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General: La admiración del «caudillo» Fidel Castro por Francisco Franco
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanolibre  (Mensaje original) Enviado: 25/09/2019 15:19
YA ES HISTORIA
Norberto Fuentes, su biógrafo, llegó a asegurar que el cubano tenía una foto de Franco en la mesita de noche de su casa familiar en Birán. El régimen de Franco mantuvo el vuelo trasatlántico de Iberia con la Isla, a los niños cubanos no les faltaron juguetes españoles y el turrón de Jijona por Navidad o los autobuses Pegaso en las carreteras

La nada secreta admiración del «gallego» Fidel Castro por Francisco Franco
César Cervera
En septiembre de 1978, el dictador Fidel Castro recibió en su palacio de La Habana, con pistola al cinto y su inconfundible traje de miliciano, al presidente Adolfo Suárez, cuya visita a Cuba inauguraba una nueva etapa entre ambos países tras la muerte de Francisco Franco. El español se había presentado durante décadas como un martillo del comunismo y de sus líderes, de ahí que la diplomacia española esperara, con su desaparición, que algunas puertas bajo la esfera soviética ahora estuvieran más receptivas a hablar. Lo que nadie había calculado en la comitiva española es que Castro dedicara parte de la rueda de prensa a elogiar a Franco por haber «resistido las presiones del imperialismo y comerciado con Cuba».
 
Aquel discurso –cuenta el diplomático Inocencio F. Arias en sus memorias «Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones»– sorprendió en fuera de juego a algunos medios españoles, que esperaban oír unas cuantas críticas al jefe del Estado recien fallecido. Nada extraño para los que conocían al cubano y su gusto por la provocación. El periodista Pepe Colchero, asiduo a estos viajes oficiales, recogió en su crónica que el cubano incluso dejó caer su revólver al suelo durante la visita, probablemente de forma intencionada, para impresionar a sus invitados. En la rueda de prensa se coló sin estar programado y se mostró locuaz, simpático e histriónico al hablar de la maldad de los EE.UU.
 
«Mi padre era hijo de un campesino de Galicia»
De regreso a casa, muchos periodistas tuvieron que recurrir a la hemeroteca para comprender por qué de aquella admiración y agradecimiento entre dictadores. Norberto Fuentes, su biógrafo, llegó a asegurar que el cubano tenía una foto del gallego en la mesita de noche de su casa familiar en Birán.
 
La explicación más obvia estaba en la sangre gallega que Castro portaba y nunca ocultó. Hijo natural de un emigrado gallego, Ángel Castro Argiz, y de Lina Ruz González, descendiente también de españoles, el dictador comunista mostró toda su vida cierta morriña. «Mi padre era hijo de un campesino sumamente pobre allá en Galicia. En la última guerra de independencia de Cuba, iniciada en 1895, lo enviaron como soldado del Ejército español a luchar aquí. Después de la lucha regresó a España, pero parece que le agradó Cuba porque, una vez, como tantos emigrantes, volvió acá en los primeros años del siglo [XX] para, sin un centavo y sin ninguna relación, comenzar a trabajar».
 
Paradójicamente, el padre de Franco, Nicolás Franco Salgado-Araújo, también gallego, fue soldado en Cuba y posteriormente Filipinas en fechas parecidas. En 1886 combatió contra una insurrección en Filipinas y se le vinculó con una mujer de buena familia, hija de otro militar, y con la que descartó casarse en última instancia. Poco faltó para que, como el de Castro, el padre de Franco se afincara definitivamente en los territorios de ultramar del maltrecho Imperio español.
 
Años después de la reunión con Suárez y de otros tantos encuentros con Felipe González, Fidel Castro se decidió a visitar la tierra de su padre el 28 de julio de 1992. Fidel Castro visitó Láncara, en Lugo, donde fue nombrado Hijo Adoptivo de la localidad, participó en la aldea de Armea de una comida que se prolongó durante horas y visitó la casa donde había nacido su padre. «Bien pequeñita es; por eso mi padre tuvo que emigrar», fue el breve comentario que hizo un emocionado Fidel. Entre las lecturas que le acomparon en esta visita a Galicia, estuvieron varios ejemplares de «Los Episodios Nacionales», de Benito Pérez Galdós, un regalo de Felipe González, que, según el líder cubano, le ayudaron a entender muchos de los pasajes de la historia de España y del carácter de los españoles.
 
En cualquier caso, los vínculos gallegos y su cariño por España jugaron un papel meramente anecdótico en el respeto de Castro a la dictadura franquista. Con su admiración, Fidel agradeció a Franco que no rompiera las relaciones comerciales con La Habana, pese a las presiones de EEUU y pese a las confiscaciones que sufrió la colonia española. El régimen mantuvo el vuelo trasatlántico de Iberia con la Isla, a los niños cubanos no les faltaron juguetes españoles y el turrón de Jijona por Navidad o los autobuses Pegaso en las carreteras... Conforme creció el comercio bilateral entre ambos países, se firmó la ampliación de los acuerdos, en 1971, que se habían iniciado en 1959. «Fue una actitud meritoria, que merece nuestro respeto e incluso merece, en ese punto, nuestro agradecimiento. No quiso ceder a la presión norteamericana. Actuó con testarudez gallega. No rompió relaciones con Cuba. Su actitud fue firmísima», resumió el dictador cubano en declaraciones recogidas por Igancio Ramonet en «Fidel Castro Biografía a dos voces».
 
