"¡Devuélvelos a casa!". Ese fue el grito con el que miles de seguidores recibieron el miércoles a Donald Trump en un mitin en Greenville (Carolina del Norte), una plaza fuerte republicana. Ese va a ser el clamor de una larguísima campaña para la reelección en noviembre de 2020 basada no ya en la migración, como hace cuatro años, sino en el despertar del odio; “¡vete a tu jodido país!” es la frase más repetida en un EE UU campeón de la libertad que se está convirtiendo en un país tan antipático como su presidente. No solo se expresa como un xenófobo al pedir a cuatro congresistas demócratas que dejen de odiar a EE UU y regresen a sus países, es que también actúa como un racista. Toda su política migratoria, que viola los derechos humanos, está basada en el convencimiento de que el otro, el latino en este caso, es inferior, un criminal que trata de entrar ilegalmente. Lo es porque en agosto de 2017 tardó días en condenar a los supremacistas blancos (neonazis), una de sus bases electorales, tras la muerte de tres manifestantes en Charlottesville. Se limitó a rechazar la violencia de ambas partes.
El ataque contra las congresistas —tres de ellas nacidas en EE UU; ¿adónde se van a ir?— ha sido a través de Twitter, su herramienta favorita, en la que se comporta como un trol, o un bot ruso (modo ironía). Trump, como muchos autócratas, no tolera la crítica. La diana han sido cuatro mujeres de la izquierda del Partido Demócrata, lo que añade a su extenso currículo de faltón en jefe el título de machista, algo notorio desde hace años. A Ilham Omar, representante por Minnesota, nacida en Mogadiscio y de nacionalidad estadounidense, le insinuó contactos con Al Qaeda. Es irresponsable afirmar estas cosas en un país que tiene más armas que habitantes.
De las cuatro insultadas, le preocupa Alexandria Ocasio-Cortez, convertida en pocos meses en una referencia mediática. Es brillante, tiene discurso, imagen y maneja las redes sociales. Los demócratas se unieron en defensa de sus congresistas, no así los republicanos, que miran para otro lado. Los más arriesgados condenaron lo dicho, pero sin retirar su apoyo al presidente. Las encuestas recogen un aumento de cinco puntos en su popularidad.
¿Por qué lo ha hecho? Porque es un bocazas. Porque toda su presidencia es una gran cortina de humo, y esta vez teme que el escándalo de Epstein, un millonario que prostituía a menores de edad, le salpique. Se están publicando fotos y vídeos comprometedores. Porque solo sabe estar en campaña electoral. Hay una cuarta razón: busca que los demócratas inicien el proceso de destitución (impeachment), que ganaría en el Senado y le serviría de plataforma en 2020. De momento, no caen en la trampa.
Una tentación muy europea es considerarle un patán, un tipo sin cultura —que no le sobra— y tonto. Esto sería un error. Es un maestro del tempo televisivo y tiene inteligencia. Sabe lo que hace. Interpreta a un personaje triunfador, como Berlusconi, en el que se ve reflejada gran parte de una sociedad a la que le gustaría ser como él: rica, famosa y con éxito social.