Funcionarios de inteligencia y expertos aseguran que el régimen de Kim Jong-un está aprovechando los resquicios que le ha dado el presidente de Estados Unidos con las promesas de negociar.
Trumpíto y Kim Jong-un
COREA DEL NORTE REFUERZA SU
ARSENAL MIENTRAS TRUMP DESESTIMA LAS PRUEBAS DE MISILES
Por David E. Sanger y William J. Broad
El presidente estadounidense, Donald Trump, ha desestimado varias veces los lanzamientos de misiles que ha hecho Corea del Norte en los últimos meses —al menos dieciocho desde mayo—, pues dice que los considera como pruebas de corto alcance y “muy estándar”. Aunque Trump ha aceptado que “tal vez haya una violación de los acuerdos [norcoreanos] con las Naciones Unidas”, el mandatario asegura que cualquier preocupación es exagerada.
A Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte, solo “le gusta probar misiles”, ha dicho Trump.
Sin embargo, funcionarios de inteligencia de Estados Unidos y expertos externos al gobierno han llegado a una conclusión bastante distinta: los lanzamientos que ha minimizado Trump, entre ellos dos a finales de agosto, han permitido que Kim pruebe misiles de alcance superior y más maniobrables que podrían superar las defensas estadounidenses en la región asiática.
El ministro japonés de Defensa, Takeshi Iwaya, declaró a finales de agosto en un encuentro con reporteros en Tokio que las trayectorias irregulares de las pruebas norcoreanas más recientes eran evidencia clara de un programa diseñado para sortear las defensas que ha desplegado Japón, con ayuda de tecnología estadounidense, en el mar y en tierra firme.
Mientras, algunos expertos indican que las cartas “hermosas” que Kim ha intercambiado recientemente con Trump y las reuniones esporádicas entre ambos países, en las que se hacen promesas muy vagas sobre la posibilidad de un futuro desarme nuclear, son solo una estrategia del líder norcoreano para ganar tiempo mientras refuerza su arsenal, pese a todas las sanciones que pesan sobre Corea del Norte por ese desarrollo armamentista.
Las rápidas mejoras a los misiles de corto alcance norcoreanos no solo aumentan el peligro para Japón y Corea del Sur. También amenazan a unas ocho bases estadounidenses en esos países, que albergan a más de 30.000 soldados de Estados Unidos, según un análisis de los alcances de los misiles realizado por The New York Times. Según los expertos, estos misiles podrían estar diseñados para portar ojivas convencionales o nucleares.
“Kim está aprovechando los respiros que tiene por sus encuentros con el presidente Trump de una manera brillante”, dijo Vipin Narang, politólogo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que estudia los avances armamentísticos de Corea del Norte. “Estos misiles se pueden lanzar desde plataformas móviles, son veloces, vuelan muy bajo y son maniobrables. Eso es una pesadilla para la defensa antimisiles. Además, solo es cuestión de tiempo para que estas tecnologías migren a misiles de mayor alcance”.
Trump asegura que, durante la reunión que sostuvieron en Singapur hace catorce meses, Kim se comprometió a dejar de realizar pruebas con misiles balísticos intercontinentales y pruebas nucleares mientras estuvieran en curso las negociaciones bilaterales. El líder estadounidense también dijo que su par norcoreano ha cumplido esas promesas, aunque no ha habido ningún diálogo sustancial entre ellos desde que una segunda cumbre, celebrada en febrero en Hanói, Vietnam, terminó en un punto muerto.
Sin embargo, los medios estatales de Corea del Norte han dejado claro que ese país no considera que los límites mencionados durante las negociaciones con Trump sean aplicables a sus esfuerzos para mejorar y reforzar los misiles. La última semana de agosto, los medios estatales señalaron que Pionyang nunca accedería a las demandas para que se realice “un desarme bajo presión y que se produzca una conciliación con la ‘sociedad internacional’”.
