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General: ¿QUIÉN INVENTÓ LA TELEVISIÓN?
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 02/10/2019 14:13
CIENCIA Y TECNOLOGÍA
Todo gran adelanto tiene su creador, menos el televisor, sobre cuya autoría planean grandes dudas.  Cuba, junto a Brasil, Argentina y México, fue de los primeros países de América Latina en introducir la televisión. En La Habana su inauguración oficial fue el 24 de octubre de 1950, aunque desde el 12 de octubre comenzó el periodo de transmisiones.

¿Quién inventó la tele?
Por Martín Caparrós
NOS HAN LLAMADO Homo videns. El Homo sapiens, el hombre que sabe, ya no sabe; somos, ahora, hombres y mujeres que miramos —entre otras cosas, para tratar de no saber. Es, se diría, lo que más hacemos.
 
La media de los 7.500 millones de habitantes del mundo mira casi 4 horas de televisión cada día. Eso quiere decir que hay bastantes que miran 7 u 8 horas, 10 —porque hay otros que no miran nada o casi nada, por pobres, orgullosos, distraídos. Eso quiere decir que cualquier persona, a sus 70, se habrá pasado unos 10 años —120 meses, 3.650 días— enteros mirando la tele. Las dos únicas cosas que habremos hecho más en nuestras vidas son dormir y trabajar; que ya no haya tanta televisión abierta, que ahora sean sobre todo canales de series o fútbol o youtubers, da lo mismo: la tele es una de las tres actividades —la única ¿voluntaria?— a las que dedicamos la mayoría de nuestro tiempo. Y, sin embargo, no sabemos de dónde viene, quién la inventó, cómo, cuándo, por qué. El Homo sapiens se ríe en un rincón.
 
Cuando era chico aprendí que Franklin había creado el pararrayos, Edison la bombilla, Bell el teléfono, los Lumière el cine, los Wright el avión, Marconi la radio, Fleming la penicilina y así; podía ser cierto o no, pero les daba historias a las cosas. Ahora vivimos rodeados de inventos que no parecen tener inventores, que no parecen tener un origen —y el primero, se diría, fue la televisión: como si la falta de historicidad contemporánea hubiera empezado con el objeto que nos sirve para crear un presente perpetuo. O quizá sea porque, con más y más información, cada vez se hace más difícil disimular que aquellas historias eran cuentos de hadas.
 
En general, esos grandes inventores no habían inventado nada solos: recordamos a los que consiguieron, de algún modo, aprovechar y sintetizar el trabajo de tantos, los que dieron el último paso del camino que muchos habían empezado a recorrer —pero nos gustan los héroes y nos quedábamos con uno. En este caso no fue posible: la televisión no tiene una historia registrada.
 
Para empezar, el candidato principal —en esta saga supuestamente americana— era un maldito ruso. Se llamaba Vladímir Kosmich Zworykin, había nacido en 1888 cerca de San Petersburgo y allí se fue a estudiar a sus 17, mientras el bebé de Potemkin rodaba por las escaleras. Y allí se encontró con Borís Lvóvich Rosing, un profesor que intentaba hacer funcionar su “telescopio eléctrico”, una forma de transmitir imágenes de una máquina a otra, y ya empezaba a conseguirlo. Pero después vino la revolución soviética: Zworykin se alistó con los anticomunistas, huyó a Estados Unidos a través de Siberia, consiguió trabajo en una eléctrica llamada Westinghouse, siguió investigando, mejoró el invento y llegó, en 1923, a presentar la patente de un aparato que no terminaba de funcionar.
 
Mientras, en muchos lugares, otros muchos lo intentaban. Variaban los sistemas y los nombres: la llamaron también iconoscopio, televista, telefoto, emitrón; había intentos, pequeñas emisiones punto a punto, fracasos repetidos; los datos son confusos, las historias se mezclan. Algunos libros insisten en que el primer programa de televisión fue en 1939, hace justo 80 años, en la Feria Mundial de Nueva York, con la presencia estelar de Franklin Delano Roosevelt, poliomielítico de armario —­pero Alemania ya llevaba cuatro años usando el sistema de Zworykin para hacer emisiones regulares a cargo del Estado. El problema es que el Estado alemán, en esos días, estaba a cargo de un señor de bigotitos que nadie quiere asumir de precursor.
 
Así que preferimos olvidarlo: entonces, el invento más poderoso de estas décadas, el que nos reinventó las vidas, no tiene un inventor. Es, quizás, un signo de los tiempos. 
 
