Si vas a la Pequeña Habana tienes que comprar un juego de dominó, una guayabera y café cubano. Eso fue lo que le dijeron a Ruth y a Eugenio, un matrimonio de turistas chilenos que iban a La Habana y terminaron en Miami, después que el gobierno norteamericano prohibió los viajes en crucero a Cuba en junio.
El cambio de itinerario no pareció afectar a la pareja que aprovechó para recorrer ese tramo de la Calle Ocho entre la avenida 12 y la 16 donde la ilusión de estar en La Habana es casi perfecta.
Mientras, en la acera se escuchaba el pregón de Francisco Casañas, que decía “Maní, cacahuete, peanut... a dólar”, evocando una escena de la Cuba precastrista.
La Pequeña Habana, el barrio que en un principio ocuparon los cubanos a su llegada a Miami en los años 1960, se promociona en las guías turísticas y los sitios web como una alternativa a la capital cubana.
“Cierra los ojos, escucha lo suficiente y deja que tus sentidos te transporten a La Habana a través del barrio más emblemático de Miami”, dice uno de esos sitios online, que, en idioma inglés, promete al turista “una inmersión en la cultura cubana”.
Seis décadas después de la llegada de los cubanos, el vecindario miamense, que el año pasado recibió más de dos millones de turistas, sigue rezumando nostalgia.
Entre dos mundos, buscando su identidad en el pasado de los primeros inmigrantes y los que llegan más recientemente, la imagen de la ciudad resulta confusa en los souvernirs que se venden al turista.
Junto a los ubicuos gallos que se han convertido en símbolo de la Pequeña Habana, en las tiendas se alternan las imágenes de Al Pacino en Scarface. Su personaje de Tony Montana, un “marielito” traficante de drogas, es un recordatorio de las horas más oscuras del Miami de los cocaine cowboys y de Griselda Blanco, “la madrina de la cocaína”.
Asimismo, en cuadros, fotos y todo tipo de memorabilia se repiten imágenes de las calles de La Habana, de los “almendrones” –como llaman en la isla a los autos antiguos– y del Capitolio.
A diferencia de otras ciudades que tienen monumentos y edificios emblemáticos que se reproducen al por mayor para vender al turista, la Pequeña Habana parece inspirarse en la ciudad de la que toma su nombre.
Por eso, los críticos de esa mezcolanza de accesorios y memorabilia que se venden en sus comercios se preguntan cómo se proyecta el vecindario al mundo a través de los souvernirs.
Para la profesora Deborah Gómez, lo que surgió como un gesto nostálgico de los primeros exiliados cubanos, que querían perpetuar sus recuerdos de la era republicana, ha terminado respondiendo a las demandas del mercado.
“Todos esos objetos que se venden en las zonas turísticas que nos transportan mentalmente a Cuba, se producen porque existe un consumidor que espera encontrarlos acá”, señaló Gómez, que enseña lengua y literatura española en Florida Memorial University.
“En ese sentido el turista nos obliga a duplicar los estereotipos más apetecibles de la ciudad, perpetuando esa imagen de una Miami que pretende ser La Habana real”, añadió Gómez.
La Habana real, sin embargo, no le devuelve el sentimiento de adoración a Miami, señala la profesora. Si bien en la capital cubana se han empezado a restaurar edificios y a vender objetos que recuerdan el esplendor republicano, y también se comercializa el encanto de las ruinas y se capitaliza con la nostalgia de la era soviética, no se venden objetos que reflejen la vida de los cubanos en Miami.
“La gente no va a La Habana esperando una réplica de Miami, sin embargo, sí viene a Miami esperando ver la influencia cubana en la ciudad”, señaló Gómez.
Por su parte, el historiador miamense Paul George, que con frecuencia ofrece recorridos guiados por la Pequeña Habana, no objeta que exista una identificación entre esta y la capital cubana.
Critica, sin embargo, la falta de creatividad y sofisticación de los souvernirs, que en su opinión, son similares a los que se pueden encontrar en otros sitios turísticos del sur de la Florida, como South Beach.
