Por Max J. Castro
Tremendo descaro el del presidente Donald Trump para posicionarse repentinamente como defensor de los judíos y azote de los antisemitas. Este es el hombre que ha promovido el odio étnico más que cualquier líder político de Estados Unidos en los tiempos modernos. El hombre que dijo que había buenas personas en ambos lados en la manifestación Unir a la Derecha el año pasado en Charlottesville, Virginia. Sin embargo, solo un lado mostraba símbolos nazis, solo un lado cantaba “los judíos no nos reemplazarán”, y solo un lado cometió asesinato.
El antisemitismo brota de un clima de odio racial de forma tan natural como fluye cuesta abajo el agua. El hombre que cometió un asesinato en masa en una sinagoga de Pittsburgh dice que lo hizo porque los judíos son culpables del reciente aumento de la inmigración desde Centroamérica. ¿Cuál es la conexión?
Buscar una lógica en el antisemitismo es una tarea de tontos. La conexión en la mente del asesino supremacista blanco es que una organización judía (sin vínculos con el ataque a la sinagoga) que ha estado ayudando a refugiados durante un siglo, judíos y no judíos por igual, de alguna manera estuvo involucrada en las “caravanas” que en el momento de los asesinatos era el leitmotiv principal en el vitriólico discurso antiinmigrante de Trump. También hubo, en ese momento, una mentira que se extendió dentro de los círculos neonazis y otros antisemitas, de que las caravanas estaban financiadas por George Soros, un judío liberal multimillonario y defensor de la democracia y los derechos humanos en Europa del Este. Soros había recibido una bomba enviada por un fanático pro Trump.
Nada de eso era cierto, por supuesto, pero muy conveniente. En la atmósfera de mentiras y demonización de inmigrantes, era predecible que un criminal racista al fin y al cabo se concentraría en los judíos como la fuente de todos los problemas. No fue casual que Paul Krugman, el columnista del New York Times y economista ganador del Premio Nobel, advirtiera a Stephen Ross, el judío multimillonario propietario de los Miami Dolphins, que estaba jugando con fuego al realizar una recaudación de fondos para Donald Trump.
Krugman escribió que en un ambiente deliberadamente cargado de retórica racista, todo se volvería en contra de los judíos, los sospechosos habituales, los chivos expiatorios perfectos en cualquier crisis, desde una epidemia como la peste negra hasta una “emergencia” migratoria.
Y así fue, y Pittsburgh no fue el final. Los actos antisemitas se han multiplicado, se han producido más asesinatos de judíos desde Pittsburgh y, la semana pasada, otro enemigo de los judíos con un gran arsenal y asesinato en su corazón no pudo realizar otra ola de asesinatos contra judíos —por pura suerte, un eficaz trabajo policial, y la gracia de Dios, Ala, Yahveh, o el destino—.
Estos crímenes no fueron cometidos ni planeados por miembros musulmanes del Congreso con fusiles automáticos ocultos debajo de sus hijabs. Fueron llevados a cabo por estadounidenses “verdaderos” de sangre roja, blancos como el coco, que comparten gran parte de la ideología nacionalista blanca de Donald Trump. Estos son los verdaderos antisemitas, no Rashida Tlaib (demócrata por Michigan) o Ilhan Omar, a quien Donald Trump quiere presentar como el rostro del antisemitismo en Estados Unidos.
Estas dos mujeres son partidarias del derecho palestino a tener su propio estado y de críticos del gobierno israelí. Pero eso no significa que sean antisemitas. He detestado el antisemitismo desde la escuela secundaria, cuando pasé un semestre completo leyendo Asesinos entre nosotros, publicado por entregas en la revista Look y escrito por el formidable cazador de nazis Simon Wiesenthal. Pero no encuentro creíbles las acusaciones de antisemitismo contra ese par de congresistas. Su verdadero crimen no es el antisemitismo, sino enfrentarse de manera feroz y fuerte a las sádicas políticas del presidente. Ni siquiera Benjamin Netanyahu cayó en la trampa y aprobó una visita a Israel de las dos representantes. Aceptó a regañadientes rescindir esa decisión, obligado por Donald Trump.
Mientras tanto, mientras califica a Tlaib y Omar como antisemitas, Trump no ha usado su famosa actitud de matón para confrontar a los asesinos antisemitas entre nosotros, en Charlottesville, Pittsburgh y más allá.
La lucha contra los verdaderos antisemitas está fuera de sus planes. Ese tipo de personas generalmente apoya a Trump. Tlaib y Omar decididamente no lo hacen. ¿Qué mejores chivos expiatorios podría ofrecer Trump a su base derechista rebosante de islamofobia y para desviar la condenadamente débil respuesta de Trump a los crímenes racistas en general y los asesinatos antisemitas en particular?
El antisemitismo es un tema demasiado serio para hacer juegos políticos como lo está haciendo Trump. Es una acusación demasiado seria para usarla en base a evidencia cuestionable o inexistente. Mientras escribo esto, se supo que Donald Trump ha acusado a los judíos que votan por los demócratas de carecer de conocimiento o ser desleales. ¿Desleales? ¿Ignorancia? ¿Judíos? ¿No es esto un insulto antisemita?
Seguramente, es descaro por la velocidad de la luz al cuadrado. Trump clásico. Trump no es Einstein. Es el presidente más ignorante de la historia. Un hombre que piensa que había aeropuertos en 1776, y que el abolicionista Frederick Douglas está vivo hoy y haciendo un gran trabajo.
A diferencia del ignorante en jefe, en general los judíos están entre la gente mejor educada en Estados Unidos. Llamarlos ignorantes o desleales simplemente porque no están de acuerdo con su ideología y su política es el mismo juego vil que ha estado jugando con las representantes demócratas en el Congreso, conocidas como el escuadrón. Se oponen a él y, por lo tanto, son, por definición, desleales a Estados Unidos, comunistas, antisemitas o cualquier otro insulto que se le ocurra.
Trump, el genio estable, parece ignorar el hecho de que la mayoría de los judíos vota por los demócratas y, por lo tanto, pintarlos a todos como ignorantes o desleales es posiblemente tan antisemita e ignorante como el que más.
Traducción de Germán Piniella