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General: Donald Trump es un vil racista atrapado en el pasado
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 31/07/2019 15:48
A medida que crecieron las pruebas en 2002 para exonerar a los Cinco de Central Park (ahora, los Cinco Exonerados), sus partidarios exigieron una disculpa de Donald Trump quien, poco después del arresto de los jóvenes, pidió que se volviera a instaurar la pena de muerte.

 Un racista atrapado en el pasado
PAUL KRUGMAN | NYTIMES EN INGLÉS
Empecemos por aclarar lo evidente: sí, Donald Trump es un vil racista. De manera habitual usa un lenguaje deshumanizante para referirse a la gente que no es de piel blanca, incluidos los miembros del congreso estadounidense. Y aunque algunos argumentan que es una estrategia cínica para fomentar la participación de sus votantes, es a lo sumo una estrategia que se basa en la intolerancia preexistente de Trump. Él diría estas cosas de cualquier manera (y ya las decía mucho antes de que contendiera a la presidencia); su equipo solo está tratando de convertir los limones de su intolerancia en una limonada política.
 
Sin embargo, lo que no he visto que se diga mucho es que el racismo de Trump se basa en una visión de Estados Unidos que desde hace décadas es obsoleta. En su mente, siempre es 1989. Y eso no es un accidente: la manera en que Estados Unidos cambió en las últimas tres décadas, tanto para bien como para mal, es tremendamente incompatible con el racismo al estilo de Trump.
 
¿Por qué 1989? Ese fue el año en que exigió el restablecimiento de la pena de muerte en respuesta al caso de los Cinco de Central Park, adolescentes latinos y negros sentenciados por violar a una mujer blanca que se ejercitaba en Central Park. De hecho, eran inocentes (y por eso ahora son conocidos como los Cinco Exonerados); sus sentencias fueron anuladas en 2002. A pesar de ello, Trump se ha negado a disculparse y no admite que estaba equivocado.
 
Su comportamiento en ese entonces y después fue atroz, y no es válido excusarlo porque en esa época Estados Unidos padecía una ola delictiva. Sin embargo, ese auge delictivo se produjo y era bastante común hablar del colapso social en las comunidades de los barrios desfavorecidos de las ciudades.
 
Sin embargo, Trump no parece estar consciente de que los tiempos han cambiado. Su visión de la “carnicería estadounidense” es la de una nación cuyo principal problema social es la violencia de los habitantes no blancos de los vecindarios pobres de los centros urbanos. Esa es una visión cómoda si eres un racista que considera que las personas de raza negra o personas morenas son inferiores, pero es totalmente errónea como una imagen del Estados Unidos de hoy.
 
En primer lugar, los delitos violentos han caído considerablemente desde principios de la década de los noventa, en especial en las grandes ciudades. Es verdad que la seguridad de nuestras ciudades no es perfecta y algunas de ellas —como Baltimore— no han visto avances. No obstante, el estado social del Estados Unidos urbano es inmensamente mejor de lo que era.
 
Por otra parte, el estado social de las regiones rurales de Estados Unidos —de vocación agrícola y con un predominio de habitantes de raza blanca— se está deteriorando. A tal punto que eso que llamamos la “carnicería estadounidense” se concentra entre los blancos con poca educación, en especial en las zonas rurales que padecen el auge de las “muertes por desesperanza” a causa de los opioides, el suicidio y el alcohol, lo que ha elevado los índices de mortalidad de este segmento de la población por encima de los de los afroestadounidenses.
 
Además, los indicadores de colapso social (como el porcentaje de hombres en la máxima edad productiva que no están trabajando) también se han incrementado repentinamente en las ciudades pequeñas y en las áreas rurales del este de los Estados Unidos, donde la mayoría de la población es blanca.
 
Lo que esto me dice es que los racistas, e incluso aquellos que afirmaban que había un problema específico con la cultura negra, estaban equivocados y que el sociólogo William Julius Wilson tenía razón.
 