Para George, historiador en residencia del HistoryMiami Museum, lo fundamental es que la Pequeña Habana comience a definir su identidad.
“Ya es hora de que se refleje lo que la hace única, y en especial, el hecho de que es una Ellis Island moderna”, dijo, destacando los pequeños negocios que le dan “un carácter distintivo al ambiente, que no se encuentra en otro lado”.
La escritora puertorriqueña Anjanette Delgado, una enamorada del vecindario al punto que lo eligió como trasfondo de su novela, La clarividente de la Calle Ocho, señaló que la recreación de la nostalgia es uno de los aspectos que definen la ciudad.
“Uno de los productos que hacen diferente a Miami, como a Nueva Orleans, es la nostalgia”, dijo Delgado, que hace unos años, caminando por el vecindario, sintió una sensación de felicidad, que compara con estar enamorada.
Para ella, el vecindario sí tiene “autenticidad cultural”, al igual que la comida y los objetos que allí se venden.
“Buscas algo que está hecho a lo ‘pobre’, no en masa, que los turistas no encuentran en otro lugar, y por eso se fotografian y lo ponen en Instagram”, apuntó.
Esa magia, que está en el olor a café que invade el ambiente y en los personajes que pueblan el vecindario, es la que atrae a turistas como Evelyn Téllez, una cubana que vive en Suecia y viene buscando los sabores de su país.
“Lo que más extraño es el guarapo, las frutas, y el cake cubano, porque el merengue no sabe igual”, dijo Téllez, en La Colada Gourmet, donde unas cafeteras, muy coloridas son el souvenir principal.
En este cafecito el ambiente tiene un tono más joven que se manifiesta en carteles con un toque de humor como: “En esta tienda todo está en venta, menos la muchacha que hace el café”.
Delgado apuntó que la nostalgia inicial de los cubanos se ha convertido en la nostalgia del emigrante en general, sobre todo de los que llegaron recientemente y aún están entre dos mundos.
“El establishment ha estado ahí, pero eso hace mucho tiempo cambió”, dijo mencionando a otros grupos de inmigrantes de Centroamérica que también residen y aportan al vecindario.
Estos inmigrantes, ya sean cubanos más jóvenes o de otras partes de Latinoamérica, vienen buscando una vibra que se parece más a la de South Beach o Wynwood.
Para ellos, las tiendas reflejan el Miami actual, con objetos que hacen referencia a sus equipos deportivos, como un cuadro con el símbolo de los Marlins que dice: We are Miami o una camiseta en los colores del Miami Heat, que dice: Little Havana.
En El Santo, una taquería que abrió en marzo donde por años estuvo el restaurante español Casa Panza, la decoración juega con otro elemento que distingue a Miami.
Sobre el mostrador, tres imágenes de santos en colores neón reciben a quienes vienen buscando una variante a la comida cubana que se oferta en la mayoría de los restaurantes de la Calle Ocho.
“La gente come muchos tacos en la Pequeña Habana”, dijo la camarera, parada frente a un gran letrero que dice: “We have beer colder than your’ ex heart” (Tenemos cerveza más fría que el corazón de tu ex).
En el restaurante puertorriqueño Monfongo’s, a la altura de la avenida 16, los meseros muestran el menú a quienes pasan por la acera, al igual que lo hacen los camareros en los cafés de Ocean Drive.
Más turística, más cosmopolita, esa parte de la Pequeña Habana se parece más a la Miami estilo “South Beach, de mujeres muy arregladas aspirantes a modelo, de centros comerciales, de rascacielos modernos y de restaurantes elegantes donde el turista anhela tropezarse con Enrique Iglesias o Lenny Kravitz”, dijo Gómez.
Esa otra cara de la ciudad, South Beach, “se desentiende de la nostalgia cubana y se erige como el destino de los ricos y famosos”, concluyó Gómez, dudando que sean estas las únicas imágenes que se venden de la ciudad.