Era una idea demente. De las que nacen producto de la embriaguez y se desvanecen con la resaca. Pero estaban borrachos de rabia, así que no había antídoto. Era 1969 y los gais arrastraban el seudónimo twilight (crepusculares) porque solo salían de noche. Practicar un acto afectivo con alguien del mismo sexo era ilegal en Estados Unidos, así como los bares de ambiente, que solo operaban controlados por la mafia. Cuando la policía los detenía, se arriesgaban a años de cárcel, ser despedidos de sus trabajos o, en el caso de las mujeres, a perder la custodia de sus hijos. La prensa hacía de paparazzi para conseguir un rostro descubierto en el soterrado escenario nocturno. Pero ahí estaba Martha Shelley, la única lesbiana en una sala con 400 hombres homosexuales, proponiendo su idea: “Hagamos una marcha a plena luz del día, una marcha del orgullo”, dijo, antes de pedir que levantaran la mano quienes estuvieran de acuerdo. Los brazos se extendieron hacia lo alto.
La enajenación de los reunidos se debía a un episodio vivido una semana atrás, en la madrugada del 28 de junio. El bar Stonewall Inn, ubicado en el barrio neoyorquino de Greenwich Village, era la meca de los gais. Quienes acudían en esos años lo describen como una ratonera insalubre, pero era uno de los pocos sitios donde podían bailar con personas del mismo sexo, bebiendo cerveza aguada a precios escandalosos. Shelley, criada en una familia judía ortodoxa, tenía entonces 26 años. Deambulaba fuera del club nocturno cuando se percató de los disturbios. A pesar de que eran comunes las redadas policiales y los registros porque el bar carecía de licencia para vender licores, esa ocasión no fue como las demás. Cuando la policía entró en el local para desalojarlo, los clientes no bajaron la cabeza, ni salieron corriendo. Alzaron la voz y las botellas dando pie a una revuelta que duró tres días y tres noches. Esa histórica madrugada celebra este viernes su 50 aniversario en el bar declarado monumento nacional y convertido en el símbolo de la lucha por los derechos de la comunidad LGTB.
Shelley, medio siglo después, recuerda en el Stonewall Inn cómo le ardía la sangre esas noches de abuso y humillación. El bar es un hervidero de gente a las 15.00 de un lunes, así que la entrevista transcurre, por decisión suya, en los escalones de la entrada de un edificio en un callejón. El carácter resolutivo de su juventud prevalece. A sus 75 años, su rostro parece el de una abuela, pero su cuerpo atlético, de poco más de metro y medio, aparenta estar casi cómodo en los peldaños.
“Los disturbios de Stonewall no fueron los primeros. Ya habíamos visto otros en San Francisco y Los Ángeles, pero no había pasado nada después porque nadie se organizó”, explica. “El día de la manifestación, antes de llegar al punto de encuentro, estaba muy nerviosa. Pensaba que me iban a disparar. Solo sabía que mucha gente odiaba a los gais”, recuerda en el corazón del barrio gay de Nueva York, que para estas fechas está vestido de pies a cabeza con la bandera de la comunidad LGTB. Sin embargo, la convicción de que era lo correcto la movilizó a ella y a otros centenares de personas. “No era que nos aplaudieran, pero entre quienes participamos surgió una sensación de alivio y libertad que nos afectó para siempre”, recuerda. “Cuando se acabó la marcha me metí en una fuente y me encaramé en una escultura. Dije a los asistentes: ‘Vayan en paz. No hagamos disturbios. El recorrido ha finalizado, pero esta lucha acaba de comenzar”. Razón tenía. Al año siguiente no fueron cientos, sino miles los que participaron de la Marcha del Orgullo.
A los 20 años, Shelley le dijo a su padre —un estadounidense hijo de rusos— que era lesbiana. Este no se sorprendió, pero le advirtió de que no se lo dijera a su madre, judía ortodoxa. Cuando el activismo de la graduada en Ciencias Sociales y Literatura cobró más fuerza y se convirtió en la portavoz de Daughters of Bilitis, la primera organización de defensa de los derechos de las lesbianas, la entrevistaron para un programa de televisión junto a dos psicólogos que defendían la terapia de conversión. Antes de que se emitiera el episodio, Shelley llamó a su madre para contarle su verdad. Ella se negó a aceptarla y le ofreció pagarle una cirugía de nariz para que fuera “más bonita” y “le gustara a los chicos”. “Lo último que me dijo antes de morir fue ‘cásate”, narra con dolor. Aunque sí se casó. De hecho, ha contraído cuatro veces matrimonio con la misma mujer.
Hace 22 años fue una ceremonia judía. En 2004 volvieron a dar el sí cuando San Francisco aprobó el matrimonio homosexual, pero después la Corte Suprema estatal los anuló. En 2012 California legalizó la unión entre parejas del mismo sexo y ahí estuvieron las dos. Finalmente, cuando se aprobó nacionalmente en 2015 viajaron a Nueva York para casarse por cuarta vez. “Lo haremos las veces que sea necesario”, apunta. “La libertad no es algo por lo que peleas, ganas y se acaba. Es algo que cada generación debe luchar para mantener”.
Shelley tiene claro el discurso que dará en el Desfile Mundial del Orgullo este fin de semana. Los cimientos están en el Frente de Liberación Gay, que formó junto a otras tres personas tras los disturbios de Stonewall. Esa organización proderechos civiles pretendía ir un paso más allá. “En esa época los grupos de la comunidad LGTB querían que la sociedad los aceptara, pero nosotros queríamos cambiar la sociedad”. Tenían una agenda antirracista, proderechos reproductivos, antidiscriminación, y una larga lista de reclamos. “Ahora, con Trump, esas conquistas se han visto amenazadas y estamos retrocediendo. Le diré a los jóvenes que salgan a la calle a pelear por todas ellas y por el planeta, que si desaparece, no habrá derecho que valga”.
“LAS MARCHAS PARECEN DESFILES DE PUBLICIDAD”
Dentro del ajustado calendario de actividades que tiene agendado Martha Shelley en su visita a Nueva York por el 50 aniversario de Stonewall —hace más de tres décadas que se fue de su ciudad natal— figura un encuentro con los activistas de 1969. “Es de las cosas que voy a vivir esta semana que más ilusión me hace”.
Hace unos años que ya no participa de las marchas y está centrada en su escritura. “Las empresas se han apoderado de las marchas LGTB y parecen desfiles de publicidad. No quiero participar de eso”, reclama. Por eso tiene curiosidad sobre cómo resultará la contramanifestación planeada para este domingo, en el que no se aceptaron donaciones de empresas, y por ende, no habrá logos en los carros ni merchandising de regalo en las calles.
ANTONIA LABORDE, NEW YORK 2019