Cuando el colapso social parecía ser básicamente un problema de los barrios citadinos de habitantes negros, era posible argumentar que las raíces del problema obedecían a alguna disfunción cultural única, y varios comentaristas insinuaron —o, en algunos casos, dijeron abiertamente— que había algo en el hecho de no ser blanco que predisponía a la gente a tener un comportamiento antisocial.
 
Sin embargo, lo que Wilson argumenta es que la disfunción social era un efecto, no una causa. Su trabajo, que culminó en el aclamado libro When Work Disappears, afirmaba que la disminución de las oportunidades laborales para los trabajadores urbanos, en lugar de alguna disposición cultural o racial subyacente, explicaba el declive del empleo en la edad más productiva, la decadencia de la familia tradicional y otros problemas.
 
¿Cómo podemos poner a prueba la hipótesis de Wilson? Bueno, se podría acabar con las oportunidades laborales de varias personas blancas y ver si experimentan un declive en su propensión a trabajar y si dejan de formar familias estables, entre otras cosas. Con toda seguridad, eso es exactamente lo que ha ocurrido en zonas de Estados Unidos que no están en las áreas metropolitanas y que realmente se han estancado debido a la economía cambiante.
 
No estoy diciendo que haya algo malo o inferior en los habitantes de, por mencionar un ejemplo, el este de Kentucky (y ningún político estadounidense se atrevería a sugerir eso); por el contrario: lo que los cambios en los problemas sociales de Estados Unidos demuestran es que toda la gente es igual, sin importar el color de su piel. Si les dan oportunidades razonables para superarse económica y personalmente, florecerán; si las privan de esas oportunidades, no lo lograrán.
 
Esto nos lleva de nuevo a Trump y sus ataques al congresista Elijah Cummings, a quien acusó de representar a un distrito que es un “desastre”, donde “ningún ser humano querría vivir”. En realidad, una parte del distrito es bastante pudiente y bien educada y, en todo caso, Trump está degradando su cargo al afirmar que, en efecto, algunos estadounidenses no merecen representación política.
 
No obstante, la verdadera ironía es que si preguntan cuáles distritos son verdaderos “desastres”, en el sentido de que sufren problemas sociales serios, muchos de ellos —tal vez la mayoría— apoyaron a Trump en 2016. Y Trump, claro está, no está haciendo nada para ayudar a esos distritos. Todo lo que puede ofrecerles es odio.
 
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 31/07/2019 16:25
 ¿Les molesto si sigo jugando?
En Estados Unidos huele a podrido y es por un presidente racista
POR CHARLES M. BLOW | NYTIMES
Es desesperante ser tan repetitivo y seguir señalando que Donald Trump es racista, pero alguien tiene que hacerlo. Es necesario porque se trata de un problema fundamental de carácter, que arruina y determina muchos otros rasgos, casi de la misma manera en que lo hacen su sexismo y su xenofobia.
 
El sábado, Trump tuiteó que el distrito del representante Elijah Cummings era “un caos terrible, infestado de ratas y roedores”, un “lugar muy peligroso y sucio”; además afirmó que “ningún ser humano querría vivir ahí”. Cummings es de raza negra, como la mayoría de las personas que viven en su distrito.
 
El hecho de que utilice el verbo “infestar” revela en gran medida sus percepciones, pues al parecer solo lo aplica a problemas que involucran a personas negras y de tez morena. Criticó las “áreas infestadas de ébola en África”. Dijo que el distrito de Atlanta del congresista John Lewis está “infestado de delincuentes” y le recomendó concentrarse en “los barrios pobres de Estados Unidos infestados de criminalidad, un tema imperioso”. Comentó que las ciudades santuario son un “concepto infestado de criminalidad y semillero de la delincuencia”. Advirtió que los “inmigrantes no autorizados” vendrán “en bandadas e infestarán nuestro país”. También describió la presencia de miembros de la pandilla MS-13 “en ciertas partes del país” como una “infestación”.
 
En ninguno de esos casos se refiere a la delincuencia como un fenómeno discreto, sino que vincula inextricablemente la criminalidad con las personas de tez oscura. Los partidarios de la supremacía blanca no siempre consideran a las personas de raza blanca como superhombres; en muchos casos, más bien clasifican a las personas que no son de raza blanca como subhumanos. De cualquier manera, el punto es establecer una jerarquía en la que la raza blanca ocupa la posición superior.
 
