El factor ideológico primó en las estrechas relaciones que mantuvo Cuba con la extinta Unión Soviética en el período comprendido entre 1972 y 1990. Moscú hizo todo lo posible por que la isla abrazara el marxismo-leninismo al estilo soviético, y en consecuencia adoptara su modelo económico, político y hasta cultural.
Pero no solo eso, sino que arrastró a Cuba a aventuras militares para defender a personajes que se identificaban con la ideología del Kremlin. Fue en ese contexto que las tropas cubanas actuaron en Angola para apoyar al MPLA de Agostinho Neto, en detrimento de otras dos agrupaciones guerrilleras -encabezadas por Holden Roberto y Jonas Zavimbi- que también luchaban contra la metrópoli Portugal. En términos parecidos aconteció la intervención cubana en Etiopía, donde los soldados de la isla lucharon a favor del genocida Mengistu Haile Mariam, el hombre de Moscú en la estratégica región del Cuerno Africano.
Tras la caída del comunismo y producirse la desintegración de la Unión Soviética sobrevino un período de debilitamiento de Rusia. Una etapa en la que Moscú perdía buena parte de sus antiguas esferas de influencia, y el mundo se adentraba en una especie de unipolaridad liderada por Estados Unidos.
Sin embargo, tal situación cambiaría con el ascenso de Vladimir Putin a la jefatura del gigante euroasiático. A partir de ese momento, Moscú trataría de recuperar su liderazgo en la geopolítica mundial. Lo importante para Putin no sería ya el elemento ideológico, sino oficiar como contrapeso a la hegemonía de Washington.
Y los gobernantes cubanos se adaptaron rápidamente, y de muy buena gana, a la nueva situación. Ya a Raúl Castro y compañía no les interesa si Rusia es comunista o capitalista. Lo importante para ellos es que Rusia se oponga a Estados Unidos. Se adscriben a aquello que reza: “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”.
En ese sentido La Habana vio con buenos ojos que Rusia se anexara la península de Crimea, que interviniera militarmente para sostener al régimen de Bachar al Assad en Siria, y que ahora mismo intente meter sus narices en Venezuela. Acciones que, lógicamente, desatan la preocupación de Occidente.
Tal estado de cosas, por supuesto, ha propiciado el afianzamiento de las relaciones, tanto políticas como económicas, entre Cuba y Rusia. En el intercambio comercial, por ejemplo, el año 2017 conoció de un notable incremento con respecto al cuatrienio que le precedió. Ese año el intercambio fue un 17% superior al del referido cuatrienio. Y en 2018 el comercio entre ambos países aumentó en un 34% con respecto al año anterior.
Hace poco el embajador de Rusia en Cuba ofreció declaraciones al periódico Juventud Rebelde (“Cuba-Rusia: Sólidos lazos de una larga amistad”, edición del 19 de mayo), en las que, tras afirmar que las relaciones son de carácter estratégico y de aliados, informó que “nos proponemos trabajar juntos para consolidar nuestra cooperación multidimensional en diferentes ámbitos, tales como la política, la economía, el comercio, los sectores bancario y financieros, las inversiones; también el ámbito cultural, científico-educativo, técnico-militar y de innovaciones”.
Las autoridades cubanas, entusiasmadas con el renacido maridaje, transmitieron íntegramente en un horario estelar de la televisión el desfile militar que tuvo lugar en Moscú el pasado 9 de mayo con motivo de la victoria soviética sobre Alemania en 1945.
Quién sabe. A lo mejor tenemos pronto un curso de idioma ruso por radio o televisión.