Tirar los dados requiere minuciosidad, elegir muy bien los tiempos y anticiparse al enemigo para llevar ventaja en el envite. En agosto de 1939 Adolf Hitler contempló todos estos elementos y añadió otro para controlar aún mejor la ejecución de su plan para invadir Polonia.
Si uno quiere ganar, debe tener atados todos los cabos. Se habían producido demasiados avances como para malbaratarlos en un mal movimiento. Desde 1933, la Alemania Nazi había sido un vendaval sin precedentes. Primero reordenó su territorio y, tras haber consolidado sus premisas, viró hacia la expansión exterior como precedente para la promesa del Lebensraum, el ansiado espacio vital tan bien resumido por Timothy Snyder en 'Tierras de Sangre' a partir de ese sueño macabro de ocupar todo el territorio al este de Germania para aniquilar a eslavos y plantar la simiente para una inmensa colonia rural en beneficio del Reich.
Antes de alcanzar este escalón, en el camino hacia la cúspide, se coronaron otros en una pletórica senda de victorias más bien pacíficas entre el miedo ajeno y la intimidación diplomática. De este modo, el Gobierno alemán se anexionó el Sarre mediante un referéndum, la desmilitarizada Renania sin pegar un solo tiro y en 1938 pasó a proyectos más ambiciosos como el Anchsluss austríaco, primera piedra para las siguientes campañas reivindicativas, verdaderas piedras de toque para calibrar el potencial de los oponentes.
Mientras todo esto acaecía, no está de más recordar la experiencia en la Guerra Civil española como campo de pruebas de los totalitarismos. En otoño de 1938, Hitler reclamó los Sudetes, pertenecientes a Checoslovaquia y con un ingente grueso de población de origen alemán. Para evitar una colisión con las democracias, se convocaron varios cónclaves, entre ellos el célebre de Múnich, con los primeros ministros franco-británicos bajándose los pantalones ante el Führer y el Duce mientras prometían a sus conciudadanos llevar la paz para su tiempo.
La siguiente afrenta coincidió casi con el final del conflicto en la Península Ibérica. Los idus de marzo de 1939 culminaron la eliminación checa a través del Protectorado de Bohemia y Moravia. La tenaza sobre el resto del este se estrechaba poco a poco, con Polonia como principal damnificada desde las peticiones teutonas para tender una línea férrea y una carretera sobre el corredor de Danzig desde la extraterritorialidad mientras solicitaban el retorno de la ciudad portuaria, amparada bajo el manto de la endeble Sociedad de Naciones, a su antigua pertenencia. Al ser desatendidas estas demandas, el camino hacia la Segunda Guerra Mundial quedaba expedito y, desde mayo, el Reino Unido se comprometió a defender la causa polaca con castillos en el aire y una retahíla de promesas incumplibles.
La Unión Soviética, la clave
En una ilustración de la época Joseph Stalin se mesa el bigote ante los cuatro de Múnich y se sorprende al no tener una silla en esa conferencia. Todos lo tenían muy presente, y cuando la cuestión polaca se acercó su desenlace, volvió a los titulares desde un cierto secretismo.
En agosto de 1939, una delegación franco-británica recaló en Moscú para negociar una hipotética alianza militar con la Unión Soviética para asegurar el típico doble frente en pos de contener las embestidas de la Wehrmacht. Cerrar un acuerdo entre las dos únicas democracias supervivientes del Viejo Mundo y el Imperio Comunista no era ni mucho menos coser y cantar. Los rusos preguntaron sobre el número de divisiones disponibles y quedaron estupefactos ante la respuesta británica: cinco regulares y una motorizada. Con esos números, el triunvirato adolecía de una evidente desigualdad de contingentes. La otra gran pregunta era si el Gobierno polaco permitiría el ingreso del ejército Rojo, sobre todo considerándose el precedente de la no tan lejana guerra entre ambos de 1919-1920 y los antecedentes históricos, nada halagüeños por la abrumadora superioridad de la Tercera Roma.
Hitler tenía el 26 de agosto como fecha marcada en el calendario para desencadenar su tormenta contra Varsovia. Suele definirse la política como el arte de lo imposible, y en esa máxima también flota un componente de realismo. Desde principios de mes, tanto nazis como soviéticos habían desplegado con mucha cautela una serie de contactos para alcanzar un pacto beneficioso para ambas partes.
El 12 de agosto Hitler, sin confesar nada a su invitado Galeazzo Ciano, ministro de Exteriores de la Italia Fascista, recibió un telegrama proveniente de Moscú para clarificar y acelerar un giro copernicano en las relaciones con Berlín. En su monumental 'Auge y caída del Tercer Reich' (Booket), William L. Shirer afirma no haber encontrado rastro de este despacho en los archivos alemanes, pero aun así, la nota fue la chispa para el debut de una entente favorable para los interlocutores.
La Unión Soviética desconfiaba del Nacionalsocialismo por el pacto Antikomintern de 1936, rubricado junto a Japón para aplacar al Comunismo. Sin embargo, ello no fue óbice para aceptar gustosamente la visita del embajador Von der Schelenburg el 15 de agosto para declarar al ministro Molotov de la intención de su homólogo germánico, el excéntrico Joachim Von Ribbentrop, de acudir a Moscú para apuntalar el acuerdo.
