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General: REFLEXIONES A 50 AÑOS DE STONEWALL
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 21/05/2019 16:43
DERECHOS LGTB
El 28 de junio de 1969 la policía se hizo presente en el Stonewall Inn, de Nueva York, para humillar y detener a quienes estaban en el bar en una redada, la cual fue respondida con una revuelta callejera que duró tres noches.

¿La diversidad sexual es revolucionaria?
Roberto Jara
El 28 de junio de 2019 se cumplirán 50 años de la Revuelta de Stonewall, que marca la fecha del Orgullo LGBT desde entonces. El aniversario de una revuelta callejera de tres días contra la policía y sus abusos será celebrado en manifestaciones, pero también en “desfiles” con presencia policial, carrozas de empresas precarizadoras y actos de políticos de partidos capitalistas. ¿Qué ha pasado aquí?... ¿La diversidad sexual (que en 75 países sigue siendo ilegal) ha perdido su potencial revolucionario? ¿Se ha convertido en una marca, a pesar de la creciente persecución con el auge de la extrema derecha? Trataremos de abordar estas cuestiones formulando una pregunta a la historia de las luchas de la diversidad sexual: ¿Cómo alcanzar una sociedad sin opresión ni explotación?
 
La respuesta te sorprenderá. O quizá no, ya que en la historia del marxismo revolucionario existe una tradición que busca poner en práctica formas de unir a distintos sectores oprimidos con la clase trabajadora, la clase que crea y sobre la que se sostiene el sistema capitalista. ¿Pero, qué tiene que ver la explotación asalariada con la moral sexual dominante?
 
El sistema capitalista encuentra múltiples beneficios en la familia patriarcal, donde reproducen nuevas generaciones de explotados, haciendo aparecer como “natural” que las mujeres sean quienes realicen de forma gratuita el trabajo doméstico y reproductivo. También en la familia patriarcal es donde las nuevas generaciones “aprenden” el respeto a la autoridad y la existencia de jerarquías como un “orden natural” que debe ser aceptado; una tarea que continuarán la Iglesia, la escuela y otras instituciones como el ejército.
 
Pero la familia patriarcal no se mantiene ni estática, ni por sí misma. En su continua evolución histórica, necesita una ideología que abarque otros aspectos de la vida y que no sólo imponga este modelo de familia como “natural”. Y ahí es donde entra en escena el rechazo sistémico a la diversidad sexual como parte del patriarcado. El capitalismo fortalece, reproduce y reinventa opresiones como el patriarcado y el racismo, o las implanta mediante la colonización allá donde no se dan.
 
La forma en la que se entrecruzan estas opresiones viene siendo un debate particularmente intenso en las últimas décadas en torno a la idea de interseccionalidad, especialmente desde las elaboraciones de feministas antirracistas, analizando como se complementan dobles o triples sistemas de opresión, aunque ha existido a lo largo de toda la historia del pensamiento marxista.
 
La cuestión de clase atraviesa todas estas opresiones. ¿Tienen los mismos intereses Ana Botín que las mujeres desahuciadas por el Banco Santander? ¿Tienen los mismos intereses Barack Obama que las clases populares de los países que ordenó bombardear? ¿Tienen los mismos intereses una joven lesbiana que aguanta burlas en un trabajo precario o una trans rechazada en el mundo laboral entrevista tras entrevista que los miembros de la Asociación de Empresas para Gays y Lesbianas (AEGAL) que organiza los World Pride en Madrid? Entendemos que no, y es en este punto donde aparece una vieja idea: la lucha de clases.
 
Es en este campo de batalla donde la articulación de un movimiento LGBT en los marcos que impone el sistema capitalista conquista cada vez más derechos (siempre provisorios, hay que decirlo), pero a la medida del sistema. Éstos no sólo se dan para una parte de la población mundial relativamente pequeña, adaptándose a la impotencia del derecho burgués, sino que se convierten en un peón a sacrificar para el Estado capitalista “moderno” ante el auge de la extrema derecha. Dicho de otra manera, la (frágil) igualdad ante la ley no es la igualdad ante la vida.
 
