El año 1969 es recordado en particular por dos episodios que fueron esenciales para la escritura de la historia reciente en Estados Unidos: la llegada a la luna de tres astronautas y el festival de Woodstock, que reunió a más de un millón de jóvenes gringos en el poblado de Bethel, en Nueva York.
Sin embargo, este año también es memorable por un hecho ocurrido en un pequeño bar llamado “Stonewall Inn”, ubicado en la Calle Christopher del barrio Grenwich Village, también en la ciudad de Nueva York, donde tuvo lugar la primera disputa entre miembros de la comunidad homosexual y la fuerza pública.
Quizás debido al culto que las sociedades actuales le rinden al pasado y a la memoria, hoy más que nunca este evento está rodeado de un aura de leyenda que corre el riesgo de fetichizarlo o banalizarlo. Donde ayer ocurrió uno de los motines más violentos del siglo XX en Nueva York, hoy existe un parque turístico con unas estatuas blancas tamaño natural que representan a una pareja de gays y a otra de lesbianas y que fueron esculpidas por el famoso artista neoyorkino George Sagal.
Pero ¿dónde radica la importancia de los disturbios de Stonewall? Para entender la razón de este motín y su resonancia es necesario no desenchufar este evento de la efervescente atmósfera que se respiraba en la década en que ocurrieron: los 60s. Este período, caracterizado por su fuerte creencia en la utopía y el cambio, trajo consigo una nueva sensibilidad con relación a la sexualidad, el amor, la amistad y otros valores imperantes en la sociedad, así como sendas transformaciones en la política y la cultura de varios países de occidente.
La década de los 60s empezó con una noticia liberadora para muchas mujeres: la Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos aprobó el uso oral de la píldora anticonceptiva, convirtiéndose en el primer medicamento de uso extendido que este departamento certifica para personas sanas y con intenciones sociales. Gracias a la garantía que ofrecía como método para evitar el embarazo y a su cualidad reversible, esta pastilla se convirtió rápidamente en la salvación para millones de mujeres en el mundo, quienes empezaron así una revolución colectiva en la que paulatinamente irían liberándose de las pesadas cargas morales que pesaban sobre sus cuerpos y su sexualidad.
Y es que la mujer, si bien ya era parte del sistema laboral, seguía condenada a las labores domésticas y a perpetuar la institución del matrimonio. En este escenario de profundas contradicciones, la escritora gringa Betty Friedman publica en 1963 el libro “La mística de la feminidad”, en el que hace un duro cuestionamiento a la figura de la mujer en la sociedad norteamericana de aquella época. Las mujeres empezaron a organizarse en grupos que luchan por la exigencia de derechos, lo que más tarde daría como resultado la “segunda ola” feminista, que se caracterizó por su búsqueda de la igualdad con los hombres.
Los jóvenes gringos, por su parte, empezaron a hacerse políticamente visibles a través de uno de los movimientos sociales más importantes del siglo XX: los hippies. Herederos de la generación beat californiana, de quienes retoman su estilo bohemio, su espíritu nómada, su espontaneidad y la experiencia de la psicodelia, los hippies eran la expresión de una sociedad transformada por el capitalismo que empezaba a sentir sus consecuencias. Con sus particularidades y en medio del boom económico, lo hippies hicieron escuchar su proclama: “Haz el amor y no la guerra”, que era una crítica al intervencionismo de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam y también una propuesta para transformar las relaciones sexuales.
Por otro lado, la década de los 60s también estuvo caracterizada por las revueltas universitarias en el campus de la Universidad de Berkeley y otros institutos, que rechazan la verticalidad impositiva de la educación. Se leían los libros de Marx y se pintaban grafitis en los muros de las universidades con consignas que pedían la libertad de los jóvenes. Inspirada en la nueva izquierda y en los pensamiento de descolonización, surge entonces el movimiento Students for a Democratic Society (SDS), que cuestiona tanto la dominación de la academia como la autoridad en el núcleo familiar.
Una década antes, en los años 50s, el activista gay Harry Hay y un grupo de amigos fundaron la Mattachine Society, considerada una de las primeras organizaciones en Estados Unidos que reivindicó los derechos de las personas gays. Y mientras en las universidades se empezaba a cuestionar los valores de la sociedad, emergieron grupos estudiantiles influidos por la Mattachine Society que empezaron a reconocer la importancia de luchar a favor de las homosexualidades de los jóvenes. En 1967 aparece la Liga Homófila de Estudiantes (Student Homophile League) en la Universidad de Columbia, primera organización estudiantil por los derechos de los homosexuales.