Un estudio de los tuits de Trump revela que cuando asocia la criminalidad con grupos de la población, casi siempre se refiere a personas de raza negra o tez morena y a “barrios pobres”, un eufemismo urbano para referirse a vecindarios de gente negra y morena.
 
Trump no ha perdido ninguna oportunidad para mostrar su postura, desde el caso de los Cinco de Central Park hasta una serie de tuits que publicó en 2013, cuando escribió: “Por desgracia, la impresionante cantidad de delitos violentos que ocurren en nuestras principales ciudades son cometidos por personas negras y morenas —un tema difícil— y debemos hablar de eso”.
 
Hay que dejar claro que las personas de raza negra no son más propensas a abusar de otros, como tampoco alguien es más propenso a abusar de los opioides solo por ser blanco. Los seres humanos respondemos a nuestro entorno, a nuestras necesidades y deseos, así como a nuestra desesperanza.
 
Por ejemplo, en Nueva York aumentó mucho la delincuencia en el siglo XIX, cuando casi no había personas de raza negra en la ciudad. De hecho, en 1985, un escritor y cronista prodigioso de la ciudad de Nueva York, Edward Robb Ellis, escribió en The New York Times sobre un ciudadano que se quejaba en 1852 porque “el incremento de la tasa de delincuencia, la violencia y frecuencia de los ataques a ciudadanos comunes y corrientes por la noche en la ciudad, y la… estupidez e ineficacia de la policía son motivo de gran alarma entre el segmento de la ciudadanía que actúa con decencia y respeta la ley”.
 
Según Ross, el propio Walt Whitman afirmó: “Nueva York es una de las ciudades más plagadas de delitos y más peligrosas de la cristiandad”.
 
¿Los blancos que vivían en Nueva York en esa época estaban predispuestos racial y patológicamente a la criminalidad? Por supuesto que no. Tampoco lo están las personas de tez negra y morena en la actualidad. Los racistas no consideran en absoluto ese contexto histórico y sociológico.
 
Lo peor es que no hay nada positivo en el lenguaje que usa Trump. Cuando hay infestaciones, existe justificación para exterminar la plaga. Por algo Martin Luther King Jr. dijo: “En resumidas cuentas, el racismo es malévolo porque su lógica de fondo es el genocidio”. Quizá la boca que desdeña no siempre esté conectada a la mano que destruye, pero sin duda comparten el mismo espíritu y el deseo de causar daño.
 
Sería fácil exponer fundamentos para un juicio en contra de Trump por motivos de política pública, pero las políticas no están en la naturaleza de la criatura. Más bien, en su naturaleza están la supremacía blanca, el nacionalismo blanco y el patriarcado blanco.
 
Este hombre es, en esencia, racista, y esa perspectiva está tan fundida con su sentido del mundo que no es capaz de reconocer que es racista. Su instinto es atacar a las personas negras. Para él resulta natural denigrar los lugares en los que viven y los países de sus ancestros.
 
Está tan convencido de las ideas que defiende la supremacía blanca, que su ideología ya no necesita ninguna etiqueta, según cree. Para él, esta mentira es precisamente la verdad y, si algo está “bien”, no puede ser racista.
 
Los racistas han operado de esta manera a lo largo de la historia para evitar que los asocien con aquellos que azotaron la piel de los esclavos, con quienes violaron a las mujeres y vendieron a los niños, con quienes soltaron los perros y apuntaron los cañones de agua, o con quienes pusieron las sogas al cuello y les prendieron fuego a las cruces.
 
Esos que se expresaron, consumidos por el odio y el sadismo, eran los racistas. No los grupos cada vez más grandes que se han tragado y han regurgitado una visión deformada del mundo, una visión adulterada de la historia y que presentan “hechos” supuestamente irrecusables sin contextualización.
 
Trump es racista. Gritémoslo a voces. Gritémoslo con la profundidad que se merece. Para mí, es el principio y el fin de la lógica que necesito para mantenerme firme en la resistencia.
 


 
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