En este sentido apunta Daniel Bernabé en su libro La trampa de la diversidad, que: “así la consecución de los derechos LGBT se concibe como una cuestión de acceso a los bienes y el respeto que la sociedad tributa de manera meritocrática. De esta manera, se está transmitiendo el mensaje de que los problemas que encuentra un homosexual no son sistémicos, sino derivados de la actitud del individuo”.
 
Esto es lucha de clases, concretamente, un caballo de Troya de una clase capitalista que lleva 40 años de restauración neoliberal ensayando el equilibrio entre cooptación y represión para neutralizar las luchas que apunten contra la explotación de la clase trabajadora o contra los sistemas de opresión patriarcal y racista que se usan para fragmentarla y mantener su situación. Porque si las luchas contra las opresiones se escinden de la lucha contra la explotación de clase, el sistema logra mantenerse y reconvertirse”.
 
Josefina Martínez señalaba en un artículo anterior de Contrapunto:  “Desde una perspectiva emancipatoria se busca que ninguna diferencia en el color de la piel, en el lugar de nacimiento, el sexo biológico o la elección sexual puedan ser la base de una opresión, un agravio o una desigualdad. Pero en el caso de la diferencia de clase, se trata de eliminarla como tal, que no exista más. La clase trabajadora, mediante la lucha contra las relaciones sociales capitalistas, busca la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, lo que implica la eliminación de la burguesía como clase y la posibilidad de terminar con toda sociedad de clases.”
 
La historia de la lucha por la diversidad sexual ha sido en cierta medida, también la historia de la lucha de clases, ambas en una encrucijada que ha tenido un largo recorrido histórico. A través de esa encrucijada queremos preguntarnos un par de cosas sobre la interseccionalidad: ¿cuáles son las causas de las opresiones que se cruzan? y, sobre todo ¿cómo liberarnos de las mismas? Retrocedemos 50 años frente al Stonewall Inn para reflexionar sobre esta historia.
 
Una revolución sexual en medio de la lucha de clases
El 28 de junio de 1969 la policía se hizo presente en el Stonewall Inn, de Nueva York, para humillar y detener a quienes estaban en el bar en una redada, la cual fue respondida con una revuelta callejera que duró tres noches.
 
La etapa que arrancaría tras el Stonewall en el movimiento por la liberación sexual encuentra un nuevo centro de gravedad: la transformación de las relaciones sociales. En la década del ’60 los movimientos de mujeres y por la liberación sexual comenzaron a desarrollarse significativamente, en gran parte del planeta, conquistando importantes reformas, arrancando leyes a los parlamentos, desterrando prejuicios y ganando en visibilización y reconocimiento.
 
Un extendido proceso de radicalización atravesó los continentes desde mediados de los ’60 hasta inicios de los ‘80. Durante este período, Estados Unidos era derrotado en la guerra de Vietnam, millares de obreros iban a la huelga general junto a los estudiantes protagonizando el Mayo Francés, la clase trabajadora chilena se organizaba en los cordones industriales, el pueblo checo enfrentaba a los tanques de la burocracia estalinista en la Primavera de Praga, obreros y estudiantes herían de muerte a la dictadura argentina en el Cordobazo, el pueblo de Portugal tiraba abajo la dictadura con la Revolución de los Claveles, etc.
 
Entonces, ¿cómo se pasó de aquel momento de radicalidad política a concebir la cuestión de la “diversidad” solo como una cuestión identitaria? ¿Por qué se dejó de cuestionar las bases del sistema capitalista de conjunto? Para entender las derivas de la diversidad sexual en este sentido, hay que tomar en cuenta, entre otros factores importantes, cuál era la posición de las organizaciones tradicionales de la izquierda y los sindicatos sobre estos temas.]
 