Por otra parte, desde la década de los 50s Nueva York había sido testigo de algunas de las vanguardias más iconoclastas del arte en Occidente. Artistas abiertamente homosexuales como Frank O’Hara y Andy Warhol imponían algunas de las propuestas artísticas más apetecidas y vanagloriadas del siglo XX. En el séptimo arte, los directores del New American Cinema pregonan que el cine es una expresión personal e indivisible, rechazan la censura, se resisten a las grandes productoras y buscan personas y temas innovadores, entre éstos, por supuesto, los homosexuales de los barrios bajos neoyorquinos. Y en el teatro, algunas de las obras de la época incluían desnudos considerados “obscenos” para las puritanas mentes de los asistentes, algunas de las cuales eran protagonizados por los mismos travestis que más tarde van a estar en Stonewall Inn.
En 1965, la llegada a la presidencia de la Mattachine Society de Richard Leitsch marca un nuevo panorama para la comunidad gay de Nueva york. Leitsch se muestra más agresivo en sus campañas en pro de la aceptación de la homosexualidad. Sin embargo, el escenario no podía ser más difícil: ese mismo año llega a la alcaldía el candidato republicano John Lindsay, para quien las huelgas de los trabajadores sindicalizados, los desastres invernales que azotaron la ciudad y la lucha por los derechos de los homosexuales fueron sus mayores dolores de cabeza. Sus políticas conservadoras y godas marcaron esta etapa.
En 1969 Lindsay fue reelegido como alcalde, aunque anteriormente había perdido los
comicios internos del Partido Republicano y su imagen política estaba arruinándose por cuenta de las fallas durante su alcaldía. Según cuentan algunos historiadores -aunque no es información confirmada-, para subsanar las falencias cometidas en su anterior administración, Lindsay ordenó limpiar la ciudad de los individuos “raros” y “peligrosos” para la ciudad de Nueva York: ladrones, prostitutas, vagos, delincuentes y… homosexuales.
Durante el decenio de los 60s las redadas policíacas en sitios de encuentro gay como bares y discotecas, con sus evidentes atropellos, se hicieron frecuentes en varias ciudades de Estados Unidos, especialmente en las grandes urbes. Amparados en los resbaladizos conceptos de las “buenas costumbres” y la “decencia”, los agentes de policía por aquel entonces detenían o encarcelaban a los gays bajo cualquier excusa, como por ejemplo, vestirse de mujer, besarse u otras manifestaciones de afecto o expresión.
Los gays casi siempre soportaban estos maltratos sin ofrecer resistencia. Las razones son muchas: en aquel momento la homosexualidad, pese a lo advertido por Freud años antes, aún se consideraba una enfermedad, una aberración mental o un delito. Ni la Asociación Americana de Psiquiatría ni la Organización Mundial de la Salud la habían retirado de sus listados de trastornos mentales. Muchos gays habían interiorizado los discursos provenientes de la medicina, la piscología y la Iglesia con respecto a su orientación sexual y muchos de ellos no sólo se sentían con menos dignidad y honra, sino incapaces de propiciar un cambio.
Stonewall Inn era un bar ubicado en la Calle Christopher del barrio Greenwich Village, al este de Sheridan Square, en Nueva York. No tenía licencia para el expendio de licor y era mayoritariamente frecuentado por travestis, homosexuales y dragas latinas y negras. Alrededor de la 1 y 30 de la madrugada del sábado 28 de junio de 1969, siete funcionarios de la Sección de la Moral Pública de Nueva York y un inspector del Departamento de Policía entraron a Stonewall Inn con una autorización oficial para inspeccionar la venta de licores en el bar. Esta, desde luego, era una mera excusa: ya en el interior del lugar, los policías empezaron a burlarse de los gays, a confirmar sus documentos de identidad y más tarde a echarlos del lugar. Según las investigaciones posteriores y los recuentos de algunos testigos, los ánimos empezaron a subir luego de que los agentes detuvieran a los propietarios del bar y los obligaran a subir al furgón policial.