Las sugerencias de Molotov, clave en todo el asunto al haber sustituido al judío Livitnov en puesto tan trascendente y así suprimir las reticencias germánicas, estribaron en la ayuda nazi para limar las asperezas con los nipones, abrazar una concordia común en la esfera de influencia para con las repúblicas bálticas y formular un acuerdo de no agresión entre las dos potencias.
Estas propuestas colmaron de satisfacción a Hitler al facilitarle la operación polaca sin preocuparse por una reacción de Stalin. Las aceptó sin condiciones, sugirió que el pacto de no agresión fuera de veinticinco años y mostró a las claras su impaciencia por refrendar estas resoluciones.
Las comunicaciones entre ambas capitales eran más bien lentas y eso creó un ambiente histérico, sobre todo en el bando germánico. Ribbentrop y el dictador atendían las respuestas con mucho nerviosismo. Desde Rusia, Stalin y Molotov sabían que tenían la sartén por el mango y manejaron los hilos con calculado esmero. Pusieron sobre la mesa un acuerdo comercial como preludio para certificar lo comentado hasta entonces, a complementar con un protocolo secreto. No ponían pegas a un concilio junto a Ribbentrop, pero antes debía corroborarse lo previo, y una vez esto sucediera debería transcurrir una semana para el apretón de manos y la fotografía surrealista para tantos creyentes en la enemistad entre esas antípodas ideológicas.
El domingo 20 de agosto, con el tratado comercial ratificado, Hitler rubricó un telegrama personal a Stalin donde ya fijaba el miércoles 23 de agosto como día del encuentro. El dictador georgiano consintió con suma rapidez, y el 21 a los once de la mañana la radio alemana interrumpió su programación musical para proclamar a los cuatro vientos que “el gobierno y los soviets se han puesto de acuerdo para concluir un pacto de no agresión. El ministro de Asuntos Exteriores del Reich irá a Moscú el miércoles 23 de agosto para conclusión de las negociaciones”. El shock en toda Europa fue inmediato.
La foto inverosímil y el protocolo secreto
Joachin von Ribbentrop era algo similar a la voz de su amo. Este comerciante de vinos se iluminó con las revelaciones nazis e hizo todo lo posible por formar parte del selecto grupo de incondicionales recibidos por Hitler en cualquier circunstancia. Goebbels, Goering y el resto de la vieja guardia lo juzgaron siempre con desdén, como una marioneta o un pelele en manos del líder, y razón no les faltaba, pero ese 23 de agosto el Ministro de Asuntos Exteriores del Reich tuvo sus quince minutos de gloria y, según testimonios de los allí presentes, estuvo en plena forma en el cara a cara con Stalin y Molotov, con quienes, tras comer en la embajada, debatió en dos turnos de tres horas y alcanzó con pasmosa celeridad una serie de compromisos entre sonrisas y brindis, con el sucesor de Lenin atiborrándose de agua mientras los demás le secundaban al ignorar la desigualdad de los contenidos etílicos.
El pacto de no agresión de cinco años dio la vuelta al mundo, no así el fundamental Protocolo Adicional Secreto, desgranado en los dos siguientes puntos.
1.- En la eventualidad de una modificación territorial y política de los territorios pertenecientes a los Estados Bálticos (Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania), la frontera septentrional de Lituania representará el límite de las zonas de influencia de Alemania y la Unión Soviética.
2.- En la eventualidad de una modificación de los territorios pertenecientes al Estado polaco, las zonas de influencia de Alemania y de la Unión Soviética estarán aproximadamente limitadas por la línea constituida por los ríos Narew, Vístula y San.
Alea Jacta Est. El reparto de Polonia era un hecho. Los emisarios franco-británicos no cejaron en su empeño y solicitaron una aclaración al Mariscal Voroshílov. Su respuesta fue prístina: Debido a la modificación de la situación política la continuación de las conversaciones resulta inútil y sin objeto.
El protocolo no se desveló hasta la finalización de la guerra, cuando fueron capturados los archivos alemanas. En 1942, en un insólito alarde de sinceridad, Stalin confesó a Churchill que la adopción de esas medidas, donde los nazis dieron carta blanca a los soviéticos con relación a Besarabia, fue una apuesta de realismo y la única opción viable durante ese verano. El primero de septiembre de 1939 la Wehrmacht lanzó su Blitzkrieg contra Polonia. El 17 el Ejército Rojo completó la escabechina y el 22 las tropas de los vencedores desfilaron conjuntamente en Brest para estupor de una gran mayoría, entre ellos los militantes comunistas de Europa Occidental, incapaces de comprender esa perversión estival. A partir del acuerdo Hitler pudo despreocuparse de Oriente y extender su Reich hasta los Pirineos y el Canal de la Mancha. La ruptura de la amistad el 22 de junio de 1941 con la Operación Barbarroja supuso el desmorone de todo su castillo de naipes. Una jugada maestra no da boletos para repetir fortuna en las siguientes.