Por su parte, Kim no ha dejado de promocionar los últimos adelantos de sus misiles, con su presencia en las pruebas y la divulgación de fotografías de las celebraciones posteriores a los lanzamientos, en las que aparece junto con los expertos en misiles del régimen, un grupo de funcionarios que ha impulsado de manera ininterrumpida el desarrollo de armas, mientras se estancan los acercamientos diplomáticos para un posible desarme.
Un análisis de la Agencia de Inteligencia de la Defensa, incluido en un documento distribuido este verano a funcionarios selectos del gobierno estadounidense, calculó que desde las conversaciones bilaterales en Singapur de 2018, Corea del Norte también ha producido suficiente combustible para alimentar nuevas armas nucleares por casi una década. Otras agencias de inteligencia tienen “cifras más conservadoras”, de acuerdo con un antiguo funcionario de alto nivel, pero todo apunta a que Pionyang ha amasado un acervo armamentista cada vez más grande.
El secretario estadounidense de Defensa, Mark Esper, declaró el 28 de agosto que hay preocupación por las pruebas de misiles de Corea del Norte, pero que la Casa Blanca “no va a reaccionar desproporcionadamente” en aras de mantener abierta una posible solución diplomática.
Sin embargo, el secretario de Estado, Mike Pompeo —quien ha dirigido la estrategia estadounidense para lograr que Corea del Norte se deshaga de sus armas nucleares y sus misiles—, les ha insinuado a los cancilleres de otros países que teme que el gobierno de Trump esté siendo engañado en reuniones privadas celebradas en las últimas semanas, según han dicho algunos funcionarios japoneses y surcoreanos.
En público, Pompeo es más prudente. “No hemos regresado a la mesa de negociaciones tan rápido como hubiéramos querido, pero desde el principio hemos sido muy claros en que sabíamos que habría obstáculos a lo largo del camino”, dijo hace poco a CBS.
No obstante, esos obstáculos han aumentado en los últimos meses porque Corea del Norte comenzó a lanzar un misil tras otro; con lo que ha probado al menos tres nuevos tipos. Esas pruebas han exhibido la capacidad que tiene Corea del Norte para lanzar de manera sistemática misiles de combustible sólido, los cuales son más fáciles de esconder en las montañas y que podrían ser desplegados rápidamente sobre plataformas móviles por lo que su lanzamiento podría realizarse antes de que Estados Unidos pueda responder.
“Kim sabe lo que está haciendo”, dijo Narang, el profesor del MIT. “Es probable que crea que Trump puede tolerar a una Corea del Norte que tenga producción nuclear siempre y cuando no prueben misiles balísticos intercontinentales y armas nucleares, los que sí podrían humillar a Trump al eliminar la percepción de que ha logrado alguna especie de victoria” con su diplomacia.
Funcionarios de Estados Unidos, por su parte, aseguran que las pruebas solo son un síntoma de que Corea del Norte está tomando acciones desesperadas para deshacerse de la “presión máxima”, un término usado por Pompeo para describir las sanciones estadounidenses contra el país asiático. Hay algo de evidencia para respaldar esa idea; por ejemplo, hace poco tiempo los medios oficiales de Corea del Norte describieron a Pompeo como una “toxina resistente”.
No obstante, si las últimas provocaciones norcoreanas dejaron alguna lección, es que resulta claro que Kim tiene su propia estrategia de “presión máxima”.
En 2015 y 2016, las pruebas de misiles del país asiático fracasaban a una tasa bastante alta. Algunos funcionarios de inteligencia y expertos externos vincularon algunos de esos reveses a un esfuerzo encubierto del Pentágono para sabotear los lanzamientos mediante ataques cibernéticos y electrónicos.
No obstante, para 2017 —el primer año de Trump en el cargo—, Kim adoptó nuevos diseños y Corea del Norte realizó catorce lanzamientos con éxito, especialmente de misiles de mediano y largo alcance. Con esos rangos, por primera vez surgieron los temores de que realmente sería factible que algún lanzamiento norcoreano alcanzara Estados Unidos. Al mismo tiempo, el régimen de Kim realizó una serie de pruebas nucleares, incluida la de su arma más grande hasta ese momento, que describió como una bomba de hidrógeno.
