Nonardo es así como les cuento: un hombre que es mujer; un fotógrafo que no tiene cámara; un personaje extrovertido al que le cuesta sostener una conversación, un artista que no tiene dinero para producir, y un feminista que no sabía que lo era.
Nonardo es así: su propia negación, lo que es pero no parece. Por ejemplo, lo que más quiere en el mundo es a su madre y a su novio; sin embargo, desde que emigró desde Cuba a España extraña más que todo a sus dos perras. «Es que con las personas yo hablo, pero ¿cómo podría hablar yo con las perras?», dice. Nonardo es fortaleza y es fragilidad.
Tiene como grado máximo de estudios nivel sexto. «Es que yo lucía muy niña, ¿ves?». Llegó a cursar hasta el noveno grado, pero no resistió el peso del bullying y el abuso en los internados de los años setenta en Cuba, y se largó. «Había un muchacho que me obligaba a masturbarlo, se metía en mi cama y me tocaba. Había otro que de noche se acostaba detrás de mí, me rozaba, me llenaba de semen, y yo solo temblaba».
Durante las noches en el internado, Nonardo comenzó a escribir sus primeros cuentos.
Recuerda uno específicamente: un muchacho andrógino que se enamora de otro, hasta que este descubre que no era una mujer y decide romper.
—¿Te sucedió? —le pregunto.
—No hija, no, es que yo era muy fantasioso.
Sin el grado de estudios requerido, Nonardo ya no pudo pertenecer a institución, asociación literaria o escuela alguna. Publicó en editoriales cubanas, y luego se dedicó a la fotografía, el videoarte y el performance.
¿Pero cómo hacer imagen si no tienes cámara, y cómo ser artista visual si no tienes recursos?
«Yo siempre he trabado conmigo», dice. «No tengo dinero para contratar a alguien, para decirle vamos a hacer esta foto, desnúdate para retratarte. Entonces me desnudo yo. Concibo mi idea, lo preparo todo y alguien me hace el favor de ir a obturar, solo apretar el botón. La foto es mía».
El set de filmación es su casa de Marianao, en La Habana, a la cual Nonardo considera un personaje más en su obra y donde más a salvo se siente.
«Mi arte se trata de mi vida, yo siempre fui pobre en Cuba, aunque siempre hay alguien más pobre que uno».
Durante la 00 Bienal de La Habana, un evento hecho al margen de las instituciones estatales cubanas, Nonardo abrió las puertas de su casa y estrenó Vulgarmente clásica. En unos de los videos de esta serie, se ve a Nonardo delgado, alto, de extremidades larguísimas, llevando un corto vestido de satín negro, la melena suelta, de fondo «Ne me quitte pas» en la voz de Édith Piaf y sus fotografías dispuestas a manera de collage.
El personaje sensual, agónico, explosivo del video, dista bastante del Nonardo que tengo ahora en frente, más bien tímido, recogido. Aunque ahora viste de hombre, preferiría ir siempre de mujer.
«A mí me encantan las mujeres», dice. “Sin saber qué era ser feminista, ya yo era feminista. Estoy a favor de sus derechos».
Hay una foto de su serie Limpiando el Prado para Karl Lagerfeld donde Nonardo está de rodillas, con escasa ropa y una frazada en la mano, puliendo el suelo por donde luego desfilarían el ícono de la moda y sus modelos de anoréxica belleza, ataviadas con la colección Crucero. Eran aquellos días en que a Cuba también llegaron los Obama y The Rolling Stones y se pensaba que las cosas tomarían otro rumbo.
Si le preguntas qué arte hace, con quién se identifica o cuál es su referente, Nonardo no sabría decirte. Lo que sí puede asegurar es lo siguiente: «Mi arte es un proceso de liberación de mi persona».
En un intento de definir quizás lo indefinible, el crítico de arte cubano Héctor Antón ha dicho sobre Nonardo: «No creo que sea muy consciente de su posible inserción en las corrientes del arte contemporáneo. Nonardo Perea es un artista multidisciplinario que fabula con su cuerpo en el espacio oscilando entre lo privado y lo público, lo grotesco y lo romántico. Nadie sabe dónde termina la calle y surge el artista que trueca el caos urbano en imágenes erótico-políticas. Será un travesti de oficio o un cronista de las cacerías habaneras entre hombres y mujeres de mentirita, camuflados en la oscuridad de las madrugadas, libres de acoso policial hasta la vista del amanecer en el trópico».
Nonardo, de 46 años, aunque aparenta ser más joven, es fan de Madonna, nunca ha ganado un centavo por su obra, solo improvisa porque tiene problemas de memoria, no pertenece a los circuitos del arte cubano ni sabe cómo insertarse en ellos, y cuando alza el pie y los brazos en algún performance, luego se lo siente porque padece de artrosis generalizada y de osteoporosis.
Nonardo es eso. La empiria, digamos. O lo naíf, o las puras ganas de hacer. Es, aún mejor, la prueba de que se puede ser fotógrafo si incluso no tuvieras cámara.