El País —Estados Unidos y Fidel Castro mantuvieron una larga relación de odio-amor. Es de rigor, en el caso de esta pareja tan desavenida, poner el odio primero, pero hubo cierto amor, o al menos un vínculo enrevesado de magnetismo y provecho mutuo. Este flanco erótico ha sido investigado por el historiador Abel Sierra Madero en su libro Fidel Castro, el comandante playboy (editorial Hypermedia), una original indagación que se basa en el estudio de diversas publicaciones del sector más calenturiento de los medios americanos de la época de la Guerra Fría.
El autor distingue dos visiones del Fidel erotizado por la cultura pop americana: la romántica, Fidel como hombre rebelde, versus la derechista, Fidel como sátiro tropical con hoz y martillo.
Del primer lado —alimentado por lo que llama la “izquierda Disney”—, sitúa a Playboy, que si bien no era una publicación de izquierda como tal, sino de aire liberal y crítica con el autoritarismo, dio un generoso espacio a su figura de los sesenta a los ochenta. Castro tenía los valores masculinos que gustaban a Playboy —poder, independencia, carisma, virilidad— y por encima su fundador, Hugh Hefner, se despepitaba con la idea de que algún día se abriesen las relaciones comerciales con La Habana y él pudiera aterrizar allí con sus negocios y sus batas satinadas pisando sobre alfombra roja.
La revista People lo incluyó en su lista de hombres mejor vestidos del mundo. Impactante, dado que Castro siempre llevaba un monótono traje verde oliva. Pero hasta en eso encontraban en Estados Unidos un punto de gracia. El periodista Frank Mankiewicz entrevistó a Castro y comentó sobre sus uniformes: “Son muy ligeros, están bien cortados. No me sorprendería que fueran de Óscar de la Renta”. También merecen mención las palabras que le dedicó la ex primera dama canadiense Margaret Trudeau, que lo describió como “el hombre más sexi” por sus “bellos ojos y aspecto salvaje”.
Para Castro, sin duda, era valioso estar presente en los medios de masas más o menos cabales del enemigo. Pero a saber qué pensaba de la imagen que se hacía de él en los subproductos sensacionalistas, revistas y cómics —la llamada pulp fiction— que se montaban historietas fantasiosas y que llegaban a millones de estadounidenses. Ejemplos. Fidel Castro con látigo y esposas gritando que quiere matar a Bush y a Gorbachov. Fidel Castro armado con una bola dentada que perteneció a Carlos V. O páginas como las que ilustran este artículo, donde se dice: “Castro es un loco del sexo. Adora juguetear en las noches habaneras, pero las señoritas se quejan: ‘¡Su barba araña mucho!”. Al citar y analizar estas burradas, explica el historiador, “se trata de entender el uso de la fantasía como parte de un sistema de representación y de reproducción de estereotipos” —en estos ejemplos, una mezcla del macho latino y el diablo comunista—.
Posiblemente todo ello, incluido lo más grotesco, sumó kilogramos a la constante acumulación de fama del político cubano y a su peculiar ribete erótico en el imaginario yanqui. Todo un fenómeno que dejó perlas como la del activista Abbie Hoffman —a la postre detenido por traficar cocaína—, que, en un momento de inspiración, describió al comandante en 1968 “como un pene poderoso naciendo. Cuando él está alto y recto, la muchedumbre inmediatamente se transforma”.