Es un hecho que, con el auge del neoliberalismo, las luchas por la diversidad se encuentran muy limitadas por las aspiraciones de reconocimiento y visibilización, sin cuestionar mayoritariamente la explotación capitalista. Entran en juego aquí elementos sociales de magnitud, como la ofensiva neoliberal y los ataques a conquistas sociales en todos los terrenos, que acompañaron un reflujo de la lucha de clases.
 
Sin embargo sería equivocado explicar el devenir de la diversidad solo como “trampa”, sin contextualizar que cuando un sector significativo de la juventud y la clase trabajadora tendía hacia posiciones abiertamente anticapitalista durante los años 60 y 70, las grandes organizaciones obreras, es decir, los partidos socialdemócratas y comunistas, conservaron en buena parte sus tradicionales posiciones LGBTfóbicas, considerando aquello que no era heterosexual como una “desviación” impropia de la clase trabajadora, dando la espalda a los movimientos de liberación de la mujer y LGBT, que experimentaban un auge y radicalización en numerosos países.
 
Por ejemplo, en el caso del Partido Comunista Francés (PCF), su rol burocrático y conciliador con la burguesía a través de la firma de los acuerdos de Grenelle después del 68 y la desconvocatoria de huelgas, se sumará a la calificación de la diversidad sexual como “pederastas” a través de su candidato presidencial, Jacques Duclos en 1971. La República Democrática Alemana siguió aplicando el artículo 175 que permitía encarcelar personas LGBT (también la Alemania capitalista). Y la Cuba castrista respondía a las esperanzas de miles de personas LGBT que apoyaron la revolución, encerrándoles en los campos de la UMAP entre 1965 y 1968 o siendo expulsados del Partido Comunista en 1971.
 
De esta forma, la situación de la diversidad sexual en los países socialistas no era muy diferente a la que había en los países capitalistas, donde también muchas personas sufrían persecución judicial, policial, social y psiquiátrica. Algo que gran parte de la izquierda tradicional no cuestionaba al Estado burgués y patriarcal. En la URSS también se había vivido una contrarrevolución social de este tipo: gran parte de las revolucionarias y revolucionarios que vivió la Revolución Rusa y la despenalización de la homosexualidad en la URSS tuvo que enfrentarse al encarcelamiento en 1934 por parte del aparato estalinista.
 
Este terrible historial, junto con múltiples derivas ideológicas, es una de las razones por las que estos movimientos por la diversidad sexual iniciaron un efecto rebote y buena parte se desligaron de las organizaciones que aglutinaban a la clase trabajadora en los partidos comunistas o los sindicatos burocratizados. Por lo general, y especialmente en el contexto del Mayo Francés, se dividieron en tres grandes sectores: los que seguían de forma semioculta en los partidos maoístas y estalinistas; los que rompieron con las organizaciones obreras y sus estrategias, enfocando sus derivas ideológicas hacia el autonomismo y el posmodernismo; y una tercera parte minoritaria, que trataba de combinar las reivindicaciones y estrategias revolucionarias de la clase obrera, feministas y LGBT, en buena parte promovidas por pequeños grupos de extrema izquierda trotskistas.
 
A pesar de ello, los años 70 verían nacer los Frentes de Liberación Homosexual (FLH) en toda Europa y América. Estas combativas organizaciones son en buena parte descendientes del “espíritu del Stonewall” y eclosionan como una de las alas más revolucionarias de los movimientos de liberación sexual, desde una óptica de alianza con el movimiento obrero y con los movimientos antirracistas, antiimperialistas y de emancipación de la mujer, peleando así por los derechos de las personas LGBT con un discurso que ataca también a la sociedad capitalista como culpable de esas diversas opresiones.
 
Uno de los puntos más fuertes de estos grupos será precisamente el intento de tejer alianzas con el antirracismo. Así como habían participado en las marchas a las cárceles por la liberación de Panteras Negras, uno de sus fundadores, Huey Newton, expresaría en un discurso en 1970 que “a los homosexuales nadie les está regalando ninguna libertad. Tal vez estemos unidos, siendo los más oprimidos en esta sociedad. Más allá de los prejuicios, un homosexual puede ser un revolucionario. Deberíamos intentar una coalición con la liberación gay y los grupos de liberación de la mujer”.
 
