil situación del soldado en combate, lo que significa estar agotado, mojado, sucio y hambriento antes de que el enemigo entre en el relato", cuenta Hastings. Vietnam fue una experiencia seminal para él, como lo fue para un grupo de jóvenes reporteros que comenzaron sus carreras cubriendo el conflicto: David Halberstam, Neil Sheehan, Peter Arnett y Nick Turner, y el hijo de la estrella de Hollywood Errol Flynn, Sean Flynn, periodista fotográfico y aventurero, que fue capturado por guerrilleros comunistas en Camboya en 1970 y cuyo destino sigue siendo un misterio.
Precisamente la imagen de la guerra de Vietnam se ha configurado durante generaciones a través del cine. 'Apocalypse Now' (Francis Ford Coppola), 'Platoon' (Oliver Stone) o 'La chaqueta metálica' (Stanley Kubrick) muestran tres versiones de un conflicto lisérgico, deshumanizado y salvaje donde la agenda política queda diluida por acciones brutales contra la población civil vietnamita ante la desorientación, la desmotivación y el nihilismo absoluto de los propios protagonistas, los soldados de EEUU. Y mucho de eso hubo. "Fue, fundamentalmente, una tragedia vietnamita, mucho más que estadounidense o francesa", comenta Hastings.
Hastings revela, y esto es novedad, las enormes purgas que realizaron esos mismos campesinos idealizados del norte, que actuaron como carniceros contra su propia población, como después harían, de manera masiva, los Jemeres Rojos en la vecina Camboya. El relato de una nación libre como Vietnam del Sur, apoyada por EEUU en su intento democrático de escapar de la tiranía estalinista puede que no se sostenga, pero tampoco la narrativa contraria, la del revolucionario que combate a un invasor y viola a sus mujeres. Ambas son reales y falsas al mismo tiempo. La guerra de Vietnam igualó en crueldad e insensibilidad a los dos bandos. Sólo el terror tecnológico que manejaba EEUU convirtió esa misma crueldad en algo visual y espectacularmente mortífero.
Hastings escribe sobre la realidad de los jóvenes soldados de EEUU y las terribles condiciones de combate a las que se enfrentan, pero también lo hace con los vietnamitas del norte. Gracias a su pluma del novelista y los ojos del reportero, logra trasladar al lector a esas colinas donde se ponen en marcha las misiones 'search and destroy' o 'búsqueda y destrucción'. Acaba de golpe con unos cuantos mitos, el mal de las narrativas simplistas, y bucea en los orígenes de las guerras de descolonización que acaban con la expulsión francesa y la llegada de EEUU al sur, mientras que el norte se echa en los brazos de la URSS y se arma con rifles chinos. "Los ingredientes clave de este libro son los mismos que los de cualquier otro libro de Historia: debería hacer que pases un rato entretenido, tratar de decirte cosas sobre el pasado que son verdaderas y debería decir al menos algunas cosas que el lector no sabía. Y ya", resume Hastings.
Se agradece el esfuerzo de Hastings por recopilar las mejores imágenes del conflicto en sus páginas interiores. No es un capricho. Esas fotografías fueron más decisivas que todo el armamento disparado. El problema, según Hastings, es que nadie vio nunca "imágenes de todas las cosas espantosas que los comunistas le hicieron a su propia gente, porque las imágenes no existen".
Hastings acompaña a los marines por las oscuras calles de la ciudadela imperial de Hue, donde tiene que saltar sobre los cuerpos de los muertos, revisa la matanza a sangre fría de civiles en May Lay, desgrana la ofensiva del Tet y traza el día a día de la ruta Ho Chi Min, que alimentaba desde Laos y Camboya a la insurrección del Vietcong en el sur, mientras los B52 arrojan toneladas de bombas sobre la selva, en la confianza de alcanzar a esos campesinos ocultos en las sombras, pero capaces de acabar con un pelotón entero de adolescentes de EEUU, más ocupados en fumar marihuana que de tratar de entender dónde están y para qué les han llevado hasta allí. Sus militares lucharon de manera valiente en el campo de batalla, pero según Hastings, el Pentágono fue incapaz de dar valor a esas victorias para apuntalar un estado capitalista en el sur que cuidara de sus propios ciudadanos. "Un hombre de Vietnam del Sur que entrevisté dijo que los comunistas les recordaban constantemente lo humillante que era ser ocupado por los Estados Unidos. Todos sabían que el gobierno y los generales en Saigón no podían levantarse por la mañana sin preguntar a los estadounidenses de qué lado de la cama tenían que salir", cuenta Hastings, que insiste en la idea de las lecciones nunca aprendidas: "Si haces esto, ya sea en Siria, Irak o Afganistán, siempre vas a perder".
ALBERTO ROJAS, MADRID 2019