Por Miriam Jordan y Mitchell Ferman
Debajo de una carpa en el borde de un campamento precario, un joven médico llamado Dairon Elisondo Rojas tiene un horario de consulta de diez de la mañana a cuatro de la tarde todos los días.
En una tarde reciente, atendió a niños con diarrea, resfriado y asma, entre otros padecimientos. A algunos los examinó, trató y envió de regreso con medicamento para la tos o el resfriado. Para los que requerían atención especial, como un niño con una pierna rota, Elisondo programó un traslado al hospital local mexicano.
Elisondo, de 28 años y originario de Cuba, es el único médico de tiempo completo en el atestado campamento que se ha levantado en la base de un puente que conecta a la ciudad mexicana de Matamoros con Estados Unidos. Más de 2.500 migrantes han llegado a vivir al campamento mientras sus casos se procesan en el tribunal migratorio de Brownsville, Texas.
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“Esto es perfecto”, dijo Elisondo en español, refiriéndose a su situación laboral actual. “Es lo que sé. Es lo que mejor hago”.
Ha sido tan perfecto que no ha tomado un día de descanso desde que comenzó a trabajar a finales de octubre.
Igual que los migrantes que atiende, el médico está varado en México debido a la política del gobierno de Trump, que establece que los solicitantes de asilo que llegan a la frontera deben quedarse en México y solo pueden entrar a Estados Unidos para presentarse en el tribunal.
Elisondo quizá deba quedarse en Matamoros varios meses más mientras espera una respuesta a su caso.
Elisondo, que estudió una especialidad en cuidados intensivos, tiene experiencia en entornos desafiantes gracias al programa de capacitación médica de Cuba, que envía a médicos recién egresados a misiones en países aliados empobrecidos.
Después de la escuela de medicina, Elisondo estuvo trabajando casi tres años en una clínica estatal en Venezuela. Con la economía tambaleante de ese país, fue testigo de primera mano del sufrimiento provocado por la escasez de medicamentos y alimentos. Lo regresaron a casa después de que se volvió un detractor vehemente del gobierno de Nicolás Maduro.
“El gobierno me trajo de vuelta a Cuba, y eso tuvo sus consecuencias”, comentó.
En su país de origen, dijo, le prohibieron practicar medicina por tres años y la policía lo acosó. Puesto que se sentía perseguido y en peligro, él y su novia reunieron dinero para pagar un viaje a Estados Unidos con el fin de solicitar asilo. Hicieron un trayecto de más de un mes por avión, bote y autobús hasta que llegaron a la frontera a mediados de agosto.
Aunque a los cubanos durante décadas les permitieron quedarse en Estados Unidos bajo una política especial si podían llegar por mar o tierra, esa bienvenida terminó en los últimos días del gobierno de Obama. Los cubanos, que antes habrían podido viajar a Florida, ahora se someten a las mismas políticas estrictas de inmigración que se aplican a otros solicitantes de asilo en la frontera suroeste.
“Llegamos, nos presentamos y nos enviaron de regreso a México”, dijo Elisondo sobre los funcionarios de la frontera estadounidense.
Elisondo y su novia consiguieron un departamento con otros solicitantes cubanos de asilo, y él encontró un trabajo en la línea de ensamblaje de una planta en Matamoros donde se producen estuches para cosméticos.
Un día, mientras pasaba por el campamento migrante cada vez más grande cerca del puente internacional, vio una enorme pancarta atada a una cerca con las palabras “Medical” y “Médico.” Varios migrantes estaban hablando con una persona que tenía un estetoscopio colgando del cuello. Era una clínica emergente que abrió en octubre el grupo Global Response Management, una organización internacional sin fines de lucro cuyos doctores, médicos y enfermeros voluntarios han sido enviados a lugares como Irak, Yemen y Siria.
Elisondo les dijo que él era médico. ¿Podía ayudar?
“Pensé: ‘Si está autorizado y certificado, ¿por qué no podría incorporarlo?’”, dijo Helen Perry, directora ejecutiva del grupo. Le pidió su diploma y otros documentos, que él le envió por WhatsApp.
Después de un periodo de prueba de dos días, dijo Perry, enfermera especializada en cuidados intensivos, tomaron la decisión. “Todos estuvieron de acuerdo: Dairon es un excelente médico”.
La exposición a la intemperie, la hacinación y la falta de higiene —hay pocas regaderas y las letrinas portátiles están sucias— han creado las condiciones óptimas para la propagación de enfermedades en el extenso campamento. Sin embargo, muchos migrantes temen alejarse de la zona, incluso para buscar atención médica, porque varias personas han sido víctimas del crimen.
“Gracias a Dios tenemos al médico cubano”, dijo Luis, un migrante hondureño cuya familia ha estado viviendo en el campamento desde septiembre.
Luis, que como otros migrantes del campamento no quería que se publicara su apellido, dijo que hace poco había llevado a su hija de 9 años con Elisondo debido a que tenía tos crónica. El médico le dijo que tenía bronquitis y le dio un tratamiento con el que se curó.
Dentro de una carpa gris se encontraba Ángel, un niño hondureño de 10 años que se había fracturado la pierna izquierda jugando fútbol. Elisondo la envolvió con una férula y lo envió a un hospital, donde le enyesaron la pierna de la punta de los dedos a la rodilla. Cuando Ángel regresó, vio que le esperaba un juego de autos de carrera en miniatura, un regalo del médico del campamento para alegrarlo.
En un día típico, Elisondo y una serie alternante de trabajadores voluntarios de salud provenientes de Estados Unidos atienden a alrededor de 50 pacientes. Además de los residentes del campamento, atienden a mil migrantes más que viven en otras zonas de Matamoros.
Se ha permitido que un puñado de migrantes con padecimientos médicos graves, incluyendo un niño pequeño con quemaduras de tercer grado, entren a Estados Unidos para ser atendidos.
A principios de este mes, Global Response Management pasó de operar en una carpa a ofrecer consulta desde una unidad médica móvil, un tráiler gris equipado con mesas de revisión plegables, máquinas de ultrasonido y equipo para realizar análisis de sangre básicos de diagnóstico.
Elisondo, que tiene una barba perfectamente recortada y una camiseta roja con el logotipo del grupo, ha estabilizado a personas que tenían ataques epilépticos, apendicitis e infartos. Sin embargo, los pacientes con infecciones en el tracto respiratorio superior, neumonía y padecimientos de la piel, como sarna, representan el porcentaje más grande de los casos que atiende.
Elisondo dijo que no podía predecir cuánto tiempo le tomaría al juez de inmigración en Estados Unidos dar respuesta a su caso.
Cruzó el puente para ir a Brownsville con el fin de asistir a su primera audiencia ante el tribunal el 4 de diciembre. Su próxima cita no será sino hasta finales de febrero.
Aunque no tiene abogado, espera ganar el caso de asilo, aprender inglés y comenzar a practicar medicina del otro lado del puente, en Estados Unidos.
Perry dijo que, si sus planes no salían como él quería, no debía preocuparse. “No lo sabe, pero lo enviaré a otros lugares del mundo. Es un médico altamente capacitado”, comentó.