Este ejemplo de alianzas sucede mientras la persecución policial era brutal y la mayor parte de la población, incluida gran parte de la clase trabajadora consideraba la diversidad sexual como algo que condenar y de lo que alejar a sus hijos.
 
Las Panteras Negras aportaron ideas y métodos sobre autodefensa al movimiento LGBT y así mismo pudieron discutir las ideas en el seno de la propia organización acerca de que la diversidad sexual y el aborto eran un invento de la supremacía blanca para disminuir el número de niños negros. Por otro lado, también sectores obreros pudieron rebatir los prejuicios sobre la diversidad sexual. Y esto se consiguió al calor de la lucha y la solidaridad entre sectores oprimidos.
 
Los FLH también crearían alianzas en conflictos obreros, como apoyando a los transportistas de San Francisco en huelga en 1971, recibiendo el apoyo de los trabajadores de la construcción en Sidney, que pararon la construcción de la universidad hasta que los alumnos LGBT fueran readmitidos en 1978 o por parte de la sección francesa, el FHAR, que marchaba los días 1 de mayo desde 1971 con la consigna “Abajo con la dictadura de la normalidad”. Esta era su argumentación:
 
“Para nosotras, la lucha de clases también atraviesa nuestros cuerpos. Lo cual significa que nuestro rechazo a la dictadura burguesa también lo es por liberar el cuerpo de esta prisión en la que ha sido sistemáticamente encerrado por 2.000 años de represión sexual, de trabajo alienado, de opresión económica. Por tanto, no hay posibilidad de separar nuestra lucha por la libertad sexual, por la liberación del deseo, de nuestra lucha anticapitalista, por una sociedad sin clases, sin amos ni esclavos”.
 
Uno de los mayores episodios de esta solidaridad sería la creación de Lesbians and Gays Support the Miners en apoyo a la huelga minera de 1984-1985 en Gran Bretaña, logrando recaudar más de 20.000 libras para entregarlo en metálico a la caja de resistencia, ya que el gobierno de Thatcher había confiscado las cuentas bancarias del Sindicato Nacional de Mineros (NUM). En 1988 los mineros estuvieron entre los principales aliados de la comunidad LGBT durante la campaña contra la Enmienda 28, que prohibía “promocionar intencionadamente la homosexualidad, publicar material con la intención de promocionar la homosexualidad”, participando en las marchas del Orgullo LGBT de los años posteriores, y forzando el apoyo del Partido Laborista a la campaña gracias a la presión del Sindicato Nacional de Mineros.
 
Desde hace 35 años se puede observar cambios de orientación en las luchas de la diversidad sexual, retrocediendo de la ofensiva por transformar radicalmente el mundo a la resistencia ante la agenda neoliberal, la aparición del VIH y la restauración conservadora de mediados de los años 1980. Sin embargo, la tradición de transformación radical de la sociedad no termina aquí. En la segunda parte de este artículo abordaremos estos cambios, llegando hasta las perspectivas actuales.
 
NOTA:
Tenga en cuenta.. La información que usted encuentra en CUBA ETERNA, puede, o no, estar en desacuerdo con su visión personal o religiosa de la realidad. Si usted encuentra que su visión de la realidad está siendo contradicha, desacreditada o atacada en cualquier forma posible, recuerde siempre que todo está en su cabeza y como tal, no es responsabilidad de nadie más.
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 24/05/2019 16:14
Sí, la diversidad sexual puede ser revolucionaria
En la primera parte de este artículo repasamos las luchas por la transformación radical de la sociedad que los movimientos por la liberación sexual desarrollaron en los años 1970. En esta segunda parte, veremos su continuación en los últimos 35 años, para pensar hoy como servirnos de estas experiencias para revolucionar el combate por la diversidad sexual.