Cuando los uniformados golpearon a una joven travesti e intentaron apresarlo, éste respondió con un revés. Los agentes, sorprendidos ante tal actitud, se balancearon hacia él y lo golpearon, lo que generó una violenta agresión hacia los policías por parte de los otros homosexuales que estaban allí. Pero otras versiones sostienen que la lucha empezó cuando Stormé DeLaverie, una lesbiana negra, y Sylvia Rivera, una travesti puertorriqueña, se enfrentaron a los policías. Estos son algunos de los mitos alrededor de este evento.
Los policías que quedaron atrapados adentro del bar no tardaron en destrozar el lugar y solicitar refuerzos. Pero no fue suficiente: llegaron cerca de 400 policías que intentaron controlar una enardecida turba que superaba los dos mil manifestantes. La escena parecía más bien reproducir aquellas que se habían hecho comunes entre la fuerza pública y los opositores a la Guerra de Vietnam. No en vano se dice que los policías de Stonewall pidieron refuerzos del escuadrón Tactical Patrol Force, creado inicialmente para controlar las manifestaciones anti guerra de los universitarios.
No obstante, este grupo también fracasó en su intento de contener esta revuelta. Según declaraciones de quienes estuvieron en el lugar, en medio del enfrentamiento, las travestis entonaron una canción que decía así: “Somos las chicas de Stonewall / Llevamos el pelo rizado / No llevamos ropa interior / Enseñamos el vello púbico / Somos la reinas del lugar / Siempre llevamos vaqueros / Llevamos el pelo rizado / Porque creemos que somos chicas”.
Por otra parte, algunos creen que esta inusitada reacción de la comunidad gay se debió al dolor causado por las honras fúnebres de la actriz Judy Garland, que se habían realizado el día anterior en Manhattan. Pese a no ser lesbiana, Garland se había convertido en era todo un ícono de esta comunidad tras inmortalizar a Dorothy en la película El mago de Oz e interpretar la canción “Somewhere over the rainbow” (En algún lugar más allá del arco iris) que habla de un lugar especial donde es posible ser felices. Sin embargo, estas referencias también hacen parte del aura de leyenda que rodea a los hechos ocurridos ese sábado inesperado. Los enfrentamientos se prolongaron durante tres días y como saldo dejaron innumerables daños en bienes públicos, unas 300 personas llevadas a las comisarías en las furgonetas policiales, centenares de heridos y un muerto.
Ecos que resuenan
Estos fatídicos acontecimientos repercutieron en el ambiente social de los Estados Unidos. Los medios cubrieron, no sin escapar al sensacionalismo, este espontáneo evento. El tema de la homosexualidad empezó a calar en los debates y las investigaciones de las esferas intelectuales y académicas de aquella época.
Los grupos activistas se sintieron fortalecidos e invitados a seguir en la lucha y se multiplicaron no sólo en Norteamérica sino en varios países de Europa y Asia. En América Latina, los sucesos de Stonewall también resonaron: se empezaron a formar grupos en México, Colombia y Argentina que luchaban por los derechos a la igualdad, algunos incluso en medio de sanguinarias dictaduras que significaron el exterminio de varios de sus líderes.
En Estados Unidos se formó el Grupo de Liberación Gay (GLF), que un año más tarde ocurridos los motines organizó lo que después sería conocido como la primera marcha gay de la historia. De acuerdo a quienes participaron en este desfile, el recorrido comprendió desde el Greenwich Village hasta el Central Park y marcharon cerca de 10.000 lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Stonewall se convirtió en el emblema de una comunidad invisible para muchas de las “libertades” y “beneficios” de la sociedad gringa.
La llamada “subcultura gay”, que reunía a varias “extrañas” travestis chicanas y negras, pronto emprendió las luchas por hacerse notar. Hoy, cuarenta y dos años después de los disturbios y con varias conquistas ganadas en los ámbitos sociales y legislativos, las marchas que se realizan en Nueva York tienen otras perspectivas.
Los debates en torno a la homosexualidad también han cambiado e incluso ciertas corrientes teóricas y políticas incluso sostienen que se debe reevaluar la idea de las identidades por orientación sexual. Pero en medio de los debates e incluso de varias contradicciones emergidas en las últimas cuatro decadas, los disturbios de Stonewall cobran mayor relevancia, su sentido se vuelve más significativo y su influencia más decisiva.
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