Estos logros provocaron que Trump lanzara su advertencia de desplegar “fuego y furia como el mundo nunca ha visto”, para luego allanar el terreno para la cumbre de Singapur. Ese encuentro, en junio de 2018, fue la primera vez que un presidente estadounidense en funciones se reunió con algún miembro de la familia Kim. Después, Trump señaló que Corea del Norte estaba encaminada hacia el desarme y aseguró que esperaba resultados en los próximos seis meses.
Durante casi un año, Kim aparentemente dejó de disparar misiles, tal vez con la esperanza de que el gobierno de Trump relajara las sanciones económicas.
Pero la diplomacia se estancó en la segunda cumbre, en Vietnam. Kim ofreció cerrar el principal complejo nuclear de Corea del Norte, en Yongbyon, pero no otras centrales nucleares ni tampoco ningún sitio con misiles. La oferta era a cambio de que se levantaran las sanciones más severas de Washington. Trump rechazó el trato, a insistencia de Pompeo y de John R. Bolton, asesor de seguridad nacional de línea dura de la Casa Blanca.
Ahora pareciera que Kim está volviendo a la táctica que le funcionó hace dos años: escalar las pruebas para demostrar nuevas capacidades.
“Su recurso siempre ha sido expandir los límites y ver hasta dónde se puede salir con la suya”, dijo Vann H. Van Diepen, experto en armas de destrucción masiva que trabajó para la Oficina del Director de Inteligencia Nacional hasta 2009.
El episodio más reciente de pruebas constantes comenzó a inicios de mayo, cuando Corea del Norte hizo una prueba de un misil de nueve metros desde un camión. Según analistas, fue un cohete de combustible sólido que puede ser disparado en minutos, a diferencia de los misiles de combustible líquido, los cuales pueden tardar horas en ser preparados para el lanzamiento.
En total, Corea del Norte llevó a cabo ocho pruebas de vuelo con el nuevo misil en mayo, julio y agosto. Se encontró que tenía un alcance máximo de hasta 690 kilómetros, de acuerdo con el Centro de Estudios James Martin para la No Proliferación, una agrupación privada con sede en California. El misil, si se perfecciona, podría tener como blanco cualquier parte de Corea del Sur, incluidas al menos seis bases estadounidenses, y algunas zonas del sur de Japón, donde se encuentran dos bases grandes.
Corea del Norte lanzó otro tipo de misil a finales de julio y principios de agosto, junto con un nuevo sistema de lanzamiento. Van Diepen, el exfuncionario especializado en armas de destrucción masiva, describió el sistema en 38 North (una respetada publicación sobre asuntos norcoreanos) como una nueva generación de armas que podrían disparar un número desconocido de misiles al mismo tiempo. El sistema antiguo podía disparar ocho.
Según Van Diepen, el alcance del misil recién probado fue de 250 kilómetros, unos 64 kilómetros más lejos que la versión antigua. Van Diepen mencionó que esta arma iba a aumentar la capacidad de Corea del Norte para someter a objetivos estadounidenses y surcoreanos a “ataques de saturación”, los cuales también pueden vencer defensas antimisiles.
A inicios de agosto, Corea del Norte probó un tercer misil dos veces. Los analistas aún deben determinar qué adelantos podría representar.
Luego, a finales del mes pasado, Corea del Norte disparó dos proyectiles desde lo que se definió como un “lanzacohetes múltiple supergrande”. Narang, el politólogo del MIT, señaló que el sistema parecía ser nuevo, lo cual lo convertía en el cuarto sistema de misiles estrenado este año por Pionyang.
David E. Sanger es corresponsal para temas de seguridad estadounidenses. En su carrera de 36 años como reportero en The New York Times ha formado parte de tres equipos ganadores de premios Pulitzer, más recientemente en 2017 por Periodismo de Asuntos Internacionales. Su libro más reciente es The Perfect Weapon: War, Sabotage and Fear in the Cyber Age.
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