La televisión en Cuba
El 24 de octubre de 1950, el dueño de Unión Radio, el animador Gaspar Pumarejo, inauguró, desde el patio de su casa en Mazón 52, esquina a San Miguel, en La Habana, el canal 4 de televisión.
 
Lo primero en aparecer en unas pocas pantallitas de 17 pulgadas, colocadas en comercios de la capital, fue una cajetilla de cigarros Competidora Gaditana, acompañada de una guaracha de Ñico Saquito, seguida de las felicitaciones del presidente Carlos Prío y de una fiesta, en los jardines, entre estrellas de cine mexicanas, como Pedro Armendáriz, y cubanas como Carmen Montejo y Raquel Revuelta.
 
Con Unión Radio Televisión nacía la televisión en Cuba
Para Goar Mestre, dueño del circuito radial CMQ, fue un golpe duro. Había construido Radiocentro, en 23 y L, en el Vedado –esquina que sería el corazón de La Habana–, para albergar los más sofisticados estudios de radio y televisión del continente. Desde el monumental edificio –el primero con aire acondicionado central en la isla– había anunciado que, en un plazo de tres años, CMQ comenzaría a operar la televisión en Cuba.
 
Mestre contaba con el financiamiento de la fábrica de televisores Dumont y del mexicano Emilio Azcárraga, y el apoyo técnico de la cinematográfica Warner Brothers. ¿Cómo era posible que su antiguo subordinado en CMQ, con pocos recursos, se le adelantara y lanzara la televisión en la isla?
 
La TV en el mundo
Las primeras emisiones de televisión las había efectuado la BBC en Inglaterra, en 1927. En 1930 la siguieron la CBS y la NBC en Estados Unidos. El 30 de abril de 1939, una televisión casi de juguete transmitiría la inauguración de la Exposición Universal de Nueva York. Pero en 1949, los estadounidenses ya disfrutaban en la pequeña pantalla del show del comiquísimo Jack Benny. El 31 de agosto de 1950 comenzó la televisión en México, le siguió Brasil el 18 de septiembre, Cuba el 24 de octubre.
 
Mestre, graduado de negocios en la prestigiosa Universidad de Yale, no podía entender cómo el autodidacta Gaspar Pumarejo, desde un patio, había logrado lanzar un canal de televisión. Pero Pumarejo sabía vencer obstáculos. Había sido vendedor de telas en la calle Muralla, cantante de tangos y, a base de ganarse la vida, había entrenado la sonrisa y logrado convertirse en el imprescindible de la radio cubana. El vasco que había llegado a Cuba con 8 años había aprendido a batallar, a competir y a triunfar. Había logrado que la firma Crusellas lo colocara de animador del programa estelar de la época: Fiesta Radial Jabón Candado.
 
Cuando Mestre compró CMQ, contrató a Pumarejo como su jefe de programación. Pero el carismático animador era ambicioso. Apenas un año después, adquirió Unión Radio y se convirtió en competencia de CMQ, con el apoyo de la Radio Cadena Azul, de Diego Trinidad, el magnate de los cigarros Trinidad y Hermano. En 1950, con el lanzamiento de la televisión, entre Pumarejo y Mestre la guerra estaba declarada.
 
Un remoto de Grandes Ligas
Pumarejo consiguió ganar a Mestre una batalla el 24 de octubre, cuando logró transmitir por control remoto –utilizando un globo aerostático– un juego de pelota de Grandes Ligas, patrocinado, nada menos, que por la petrolera Esso Standard Oil. Dada la falta de estudios, el canal 4 se especializaría en transmisiones en remoto. La lucha libre, el boxeo y espectáculos en teatros se convirtieron en espacios habituales para los televidentes cubanos.
 
El 18 de diciembre saldría al aire el Canal 6, de Goar Mestre, CMQ Televisión, con un programa dramático escrito por Marcos Behemaras y protagonizado por Alejandro Lugo. CMQ era una filosofía. Mestre respetaba a los creadores. No censuraba nada y tenía la sabiduría de tener a tres publicitarias que producían programas: Siboney, Crusellas y Sabatés.
 
Pero Pumarejo no se quedaba atrás. Creó Hogar Club, organización que agrupó a cientos de miles de amas de casa, rifaba autos y casas. En 1957, este genio de la publicidad realizó en el estadio de El Cerro el Festival 50 años de Música Cubana, reencuentro de los artistas cubanos residentes en el extranjero, junto a boricuas como Tito Puente y Tito Rodríguez y al bolerista chileno Lucho Gatica.
 
