Daniel Berezowsky y Jaime Chávez Alor se casaron el pasado 26 de noviembre en el Consulado General de México en Nueva York. Esta unión civil se convirtió en un hito importante, ya que fue la primera entre una pareja del mismo sexo que vive fuera de territorio mexicano, y que se realizó en concordancia con las leyes de ese país que a partir del 2010 permiten estas uniones.
Y seis meses después de esta boda, y casi coincidiendo con la celebración del Mes del Orgullo Gay en Nueva York, que se conmemora durante junio, la Secretaría de Relaciones Exteriores de México anunció el pasado 16 de mayo que a partir de este año cualquier pareja mexicana, sin importar su sexo, puede solicitar una licencia de matrimonio en cualquier sede diplomática de ese país en el mundo, lo cual ha sido calificado por muchos sectores, como una muestra de amplitud y progreso.
Carlos Gerardo Izzo, cónsul de Asuntos Públicos del Consulado General de México en Nueva York, indicó que está disposición responde a la necesidad del Gobierno “de proteger a la diáspora mexicana con un sentido de inclusión y tolerancia”.
El representante diplomático explicó que todos los mexicanos con una identificación válida, pueden realizar una solicitud formal de matrimonio, en las 50 sedes consulares que existen en Estados Unidos y el resto del mundo. El trámite requiere solo solicitar la licencia en la sede diplomática.
“Existe en el Gobierno de México un espíritu de darle todas las herramientas a los inmigrantes para su empoderamiento”, agregó Izzo.
Reconocen la lucha de Stonewall
La celebración del Mes del Orgullo Gay en la Gran Manzana, que comienza este sábado, tiene un significado especial este año al conmemorarse los 50 años de las revueltas en el bar Stonewall, que dieron inicio al movimiento moderno por los derechos de la comunidad LGBT.
Y fue esa lucha por la ‘liberación gay’ que se libró hace cinco décadas en en la calles del Greenwich Village, en Manhattan, lo que dio paso a que hoy en día la comunidad LGBT, a pesar de que todavía no haya logrado todas sus reivindicaciones, sí ha conseguido avances importantes en el reconocimiento de muchos de sus derechos, como el poder contraer matrimonio bajo la ley.
Berezowsky, de 32 años, quien es especialista en derechos humanos y estratega de comunicaciones para Shift, reflexionó que hoy “vivimos en Estados Unidos una realidad que difícilmente hubieran imaginado quienes hace 50 años iniciaron el movimiento LGBT moderno, en un pequeño bar aquí en Nueva York”.
El mexicano recuerda que hace menos de medio siglo se seguía considerando a la homosexualidad como una enfermedad y que hace apenas 16 años, en 14 estados de la Unión Americana, existían leyes que criminalizaban la ‘sodomía’.
“La llamada ‘disforia de género’ acaba de ser eliminada por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad, apenas esta semana”, enfatizó Berezowsky, agregando que la realidad que viven las personas LGBT en la mayor parte del continente, sigue siendo altamente discriminatoria.
“En Brasil, por ejemplo, muere en promedio una persona al día por crimen de odio. En gran parte de Centroamérica y en México, sigue habiendo altas tasas de transfeminicidos. En muchos países del Caribe, se sigue criminalizando a las personas homosexuales”, argumentó.
“Un paso en la dirección correcta”
La historia de Daniel y Jaime, hoy residentes del Upper West Side, en Manhattan, trascendió fronteras cuando en mayo de 2018 solicitaron una licencia de matrimonio en el Consulado General de México en Nueva York, pero la Cancillería les negó el permiso al argumentar que el matrimonio igualitario no era parte del código civil federal.
Los novios, hoy esposos, que se conocieron en el 2006, presentaron un amparo, que no es más que una vía para que se garantizara sus derechos constitucionales, en una corte civil en México. El tribunal falló a su favor y negó el argumento inicial de la Cancillería, de que solo podían casarse solo si viajaban a México.
Para Berezowsky, el Gobierno al instruir que se celebren matrimonios sin discriminación en todos los consulados de México, está cumpliendo con su obligación constitucional de respetar los derechos humanos. “Es un paso en la dirección correcta”, aseveró.
Pero más allá de su situación personal y de su batalla por obtener la licencia para poder casarse legalmente, reflexiona sobre la realidad del matrimonio igualitario en la región Latinoamericana.
“Se reconocen las uniones civiles igualitarias, apenas en 7 de los 35 países miembros de la OEA. En la mayor parte del continente, es extremadamente difícil para una persona trans que se le reconozca su identidad de género. Y aquí mismo, en Estados Unidos, es radicalmente diferente la realidad que vive una persona gay en Nueva York, que en Carolina del Norte; o incluso dentro de esta misma ciudad, en Chelsea que en El Bronx”, argumentó.
No todo es el matrimonio
A pesar de llevar una vida profesional en Nueva York dedicado a su familia y a su profesión, el mexicano no deja a un lado algunos temas vinculados con su país de origen.
“Es más fácil que una pareja de Sonora cruce la frontera para casarse en el consulado de Phoenix, a que vaya a Hermosillo ante un juez del registro civil. Es más fácil que una pareja de Yucatán se cruce a Guatemala y se case en el consulado mexicano ahí, a que busque casarse en Mérida. Sigue habiendo 14 estados en México donde las parejas del mismo sexo siguen siendo discriminadas al intentar casarse”
Destaca el especialista en Derechos Humanos, con estudios en la Universidad de Columbia, que cuando se logró el matrimonio igualitario aquí en Estados Unidos, en 2015, el activismo se dio cuenta de que al apuntalar al matrimonio, como la causa central del movimiento, se había dejado a un lado muchas otras causas LGBT.
“Parecería que el movimiento LGBT se ha dedicado solamente a ser reaccionario ante la coyuntura política que existe hoy. Pero hay que saber ver más allá; sí, defender el camino avanzado. Pero sobre todo, construir una agenda incluyente en la que participen todas las identidades en todas sus intersecciones raciales, económicas, sociales y políticas”, concluyó.