Por Roberto Jara
Las experiencias de lucha por la diversidad sexual en los años 70 se dieron entre la represión, la difamación mediática y en algunos casos, la ilegalidad, pero también desafiando la lógica de la burocracia sindical, como de amplios sectores de la diversidad sexual de que estas alianzas “no tienen que ver con nuestra lucha”.
 
La lucha y la movilización permitieron avances, como la legalidad, el fin de leyes discriminatorias o de la patologización de la diversidad sexual, aunque sólo en algunos países. Junto con la restauración neoliberal en los 80, los ataques a las masas –imponiendo elevados índices de desempleo, precarización y flexibilización laboral- fueron acompañados del establecimiento -principalmente en Europa y Estados Unidos- de algunos derechos elementales, favoreciendo la inclusión de las personas que antes habían sido excluidas de los propios regímenes democráticos capitalistas, lo que se tradujo en una mayor institucionalización, cooptación, fragmentación y despolitización de la diversidad sexual.
 
Estos dos elementos, la ofensiva neoliberal y la inclusión en las instituciones de los sectores más moderados de los movimientos por la diversidad sexual, son fundamentales para comprender la deriva conservadora que le siguió. Un paso de la ofensiva a la resistencia y la posterior institucionalización, que se materializa a partir de los años 80. Del combate por la transformación radical de toda la sociedad, el movimiento se desplaza mayoritariamente a la lucha por la creación de espacios institucionales contra la discriminación, cambiando las calles por las oficinas gubernamentales y la crítica a la sociedad patriarcal por las “agendas inclusivas”.
 
Los sectores que no aceptaron esta domesticación encontraron una creciente represión, disgregación y un mayor peso de las estrategias de autodefensa y confinamiento en los “guetos” de la diversidad sexual. Pero ¿por qué se da esta escisión? Nos situamos en los años 80 y es imposible comprenderlo sin añadir a la ecuación un elemento clave: la aparición del VIH-SIDA.
 
No deis ningún derecho por conquistado
A principios de los 80, centenares de miles de gays y mujeres de los países pobres se convertían en las principales víctimas del virus del HIV-SIDA, mientras la derecha cristiana se organizaba contra los movimientos feministas y de liberación sexual, de la mano del Vaticano y los sectores políticos neoconservadores. La pandemia del SIDA –considerada como un “castigo divino” por los sectores fundamentalistas- aterrorizó a la comunidad gay que, además, fue cruelmente estigmatizada, aumentando la discriminación, la marginación y la violencia contra los homosexuales.
 
Tras años de políticas lideradas por las grandes farmacéuticas y ministerios de Sanidad, que “dejaban morir” a miles de personas -entre las que se incluían a gran parte de la vanguardia más revulsiva de la diversidad sexual-, se crearon diversos programas contra la discriminación y de atención a las personas infectadas por HIV-SIDA y surgieron ONG especializadas, basculando aún más la estrategia de la diversidad sexual de la organización política al asociacionismo. Esta dinámica fue determinante para que se fueran creando -como sucedió también con el movimiento feminista- un grupo de “autoridades” surgidos del movimiento que devinieron en administradores de fondos, tecnócratas estatales, activistas subvencionados o directores de fundaciones expertas.
 
Simultáneamente, la política de la identidad fue cuestionada desde el interior mismo del movimiento por aquellos sectores que se vieron subordinados y relegados, especialmente las lesbianas y las personas trans, negras, latinas, etc. La unidad por la identidad sexual se mostraba como una ilusión, cuando el poder del movimiento se concentraba en los varones gays, cis, blancos, de clase media y anglosajones. Algo que se repetía, con sus particularidades, en el movimiento feminista. Pero en vez de buscar la unidad en base a un programa y una perspectiva política, lo que sucedió fue el estallido de las múltiples identidades. La fragmentación fue el caldo de cultivo para que prosperaran las nuevas políticas posmodernas fundadas en la concepción que la identidad siempre es coercitiva, prescriptiva y represiva, centradas en las transformaciones subjetivas y la deconstrucción lingüística-cultural y basadas en una concepción liberal del sujeto.
 