Para ese monumental espectáculo, Pumarejo mandó a buscar desde Francia a Humberto Cobo, Rudy Castell, Antonio Picallo y Raúl Zequeira. De España trajo a Antonio Machín, Raúl del Castillo y Zenaida Manfugás. Desde Turquía a Mariano Barreto. De México a Gilberto Urquiza y Everardo Ordaz .Desde Estados Unidos vinieron Mario Bauzá, René Touzet, Vicentico Valdés, Gilberto Valdés y Machito.
 
Cuba exportaba televisión
La fuerte competencia entre Mestre y Pumarejo contribuyó a que un lustro más tarde Cuba exportara técnicos de televisión y libretos de telenovelas a todo el continente, y a que La Habana se convirtiera en capital de la música popular. Nat King Cole vendría a grabar con la orquesta de Armando Romeu. Edith Piaf, Frankie Laine, Johnnie Ray, Pedro Vargas, Katyna Ranieri y otras estrellas de la música internacional colmarían los cabarets Montmartre, Tropicana y Sans Souci, gracias a la televisión.
 
En 1958, Cuba contaba con 25 transmisores de televisión con una potencia de 150.5 kw instalados en La Habana, Matanzas, Santa Clara, Ciego de Avila, Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba. Tres cadenas nacionales con siete transmisores cada una. CMQ Televisión, Unión Radio Televisión y Telemundo. Los 4 transmisores restantes estaban instalados en La Habana (3) y en Camagüey.
 
La publicidad en Cuba era la mejor de América Latina. En las agencias trabajaban escritores como Justo Rodríguez Santos, Carballido Rey, Marcos Behemaras e Iris Dávila; directores de televisión como Roberto Garriga, Ernesto Casas y Caiñas Sierra; diseñadores como Martínez Pedro y René Portocarrero. Se publicitaban no solo productos cubanos, también de México, Puerto Rico y Colombia. Se llegó a crear una escuela de publicidad cubana, con pegajosos comerciales cantados ( jingles), como “Café Pilón, sabroso hasta el último buchito”, y la popularísima saeta “esos aplausos son para Magnesúrico”.
 
Los humoristas Garrido y Piñero, Celia Cruz y la locutora Consuelito Vidal eran contratados por Siboney. La cantante Rita Montaner y la actriz Minín Bujones lo eran por Crusellas. ¿Qué ponía CMQ? Los estudios y los técnicos. Aunque también tenía artistas y nueve directores contratados. Había una estrecha colaboración entre CMQ y las publicitarias. Joaquín Condal, que cobraba por CMQ, producía para una publicitaria el estelar Jueves de Partagás.
 
Se acabó la diversión
La programación de CMQ era una fiesta de música y humor. Contaba con los mejores cómicos de Cuba: Alvarez Guedes, Garrido y Piñero; Leopoldo Fernández con su Tremenda Corte; Lita Romano; Luis Echegoyen con el personaje de Mamacusa Alambrito; Manela Bustamante e Idalberto Delgado eran Cachucha y Ramón; Lilia Lazo era Popa. Los más famosos cantantes: Olga Guillot, Celia Cruz, Fernando Albuerne, Blanca Rosa Gil y La Lupe se presentaban en sus estelares Casino de la alegría y Jueves de Partagás.
 
Pero el primero de enero de 1959, el trovador Carlos Puebla auguró con su guaracha: “Se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar”. Fidel Castro se haría omnipresente a través de la pequeña pantalla en todos los hogares cubanos. Sus maratónicos discursos ocuparían noches enteras, desplazando al resto de la programación. El 6 de agosto de 1960 todas las plantas de radio y televisión pasarían a integrar el ICR (Instituto Cubano de Radiodifusión), luego ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión).
 
Más de medio siglo después, los estudios de televisión en Cuba siguen siendo los mismos de CMQ. Escritores, directores y artistas trabajan bajo la lupa ideológica: con la revolución todo, contra la revolución nada. Sería injusto callar que, con apenas recursos, la creatividad del cubano ha logrado hacer algunos programas de calidad, pero el pueblo espera la película del sábado.
 
La historia de la televisión cubana está signada por tres hombres: Gaspar Pumarejo, Goar Mestre y Fidel Castro. Los dos primeros la crearon. El Comandante la convirtió en un instrumento para alimentar su mito.
 


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