No había quien las rompiera
Pero, ¿por qué a Franco le pareció conveniente relacionarse así con un aliado de la URSS? Por un lado, hay que tener en cuenta el aislamiento compartido que sufrían ambos países, así como la preocupación que tuvo la dictadura franquista por evitar que la Cuba revolucionaria se convirtiera, como México, en un refugio para los republicanos exiliados. Fidel Castro recibió a dirigentes comunistas españoles en La Habana, elogiando a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, y a militares republicanos como Enrique Líster y Alberto Bayo. Se dejó querer por la otra España, si bien a la hora de la verdad se impuso la política real y la senda iniciada por Fulgencio Batista, pronto exiliado en España.
 
Durante el primer año de la Revolución, el embajador Juan Pablo Lojendio logró mantener las buenas relaciones diplomáticas entre ambos países y que no reconocieran al Gobierno de la Segunda República en México. Aquel triunfo aseguró una mesa donde negociar en el futuro.
 
En enero de 1960, Fidel Castro acusó durante un programa de la televisión pública a la Embajada de España de amparar actividades «contrarrevolucionarias» y a los conventos de religiosos españoles de ocultar armas. Ni corto ni perezoso, Juan Pablo de Lojendio acudió a los estudios de televisión para refutar en directo las acusaciones de Castro. Relata el ABC de ese 20 de enero: «...se dirigió a la emisora de televisión, penetró en la sala donde se difamaba a nuestro país, subió al estrado desde donde hablaba Fidel Castro, y ante las cámaras de la televisión expuso rotundamente su protesta, ante el estupor de los asistentes al acto y de quienes lo presenciaban a través de los receptores de televisión o lo escuchaban por la radio».
 
Aquel gesto costó la expulsión del embajador del país y tensó las relaciones en los siguientes años. Franco, sin embargo, insistió en la conveniencia de llevarse bien con Cuba a cualquier precio. Cuenta Marcelino Oreja en su libro «Memoria y esperanza. Relatos de una vida», que cuando Fernando María Castiella explicó a Franco los detalles del incidente el general se limitó a decir: «No romper con Cuba. Le veré esta tarde en el Consejo de Ministros». Y colgó. Fidel Castro había insultado al franquismo, pero se cuidó de no hacerlo al propio Franco.
 
A partir del embargo comercial de 1960, la mayoría de países de Iberoamérica y los grandes aliados europeos de EE.UU. dieron la espalda a Cuba. No así España, que, a pesar de haber recibido pocos años antes la visita y respaldo de Eisenhower, renovó sus acuerdos comerciales y se convirtió en un verso suelto en lo respectivo a sus relaciones con Cuba.
 
«Las relaciones con Franco no había quien las rompiera. El tabaco nuestro quien lo compraba era España; el azúcar cubano lo compraba España; el ron cubano, España; y sin embargo, realmente, nosotros lo que teníamos era una fiebre y una crítica incesante contra Franco. Y además relaciones ostensibles con comunistas españoles, Santiago Carrillo, «La Pasionaria», con todo el mundo. Algunos de los que habían estado en la Guerra Civil española y después se habían ido para Rusia vinieron,que eran militares como el general Enrique Líster o tenían experiencia, a ayudarnos a organizar las milicias y todas esas cosas. Y Franco no rompió», reconoció Fidel Castro en una de las conversaciones mencionadas con Ignacio Ramonet.
 
Solo durante la Crisis de los misiles, en octubre de 1962 se frenó el intercambio comercial ante las amenazadas americanas. Estados Unidos amagó con retirar las ayudas económicas a España para que abandonase su postura, pero la renegociación de las bases militares en suelo español aparcó la medida en 1963. No conformes con ello, exiliados cubanos y grupos anticastristas, pertrechados por la CIA, atacaron en varias ocasiones a buques españoles ante la pasividad de EE.UU. En septiembre de 1964, el «Sierra Aránzazu» sufrió un ataque con lanchas que dispararon 1.500 balas y causando la muerte a tres marinos y heridas a seis. Estados Unidos negó cualquier implicación y se vio obligado a escoltar a otros barcos españoles para evitar nuevos incidentes.
 
A la muerte de Franco, Castro decretó como agradecimiento a esta extraña solidaridad tres días de luto, aunque se encargó de que aquello pasara inadvertido para la prensa. No en vano, el redactor de la agencia EFE Francisco Rubiales fue informado del decreto castrista por el embajador de España, Enrique Suárez de Puga. El periodista cuenta en su web Votoenblanco.com que tardó en digerir la información e incluso dudó del embajador: «Estoy hablando en serio. Tengo aquí delante el decreto oficial, firmado por el presidente Oswaldo Dorticós», contestó el diplomático algo molesto.
 
«Regresé a mi casa y envié la noticia URGENTE a EFE, que la rebotó de inmediato por todos sus canales. Días después pude poner en pie toda la historia: Cuba decreta duelo oficial, pero quiso mantener esa comunicación en niveles privados para quedar bien con España y, al mismo tiempo, evitar un escándalo internacional. Nadie había previsto que un periodista lanzara la noticia».
 


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