El movimiento por la liberación sexual se transformó, en poco más de una década, en el movimiento LGTBI, privilegiando la política de inclusión de múltiples identidades, antes que la denuncia radical del sistema que reprime la sexualidad y que está en la base de las exclusiones, la discriminación y la opresión. La resultante fue el desmembramiento y la despolitización del movimiento, limitado a la aparición esporádica para la celebración de la diversidad en el Día del Orgullo y a la negociación de derechos mediante el lobby con empresas, representantes políticos capitalistas y organizaciones internacionales.
 
Así llegamos a la situación en la que la liberación sexual no es para todos los bolsillos. Entre el deseo prohibido y el deseo comercializado, la idea de la emancipación a través del consumo que controla nuestros cuerpos se refuerza al servicio del orden social. El control sobre los cuerpos de otros, la imposición de géneros binarios predefinidos por la genitalia, la sexualidad heteronormativa y la conformidad cisgenérica no son naturales, sirven a los intereses de una clase social que organiza la sociedad. De esta forma la represión sexual permanente bajo el capitalismo cumple un papel esencial en la relación entre opresión y explotación y apunta hacia dónde tenemos que buscar las bases de una revolución sexual.
 
Entonces, ¿la diversidad sexual es revolucionaria? Puede serlo
Como categoría interclasista, la diversidad sexual está atravesada por multitud de intereses antagonistas. Cuando la bandera arcoíris puede aparecer como una cáscara vacía para vender todo tipo de productos en fechas cercanas al Orgullo, cuando se utiliza para encubrir el rostro genocida del Estado de Israel o cuando se instrumentaliza para asalariar los vientres de mujeres pobres con la gestación subrogada, se pone en evidencia que en la diversidad sexual también hay lucha de clases.
 
Si bien el movimiento ha logrado innegables avances, estos son totalmente insuficientes para lograr cambios sustantivos en las condiciones de vida de la mayoría precaria de la diversidad sexual. Especialmente en el caso de las personas trans, que enfrentan un 85% de paro y altos índices de prostitución. En el contexto de una larga crisis capitalista, no sólo muchos de los derechos adquiridos son amenazados, sino que se empeoran aún más la vida de la clase trabajadora, cada vez más diversa, menos blanca y más feminizada.
 
A la hora de disputar la hegemonía de clase dentro de la diversidad sexual, las posibilidades de forjar alianzas con el resto de la clase trabajadora presentan hoy enormes posibilidades. A 50 años de la gesta de Stonewall, a pesar de los retrocesos en la lucha de clases, de la cooptación e institucionalización del movimiento, décadas de lucha de generaciones de militantes de la diversidad sexual han allanado el camino para recuperar una subjetividad revolucionaria.
 
Esta perspectiva tiene un extraordinario punto de apoyo en el creciente movimiento de mujeres que se desarrolla a nivel internacional, recuperando la idea de la huelga como método de lucha. En incluso, en algunos sectores, asumiendo también reivindicaciones contra el racismo y la precariedad, el desempleo y el trabajo gratuito.
 
Poniendo en el centro del tablero a la diversa clase trabajadora que mueve el mundo y luchando por un programa que enfrente al capitalismo, está la posibilidad de que la diversidad sexual vuelva a jugar un papel revolucionario en la constitución de una alianza que agrupe al conjunto de los oprimidos y explotados. Está una de nuestras mayores armas: unir lo que los capitalistas tratan de separar a toda costa.
 
Queremos construir algo más que “su tolerancia a cambio de no dar problemas” en épocas de capitalismo cool, mientras se mantiene la discriminación a los sectores más explotados de nuestra clase y se refuerza la criminalización cuando el Estado burgués destapa la parte extrema derecha de su rostro.
 
No queremos su tolerancia. Queremos la transformación radical de una sociedad capitalista que, a lo largo de siglos de explotación, opresión, guerras, hambre e imperialismo, merece pasar al basurero de la historia.
 
NOTA:
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