Hace más de una década el dúo de artistas visuales conformado por Luis Gárciga y Javier Castro, antiguos miembros de la desaparecida Cátedra de Arte Conducta fundada por la performer Tania Bruguera, produjeron una serie de video documentaciones que resultaron del mayor interés no solo para estudiantes y profesores de arte; sino también para los científicos sociales.
La tesis de aquellos audiovisuales era indagar directamente, desde una aproximación psicosocial y antropológica, en el modo de vida de los cubanos, su imaginario, su moral, sus frustraciones. Entre varios y muy interesantes trabajos, uno en particular acudió a mi memoria luego de leer sobre el incidente ocurrido a un joven periodista de Camagüey que denunció a un chofer estatal por utilizar su vehículo como si fuera un taxi privado.
“Por favor, dime lo que más te ofende” era el título de una video documentación en la cual los cubanos respondían con sus insultos predilectos a un contrincante hipotético, personificado por la cámara. La intención era conocer qué calificativos resultaban más ofensivos para los interpelados, y a partir de ahí desarrollar lecturas acerca del constructo sociocultural. De acuerdo al experimento realizado hace ya más de diez años, las peores ofensas para un cubano son mentarle la madre y aludir con términos peyorativos a la condición homosexual.
Desde entonces hasta nuestros días mucho ha llovido. Se han sucedido campañas del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) para revindicar la imagen de los homosexuales, tan denigrada por los líderes de la Revolución Cubana, aunque sin darle espacio a un activismo independiente, progresivo y comprometido, capaz de empoderar una causa que sobrevive a contrapelo del machismo imperante.
A pesar de las congas encabezadas por Mariela Castro, el tema de la homosexualidad sigue siendo una zona sensible en la moral criolla, y los prejuicios han cedido mucho menos de lo que se cree, sobre todo en zonas del interior de Cuba. El periodista camagüeyano Robert Estévez mostró los comentarios ofensivos que le hicieron llegar vía Facebook, en los cuales predominaba el vituperio “pájara pinta” por encima incluso de “chivato”, más acorde al suceso que dio lugar a las enconadas críticas en la red social.
Pero lo verdaderamente alarmante es la magnitud del conflicto que hay detrás de este ataque homofóbico con apelativos feminizados, que transparentan además una fuerte discriminación por cuestiones de género. Quizás el joven no debió precipitarse a hacer público en las redes sociales el negocio privado que el chofer mantenía con un vehículo estatal, sabiendo que ello podría costarle la expulsión de su trabajo; pero por otro lado gravita la molestia de saber que alguien se está aprovechando de la necesidad ajena para resolver urgencias personales generadas por una disfuncionalidad económica de larga data, que pocos se atreven a criticar abiertamente.
Las deficiencias en el transporte público se han tornado insostenibles al extremo de que los vehículos estatales hoy son parte de la solución, aunque operen al margen de la ley. No obstante, y siendo la crisis general, cualquier ciudadano tiene derecho a cuestionar por qué un sujeto exige precios elevados por transportar pasajeros empleando recursos que para su economía particular representan cero inversión.
La sociedad cubana se ve atrapada en la gran contradicción que supone enfrentar las ilegalidades para procurar que los salarios rindan más, aunque ello los obligue a convertirse en delatores ocasionales. El quimérico reordenamiento social al que se aspira gracias a la “lucha contra las ilegalidades”, básicamente depende del choque entre los propios ciudadanos, que tienen solo dos alternativas: aguantar atropellos o denunciarlos, pagando el alto precio que ambas decisiones conllevan.
Quienes han impulsado este modus operandi olvidan que el pueblo cubano se ha acostumbrado durante décadas a vivir del robo al Estado y la extorsión al prójimo debido a la incapacidad del sistema para establecer una relación adecuada entre el trabajo realizado y el poder adquisitivo del salario devengado. En Cuba puede hablarse de una cultura de la ilegalidad profundamente arraigada, razón que llevó a los cibernautas a agredir al periodista, justificando la usura del chofer con su condición de “padre de familia” que solo intentaba obtener ese extra al que todos los cubanos se creen con derecho, aún en detrimento de sus paisanos.
La raíz del problema, sin embargo, continúa intacta, innombrable. En este caldo de confusión y frustraciones se descorren los velos para que afloren la violencia, los prejuicios y la homofobia; porque a pesar de tanta propaganda, ser llamado “maricón” constituye la mayor ofensa para un cubano. Tanto que si un gay se hace objeto de críticas, éstas harán hincapié en su orientación sexual, presentándola como el origen de todas sus fallas humanas.